la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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Elisa Lerner: “La soledad es la patria del escritor” / entrevista de viviana marcela iriart, foto Efrén Hernández, Caracas, 13 de mayo 2012





 

Lo dijo cuando la entrevista había finalizado y tomábamos té con masitas en la acogedora cocina de su apartamento caraqueño. “Elisa,  me acaba de regalar el titulo de la  entrevista” le dije emocionada. “Es de la novela que estoy escribiendo, pero se lo presto” respondió con una sonrisa la escritora, ensayista y dramaturga, Premio Nacional de Literatura 2000.

Pero no comenzamos hablando de su nueva novela, una hora antes, sino del elogio de Julio Cortázar a su monólogo “La mujer del periódico de la tarde” (1976):


“¿Hijos? No. No tengo. Mi negligencia, mi descuido, mi distracción no me  
ha permitido tenerlos. Pero, ahora, cuido de cada arruga de mi rostro como 
de un hijo. ¡Y en que madre prolífica me he convertido! Por supuesto, el máximo 
desaliño ha sido arribar a los cincuenta. (…)  Pero, últimamente, estoy 
albergando la convicción de que los productos de primera, en el rostro de 
una mujer de cincuenta,  se vuelven  de segunda. (…)  
Untándole un poco de petróleo a mi crema Ponds  me siento mucho 
más nacionalista. (…)  
Para una, la inflación comienza después de los cuarenta.  
Cómo se ponen, entonces, de caros los hombres.”


-        - El escritor Julio Cortázar escribió una carta elogiando este monólogo.

-     - Sí, en una carta que él no me envió  a mí sino a una  muchacha, Susana Castillo, que era profesora en la Universidad de California y venía mucho aquí porque escribió varios libros sobre teatro venezolano.  En el año 1979 ella le mandó  a Cortázar mi monólogo y  él le escribió y le dijo: “No dejes de decirle a Elisa Lerner que me gustó muchísimo su monólogo”.  Yo he hecho referencia públicamente a esta carta pero nunca la he publicado porque no era una carta para mí.

-        - A los 11 años usted le dijo a su padre que quería ser escritora. ¿Cómo supo siendo una niña lo que quería ser?

-        - Porque a mí me iba muy bien en la escuela con las composiciones, siempre era la mejor y eso no era fácil  porque yo tenía compañeras que eran brillantes, muy inteligentes, como Marianne Khon Becker.  Por eso yo creo que la escritura es un don.

-      -   ¿Leía mucho de niña?

-       Sí, en  las vacaciones leía muchísimo y esas eran como mis vacaciones, la lecturas. Y por otro lado yo tenía una hermana, todavía la tengo pero está muy enferma, mayor que yo, Ruth,  que estaba llena de luz.  Ella fue una persona muy importante aquí en Venezuela, fue ministro de educación, embajadora en la Unesco… Pero continuando con el relato, lo importante para mí es que ella estaba llena de luz, de una felicidad de vida durante nuestra infancia, nuestra adolescencia, como si ella estuviera de primera en el camino.

-       ¿Su hermana también escribía?

-        - No, si ella hubiera querido hubiera escrito muy bien, porque yo leí un trabajo que hizo en la  primaria sobre un clásico español y era una maravilla la fluidez de su escritura. Pero ella decidió declamar porque había nacido en Europa, en cambio yo nací en Valencia y me trajeron aquí a los 3 años y nuestra mudanza coincidió con la muerte del general Gómez.  Yo me enteré esto  que le voy a contar cuando leí una larga entrevista que le hicieron a mi hermana: como ella llegó a Venezuela de 3 años y medio no dominaba el idioma y aunque era una niña preciosa supongo que las niñas le harían mofa o algo así porque no hablaba bien el español. Entonces un día ella se paró en la plaza Bolívar de Valencia y comenzó a decir poemas, ella tenía un gran talento para decir poemas de una manera especial, no de esa manera solemne como lo hacían las declamadoras profesionales de la época.  Y entonces, gracias  a mi hermana, yo escuchaba los poemas más hermosos de ese tiempo, Lorca, Antonio Machado y Rubén Darío, siempre Rubén Darío, sus largos poemas… Mi hermana también declamaba a las grandes poetas sudamericanas y como ella tenía que aprenderse de memoria cada poema, yo estaba allí y la escuchaba una y otra vez. Y entonces me acostumbre al ritmo del idioma, del castellano. Por otro lado mi madre era de lengua alemana y había hecho el bachillerato en Czernowitz, una ciudad muy importante que había sido como el último bastión del imperio austrohúngaro,  y mi padre era de Nova-Solitza, una pequeña población en la frontera que algunas veces fue rusa y cuando él vino para acá era rumana. Y mis padres nunca llegaron a hablar un español académico.  Mi madre me hablaba y cantaba canciones en alemán cuando yo era muy niña, por ejemplo para que yo me bebiera la leche que no me gustaba. Pero llegó un momento  en que dejó de hablar alemán y de cantar canciones, y eso sucedió cuando llegó el nazismo.


-        - ¿Su madre renunció a su idioma materno a causa de la guerra?

-       Sí, lo hizo por respeto a mi papá que era más religiosa que ella en el tema judío. Porque ella hablaba en alemán con otra gente, pero no en la casa. Y entonces a mí me quedó como una añoranza, una doble añoranza de haber perdido un idioma sin haberlo aprendido. Y por otro lado quería hablar un español correctísimo porque mis padres nunca llegaron a hablarlo bien. Mi madre siempre leyó la prensa venezolana y mi padre hablaba un español fluido por el mundo del trabajo, de la calle y Caracas era una ciudad muy cordial, muy abierta con los inmigrantes. Y todo eso fueron varios factores: haber perdido un idioma antes de haberlo aprendido; pensar que yo nunca iba a poder, esto fue inconsciente, manejar un idioma con la perfección que lo podían hacer otras cuyos padres siempre habían hablado español y,  al mismo tiempo, la paradoja de que yo siempre estaba escuchando el idioma a través de los poemas que declamaba  mi hermana.

-      - ¿No le producía angustia querer ser escritora si pensaba que no hablaba bien el español?

-     -  No, al contrario, me producía una enorme felicidad, porque a mí me iba muy bien en la escuela escribiendo y eso me producía una gran seguridad, lo que no tenía era seguridad sobre lo que iba a escribir. Y nunca me pasó por la cabeza pensar que yo no era una niña rica y que en Venezuela estaba muy claro que sólo… esa era una tradición venezolana, que cuando un escritor venía de una familia rica, o él mismo podía haber sido exitoso y había podido ganar dinero porque le había sonreído la suerte, entonces tenía como el camino abierto para dedicarse a la escritura y publicar. Ese fue un problema que a mí no se me planteó en ese momento, yo le dije a mis padres “voy a escribir” y lo hice el día en que me regalaron unos zapatos que tenían unas trencitas y me pareció que eran los zapatos de una escritora profesional. Entonces me vi como en la marcha, con esos zapatos, para un largo camino hacia la literatura.

-        - Usted cuenta en unas de sus crónicas que su padre le regaló una pluma Parker cuando le dijo que quería ser escritora.

-    -    Sí, pero eso no fue a los 11 años cuando se los comuniqué por primera vez sino en mi adolescencia.

-        - ¿Y su mamá que dijo?

-        - Mi mamá no dijo nada. Mi  mamá era la autoridad y mi papá era el sueño, la complacencia, el cariño. Mi mamá era… yo creo que pude pensar en cuartillas limpias porque tuve sabanas limpias, una lencería feliz en mi infancia, un orden, una comida.

-      -  Cariño.

-      -  Una buena comida es una forma de cariño. Las cosas que mi madre nos brindó eran muy difíciles en la Venezuela pobretona en la que yo nací, yo me di cuenta después porque de esas cosas no se hablaban, yo tenía muy poca relación con las niñas en mi escuela para saber que lo que mi madre nos daba no era tan común.


“En realidad esta cuestión de los zapatos es uno de los temas más apasionantes 
en una democracia: deslinda izquierdas y derechas. Zapatos de tacón bajo o 
sin tacón, siguen una línea izquierdista. Porque el tacón bajo, o sin tacón también, 
está pegado al suelo. Ahora bien, los zapatos de tacón alto, Luis XV, por ejemplo 
(la Bella mira con cierta inquietud sus zapatos: son de tacón Luis XV), giran hacia
 la derecha. Se alejan  de la realidad, del suelo. (…) Pero lo más político es ir 
al zoológico. Conocí a un militante que me invitó  un domingo a un zoológico 
que ha propiciado Pro Venezuela: todos los animales de ese zoológico son 
nacionales.  Allí no priva la constante universal. 
Pues bien, fue algo muy lindo: 
vi por igual monos y dirigentes.”   
Una entrevista de prensa o La Bella de Inteligencia, Elisa Lerner, 1960




-        -¿Usted era tímida?

-       No, no, yo no era tímida.

-      -  ¿No se relacionaba con las otras niñas porque había antisemitismo?

-      - ¡Para nada! Nosotras éramos las más queridas, Marianne y yo  que estudiábamos en el mismo salón y Dita, su hermana que era más joven,  era queridísima porque tenía una personalidad arrolladora, era muy simpática, tenía mucho humor, una gran vitalidad y era muy solidaria, generosa.

-        - Como es ahora.

-      - Como es ahora, sí. Te voy a contar una anécdota de Dita. Nosotros recibíamos el diario El Nacional, que era un diario importante, y lo sigue siendo; era un diario muy literario, muy esperanzador, porque lo habían fundado gente que había adversado a la dictadura de Juan Vicente Gómez. Y ese era un momento en el que se estaba librando una gran batalla contra el nazismo y se pensaba que Venezuela se iba a adentrar en la democracia, era un momento en el que había fiebre de ideología en el mundo.  El Nacional estaba a favor de la república española, así que también escribían exiliados españoles que vivían aquí. Así que, junto con los libros, ese periódico me infundió a mí mucho estímulo para pensar que yo alguna vez podría escribir en algún periódico. Allí escribía una escritora joven, Ida, que escribía unos reportajes preciosos.

-        -¿La poeta Ida Gramcko?

-        - Sí. Entonces yo leía los reportajes de Ida y decía: bueno, a lo mejor yo alguna vez puedo llegar a escribir…Claro, esto me lo decía en mi interior y muy dubitativamente, porque yo a nadie le decía que quería ser escritora. Se lo había dicho a mi papá y él se sonrió y pensó que era como un sueño de niña.

-      -  ¿Y la anécdota cuál es?
-         
-       -  Todos los domingos yo recibía el diario, que lo llevaba un pregonero. En las casas del Centro, donde nosotras vivíamos,  había un zaguán y a primera hora de la mañana él dejaba allí el periódico. Los domingos el diario tenía el Papel Literario donde muchas veces, en la página central, había un reportaje de Ida Gramcko. Un día, yo tendría unos 11 años,  llegué  a la escuela llorando a lágrima viva y Dita me preguntó por qué estaba llorando de esa forma estrepitosa y yo le dije que era porque no había podido leer el reportaje de Ida porque el pregonero no me había dejado el periódico. Al día siguiente Dita se apareció con el diario y me lo regaló… ¡y ella también lo coleccionaba!

-        -¿Pudo conocer a Ida Gramcko?

-         - Sí, con el tiempo yo llegué a ser como parte de su familia porque Ida escribió en  La gruta venidera, un libro que Elizabeth Schön publicó cuando yo estaba saliendo de la adolescencia. Yo quedé tan fascinada con este libro que una vez me la encontré caminando por la plaza Bolívar, ella iba con Silva Estrada y se lo dije, y Elizabeth Schön, sin ser amigas, me lo regaló. Y ese libro, igual que los reportajes y los poemas de Ida, para mí significó muchísimo, ella para mí fue una influencia.

-          - ¿Mas que Ida? ¿O diferente?
-         
-      -  Diferente.  Ella fue muy importante para que yo escribiera mi primera pieza, “La bella de inteligencia” pero no sólo eso, fue una gran amiga, una gran consejera, fue como una tía joven o una hermana mayor, mayor que mi hermana Ruth. Fue una mujer muy sensible, muy sensata, muy protectora, muy prudente. Cuando yo vi a la Reina Sofía en España, la beatitud de su sonrisa,  me acordé mucho de Elizabeth porque ella tenía las maneras de una reina silvestre en su jardín de Los Rosales. Yo no sé cómo ni dónde ella, que creo que no terminó la primaria pero sí fue a unos cursos de filosofía, pudo adquirir esa sabiduría en la vida, esa diplomacia admirable. Nunca hubo quejas ni pequeñeces con ella, y lo digo porque es verdad. Ida también fue una mujer muy discreta pero Ida era más tormentosa, sus estados de ánimo.

-        -  ¿Cuándo conoció a Ida?

-       -   En mi infancia, yo era una niña de 11 o 10 años y fui con mis padres a la Unión Israelita askenazí a un agasajo a León Felipe, el poeta español. Yo no entendía nada, porque él decía sus poemas y yo veía que todo el mundo lloraba, como diciendo que era un mismo exilio y que él también, por llamarse León Felipe, también venía  del exilio judío. Allí yo vi hombres, que en el día eran duros negociantes, con lágrimas. Y cuando terminó el acto, que era en una casa, veo a Ida Gramcko en el comedor, la reconocí del periódico y le pedí un autógrafo. Ella me lo dio pero encontré como una gran frialdad, como cierta soberbia… no hubo ningún acercamiento hacia esa muchachita que la admiraba.

-       -   ¿Y después?

-     -   Después me la encontré en mi adolescencia cuando ella llegó de la Unión Soviética, en donde había sido encargado de negocios en la embajada siendo muy joven, era su momento de brillo, los 40 y 50 fueron su momento de más brillo, lo que pasa que le tocó durante una dictadura militar. Yo iba al Venezolano-Francés, muchas veces con Román Chalbaud y a veces sola porque me quedaba cerca de mi casa… bueno, no tan cerca, porque yo vivía en la zona alta de San Bernardino. Pero bueno, era una adolescente y tomaba un autobús  y caminaba hasta Los Caobos y Caracas era una ciudad segura, era una ciudad más pequeña, y encontraba allí a Ida. Y ahí comencé un diálogo con ella, le dije que yo guardaba sus artículos y ella me dijo que era una cursilería, o algo así. Pero después se fue creando una especie de amistad no pactada, y cuando ella publica Poemas, que es su gran y famoso libro, yo me la encuentro un día en un autobús en San Bernardino, porque ella vivía en la parte de abajo, entonces me ofreció su libro. Lamentablemente yo tontamente le dije que me lo había regalado una amiga y ella quedó fascinada porque yo estaba encantada con su libro.



“La muerte soporta todas las indiscreciones, todos los detalles. 
Es la forma que tiene de añorar, de nuevo, la vida."
La envidia o la añoranza de los mesoneros, Elisa Lerner, 1974




-          -¿Por qué dice que Elizabeth Schön fue su influencia teatral?
-         
-       -   Porque ella escribe La Gruta venidera, que fue un libro que me gustó muchísimo y después escribe Intervalo, que es una pieza de teatro y ella me leyó trozos y yo creo que eso… claro, también leía a Beckett. También me influenció que yo no sabía que cuando escribí La Bella de Inteligencia había escrito una pieza de teatro. Yo me acababa de graduar de abogado, nunca tuve una gran vocación, pero pensé  que si estudiaba Letras… la escuela de Letras no tenía el prestigio que tenía la escuela de Derecho cuando yo comencé a estudiar. Y yo sentía que lo mío no era la docencia sino la escritura, no me equivoqué, no me gusta la docencia. Yo sé que a veces cuando hablo me pueden suceder cosas que sólo me suceden cuando escribo,   pero también me puede suceder que cuando hablo puedo caer en el error de que estoy escribiendo, me puedo estar como traicionando.

-          - ¿Pudo vivir de la literatura?

-         -  Nadie vive de la literatura, al menos en un país como Venezuela es muy difícil. Pero sí puedo decir que en un momento dado mis piezas de teatro, sobre todo Vida con Mamá, que tuvo bastante éxito, me produjeron algún dinero,  y  mis artículos me los pagaban. Pero claro, yo tengo que reconocer que soy una escritora de la periferia, que me ha tocado ser una escritora de estas tierras.
-         
-         - ¿Y en estas tierras cómo hacía para vivir y poder seguir escribiendo?
-         
-       -   Bueno, mira, hice muchas cosas, mi primer trabajo fue en una revista pero me pagaban muy poco entonces mi madre se fastidió mucho y no quiso que yo siguiera, mi hermana se disgustó porque había dejado pero no seguí. Después hice un trabajo ad honorem en la Casa de Observación que dirigía la Dra. Renée Hartman, eso me sirvió mucho porque pude irme a Estados Unidos con una beca muy modesta. Escribía también para Radio Nacional, aunque ese  me lo quitaron al año de haberme ido, y la mitad de lo que ganaba se lo daba a mi mamá que había quedado viuda. Trabajé en el Ministerio de Relaciones Exteriores y en Madrid fui consejera de cultura. En mi vida a veces tuve más suerte, a veces menos suerte, pero siempre tuve que trabajar.

-          - ¿Le resultó fácil que le montaran sus obras de teatro?


-        -  Fue muy fácil que montaran mi primera pieza y la montaron muchas veces, lo que fue difícil fue que montaran El vasto silencio de Manhattan,  es una obra que nadie quería montar en Venezuela, que le gustaba a los argentinos pero a los venezolanos no, decían que había muchos personajes. Me acuerdo que Cipe Lincovsky le habló muchísimo a Carlos Giménez para que montara la pieza con ella pero Carlos era un hombre un poco complicado, tenía muchos compromisos y él parece que quedó hechizado con la obra pero por fin no la montó, pero sí supervisó un montaje de Vida con Mamá que yo no vi porque vivía en España. Finalmente después de muchos años la pieza la montó Gustavo Tambascio, con el que tengo una amistad preciosa porque después se fue para España cuando yo estaba allá, y con su hermana también, que ya murió lamentablemente, fue una gran amiga.



  “Como dijo José Balza, la madre y la hija de Vida con Mamá soy yo.”



"Hija
Asistí a una fiesta donde tocaba Billo´s Happy Boys. 
La gente engullía mucha ensalada rusa.
Madre
Por un exclusivo afán de conocimiento. 
Stalin, el marxismo.
(…)
Madre
Acaso venga un refugiado político.
(Se escucha un entrecortado tiroteo).
Hija
Oigo disparos. Otra vez, la policía de esta ciudad.
Madre
Es la verja del edificio. Al abrirse, suena como un disparo. 
¡El refugiado debería ya estar aquí!
Hija
Continúan los disparos. De noche, en las calles, 
hay más policías que prostitutas. Pronto los tipos que se acostaban 
con las putas, tendrán que hacerlo con policías.
(…)
Madre
Esos carteros fueron como honestos críticos literarios: 
comentaban las cartas que traían, como si las hubiesen leído. ”
Vida con Mamá, Elisa Lerner,  1975




-        -     ¿Vio Vida con Mamá su mamá?

-       -      La vio, sí,  estaba encantada.  Mi mamá fue tan feliz durante los montajes de mis piezas que hubo en ella un gran cambio, una gran cercanía, aunque ella me compraba la revista Billiken en mi infancia,  pero hubo una afectuosidad enorme a partir de que mi madre vio los montajes que hicieron de mis obras.


-       -   Alguna gente piensa que Vida con Mamá es su vida.
-         
-      -  Para nada. Tú sabes que una pieza o un libro pueden producir admiración pero también cierta forma de admiración anómala que es la comidilla y la envidia. Si fuera mi vida yo no hubiera podido irme a España, no hubiera podido seguir escribiendo, no podría vivir sola en un apartamento, no podría luchar sola contra un problema de salud terrible que es mi lucha contra la ceguera, que me viene desde muy joven. Pero en realidad ese no es mi problema, mi problema hubiera sido casarme con un señor venezolano  y que yo tuviera que salir a trabajar como una loca y no poder seguir escribiendo. Y tuve la suerte que desde el liceo me encontré con gente muy gentil, con poetas, que me dijeron, incluso mi profesor el Dr. Caldera, que yo era una escritora. El Dr. Velásquez también. Siempre. Yo quería trabajar para la cultura. En los años que estuve en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en  Caracas, trabajé con Eugenio Montejo,  nuestro insigne poeta,  en una revista que iba al exterior y también lo hice en Radio Nacional. Y yo no hubiera podido escribir si me hubiera casado. ¿Tú sabes lo que hubiera sido terrible para mí? Ocuparme de tener dos o tres hijos, de dar clases o de ser abogada en un ministerio o en un bufete para el cual yo no tenía especial talento ni vocación y además ir a por lo menos tres Bar Mitzvah semanales y una boda los sábados, ¿cuándo iba a pensar, cuándo iba a escribir?

-        -  ¿A su madre y a su  padre no les preocupaba que usted no quisiera casarse?

-        -  Mira, te diré que  finalmente a mi mamá no le preocupó, finalmente mi mamá entendió que lo mío era la escritura y que yo era muy particular.  Si yo hubiera conseguido un hombre que me apoyara como escritora, como Virginia Woolf que tuvo un marido que hasta le aceptaba sus supuestas aventuras lesbianas, aunque ese no es mi caso, porque no soy lesbiana, hubiera sido estupendo. Siempre me han gustado los hombres pero no hasta el sacrificio de mi escritura, no como una pasión malsana.
-         
- -   ¿Usted es religiosa?

-       - En mí está muy presente la herencia judía pero esta se expresa a través de mi escritura. Yo no soy de mucho hablar.




“Escribir es a veces como un navío que se nos escapa… 
Una victoriosa botella de vino que estalla en pedazos y que no mancha 
manteles sino algo más arduo e intenso con lo cual nacimos.” 
El país odontológico, Elisa Lerner, 1966





-         - ¿Está escribiendo ahora?

-         - Sí, estoy escribiendo algo.

-       -   ¿En qué  genero?

-         - No sé cuál es el genero, tú sabes que ahora los géneros… (Duda si contarlo o no). Es prosa.

-          -¿Cuándo lo podrá mostrar al público?

-       -   No, no sé porque no sé cuando lo voy a terminar porque el año pasado estuve muy mal de salud y este año… ojalá lo pueda terminar. Tengo varios años en eso y me doy cuenta que había fallado mucho, que estos años no lograba como la tersura, tú sabes, como si tú te pusieras unas cremas en el cutis y ese no es el tratamiento adecuado.

-          - ¿Escribe todos los días o cuando se siente inspirada?

-          - No, escribo cuando la vida me lo permite, porque tengo muchas cosas que a veces que me lo impiden.

-          - ¿Le cambió la vida ganar el Premio Nacional de Literatura?

-        -   No, para nada.

-          - ¿No se le abrieron puertas para publicar más, para que le montaran más obras de teatro?

-       -   No, no creo. Pero Blanca Pantin  reeditó Carriel por tercera vez, y prácticamente escribí un nuevo libro desde su primera edición que tuvo un prólogo muy lindo de Ramón J. Velásquez. Monte Ávila, que dirigía Alexis Márquez, me publicó un libro de crónicas y después publiqué un pequeño libro con los relatos que escribí en Madrid,   Homenaje a la Estrella y  la novela De muerte lenta, que la terminé en el 2005 pero salió a comienzos del 2007. Pero no creo que nada de esto tenga que ver con haber ganado el premio.

-         -  ¿Con qué genero se siente más identificada?

-        -  Mira, te voy a decir lo que dice de mí Carmen Ruiz Barrionuevo, que es la directora de la cátedra Ramos Sucre de la Universidad de Salamanca, una mujer sumamente humana y muy sabia, entrañable, ella escribió un ensayo y dice que en mí hay un plural asedio a la literatura que desborda los géneros. La gente no sabe que yo a los 16 años escribí varios poemas en prosa, no muchos, unos tres y uno salió en El Heraldo, que era un periódico con mucho prestigio en ese momento. Entre los 16 y los 23 años escribí un libro de relatos pero en el camino se perdió. Y comencé a escribir crónicas y teatro y tenía una novela que se desarrollaba en Nueva York. Cuando conocí a Emir Rodríguez Monegal él se interesó en la novela,  yo le leí unos capítulos y me dijo que ahí había una novela estupenda. Pero cometí el error de leérsela a otra persona, porque era como un elogio desmesurado ese comentario viniendo de Rodríguez Monegal para una joven venezolana, y la respuesta no fue buena, entonces me desanimé, no seguí el libro y eso me apartó de la narrativa.  Después, quizá por la muerte de mi mamá, la enfermedad, los cambios en el país, me fui  hacia la narrativa. He publicado un libro de relatos breves y una novela. Hace poco publiqué una crónica de un recuerdo de juventud, de cuando conocí a Ruiz Pineda por casualidad en casa de mi hermana, que era un líder, un hombre muy sacrificado por la dictadura de Pérez Jiménez, un tesoro de nobleza, y esa crónica tuvo un gran impacto. Pero ahorita estoy escribiendo este libro  que se podría decir que es una novela, un relato, una simulación de memoria, no sé lo que es.

-          - Y no quiere adelantar nada.

-          - Es que no puedo adelantar nada porque no sé si lo termine, veo que  lo anterior no fluía como  yo quería, en fin, tengo mucha inseguridad. Y tú sabes que los adelantos…

-          - Siempre son malos.

-          - Bueno, me fue mal con mi primera novela que quedó trunca.

-         - Usted fue detenida durante la dictadura de Pérez Jiménez.

-          - Sí, pero eso fue una cosa como accidental, realmente la que fue una gran luchadora contra la dictadura fue mi hermana Ruth y mi cuñado, que murió en diciembre. Pero lo mío fue un accidente: yo había recibido unas cartas que eran muy graves para el régimen, porque un amigo nuestro, desesperado en su lucha contra Pérez Jiménez, no midió que mi casa estaba muy  vigilada. El Dr. Ramón J. Velásquez siempre me dijo: usted de opiniones pero no se complique porque su mamá no está bien y papá estaba enfermo, murió al poco tiempo, y Ruth estaba afuera. Pero sin darme cuenta me compliqué, esas cosas como de locuras de la juventud, pero fue una experiencia tremenda.

-          - ¿La encarcelaron?

-        ¡  -No, no! Estrada… yo no sé cómo le hable a Estrada con mucha soltura.

-      -    ¡¿Pedro Estrada fue el que la interrogó?! (El temido y sanguinario jefe de la Seguridad Nacional)

-          -Sí y cuando yo vi que el interrogatorio era con Estrada me dije: aquí no me va a pasar nada.

-          -¿Por qué?

-        -  No sé por qué tuve esa intuición. Yo sabía que la casa estaba vigilada hacía tiempo, sentía que algo pasaba con el teléfono, que me seguían unos tipos, fue terrible, terrible, y la noche anterior no pude dormir, fue algo terrible. Y Estrada me dijo: cómo una muchacha bonita, de una familia judía, se  junta con esa gente, los adecos, unos ladrones, no la quieren, cómo va a estar en esto. Y yo tenía un libro de un amigo mío, del grupo de la revista Sardio donde yo comencé a escribir, Adriano González León, que se llamaba Las Hogueras más altas y con ese nombre y con la carátula que era  un poco naranja se podía pensar que era un libro comunista. Y entonces él me dijo: ¿Qué opina usted de Adriano el escritor? Y yo le dije: y bueno, quién va a hablar sobre  las autopistas y yo pienso ser escritora, ¿qué le parece señor Estrada? Y así se mantuvo el diálogo.

-          -¿Y la soltaron?

-         - Me soltaron.

-        - ¿Y nunca más la molestaron?

-       -   Por teléfono me fastidiaban mucho, en la noche sobre todo. Pero afortunadamente me detuvieron en julio  del 57 y ellos cayeron en enero del 58.

-        -  ¿Quedó aterrada después de eso?

-        -  Quedé aterrada, sí, por un tiempo nada más, me encerré un poco, no presenté todas las materias ese año. Y yo había recibido  esas cartas porque era difícil decir que no porque la situación del país era difícil y porque tú en la juventud no mides, no haces cálculos porque crees que tienes todo el tiempo a tu favor.

-        -  Ahora cuando mira a este régimen, ¿hace cálculos?

-         - Es que me ha tocado de otra forma.

-         - ¿Cómo se siente con esta realidad?

-         - De esta realidad lo que más me ha tocado es la enfermedad de mi hermana.

-          -¿Y la situación política?

-        -  Mira… es poco lo que te puedo decir.  Cuando me dieron el Premio Nacional, tengo el orgullo, eso sí, de que dos de los jurados fueron  Eugenio Montejo, uno de nuestros grandes poetas, y Salvador Garmendia, uno de nuestros grandes prosistas, que murieron poco tiempo después, entonces es un premio nacional muy grande para mí. Pero mira, sobre esto…yo prefiero que la gente lea lo que yo escribo.



¡Extraño día que me despoja de los puentes de la ciudad mientras los 
árboles de primavera, todavía, no despiertan el cielo!” 
El vasto silencio de Manhattan, Elisa Lerner, 1963-64






Caracas 13 de mayo 2012


Todos los textos extraídos del libro: 






 
Dita Cohén o las piedrecillas del futuro/ Elisa Lerner


Si me preguntan sobre algún castillo que, a mi paso por España, me causara impresión digo que para mi no hay castillos más imponentes que aquellas casas y calles donde tuvo lugar mi infancia. No son, ahora, sitios especialmente recomendables. Incluso en alguno de ellos puede estar al momento (un momento que se eterniza) algún terreno desmantelado que funge de estacionamiento o una casa de pensión, densa e impresentable. Las pocas u ocasionales veces que pasamos por esos lugares creemos que ya es de noche. Noche de pocas farolas. En fin,  trazada al carbón como esa de la calle Aribau en la Barcelona de mísera posguerra de la novela “Nada” de Carmen Laforet.

Pero, a través de ese triste carbón ciudadano, se cuelan nítidos recuerdos de infancia. Se cuela, por ejemplo, un castillo de la memoria donde descuella Dita Cohén como una de sus más lujosas habitantes. Para ello camino a prisa pero sin cansarme nunca. Porque mis pies hacen el recorrido protegidos por la larga alfombra negra rumana con alegres motivos rojos y verdes que atravesaba la casa de los padres de Dita en Las Flores de Puente Hierro. Y, donde el reino de la felicidad estaba instalado en una inolvidable cocina donde la abuela materna era excelsa anfitriona. Año: ¿1944? ¿1945? Toco en el timbre de oro del tiempo pasado. “!Dita! ¡Dita!”. Oigo la voz de las maestras, la de su hermana Marianne. Nadie puede con esa chiquilla que corretea por los patios de la escuela a su aire indócil.“!Omamá! “!Opapá!”. Pero hará su  aparición de inmediato cuando alguno de   abuelos o el padre moderno que viene conduciendo su coche, estén allí en su búsqueda.  Es que en la pequeña Kohn el afecto, los lazos familiares serán, desde siempre, una disciplina importante del corazón.

Años en que algunos pudieron creer que Dita solo era  una chiquilla sumamente despierta y traviesa. En esos retratos que  nos regala el tiempo creo verla de nuevo. En medio del juego veloz de su cuerpo de niña fornida, un rostro tostado ligeramente por la luz semítica y donde las mínimas y abundantes pecas son las piedrecillas de futuro para la ardua caminante –luchadora- que ha sido. Observen con atención ese retrato que me regala el tiempo. Unos ojos de mirar absorto tras un propósito de sueño por realizar que no escatima el mirar, también, juicioso y detallado en torno a las cosas del mundo. Pese a que en ella la generosidad es una pasión no sometida al regateo. Es algo que me consta desde esos años de infancia. Un lunes llegué llorando a la escuela. El pregonero había olvidado traer junto a “El Nacional”, el ejemplar del suplemento literario donde yo devoraba los reportajes de Ida Gramcko Al día siguiente, Dita (una pequeña que no llegaría a los 10 años) se presentó, muda y regocijada, con el ejemplar del suplemento.

Ahora festejamos el casi cuarto de siglo que Dita Kohn de Cohén ha entregado al teatro, primeramente, fundando el grupo “Prisma” que durante años mantuvo su sede en lo que fue el antiguo teatro “Caracas”. Nada menos desde donde la bella y famosa actriz Pepita Serrador nos hizo padecer en un dramón de Darío Nicodemi y se oyeran las voces de los “Niños cantores de Viena”. Pero, en “Prisma”, también, nada menos, contó con gente de la calidad escénica de un Omar Gonzalo. No extraña en Dita esa vocación profunda hacia el teatro al proceder ella de una familia judía. Los  judíos con miembros de una parentela fragmentada –muchas veces diezmada- por una historia adversa, en el ir y venir del escenario, encuentran consuelo en esos  parientes de ficción que son los personajes de, pongamos por caso de Arthur Miller. A veces no tan distintos de otros parientes de la verdad consanguínea. Pero, de igual manera,  casi de ficción, porque un largo avatar, una larga desdicha, hizo que, en ocasiones, solo se les haya conocido a través de cartas remotísimas y de fotografías desleídas.
 
No he dejado de preguntarme acerca de los orígenes de una intensa vocación hacia el teatro por parte de Dita. Y, claro, la repuesta es muy clara. A media cuadra de la escuela pública para niñas donde Dita, su hermana Marianne y servidora cursamos primaria estaba el Teatro Nacional ocupando una esquina. Toda vocación inagotable  viene de la niñez. No sé de qué artimañas se valió Dita. ¿No se tiene dicho que era ella una niña muy lista?  Pero, de seguro, fue esa su primera emprendedora aventura de éxito. Entrar al gran teatro, vecino a nuestra escuelita, maravillarse con lo que sucedía en la escena y persistir.



Caracas 2007
Texto cedido por la autora.
Publicado en el programa de mano
"Tres dramaturgas del silencio al estallido"
temporada teatral en el Ateneo de Caracas
en homenaje a Esther "Dita" Cohen 






 Elisa Lerner o el plural asedio a la escritura / 
Universidad de Salamanca

Elisa Lerner (1932) es un ejemplo, dentro de la literatura venezolana, de acentuada inquietud por el desbordamiento de los géneros de la escritura. Muy recordada por su faceta de dramaturga desde el estreno en 1960 de Una entrevista de prensa o La bella de inteligencia, también publicada en ese mismo año en la revista Sardio grupo de vanguardia en el que se integró. Le han seguido otras varias obras dramáticas como El país odontológico (1966), La mujer del periódico de la tarde (1976), En el vasto silencio de Manhattan (1964), El último tranvía (1984) y Vida con mamá (1975), todas ellas recuperadas hace pocos años junto con La envidia o la añoranza de los mesoneros en un único volumen que, con el título de Teatro (2004), prologó Rodolfo Izaguirre. 

Entre todos esos títulos, sin duda la que le ha dado mayor fama es Vida con mamá, en la que se entrelaza un ininterrumpido diálogo entre una hija y una madre de la ajada aristocracia venezolana, cuyo pasado se confronta con un presente inexorable. En ese espacio dramático, sobrio y desvaído, algunas imágenes olvidadas emergen como fantasmas irrecuperables de lo que ya pasó, como el “traje de novia”, atuendo que evoca distintas vivencias en las dos mujeres, y si la madre setentona destaca que las novias se tomaban retratos con collares “nítidos y disciplinados” en referencia al “ordenamiento a que estaban expuestos los que se casaban” (Teatro: 161), la hija, ya en la cuarentena, ironiza acerca del paradero de tan “dudosos collares” trascendiendo en una crítica que va más allá de sus experiencias cotidianas, pues se llega a preguntar inquisitiva: “El diálogo ¿siempre ha sido un desprestigio en el país?” (Teatro: 162). Tras ese intercambio de frases, chispeante, inconexo adrede, como muestra de su desacuerdo, brotan temas tan trascendentes como el paso del tiempo, la mudanza de las costumbres que ha relegado sus vidas a meras antiguallas: lo que pudo ser y ya no fue adopta en el recuerdo la forma de una visita eternamente esperada. Todo ello con un trasfondo en el que alienta tanto la crítica social de los acontecimientos del siglo XX como la observación de un entorno, al parecer frívolo, de la que brota la insatisfacción y la amargura de sus vidas. Y es que tras estas imágenes alegóricas de la vida familiar se asienta una mirada lúcida y crítica acerca del papel de la mujer en la sociedad venezolana, que Lerner trata con un con un incisivo y reflexivo humor. Puede observarse en ésta y otras de sus piezas, y siguiendo la acertada valoración de Rodolfo Izaguirre en el prólogo de la compilación a su teatro, cómo sus obras están pobladas de mujeres con diálogos personales y dinámicos “que cruzan iluminados espacios intelectuales convertidos en dardos, flechas, saetas” (8) y cómo enarbola con total maestría “la ironía y la mordacidad como estilete y un total regocijo en la palabra que nombra y adjetiva” (8). Es así como desde muy pronto la autora ha creado una muy personal retórica o un lenguaje femenino propio, que usa con la eficacia que le da su oficio para propiciar una máscara que obliga la comunicación.

A la vez que como dramaturga, si por algo es conocida Elisa Lerner es por sus crónicas, un tipo de escritura que ha transitado con mayor continuidad y que como género híbrido, fragmentario y marginal, se ajusta perfectamente a sus propósitos, pues facilita la posibilidad de pliegues subjetivos, la ausencia de solemnidad, la inserción de lo lúdico y humorístico, y la gran variedad de temas cuya eficacia en ser abordados sólo depende de su inteligencia y de su sensibilidad. Y sobre todo impone una marca muy suya, pues está dotada de una relevante capacidad de crítica, pero también de irreverencia y de cosmopolitismo, que se subraya con el uso del archivo de los avatares de la frivolidad femenina, sus tabúes y sus condicionamientos, y mediante el cual, trasmutados por el tiempo y la memoria, se acendran para trazar el retrato de la sociedad venezolana.

 Dentro de la variedad de su mirada, Lerner impone un hacer que recupera más habitualmente el pasado que el presente, aunque de ambos encontremos variada temática, a los que superpone como técnica un barroquismo que obliga a repensar el mecanismo mismo de la escritura. Si en su teatro diálogo y monólogo son los recursos básicos, en la crónica se establece el reino del monólogo, no en vano ha destacado como rasgo fundamental de su variada obra “una vocación casi nativa hacia el monólogo”. En realidad sus textos breves, sean crónicas o ensayos, han ido apareciendo sin distinción aparente en libros como Una sonrisa detrás de la metáfora: ensayos (1969), Yo amo a Columbo o la pasión dispersa (1979), Carriel número cinco. Un homenaje al costumbrismo (1983) y Crónicas ginecológicas (1984). Y más adelante, Carriel para la fiesta (1997), En el entretanto (2000), y Homenaje a la estrella que incluye tres textos que alcanzan una mayor definición de cuentos y que apareció en 2002. El Premio Nacional de Literatura que le concedieron en 1999 ha propiciado la recuperación de muchas de sus obras, y es entonces cuando se ha podido apreciar que la escritora venezolana maneja el texto corto, sin preocupación alguna de encasillarlo dentro de un etiquetado genérico, sino como un marco que lo hace capaz para múltiples instancias: la nota, el apunte breve, la reseña, la reflexión sobre un motivo o sobre una determinada obra literaria, o bien el ensayo y hasta el cuento. Así puede observarse cómo lo cotidiano y el pasado se armonizan en una parte de su prosa, siempre espoleados por el esfuerzo de la memoria, como en los textos incluidos en Carriel para la fiesta, reescritura del libro precedente de parecido nombre, donde incluye recuerdos varios de la infancia, vividos y tamizados por la nostalgia, como “Adolescencia en San Bernardino”, o bien otros en los que asoma la ironía acerca de la valoración de los prejuicios de lo femenino, como en “Soberano regaño para Madame Simone” o “Carta donde se opina sobre Corín Tellado”, textos ambos en los que se desgrana una recuperada visión intrahistórica del mundo de las mujeres venezolanas o de las costumbres de las familias judías como en “Adiós bojote”. Pero a ello hay que añadir que el mundo de la escritura y de los escritores llega a constituir un peculiar subtema que es tratado con irónica y divertida mirada en “Fiesta con las galleticas María” o en “Visitas de un joven espabilado”. Y es que el mundo que Lerner presenta en sus textos no se reduce a un solo ámbito, muchos de los aspectos de esa sociedad venezolana pasan a ser contemplados para ser exorcizados en sus rasgos característicos, sus vicios y defectos, pero siempre teniendo en cuenta que esos entornos, para integrar el ámbito de sus crónicas, tienen que acceder mediante un sujeto femenino, que es ella misma, pues no entiende de otra manera la escritura, sino que cualquier motivo tiene que ser aprisionado y recreado por una mirada y por un estilo que los coloca bajo el efecto de su lente. Esa lente que es su estilo naturalizado en el paladeo de la palabra, en la línea zigzagueante del discurso, porque si el tema hace referencia a cualquier suceso, libro, o escena social, su escritura aglutina las referencias que forman el sustrato de la época, y muy primordialmente en el ámbito de lo femenino, la moda, las telenovelas, las revistas, las reuniones sociales y literarias, y aleteando sobre toda temática posible, el paso del tiempo y el padecimiento de la soledad. También, además, tras estos cuadros, siempre existe un envés de trascendencia, la reflexión sobre el propio país que enmarca una mirada sociológica del mundo venezolano, pero en este caso realizada desde una perspectiva al margen, desde una superada subalternidad que se trasmuta en ironía, en humor, en distancia. Por eso se explica que todas sus obras tengan referencias autobiográficas y que precisamente ese hecho sea el que proporcione la mirada al sesgo.

Nacidos estos textos como crónicas que van apareciendo con periodicidad en la prensa, muestran su variedad y su eficacia, por ejemplo, en las reunidas en el librito que le publicó Monte Ávila con el título de En el entretanto, acerca del cual ha dicho Judith Gerendas que en su raíz está la capacidad de la autora para inventar y fabular, para “producir imágenes visuales y pensar a través de ellas, así como también el proceso inverso, la capacidad de transformar sus ideas en imágenes sensibles”, con las que asocia “La percepción plástica de los objetos, la exquisita y refinada mirada captando la condición del mundo material, todo ello [es lo que] le permite a la autora potenciar el proceso de la evocación y lograr hacer reverberar las reminiscencias”. Desde luego que esta compilación es un buen ejemplo de cómo la crónica se moldea en sus diferentes temáticas sin perder su eficacia y su capacidad de sorpresa, desde ese hablar de si misma, como ante un espejo, en “Dedicatoria con pluma fuente de infancia” hasta las reflexiones literarias tan distantes como las que se apuntan en ensayos como “La desazón política en Teresa de la Parra” y “La Jerusalén de Guillermo Cabrera Infante”; si en el primero Lerner reivindica para la narradora venezolana una mirada crítica y sutil de la dictadura gomecista, en el segundo destaca la “chistera de imágenes” del cubano, el choque de sus insólitos adjetivos,  su “detallado y punzante soliloquio en la noche de una rumba vertiginosa y verbal del idioma”. Ambos son trabajos en los que a la par que lee a otros escritores se descubre a si misma, indaga sobre su escritura, porque como ya anotó Judith Gerendas, aparte de reivindicar en muchos de sus artículos la figura de la mujer escritora, su interpretación de la obra de Teresa de la Parra tiene mucho de ars poética, ya que Lerner entiende de la misma manera sus propios textos, con la misma y solapada mirada crítica. Y desde luego algo idéntico puede decirse de Cabrera Infante para el que supone la misma mirada judía de entender el cine y la escritura.

La crónica alcanza la dimensión de cuento en Homenaje a la estrella que recoge tres de sus crónicas con mayor desbordamiento hacia el relato, desde el recuerdo infantil pulsado en “Las amigas de papá”, pasando por el espectáculo regocijante y sobrecogedor de “Con viola al fondo del ojo”, y el que culmina y da nombre al libro “Homenaje a la estrella”, magnífico relato que Rubi Guerra incluye en la antología 21 del XXI, y del que destaca la “minuciosa reconstrucción de una vida ajena” (12), a través de cuyo entramado la compulsiva protagonista encuentra la felicidad. Los ingredientes de verosimilitud que proyecta se apoyan en la fuerza de esa prensa del corazón respecto al sector femenino, pero también en una desusada pasión por las vidas ficcionalizadas por el cine: todos los detalles biográficos ofrecidos tienden a identificar a la famosa y admirada estrella con la actriz Elizabeth Taylor, nacida en el mismo año que la venezolana, y a cuyo homenaje dedica su vida la protagonista del relato, una mujer que también se nutre de elementos biográficos de la propia escritora pues tal y como suele hacer en sus crónicas, Elisa Lerner se entraña con los hablantes de sus escritos y les dota de sus vivencias, vividas o imaginadas. Con ello esa “forofa sin fatiga de las revistas del corazón” (82) cuenta en primera persona su experiencia en la que llega a anular su propio sentimiento para gozar el consuelo de sentirse colmada en la experiencia de una vida otra. El fracaso, expreso en su relato de las ilusiones juveniles prolongado en un resignado y aburrido matrimonio, se agudiza con la erosión del tiempo en su apariencia física y la llegada de la menopausia: “Tus gestos en la pantalla me decían: “Sígueme”. De esa manera, nunca sentí mi fracaso. Tu triunfo anegaba una abnegada soledad. Mientras te miraba hacer en la pantalla, los orgasmos navegando por mi cuerpo, como barquitos de sangre, me convertían en una mujer plena, poseedora de una vagina notoriamente bulliciosa” (74). La ironía acerca de las vivencias exaltadamente sentimentales están tensadas por el abismo que las separa de la distancia ideal de la pantalla, y gracias a la cual la cruda realidad se camufla por los valores añorados hasta tal punto que llegan a vivirse y casi habitarse: “De esa manera no es descabellado que, a veces, piense que he sido yo la que estuvo casada con un otoñal canoso actor británico y en ninguna ocasión con el ingeniero hidráulico. Pero da lo mismo un marido que otro. Ambos eran igual de aburridos” (78). Y es que este gesto encubre algo más trascendente, el carácter subalterno de la mujer en la sociedad del siglo XX y la necesidad de su liberación, y junto a todo ello, la tremenda soledad que la protagonista solo rompe en su diálogo con el quiosquero y en los pequeños caprichos cotidianos (“Perfumería ‘Álvarez Gómez’, donde un día de agosto solitario, […] cometí ¡Oh!, la extravagancia de comprar un bolso, bordado todo él con sedas de juiciosa pasamanería azul petunia, que uso para ir a comer, siempre, solita” 84). 

Si ya hemos apreciado que tras la escritura de Elisa Lerner asoma un mundo poblado por el kitsch de las motivaciones tópicamente femeninas que toman el sentido más trascendente de “una agradable escapada de la monotonía de la moderna vida cotidiana” (Calinescu 224), no se puede eludir por tanto el ámbito social al que tiende y en el que está inserto. Ello explica que se haya sentido motivada a la realización de una  obra de mayor ambición en su novela De muerte lenta, aparecida en 2006, tras la cual hay ya una más explícita alusión política a la historia de la democracia venezolana, y en concreto en torno a la figura de la fugaz presidencia de Rómulo Gallegos, de febrero a noviembre de 1948, fecha en la cual derrocado por un alzamiento militar tuvo que abandonar su cargo. Claro que a partir de ese momento las referencias a otros aspectos de la historia de su país surgen de las vivencias de los personajes, desde la dictadura de Pérez Jiménez en los años 50 hasta el “viernes negro” de febrero de 1983, episodios todos que marcan la historia reciente de Venezuela y el tambaleamiento de sus valores democráticos. Pero la autora evita confrontarla de una manera directa, para hacerlo indirectamente a través de un joven tesista que en la mitad de la década de los años 80 se enfrenta con los funcionarios que lo conocieron, como el Doctor Pedraza, cuyo introductor, llamado del Gran Poder, es Cesáreo López, secretario de varios ministros.

Los distintos títulos de los capítulos no quieren evitar el carácter de crónicas pues su característica personal es la digresión, el detalle y la voluta observadora, los toques de ambientación, y la valoración a su través del poder autoritario, que en realidad constituyen intromisiones de la autora, pues no se trata en realidad de una novela histórica al uso sino de una obra de ambientación en la que la crónica y los episodios de cada capítulo trazan la visión de un entramado sociológico. Y todo ello sustentado con una documentación que no se oculta, tal y como se pone de relieve en la nota final. La crónica gravita a cada paso, como se pone de relieve en el capítulo segundo, “Aires marinos”, situado en el club de playa con las damas israelitas, donde su mirada maestra no evita latigazos descriptivos como: “Su boca era como una cajita de Limoges, chirriante, de color violeta, que cerraba mal” (28).  O también cuando en  el capítulo 3, en el que el estudiante va resaltando facetas conocidas de sus vidas, sus amoríos y veleidades, chismes y agudezas, donde en definitiva se advierte que esos datos del Club interesan más que recobrar la figura de Gallegos  pues “Gallegos presidente ha sido, casi, una joven ficción de la historia” (68), y en cambio la crónica social se incrementa en capítulos como el 5, “Hacia una noche de crónica social”, donde la charla incesante puede llamar a engaño, al evocar casi compulsivamente esas vidas, surgiendo así la aglomeración, el fragmento, rasgos de vanguardia y mucho humor, actitudes que rompen la seriedad de la historia de cuya pose puede ser emblemática la actitud de cierta dama: “A mi la ambigüedad me ha dado fenomenales resultados en este país. Nunca me he opuesto a nadie. Pero, nunca he estado a favor de nadie” (87) y más aun puede encontrarse una clave de actuación en la frase del profesor González cuando dice  que “Los zumbidos de moscardón que, en ágapes diversos, sueltan nuestras clases del privilegio económico en torno a reales, supuestas o, al mismo tiempo, casi reales y también, casi supuestas intimidades del poder han sido su indolente manera de hacer política” (88). Banalidades y retazos de conversación, chismes y fisgoneo, hasta llegar al convencimiento de que rescatar la fiesta galleguiana producida a comienzos de 1948 es imposible: “¿La fiesta galleguiana, casi a principios del remotísimo año 1948, otra ruina de Palmira? ¿Otro hundimiento fatal, nunca rescatable?” (143). Por eso el tesista acaba de dejar de ser investigador de la historia para convertirse en detective amateur (146) y volcarse en la búsqueda de otros personajes. Pero será poco lo que consiga, todo lo más llegará a convencerse de que “Gallegos siguió siendo el presidente de la república para aquellos caídos de la mata, creyentes fervorosos de la literatura como primigenia virtud de la democracia” (162). Por eso: 


“¿Auge y caída de Gallegos? ¡Auge y caída de nosotros mismos!” (163) “Mi creencia es que gallegos se viene abajo no por una razón política determinada. Responde, más bien a que el alma nacional, para nada, es literaria. En este país, no en balde, los escritores somos almas en pena” (165) 


A partir del capítulo 8, “Conferencia de prensa de la escritora Alma Blatt,” los hechos se precipitan, los capítulos restantes son más cortos y van resolviendo la trama sin evitar sus digresiones características al mismo tiempo que el tono reflexivo “Sí ‘Hubo un momento que parecía que iba a ser estelar y no lo fue: la presidencia de Rómulo Gallegos, el año 48, frustrada casi de inmediato. Parecía que íbamos a transitar hacia otro país. No fue así” (212). De igual modo que la revisión histórica está realizada con ironía en la que no cabe el sarcasmo pues como ella misma dice: “El sarcasmo es la ironía de gente muy desplazada por la vida. No añora las cosas bellas porque las desconoce, las teme” (194), la misma autora advierte el carácter de collage o de “artefacto”,  como ha dicho Carlos Pacheco, al presentar su novela, pues exige esfuerzo al lector, llegando a definirla como “un collage de imágenes-episodios, intervenidos con irreprimida irreverencia, para provocar una secuencia de impresiones memorables. Cada capítulo sería un gran lienzo de una muestra serial”. Que la misma escritora es consciente de ello lo indica que en un momento dado el autor de la tesis se disculpe: “Pido excusas si por entre estas  páginas los personajes entran y salen en desorden, algo silvestres, criaturas indómitas que no lograran, a tiempo, sintonizar con un relojero cortés” (144). No se puede evitar pensar la repercusión metaliteraria que tienen tales palabras respecto a su novela.

          En definitiva la obra de Elisa Lerner se desenvuelve por los cauces de una personalísima escritura, desbordante, irónica, agudísima, cualquiera sea el género que la sustente.


Universidad de Salamanca


Bibliografía:
Lerner, Elisa: Carriel para la fiesta, Caracas, Editorial Blanca Pantin, 1997
Lerner, Elisa: De muerte lenta, Caracas, Fundación Bigott/Ed. Equinoccio, 2006
Lerner, Elisa: En el entretanto, Caracas, Monte Ávila, 2000
Lerner, Elisa: Homenaje a la Estrella. Tres relatos de Elisa Lerner, Caracas, Oscar Todman Editores, 2002
Lerner, Elisa: Teatro, Caracas, Eds. Angria, 2004
Judith Gerendas, “Elisa Lerner en el entretanto del fulgor” en Verbigracia, suplemento de El Universal, 12, 1, 2002.
Perdomo, Alicia: “Monólogos en el vasto silencio del escenario”, en Ciberayllu [en línea], 15 de agosto del 2005
Rubi Guerra (sel. y prol.): 21 del XXI. Antología del cuento venezolano del siglo XXI, Caracas, Eds. B, 2007.
Carlos Pacheco: “Una carta para Elisa Lerner” en Papel Literario de El Nacional, 5 de enero de 2008.
Calinescu, Matei: Cinco caras de la modernidad. Modernismo, vanguardia, decadencia, kitsch, posmodernismo. Madrid, Tecnos, 1991.





Vida con Mamá de Elisa Lerner /   
Universidad de California, 1980


“(...) Sin embargo, la obra de Elisa Lerner posee asociaciones claramente políticas. La Madre, por ejemplo, habla “de los años de la dictadura gomecista”, recuerdos y épocas. La Hija, en cambio, se refiere a los años de Pérez Jiménez y luego, a la democracia. La soltería traumática de la hija representa, al decir de la escritora, “la soltería nacional porque nadie logra casarse con la democracia ni con el país, porque el país es como el macho que no logra satisfacer a su pareja."[1]

(…)

“Estructuralmente la obra está dividida en dos actos, a la vez subdivididos en historias y anécdotas –con su respectivo título- que proyectan de manera fragmentaria la historia de Venezuela a partir de la muerte de Gómez. 

El primer acto incluye seis historias cortas: 

“Jacobo Kramer”, que constituye la añoranza de la vieja Caracas;  “El traje de novia”, la nostalgia de los 30 y principios de los 40, cuando los collares de perlas “disciplinados y nítidos” en el cuello de las mujeres simbolizaban la estabilidad y el ordenamiento predominante; “La hora en que mataron a Lola”, sobre la inestabilidad política de fines del 40 (muerte del presidente Chalbaud, junta militar, presencia de Pérez Jiménez); “La cigüeña”, la interferencia extranjera; “El cochecito del bebé”, la dependencia; “Allende”, un crimen en la conciencia latinoamericana.

El segundo acto incluye doce escenas:

“Mercedes (Benz)”, que implica la sociedad de consumo; “Carlitos”, la banalidad política; “El tranvía”, la evocación de un modo de vida desaparecido; “Mimí”, la desilusión de la democracia: “los viajes”, el advenimiento del progreso; “Declamación”, sobre las tristes declamadoras, “las que elevaron las primeras voces”, “porque tristes eran nuestros países”; “La cocina”, receta de ingredientes históricos heterogéneos que incluye a Kissinger; “El cuento del gallo pelón”, o la posibilidad latinoamericana “que no llegó a cuajar”; “El dictador”, sobre la época dictatorial; “Evocación”, las mecedoras de mimbre  como símbolo de un tenso compás de espera; “Allende”, ¿asesinato  o suicidio?; “Final”, cierre del circulo de los juegos con el recuerdo de Jacobo Kramer, el cartero de ojos azules, al compás de “La cucaracha”. 

La falta de autenticidad, la improvisación, la ausencia de memoria, en fin, el desarraigo histórico –tema constante de la intelectualidad venezolana- ha sido llevada a escena de manera sagaz y hábil en esta última obra de Elisa Lerner. Por un lado, ha logrado entretejer la anécdota íntima sicológica-freudiana de sus personajes con la anécdota histórico-política venezolana. Por otro, ha utilizado eficazmente un sostenido contrapunto emocional con el que logra producir el juego teatral.
(…)

“El desarraigo en el teatro venezolano”
Ateneo de Caracas
1980





[1] Elisa Lerner: soy una intelectual a pesar mío”,  Miriam Freilich, Imagen (Caracas) 1975











Elisa Lerner: "La señorita que amaba por teléfono" (novela) / artículos de Alberto Márquez, Carlos Sandoval, Alicia Freilich; fotos de Roberto Mata, Beatriz González y Efrén Hernández / El Nacional, 9 de abril y 16 de diciembre de 2017; Ideas de Babel, 4 de marzo de 2017; Nuevo Mundo Israelita, 12 de mayo de 2017






Elisa Lerner: una vela encendida

Palabras pronunciadas con motivo de la presentación de la última novela de la cronista, La señorita que amaba por teléfono, editada por Fundavag en el 2016. La presentación estuvo a cargo de Alberto Márquez



Elisa Lerner. Foto Roberto Mata




Por Alberto Márquez
09 de abril de 2017

Leyendo, pues, a Lerner, celebramos las sucesivas muertes de un país. Ella tiene esa cualidad: nos induce al goce por la vía del descuartizamiento. No por nada se la ha llamado Sádica Elisa.
Milagros Socorro


La buena escritura tiene un ingrediente soñoliento que no siempre manejan los más espabilados: un misterio rápido como el vuelo de una mariposa inesperada y bella.Elisa Lerner


Les pido que no se vayan a asustar si comienzo por leerles las últimas líneas de La señorita que amaba por teléfono. Les aseguro no revelar nada que pudiera precipitar un desenlace, cuyo ocultamiento fuera capaz de arrebatarles parte del gozo de leerla. No es como esas películas trabajadas de tal manera que se prestan a la revelación de un acertijo que, de saberlo de antemano, acaban con el hechizo que nos mantiene pegados a la trama para saber qué va a ocurrir. Es como si le dijéramos a alguien que se acerca a una obra de Armando Reverón que el tema de un cuadro es, por ejemplo, digamos por caso, un cocotero. Ni siquiera si fuéramos más allá para decir que trata sobre la luz, la luz del trópico. En nada estaríamos perjudicando su acercamiento. Pero se me hace, en cambio, que tal vez pueda servir de ayuda al lector de esta novela entregar algunas claves que nos acompañen para no perdernos, aunque extraviarse un poco en su lectura también es un estímulo. Así termina este libro, la segunda novela de Elisa Lerner:


“Desde mi pequeña terraza —esperanzada— miro caer las hojas de un árbol catedralicio en el techo de zinc del edificio de enfrente como dulce llamarada de otoño tropical. Solo me inquieta la harina ignota, desconocida, que se apodera de la montaña cercana cuando comienza a llover. Temo que la montaña blanca oculte los recuerdos más íntimos del país”.


Este pequeño párrafo, de hecho las últimas líneas de la novela, tal vez sería suficiente material no solo para penetrar en el mundo que habita en estas páginas, sino también en la obra toda de Elisa. Hay escritores que parecieran haber nacido con una misión y que van tras ella contra todas las adversidades; con tonos diferentes, en géneros y modulaciones distintos, festivos o melancólicos. Ya lo escribió Truman Capote en el prefacio de Música para camaleones: «Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse». La tarea de Elisa, la que tal vez desde su primera juventud se le impuso, fue la de hacer memoria. No es poca cosa en un país al que siempre se ha caracterizado justo por lo contrario: desmemoriado, olvidadizo, de pasiones pasajeras y efímeras. Y esta íntima, casi obsesiva necesidad, proviene del temor fundamentado de que se vayan perdiendo, irremediablemente, los recuerdos del país, es decir, su memoria, es decir, su alma. Incluso aunque no forme parte directa de la trama de su novela o asunto de su crónica hay una presencia, una vela encendida, el faro que ilumina eso que sin saberlo bien a ciencia cierta uno llama «lo venezolano». Y, por desgracia —para darle continuidad al párrafo que nos ocupa— somos un país tropical al que cíclicamente nos inundan las lluvias. Hemos conocido muchos períodos de oscuridad y ahora mismo pasamos por uno que ya se hace demasiado largo.

Este que hoy se presenta es, en verdad, un libro importante; para recordarnos lo que somos, para enfrentarnos con esos vicios evidentes u ocultos que no queremos ver de nosotros mismos. Armando Rojas Guardia, recientemente incorporado como individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua, abordó en su discurso de incorporación las relaciones entre el centro y la periferia, argumentado su adscripción a una línea espiritual y literaria marginal y periférica que en Venezuela encara ese sentimiento de fracaso que, por muchas razones, entre ellas, la incapacidad para haber construido una institucionalidad moderna, encara sin subterfugios, de manera directa esa incompletud a la que estamos expuestos y, entre muchos ejemplos, pone a Rafael Cadenas y sus grandes poemas «Derrota» y «Fracaso» como paradigmas. Estas son sus palabras:

“Hay un sentimiento soterrado, y a veces muy explícito, en nosotros los venezolanos. Más que una conceptualización es eso, una suerte de sensación, un sentimiento: la sensación y el sentimiento del fracaso. Algo profundo en nuestro sentir colectivo se relaciona orgánicamente con lo fallido, lo truncado, lo abortado, lo desgarrado, lo desviado, lo extraviado (como una flecha que no logra dar en el blanco)”.

La obra de Elisa es igualmente paradigmática en este sentido. Pocos como ella en la crónica, el relato corto, el teatro y la novela se han enfrentado con eso que nos sobra y nos falta. Para decirlo con un verso de Juan Sánchez Peláez, a quien también convoco aquí por gran amigo de Elisa: «Prueba la taza sin sopa / ya no hay sopa / solloza hermano / prueba el traje / bien hecho a tu medida / te cuelga / te sobra por la solapa / nos falta sopa».

Los personajes de esta novela, en su mayoría, desembocan en destinos truncos, en lo individual, lo familiar y lo social, hombres y mujeres que terminan desviando el camino al que parecían apuntar, a veces desgastados prematuramente.

Sin embargo, como buena mujer de teatro, hay otros elementos que siempre enriquecen su escritura y que en La señorita que amaba por teléfono también disfrutamos con verdadera fruición: la grandeza de su lenguaje, sus largas frases llenas de vivacidad, la ironía que despierta todo lo que toca, la inteligencia y la gracia de sus metáforas, la modernidad —que es al mismo tiempo de conciencia y de palabra, la conjunción de lo grave y lo liviano, del peso y la levedad.

Creo que ningún otro escritor venezolano se hubiera atrevido a ponerle este título a un libro, más propio de telenovela. Solo Elisa, que se ha desplazado a su antojo y con audacia en la cultura popular, el cine y la televisión es capaz de hacerlo. Ese título es un gancho y un engaño. Ella sabe hacer que los lectores caigamos en sus redes. Se me antoja que esa señorita se parece mucho al país que nos da el gentilicio. Pero no me atrevo a afirmarlo. El libro que pronto tendrán en sus manos está hecho para ser releído. Su peligro: nos seduce con facilidad, pero no nos entrega tan fácilmente sus misterios. Mientras se avanza, cuando despertamos del magnetismo de su escritura nos asalta la pregunta: ¿hacia dónde vamos?, ¿en qué dirección? ¿Es novela, es teatro, es cuento, es crónica? Es todo eso y más: caja de resonancia, juego de espejos, concierto de voces, ensayo, en el sentido literario y teatral. Mejor aún, musical, a la manera de Fellini, donde todo se junta: realidad y ficción.

Ayer, mientras terminaba esta pequeña presentación y teniendo en mente las palabras de Elisa cuando dice que la literatura es un acto de resistencia, pensaba en la carga de verdad que tienen sus palabras y acompañan mucho en el momento que vivimos. La literatura y el arte en general como el sistema inmunológico del organismo social. Cuando vemos la aparición conjunta de libros tan buenos como este en un rango de edades y generaciones tan distintas, tenemos la certeza de los anticuerpos saludablemente activados en nuestro organismo. Ya vendrá el momento de hacer balances, pero estoy seguro de que en materia de creación pasamos por un etapa de esplendor. Ya se verá.

Quiero terminar con una anécdota graciosa y conmovedora que Elisa varias veces ha contado. La primera vez la leí en una aguda entrevista que le hiciera Milagros Socorro, amiga, gran escritora y excelente periodista.

“A esa edad (once años) mi padre me regaló unos zapatos muy lindos, abiertos en la punta y adornados con una trenza que remataba en un lazo. Me pareció que aquéllos eran zapatos de escritora y así se lo dije a mi padre: «Papá», le dije, «estos son zapatos de escritora. Ya estoy armada para ser una escritora”.

Hasta leer La señorita que amaba por teléfono no terminé de entender este cuento tan bello. Me parecía curioso que para el destino de una escritora los zapatos pudieran ser tan importantes. Pero es verdad, Elisa. Seguramente ya tu papá sabía que estabas armada para ser una escritora, una gran escritora, que a tantos nos has acompañado haciéndonos más amable y comprensible este trayecto, largo, para el que evidentemente no es suficiente con el lápiz. Hay que tener zapatos.


Alberto Márquez

9 de abril de 2017

Fuente: El Nacional




Elisa Lerner. Foto Efrén Hernández


Escolio sobre “La señorita que amaba por teléfono”

“Lerner maneja una compleja tesitura expresiva donde abundan las frases axiomáticas que cortan el ritmo de la dicción sin ralentizar las acciones, lo cual obliga al lector a detenerse para reflexionar sobre lo que se le cuenta o, mejor todavía, sobre el país representado”
Por Carlos Sandoval
16 de diciembre de 2017

Desde fines de los años cincuenta del siglo XX Elisa Lerner se ha ido labrando una prestigiosa reputación como cronista. A partir de los sesenta sumaría a esta carrera su vocación de dramaturga con dos piezas memorables y trascendentes: En el vasto silencio de Manhattan (1961) y Vida con mamá (1976). No obstante, Lerner se desenvuelve también con soltura en la narrativa: su primera novela, De muerte lenta, aparece bajo los sellos de la Fundación Bigott y Equinoccio en 2006; ahora Fundavag nos entrega La señorita que amaba por teléfono (2016), suerte de respuesta al clásico de la literatura venezolana del año 1924: Ifigenia, aquella otra señorita que escribía porque se fastidiaba. (Como dato, no deben olvidarse los textos narrativos de Lerner que integran Homenaje a la estrella, 2002).

Construida al ritmo de uno de esos deliciosos textos costumbristas que poblaron el imaginario de los lectores de fines del siglo XIX y de las primeras décadas del veinte, pero sin descuidar su estatuto ficcional (el costumbrismo, por el contrario, anudaba sus argumentos en hechos veraces de su momento), La señorita… reconstruye parte de la Caracas de los años 40 y 50 sobre la base de los valores de cierta clase media que en ocasiones perdía fuelle aproximándose a estratos sociales más bajos. La narradora relata pormenores de su infancia y juventud, y las vinculaciones que para su desarrollo físico tuvo el trato con personas de variada edad y condición. Por ejemplo, la novela se inicia con un pasaje relativo a una típica lección escolar de castellano muy valorada por la protagonista, pero no tanto por el conocimiento allí impartido, sino por la figura de la maestra: una dama rolliza de treinta años, apasionada por la palabra y la literatura, sin duda, pero también amante de los pasteles que elaboraban en una famosa panadería.

La novela, entonces, funciona como un Bildungsroman: el personaje cuenta y describe pormenores, pero al mismo tiempo fija experiencias que luego le servirán como equipaje simbólico para enfrentar diversas situaciones: el amor, la posible vida en pareja, los anhelos literarios. Así pues, esta señorita resulta, debo insistir, un estereotipo de la forma de ser de ciertas mujeres de aquella época, pero más aún de las caraqueñas de un contexto social específico.

Asimismo, deben destacarse en esta novela de aprendizaje los entresijos asociados al cumplimiento de una vocación literaria. La narradora detalla su entrada al mundo de las letras de una manera casi accidental y hasta jocosa, pero sin abandonar el sentido profundo de lo que esto significa: hacerse escritora en un medio por lo general refractario a esta actividad, más aún cuando es ejercida por una mujer.

Hay otros elementos interesantes; el más ostensible: el uso del lenguaje. Lerner maneja una compleja tesitura expresiva donde abundan las frases axiomáticas que cortan el ritmo de la dicción sin ralentizar las acciones, lo cual obliga al lector a detenerse para reflexionar sobre lo que se le cuenta o, mejor todavía, sobre el país representado.

Como se sabe, Elisa Lerner es una de las primeras escritoras venezolanas que incorpora enseres y materiales sígnicos de la cultura pop como base temática de sus crónicas. En esta novela esa estrategia resulta, por igual, sobresaliente. Y es que, tratándose de los aspectos simbólicos que rigen el imaginario del país, es difícil abstraer el peso que la cultura popular tiene entre nosotros. En los años que sirven de anclaje para las peripecias de esta simpática señorita el cine, la música, los comentarios de la prensa diaria y hasta los valores literarios tienen peso importante en su estructuración mental. Por analogía, son los mismos ideologemas del contexto, cristalizaciones, en fin, de rasgos identitarios.

Por otra parte, La señorita que amaba por teléfono tiene a Caracas como un personaje más de la trama. La novela evidencia los cambios físicos de la ciudad en un amplio arco temporal. En virtud de que los espacios nos construyen también como sujetos, la protagonista forja su personalidad en la medida en que se producen modificaciones en su ambiente. Esto imprime cierto dejo de nostalgia a la obra y aproxima el texto a ciertos territorios muy frecuentados por Lerner: la crónica.

De modo pues que la pieza deviene testimonio de un personaje, de una ciudad y de un país. Al mismo tiempo La señorita… es una novela que cuestiona el papel de la mujer en una comunidad marcada por idealizaciones masculinas y por torpes creencias sociales un tanto primitivas y, sin duda, provincianas. Una apasionante y apasionada travesía por la memoria.

Carlos Sandoval

16 de diciembre de 2017

Fuente: El Nacional






La señorita que amaba por teléfono FILMEMORIAL DE ELISA LERNER

por Alicia Freilich



Elisa Lerner. Foto Beatriz González




La obra de esta importante pensadora venezolana, contenida en crónicas, dramaturgia, ensayos, novela y cotidiana prosa oral, se sustenta en recuerdos que se tornan presente y futuro.

Quizá, esta recién publicada La señorita que amaba por teléfono (Fundavag Ediciones, Caracas, 2016) es su más directa, memoriosa y memorable autoficción en lo referido al cine que marca su vida y la de al menos dos generaciones. Porque al fondo de su secuencia revivida como ensueño personal están auténticos y ficticios episodios de un país con trasfondo histórico dictatorial de casi cien años, donde la voz crítica era íntima, secreta, confesada desde leves frases, medias palabras o metáforas, en cautelosos y súbitos silencios, recuento infinito de logros y derrotas proyectados en la adicción a películas de moda, con sus odios y amores de celuloide. Una sociedad que resolvía su mudez pública en el confesionario casero de los antiguos teléfonos. Es el tema de casi toda su prosa onírica tan original.

Este libro fílmico debe leerse casi en penumbras pues el foco luminoso emana de sus propias páginas que son sucesivas pantallas de imagen verbal. Elisa Lerner se convierte así en guionista, productora y camarógrafa de una cinta literaria para restaurar en tenues blanco, negro y color cepia bastante gris, a la Caracas aldeana que a veces huyó, encarnada en Teresa de la Parra y en algún trágico actor capaz de lograr escenas en Hollywood. Y también al contrario, a la ciudad parroquiana luego petrolizada que albergó sin reservas al sabio, artista o perseguido en su lar europeo, latinoamericano y cualquier lugar persecutorio, en urgencia por hallar cálido, amistoso refugio. Por paradoja, en sus casas coloniales, calles pueblerinas, habitantes pobres pero honrados y su élite de familias mantuanas, su radio elemental, dos salas de teatro, un hotel Majestic de breve existencia y en especial desde sus cines centrales y de barrio, en pleno primitivo gomecismo y luego en su fachada moderna perezjimenista, la capital fundó en su base, una urbe paralela cosmopolita capaz de absorber hasta la médula el sentido de otredad libre, un intercambio de exilios mentales que alivió la soledad opresiva ordenada por el entorno.

Todo esto y más allá de personajes y tramas autobiográficos o inventados, está en el fino sarcasmo reflexivo que recorre todo el texto, como remedo de una larga cuita telefónica, conversa prohibida por los rifles y la hipócrita moralina social.

Este filme para lectores detallistas, de perfecta escritura con su múltiple imaginario, puede explicar entonces por qué sumida en el tormento infernal del espionaje venecubano, con políticas mayormente fracasadas en todos los bandos, aún la nación venezolana puede irradiar contra la barbarie militarista, un sufrido pero muy heroico sector tan libertario y brillante como es el forjado por la creativa labor cultural opositora de nuestros días. Adentro y afuera.

Es porque su semilla resistente sigue milagrosamente sana y crece sin tregua en las claves de luz que desde un denso pasado entrega el arte memorioso, profundo, único de la Lerner.

Alicia Freilich

4 de marzo de 2017

Fuente: Ideas de Babel






Publicada por Fundavag Ediciones

Elisa Lerner presenta su segunda novela


Bautizada formalmente en marzo pasado en la Librería Kalathos del Centro Cultural los Galpones, y también en la Feria del Libro del Caribe (Filcar) realizada en la isla de Margarita, La señorita que amaba por teléfono está destinada, desde ya, a convertirse en un clásico de las letras contemporáneas nacionales

por Redacción NMI

Para nadie es un secreto que la de Elisa Lerner es una de las prosas de más altos quilates de la literatura venezolana, y más allá, como se comprueba en Así que pasen cien años, grueso tomo de más de 800 páginas que contiene todas las crónicas de la Lerner y que fue publicado el año pasado (ver NMI Nº 2011 enhttp://bit.ly/2q6DnP1 ). Es por ello que la aparición de su segunda novela no puede sino ser recibida con alegría, en un contexto que poco de esa emoción nos brinda últimamente. Y es una alegría que viene muy a propósito, pues esta novela rescata del olvido la memoria histórica del país.

Según palabras de Alberto Márquez, en la presentación de la novela en marzo pasado, “la tarea de Elisa, la que tal vez desde su primera juventud se le impuso, fue la de hacer memoria. No es poca cosa en un país al que siempre se ha caracterizado justo por lo contrario: desmemoriado, olvidadizo, de pasiones pasajeras y efímeras. Y esta íntima, casi obsesiva necesidad, proviene del temor fundamentado de que se vayan perdiendo, irremediablemente, los recuerdos del país, es decir, su memoria, es decir, su alma”.

Esta segunda novela de Elisa Lerner nos trae un espejo en el cual vernos como sociedad, con todos nuestros vicios y virtudes, que tanto nos cuesta reconocer. Por eso sus personajes suelen tener vidas truncas, destinos errados, que se hacen llevaderos gracias a una prosa cincelada en piedra de tan sólida y permanente, la cual mezcla sin fisuras los diálogos teatrales, las reflexiones ensayísticas, el lenguaje de altos vuelos poéticos y la rica tesitura de la novela.

Bienvenida, pues, esta nueva novela de Elisa Lerner con la que ganamos todos como país. Y si no, recordemos sus propias palabras: “¿No es la literatura ese país distinto al que se acude cuando la soledad de la historia hace casi inexistente ese otro donde se nace?”.



Redacción NMI

12 de mayo de 2017

Fuente: Nuevo Mundo Israelita










Donde comprar la novela: 












SINOPSIS

El retorno de la gran narradora que nunca se ha ido, la escritora que es también cronista de los tiempos y dramaturga de la intimidad. 
Un estilo proverbial que ya escasea, unas frases largamente descantadas. 
Una observadora de la escena social con ojo único, tan penetrante como revelador. 
Una figura intelectual hermanada con los albores de la democracia que irrumpe en 1958. 
Los personajes de ahora y de siempre, que ha urdido con profunda sensibilidad, retratos andantes de lo que somos: nuestras aspiraciones, si, pero también nuestras derrotas. 
Esa capacidad para desgranar la cotidianidad, para ver lo que pocos ven. 
Nadie piensa que en el gesto anónimo se nos va la vida, las creencias, los juicios. 
Nos hacen falta los retratos familiares, las apetencias amorosas, las voluntades que se apagan. 
Nuestra épica mínima, que tanto dice de nosotros, opuesta a los grandes fastos que nos aplastan. 
Mas y mas subjetividad. Mas y mas introspección. 
Los demonios, antes de entrar en la escena pública, los vamos alimentando con nuestras propias desgracias. 
Pero también los sentimientos que nos ennoblecen como cultura. 
Una narradora que ha venido para descubrirnos lo que nosotros mismo nos ocultamos, ya sea por vergüenza, ignorancia o cobardía. 
Nuestro espejo podría ser el de una señorita que hablaba por teléfono.
Fuente: Amazon



Biografía de Elisa Lerner en: Out of the Wings

Algunos libros de Elisa Lerner en : Goodreads








JOSÉ PULIDO ENTREVISTA A ELISA LERNER: "No es necesario haberse acostado con un hombre para amanecer cantando", El Nacional, Caracas, 16 de junio de 1981









Una de mis amigas más queridas y admiradas: Elisa Lerner. Aprendí mucho leyéndola y escuchándola. Hace 39 años le hice la primera entrevista. Publico tres fotos -con el perdón de sus autores que no pude ubicar- mostrándola en tres épocas de su vida. Manuel Puig también fue un gran amigo. Creo que ella y Manuel son como almas gemelas de la literatura. Publico esto hoy como homenaje a esa gran escritora nuestra, de voz irónica, insustituible y trascendente.


José Pulido, Génova, 9 de junio de 2020




Elisa Lerner: LA MUJER TIENE AHORA MENOS MIEDO DE ESCRIBIR PROSA



En el ascensor que sube hacia el apartamento donde vive Elisa Lerner podrían asesinar a una mujer vestida de negro y el único testigo sería un perrito pekinés que estaba por allí con los ojos sin brillo, tratando de oler en las paredes la vieja fragancia que dejaron los equipajes de 1940, cuando en este edificio funcionaba un hotel.

(Es un ascensor de esos que tenían rejas de hierro, pintadas de verde, que abrían como un abanico, a través de las cuales una mujer vestida de negro, la tela brillante pegada al cuerpo, trataría en vano de pedir auxilio mientras se escuchaban los pasos apresurados por las escaleras de mármol del hombre con su navaja. El ascensor no funcionaba: los botones se quedaban hundidos, y allí estaba el asesino de respiración agitada sonriendo, porque el perrito pekinés se orinaba acurrucado mientras ella golpeaba desesperada los anestesiados botones).

—La literatura es de una doméstica universalidad o de una universalidad doméstica... — dice Elisa Lerner, quitándose los lentes de la cabeza, vestida para salir, pero lista para quedarse frente a su máquina, y un termo de café que se va enfriando porque fue comprado allá abajo, en el cafetín de la cuadra.

Elisa regresó hace poco del IV Congreso Interamericano de Escritoras que se realizó en Ciudad de México del 3 al 2 de junio. Allí estuvieron también las escritoras venezolanas Elizabeth Schön, Antonieta Madrid, Angela Lago y Mariela Romero.

El Congreso se llevó a cabo en el antiguo Palacio de la Medicina, donde una vez ahorcaron a una mujer: allí funcionaba la inquisición, y Elisa Lerner dice que “todavía la mujer vive bajo cierta inquisición”.

Ha sido la primera vez que este evento se efectúa en un país latinoamericano: los dos primero tuvieron como sede Estados Unidos, y el tercero se desarrolló en la Universidad de Ottawa en 1978.


MENOS MIEDO



“Allí se trataron temas muy interesantes, y se notó que la mujer tiene ahora menos miedo a escribir prosa”, señala Elisa Lerner, quien dirigiéndose al reportero gráfico le pide “sácame de perfil para no salir fea... cuando una sale fea se pierden lectores”.

Tiene un sentido del humor que parece una espada de dos filos. Elisa Lerner es básicamente un triunfo vestido de mujer, que suena como una alcancía llena de derrotas y anhelos infantiles.

—¿Por qué dice que si sale fea no la leen?

—Mentiras. Sigo usando crema Ponds...

Juega con sus pulseras y dice luego: “En el Congreso de Escritores pudimos conocer a mujeres muy valiosas como Margo Glantz y Elena Urrutia. El propósito, como lo señala la programación, fue contribuir al estudio y al conocimiento de las características específicamente femeninas en nuestra literatura. La mujer ha estado tan postergada, que necesitó ser poseedora de una literatura femenina, pero cada día hay menos temor a expresarse, y un día la literatura será una sola, sin sexo, como decían ingenuamente nuestras poetisas de los años 40”.

—¿Algún ejemplo de esa fusión?

—Hombres como Manuel Puig hacen la literatura específicamente femenina –explica.





Elisa Lerner y Manuel Puig


Habla del Congreso, comentando que allá se dijo una cosa importante: las mujeres están contaminando la literatura mundial.


—¿Por qué?— se pregunta, y se da la respuesta frente a una alta ventana, por donde entra una mariposa fea que da la vuelta y regresa a la calle. “Hoy ya no interesa el género sino el lenguaje, la escritura en sí: la mujer escribe poco argumento, más bien monologa, deja de lado el argumento, y eso lo están haciendo ahora los hombres”.

Se aparta un poco de la conversación, para contar que ahora escribe a máquina y se siente como si hubiera aprendido a cocinar. Se cuida menos al escribir y es más verdad lo que sale. Se cree más eficiente utilizando la máquina.

— Me siento más alegre, con más jubilo, y pienso que la mujer debe escribir con alegría. No es necesario haberse acostado con un hombre para amanecer cantando.

Ante una pregunta sobre la problemática social de la mujer, Elisa Lerner opinó que “la mujer escritora no se ha dado cuenta de ciertos problemas porque las escritoras han salido generalmente de la clase alta y de una clase media con un poco de suerte. Yo espero que alguna vez una mujer de servicio publique su diario, y una obrera sus cartas. La mujer no ha dicho todavía en la literatura todo lo que tiene que decir”.

En el Congreso de Escritoras de México, surgió una frase: “Los hombres se cogieron el texto y dejaron lo textil para mujer”.

Elisa Lerner respondió ante eso:

—El hombre ha sido dueño de las técnicas. La mujer escribe como si estuviera bordando, laboriosamente, con matices y mucha ironía. La épica fulgurante es más del hombre, quien ha necesitado de lo épico. Nosotras somos más modestas. El hombre ha podido observar y dominar al mundo, la mujer ha espiado. Por eso el chisme, que es un susurro malicioso y resentido, porque la mujer no ha podido hablar en voz alta.








—¿Qué contienen las carteras de las escritoras? —una pregunta superficial para Elisa, quien se divierte diciendo cosas irónicas, profundas y juega, como si el día le hubiese deparado un fugaz pasatiempo para la soledad.

— Es verdad. ¿Qué contienen? Te confieso que no me llevo la máquina de escribir, pero siempre cargo el humectante.

—¿Es más importante el estilo que el tema?

—Creo que no existe el tema; el tema es el hombre, es una forma de existencia. Creo en la escritura. Esa palabra, estilo, me parece ampulosa, como decir “tengo un paraguas verbal”.

—La gente cree que un escritor con varios libros, como Elisa Lerner, gana mucho dinero...

—Sí, hay quienes creen que somos ricos, pero yo creo que soy la única judía pobre de la cultura venezolana. No se puede vivir de los libros, pero la pobreza del escritor no es una pobreza triste, porque no necesitamos tanto dinero, sino tiempo y papel.

Explica que no tiene claro si es más importante escribir o vivir. Prefiere vivir “pero con un poquito de miedo”.

— Esperar los domingos para las páginas literarias y enfrentarse a las relaciones con los editores es terrible.

En el Congreso de Escritoras se planteó también una variante literaria, donde la mujer se expresa sobre su cuerpo de una manera distinta, porque siempre las definiciones eran masculinas.

—En realidad, la literatura será una sola —repite— y hoy deseo que los escritores tengan tiempo para escribir. Quisiera a veces robar el ocio de las señoras que salen en crónicas sociales, para regalárselo a los escritores.

El primer tema del Congreso de Escritoras fue “Ochenta años de literatura”. Antonieta Madrid intervino en la sesión plenaria donde se habló sobre literatura femenina y sociedad. Elisa Lerner y Elizabeth Schön hablaron en varias plenarias y también lo hicieron en la clausura, cuando se discutió respecto a las aportaciones transformadoras de la mujer a la literatura del siglo XX.

—¿Sabes que en México me conocían por los trabajos del Sádico Ilustrado? La verdad es que le debo mucho humor a Pedro León Zapata y bastante de mi disposición al trabajo literario a Juan Liscano, quien ayudó a mi generación a escribir en El Nacional —dice de pronto.

La autora de obras de teatro y narraciones como “Yo amo a Columbo” y “Una sonrisa detrás de la metáfora”, adelantó que escribirá en la revista Zona Franca, una sección “chismosa” y actualmente trabaja en soliloquio: “Lágrimas de cocodrilo”.




A manera de confesión dijo que el congreso la motivó para seguir escribiendo teatro: “estoy alegre y viva”.

En el ascensor verde tampoco había una mujer muerta, pero en su cubo interior, de bendito aluminio sin espejo, un perfume femenino impregnaba los botones. Todos estaban fundidos.


©José Pulido
El Nacional, Caracas, 16 de junio de 1981


Poeta, escritor y periodista, nació en Venezuela, el 1° de noviembre de 1945.

Vive en Génova, Italia.

En 1989 obtuvo el Segundo Premio Miguel Otero Silva de novela, Editorial Planeta. En el 2000 recibió el Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía, por su poemario Los Poseídos. Ha publicado cinco poemarios y nueve novelas. Desde el 2018 el Papel Literario de El Nacional creó la Serie José Pulido pregunta y publica las entrevistas que ha realizado a creadores y artistas.

(Ha fundado y dirigido varios suplementos y revistas de literatura. Si se requiere información detallada sobre estas publicaciones, favor solicitarla a este correo: jipulido777@gmail.com)

Forma parte de la Antología Por ocho centurias, XXI Encuentro de Poetas Iberoamericanos, Salamanca, España, entre otras. 

Ha sido invitado a festivales en Irak, Colombia, Brasil, Chile, España y Génova. Participó, en 2012, como invitado de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que se celebran en Salamanca. En el 2018 y en el 2019 invitado al Festival Internacional de Poesía de Génova.

Publicaciones más recientes:

El puente es la palabra. Antología de poetas venezolanos en la diáspora.

Compilación: Kira Kariakin y Eleonora Requena, para Caritas.

Poeti Uniti per il Venezuela, Parole di Libertà (Poetas Unidos por Venezuela, Palabras de Libertad) publicado por Borella Edizioni, evento respaldado por la Associazione culturale Orquidea de Venezuela, con sede en Milán.

Poemario Heridas espaciales y mermelada casera editado por Barralibro Editores

Fuente: Grupo Li Po


Entrevista publicada con autorización de José Pulido







Elisa Lerner: "La escritura en Venezuela completa lo que la historia rompe con violencia" /entrevista de Michelle Roche Rodriguez, El Nacional, Caracas, 15 de octubre de 2013





Elisa Lerner y Manuel Puig. Foto Vasco Szinetar 


 Elisa Lerner recibió la Orden Alejo Zuloaga en un acto enmarcado en la Filuc


 



Foto Leonardo Guzmán

La ganadora del Premio Nacional de Literatura 2000 piensa que la soledad es una condición de su obra




Dice que no se merece los homenajes de la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo y que la imposición de la Orden Alejo Zuloaga es significativa para ella, pero no por su obra –a la cual tiene la mala costumbre de restarle valor: “Tienen que entender que mi proceso de escritura es muy silvestre, de pronto me viene un personaje o una trama y trato de domesticarlos con mi escritura sonámbula”–, sino por la épica de sus padres, inmigrantes judíos europeos cuya juventud comenzó a hacerse patria en la Valencia de la década de los años treinta. La autora asume esta celebración de su trayectoria literaria como la “recompensa a una pareja de jóvenes que buscaban un sitio en Venezuela”.

Habla Elisa Lerner, autora de obras de teatro como En el vasto silencio de Manhattan (1961) y Vida con mamá (Premio Juana Sujo, 1976) o ensayos como Una sonrisa detrás de la metáfora (1969) y Premio Nacional de Literatura del año 2000; una figura central de la vanguardia literaria venezolana de finales de la década de los años cincuenta y principios de los sesenta que se resiste a que la llamen intelectual y prefiere definirse como una planta “que comienza a germinar y da hojas que no son verdes sino de papel”.

Aunque no se considera uno de los personajes más visibles de Sardio, hacerla recordar este movimiento es una estrategia para sacarle una sonrisa.

Cuenta que más que la consciencia de la revolución literaria, le hizo descubrir el mundo.

Todo comenzó en el Liceo Fermín Toro, donde la juventud la unió a quienes luego se convirtieron en protagonistas de la cultura nacional: Adriano González León, Rodolfo Izaguirre y Guillermo Sucre, entre otros. Recuerda que, a pesar de ser unos adolescentes, el acontecimiento que marcó a su generación fue el golpe de Estado de 1948. “Era la época de la caída de Rómulo Gallegos y para nuestra generación fue como si un mago maligno nos dividiera en dos la realidad y la escritura en Venezuela completa lo que la historia rompe con violencia”, recuerda la autora de Yo amo a Columbo (1979). 


- ¿De eso se trataba Sardio? ¿De intentar recomponer, a partir de la literatura, lo que la dictadura había roto? 

-Yo era una muchachita y ellos empezaron a reunirse y me incluyeron. Nos conocimos en el año 1949, pero no fue sino hasta el año 1956 que hacen una reunión en casa de Adriano y yo conozco allí a Salvador Garmendia. Todavía no era propiamente un grupo. Eso se fue formando lentamente.  Aquello [Sardio] fue más bien una amistad frente al desconsuelo de que este país era nada más que cemento, y a veces cemento ensangrentado. Era una época muy difícil porque entonces se sabía que había un gran dolor histórico. 

-Decía Garmendia que entonces había un compromiso de los escritores con la sociedad. 
-En nuestro país, lo civil siempre ha sido como un susurro frente al estruendo de lo militar. El escritor en Venezuela siempre ha sido un personaje secundario, porque ha habido siempre otro estruendo. 

-¿Qué le enseñó Sardio? 
-Los recuerdos a veces pertenecen más al reino de la imaginación que al dominio del pasado. A Sardio le debo mucho afecto: ellos aseguraban que yo era una escritora sin haberles mostrado ni una línea de lo que tenía por allí. Tenía una visión de las escritoras muy distinta a lo que era. 

-¿Y ahora se parece más a esa visión de la autora que tenía entonces? 
-Creo más bien que existe una soledad que da la bienvenida a lo que una va escribiendo. Hay que ser anfitriona silenciosa en la soledad para recibir la literatura. Creo que en mi generación pudo haber habido más escritoras, pero pienso que la dictadura llevó a muchas mujeres a llevar una vida más confortable y la literatura no es la comodidad. 

-¿No le parece que eso ocurre hoy también? 
-Hoy hay más escritores y eso es bueno. No sé si todos quedarán. Es raro entretener con la escritura, la imaginación o la metáfora esa terrible soledad de la vida. Pero descubrir que escribir puede ser un entretenimiento frente al dolor y la oscuridad no se hace de inmediato, por eso muchas mujeres de mi generación no optaron por esta. 

-El Nobel de Literatura lo ganó Alice Munro, una autora que ha hecho carrera en el género del cuento y tiene una posición similar a la suya, que prefiere un género breve como la crónica y reta la aparente preferencia de la gente por las novelas. 
-Creo en la escritura, no en los géneros, que vienen a ser límites geográficos a la palabra. Nuestro tiempo es fragmentario y a esto solo se puede responder con una escritura similar. Antes hubo un tiempo de grandes argumentos en las novelas que tenían precisión única y pretendían ser una visión absoluta, como teológica de la realidad. Hoy sabemos que todo es más fugaz y ante eso no podemos responder con las novelas del pasado. 



©Michelle Roche Rodriguez
Caracas, 15 de octubre de 2013

Fuente: El Nacional

Foto:  Elisa Lerner y Manuel Puig, original de Vasco Szinetar Cortesía Elisa Lerner






El poeta venezolano José Pulido estará en el XXVI Encuentro de Poetas Iberoamericanos organizado por la Universidad de Salamanca el próximo 17 de octubre