la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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CUENTOS DE LA GAVETA: SUPLEMENTOS, por Armando Africano / Ilustración: Lisardo Rico Rattia

 




 

En mi época vivida en Barquisimeto, entre los 8 y 12 años, una de mis pocas diversiones era ir a matinée todos los domingos a las 3 de la tarde, a un cine cerca de donde yo vivía, a ver series de aventuras, de vaqueros, de guerra; también vi la de King Kong, aunque al final decía continuará, creo que nunca llegué a enterarme de la historia completa.  

Pero mi cuento en esta oportunidad no tiene que ver con el cine. El asunto era que yo era un gran lector, pero de suplementos, leía muchas comiquitas y las coleccionaba, estaba muy orgulloso de mi colección que tenía muchos y variados suplementos: Porki, Tobi, Archi, Periquita, El Fantasma, El Llanero Solitario, Mikey, Superman. En fin, como ya los había leído varias veces, un día se me ocurrió la idea de salir a vender o intercambiar ejemplares con otros protagonistas y otras historias; cambiarlos, algo así como “toma estos tres, yo me llevo estos tres”, nunca lo había hecho, me había enterado por compañeros del colegio que otros niños lo hacían  yyyy salí muy contento a negociar con una gran cantidad de ejemplares, creo habría como cuarenta, casi ni podía caminar porque los llevaba tipo bandeja. Como ya lo dije, era mi primera vez.  

Después de caminar buscando como ventilador de panadería, y darle la vuelta a varias calles cercanas, me encontré con un muchachito que traía una bolsa transparente, por lo que me di cuenta que estaba llena de suplementos. Le enseñé uno y se interesó por los míos, e inmediatamente comenzó a seleccionar, tipo este me gusta, este no, este lo tengo, este no me gusta, me decía; una vez seleccionados aproximadamente 20 suplementos, que los unió con los que él tenía en su bolsa,  era el momento en que yo comenzaría a seleccionar los que me gustaban de los que él había traído. Comencé a organizar los suplementos que me quedaban, los coloqué  abrazando debajo de uno de los brazos los que tenía cargados tipo bandeja, y en el momento que los estaba acomodando y tratando de comenzar a ver los de él, me quedé petrificado ¡el condenado muchachito salió corriendo y se llevó los de él y los que seleccionó míos! Comencé a correr detrás del delincuente, por supuesto pensando inmediatamente mi estrategia ¿qué hago para alcanzarlo? Yyyy no se me ocurrió otra cosa que llamar a otro muchachito que venía pasando y le dije “ayúdame, aquel muchachito me acaba de robar mis suplementos y tengo que perseguirlo para quitárselos”  yyyy… le entregué “todos” mis suplementos. Y con toda la seguridad de un héroe de película le dije “agárralos, guárdamelos, que ya yo vengo, cuídamelos porque sin ellos corro más rápido”  yyyy arranqué a correr buscando al niñito ladrón, tan ta  taaaa tan tan taaaa tan, como los protagonistas de mis películas de matiné detrás del malhechor…. Corrí, corrí, corrí y el muchachito hampón tenía entre sus antepasados al correcaminos. Corrí, corrí, corrí, busqué, busqué y el muchachito…desaparecido.   

Agotado y muy sudado regresé al lugar de mi genial idea de perseguir al malhechor sin suplementos para hacerlo mucho más rápido. Busqué en una esquina, en la otra,  busqué como pajarito en grama ¿y el otro niño? ¿y mis suplementos?  Cuando realmente me di cuenta que no estaba ni estarían más ni él ni mis suplementos, la reacción que tuve fue como ¿qué pasó? ¡Qué astuto! Corrí más rápido pero… ¿para dónde? 

Con el tiempo y la edad aprendí que eso se llama ¿ingenuidad? ¿inocencia?  ¿primera vez? Con el tiempo pensé en otras expresiones: ¿estupidez? ¿pendejera? ¿mi primera acción y reacción como pendejo?  

A pesar del tiempo y la vida ya vivida, a veces tengo reacciones en las que me doy cuenta que sigo comportándome de la misma manera espontánea de mi infancia. Menos mal que es de vez en cuando y sin querer, muy de vez en cuando, pero eso sí… me entero después.

©Armando Africano

Ilustración Lisardo Rico Rattia