la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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CUENTOS DE LA GAVETA: SEÑORA, UN ACCIDENTE, por Armando Africano, enero 2021/Ilustración: Lisardo Rico Rattia

 






Llueve torrencialmente, oscuridad total, una joven empapada camina de un lado a otro en una parada de autobús marcando desesperada el celular, la calle es un gran río, un carro se detiene y abre la ventanilla, la joven se acerca y habla apresuradamente, gracias por acercarse señor, estoy muy asustada y preocupada, tengo ya más de una hora no me atrevo a irme a pie porque no se puede caminar está todo anegado, no pasan taxis. Gracias a Dios ya lo reconocí, ¿Usted es el señor Mario? Gracias por auxiliarme. ¡Dios me quiere, no me abandona! ¿Usted va para mi edificio? Gracias por ayudarme, es usted muy amable.  

El carro avanza, solo se escuchan truenos, mucha lluvia y.… un gran frenazo, impacto de choque, explosión y gritos.   

Un teléfono repica muchas veces, lo atiende una señora muy asustada: ¡aló!... ¡aló! dígame, hábleme más despacio, no entiendo lo que dice, por favor, no grite… por favor, entiéndame usted, son las tres de la mañana… Sí, esta es la familia, dígame… ¿Cómo? Sí, claro yo llamo de inmediato a la señora, por favor, espere un momento… ¡Señora! ¡Señora! ¡Señora Sonia, un accidente!  

Aló… sí ¿qué pasa?... ¡No! ¡No puede ser, no puede ser! ¡¿Dónde está?! Sí, ya vamos y gracias por avisar (llorando), ¡Marta, Marta, tu papá! Vamos rápido, está en el hospital… solo me dijo que tu papá tuvo un accidente… por Dios, si tu papá me falta yo me muero, él es mi todo ¡qué será de mi vida sin Mario! La vida no puede pagarme así, es el hombre más bueno del mundo, es un santo, y mi gran amor, tú sabes que tu papá es mi vida, si le pasa algo yo no podré seguir viva, ¡mi amor, no me puedes hacer esto! Cálmate mamá, no sabemos todavía qué fue lo que pasó, tranquilízate que te va a dar algo.  

Llegamos al hospital y mi mamá al entrar comenzó a correr y a todo el que encontraba en el camino le preguntaba ¿dónde está Mario? ¿dígame dónde está? Nadie le contestaba, la veían como una loca que gritaba, yo traté de calmarla, era prácticamente imposible, y comencé a buscar al médico de guardia. Al ubicarlo le pregunté por un accidente automovilístico que había ocurrido en la medianoche y, lamentablemente delante de mamá, dijo: “Hicimos todo lo posible pero el accidente fue terrible, no pudimos salvar al señor, pero gracias a Dios la señora está bien”.  

Inmediatamente mi mamá se estremeció, yo la abracé, se acercó al doctor y le gritó ¡¿qué señora?! Y el doctor, mirándome sorprendido y muy apenado, le contestó su esposa, su hija, su hermana, ¡¿su quéééé?! Bueno, su acompañante… Disculpe señora, hablo de la joven que estaba con él, milagrosamente se salvó, está fuera de peligro descansando aquí al doblar, ¡¿dónde?! La segunda puerta. Mi mamá salió corriendo hacia la habitación de la joven, seguía gritando ¡¿su señora?! ¡¿su señora?!  ¡¿cómo que su señora?! Entró a la habitación y se le fue encima a la muchacha, todo era confusión, no paraba de golpearla, gritar y decirle groserías, fue terrible la escena, seguía gritando ¡¿su quéééé?!   La agarró por los cabellos, fue muy difícil separarla, la joven muy asustada con la expresión de no entender qué pasaba, entraron el doctor de guardia y varios enfermeros y lograron sentarla en la cama y le inyectaron un calmante, se fue relajando y logré traerla a la casa, le di un somnífero, y se quedó dormida. 

Comencé a arreglar lo del funeral, mamá durmió todo el día, organicé el velatorio en la casa como me imaginé que mamá querría, yo estaba recibiendo a los muchos amigos que querían darnos el pésame, estaba colocando unas flores y sentí de pronto un gran silencio… estaba entrando mi mamá con un vestido de colores.  Todos se quedaron mirándola, su cara reflejaba una amargura muy grande, no era tristeza, era rabia, se sentó cerca del ataúd, su mirada estaba perdida, fija en una ventana, y su rabia la pagaba con todos los que se le acercaban a darle el pésame y no aceptaba que nadie la abrazara, los rechazaba, me pidió que me acercara y me dijo ¡no quiero verte llorando, deja la cursilería! En ese momento sentí movimientos y murmullos, miré a la puerta de entrada, era Rosa, mi hermana, que estaba llegando, desesperada me abrazó y me dijo, ha sido terrible, menos mal que logré cupo en el avión, tenemos que tener mucha resignación, es un gran golpe para todos, en unos segundos se nos cambia la vida, mamá debe estar destruida,  voy a consolarla, se le acercó y mamá le dijo: ¡cállate! compórtate como una adulta, él no merece ni una sola de tus lágrimas, lo que nos hizo no tiene perdón. Rosa me mira desconcertada, la vuelve a tratar de abrazar y la rechaza de nuevo, ¿mamá qué te pasa? ¿qué tienes? ¿te sientes muy mal? ¿te traigo una pastilla? No quiero nada, solo que no hagas más el ridículo, y deja la lloradera, mamá no te entiendo y baja la voz, no digas esas cosas que me da vergüenza con las personas que vinieron a acompañarnos, no es el momento ni el lugar, hablamos después que se lleven a papá, él era un gran hombre, dedicado a nosotras y te adoraba…  ese que está ahí para mí es un ser extraño, no quiero ni oír su nombre, no descansará nunca.  

Rosa se fue de nuevo a estudiar, las cosas en la casa después de un año de la muerte de papá están tranquilas, nunca más se le mencionó en la casa y menos cerca de mamá.   

¿Mamá qué haces vestida de negro? Tienes que acompañarme, acabo de leer que se murió el marido de la señora Beatriz, arréglate que vamos a darle el pésame a la viuda González, pero mamá, tú no eres amiga de esa señora, creo que ni los conoces, Marta, si tú no vienes iré sola.  

Después de que murió papá cada vez que se entera de un velorio, aunque no conozcamos a nadie, me exige que la acompañe a dar el pésame, sobre todo si el muerto es el marido.   

Al entrar busca a la viuda desconsolada llorando, ya en ese momento me mira y se sonríe, ubica un lugar donde pueda ver y oír bien, con una mueca de satisfacción y alegría mantiene toda su atención y se emociona con los desconsolados gritos de la viuda “¡no lo veré más, no lo puedo creer, me muero, es el amor de mi vida! ¡qué será de mi vida, era el hombre más bueno del mundo, era un santo, la vida no puede pagarme así!" Mamá no le quita la vista de encima, pero ni se le acerca, disfruta mucho viéndola, se queda mirándola fijamente y a medida que ella va diciendo cosas maravillosas del difunto mamá se embelesa y va transformándose, mantiene un disfrute muy extraño, formando una sonrisa contenida, una mueca de alegría,  estoy segura que lo disfruta mucho, viene a los velorios a disfrutar de lo que sienten y dicen las viudas, no se pierde de ningún movimiento.   

Cuando comenzamos a asistir a los velorios creí que lo hacía por solidaridad, pero con el tiempo me di cuenta que le gusta, lo disfruta, le encanta, mientras más gritan las viudas mi mamá lo disfruta más, la sonrisa contenida se hace más evidente, difícil de describir, a veces se pone el pañuelo en la cara como si estuviera llorando para disimular, y llega el momento en el que ya ha disfrutado suficiente de su espectáculo favorito y me dice, vámonos Marta, ya no tenemos más nada que hacer, mírala, mírala, pobre mujer, ahí está haciendo el ridículo. Dios es testigo que nosotras siempre cumplimos como buenas cristianas, en estos momentos de desgracia “tenemos que ser solidarias”, y se ríe, se ríe mucho.  

  


©Armando Africano

Ilustración Lisardo Rico Rattia