la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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CUENTOS DE LA GAVETA: HOY… ME ALBOROTARON LA CULPA, por Armando Africano, Caracas, agosto de 2017/ Ilustración: Lisardo Rico Rattia





Me sucedió porque hoy hice algo fuera de mi ruta normal de precaución (casa – casa – casa), rompí mi rutina de vida repetida y salí a la superficie y me resultó: angustiante, alarmante, atormentante. 

 

Y no es que viva en una cueva, en un caserío lejano, en el pueblo de nunca jamás, o en un sótano súper secreto: yo vivo en un apartamento en el piso 40 de Parque Central yyyy comenzaré mi cuento por…

 

Había una vez un náufrago capitalino que se atrevió a romper su rutina “a la sombra” que vive a diario, decidí hacerlo porque ya como que olía a guardao y salí a refrescarme, a ver gente personalmente y fui directamente a montarme en el metro. En el trayecto al metro encuentro muchos vendedores ambulantes gritando su mercancía, algunos con mesitas, algunos paqueticos de mercancía, y unas hojas-letreros pegadas con teipe con el precio en dólares y oferta en mayúsculas, traté de comprar algo y no aceptan moneda nacional, bolívares, solo verdes, aparentemente nuevos, sin escritos ni marcas, ni arrugas. “Ya me fui pa otra cosa”. Paso a contar mi episodio en el metro. Bajé las necesarias escaleras y “logré” por suerte entrar de inmediato, aunque realmente no fue normal mi entrada, más bien dicho, me entraron a empujones… obviamente, me guindé como gancho de ropa y arranca mi aventura…

 

 Al cerrar las puertas del vagón, comienzan a acercarse pedidores de oficio: algunos te muestran una carpeta llena de radiografías, facturas, etc. -que por supuesto no se te ocurre querer ver-,contándonos de su problema médico (ya empiezas a sentirte mal por el pobre señor); del lado contrario salen a escena personajes haciendo: dúos, tríos, solistas con o sin instrumentos -dependiendo del vagón al que por azar entraste- que te cantagritan caminando por los vagones. Una pareja se nos acerca muy despacio pidiendo para su niño enfermo, pero, más enfermos se veían ellos, o era el aspecto que querían dar -ya me siento culpable de comentar esto- y aplico toda mi rudeza, diciéndome mentalmente  –no se le debe dar, nada, porque “esos” no tienen a nadie enfermo- “que comentario tan pesado”, metí mi mano derecha en el bolsillito y saqué un billetico todo arrugado de 10 bolívares y se los di y vuelvo a sentirme culpable ¿Será que he debido darles más? ¡Pobre muchachito! 


Pero la cruel memoria me trajo de inmediato a mi complicada mente el recuerdo de una pareja que utilizaba ese mismo truco (perdón, me vino la culpa ¿era truco lo del metro?) hace un tiempo, a la entrada del teatro Teresa Carreño. Una señora treintona muy angustiada era la que llevaba la voz cantante y un hombre cincuentón, muy flaco y alto, que se movía como perrito de taxi, afirmando todo y por momentos lloraba… nos hicieron una escena… muy bien montada por cierto, queríamos aplaudirlos, pero como ya nos habíamos salido del carro y estábamos a punto de seguir al Café Rajatabla, nos conformamos con sonreírles y casi que nos abrazamos a ellos de la angustia y preocupación que nos produjo la situación de su hermoso niñito, y todos nos miramos las caras y comenzamos a buscar dinero en todas partes: bolsillos, ceniceros, bolsos, carteras y les entregamos, “cual atraco”, con mucha pena “por no tener más”, y en ese acto bondadosísimo caímos los 5, le entregamos tooodooo, billetes, monedas y hasta consejos.

 

Cuando lentamente salía de escena la versátil pareja (siempre en su papel), una de las muchachas gritó:

 

-     - ¿Se van a pie? No, no, no, no, yo tengo que tener algún billete escondido (buscó desesperada en el bolso), aquí me queda este billetico, váyanse en taxi, el pobre niño no puede estar solo.

 

Y debido a la hemorragia de solidaridad, recuerdo que como la enfermedad del niño era ataque de asma, decidimos todos montarnos en el carro y acercarnos al lugar que dijeron estaba el pequeño -el Hospital de Niños- y llegamos cual película de drama. Una de las muchachas, la de la idea del taxi, salió corriendo a entrevistar a una enfermera, la que al ver la angustia y preocupación le informó que, en más de 15 días, no tenían ningún niño con ataque de asma.

 

Creo que lo del Teresa Carreño me dejó un poco enredado en relación a “creer o no creer, es la pregunta”, porque casi siempre reaccionamos cual prismacolor -por creyones-. “Los 5 cazados” del cuento del niño enfermo prometimos no darle dinero a más nadie, más nunca, cosa que por lo menos yo no cumplí, por eso de… “todos no son iguales” o “qué sabes tú si lo que te están contando es verdad”. 

 

Ya me desvié otra vez, me fui de lo que quería contar sobre mi culpa. Sigo guindado en el metro. Se nos acercó uno que, al entrar al metro, dio, mejor dicho gritó los buenos días y comenzó por regañar a los que no le contestaron su saludo, y de inmediato se lanzó un gran discurso acalorado -casi sin respirar- de su reciente salida de la cárcel y que necesitaba ayuda para poder regenerarse y que pertenecía a una asociación que cura a los adictos y, rasantemente, enseña un papel sellado con sus estampillas y firmas, contándonos que era su oficial salida de la cárcel ese mismo día, nadie le dio nada y se fue alejando hasta que el siguiente personaje que irrumpió en nuestro vagón fue un sordo mudo, con unos cuadritos de papel fotocopiado (volantes) en el que nos pedía ayuda, que nos daba la Feliz Navidad, en agosto, las navidades son muy emotivas, y… me volvió la culpa y saqué otro billetico, se lo entregué bajo sospecha.


Llegué al centro comercial a donde tenía destinado ir y caminé por los dos primeros pisos, había muchísima gente haciendo lo mismo que yo, curioseando y viendo cosas que no podía comprar e, inmediatamente, decidí devolverme pero en camionetica. Me coloqué en la parada y llegó mi esperado transporte público, con la suerte que logré entrar, y me enteré después que no me podía bajar, que el chofer que me tocó era la versión criolla de Fangio, nos llevaba como si todos los pasajeros, al entrar, como en la películas, le hubiéramos dicho a coro “vamos rápido, siga ese carro”. Me volví a guindar cual gancho de ropa y respiré varias veces tratando de relajarme un poco, hasta que sentí un desagradable olor, alguien se le ocurrió lanzar una ventosidad, obviamente sin sonido, pero con mucho olor,  hediondísimo, y todos comenzamos a mirarnos con caras de angustia, desesperación y sobre todo de sospecha, porque no pudimos seguir las huellas del espontáneo peorro, parecía que todos resolvimos culparnos con la mirada unos a otros y tratando todos a la vez de acercarnos a la ventanilla, pero era imposible por el gentío; sentí algunas risas nerviosas y unas señoras gritando y contrapunteando cochinos, asquerosos, sucios, para ellas fue un hombre el donador, y con una mano apretando la nariz como gancho de ropa,  llegué a mi destino, con el olor pegado de la nariz y con el corazón y los riñones en el cuello.

  

Me volví a perder en mi cuento de culpabilidad. Acotación: por supuesto que tuvimos una gran variedad de “comerciantes” vendiendo caramelos, chocolates, agua, etc. que lograban asomarse y anunciar su mercancía. Este chofer no dejaba entrar a los pedigüeños por necesidad, los sacaba cuando se daba cuenta, “nada de pedigüeños aquí” y tampoco tenían espacio para realizar su performance (me volvió la culpa al sentirme solidario con el chofer). 

 

Logré bajarme y me dirigí a mi casa atravesando por el pasillo debajo de la avenida Bolívar y me encontré con un señor que es ciego, ¿será ciego?, siempre que lo veía me hacía la misma pregunta (qué malpensado y retorcido soy). Este señor se para todos los días en una escalera muy angosta al final de ese pasillo, y se coloca en la mitad obstruyendo media escalera, porque estira tanto el brazo con su latica que a la gente solo le queda una vía, ya que es salida y entrada. Obviamente es doble vía, que es ida y vuelta para todos, pero tratar de pasar por ahí se vuelve un semáforo fuera de servicio con una sola vía, y tú pasas renegando del señor atravesado porque tienes que hacer cola para pasar y, y, y, y, y, y  vuelve la culpa, la misma o parecida a la que comencé a contar al principio… pobre señor… es ciego. 

 

Volviendo a mi salida no habitual, que fue realmente o es siempre turismo de aventura, hoy me llené de culpa una vez más y juro que no soy culpable y además no quiero tener la culpa, además ¿DE QUÉ? El asunto es que cuando vuelva a salir a la superficie, ¿salgo con gríngolas? o me autocensuro. (Viene el auto regaño). ¿Pero qué te pasa? ¿Qué te piensas? ¿Que eres hermano y vivías con Alicia, la del país de las maravillas? ¿O que nací y viví siempre en la Isla de la Fantasía? Mijitico, ¿dónde vives tú? O será que al querer tratar de ayudar y no saber cómo, ¿me desubico? 

 

Tengo tanto tiempo “guardado sin ser semilla” que, definitivamente, estoy desubicado, ¿será genético? ¿por qué pienso eso? Creo que es genético, debo pensar y asimilar que soy un desubicado y que me desubiqué a propósito… para no sentir culpa… porque ¡¡¡SOY INOCENTE!!! 

 

©Armando Africano

Caracas, agosto de 2017

Ilustración: Lisardo Rico Rattia