la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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Generosidad y talento a corazón abierto: CARLOS GIMÉNEZ / por Lito Mateu, Córdoba, 15 de enero de 2020










Quizá nada es como uno quiere o se lo propone, pero todo llega a su debido tiempo y Dios sabrá por qué. Este relato debió haberse escrito antes del que escribí sobre la grandiosa puesta de Carlos Giménez de Peer  Gynt  y es probable que lo próximo que escriba tampoco lleve una correlación en el tiempo,  pero creo que no es cuestión de orden, las prioridades me la van dando los sentimientos, la necesidad de expresar mi agradecimiento por haber conocido y trabajado junto a alguien tan generoso que fue capaz de romper las barreras del orden establecido para establecer sus propias reglas y así trascender: CARLOS GIMENEZ.







COMENZAR POR EL PRINCIPIO

Carlos Giménez, Ángel Fernández Mateu (centro), Anita Giménez.
Fuente: Ángel Fernández Mateu

Carlos Giménez  y  la actriz Beatriz Martinovsky ensayando "Ardele o la
Margarita" de Anouilh, en Córdoba. Carlos le  está marcando la escena a
Lito Mateu. Fuente: Jorge Arán,  Beatriz Martinovsky, Rajatabla


Programa de mano. Fuente: Lito Fernández Mateu



Mi primer trabajo como actor de teatro, puesto que yo provenía del radioteatro al igual que mis padres, fue Ardele o la Margarita del autor Jean Anouilh, estrenada el 29 de setiembre de 1967 en la Sala Luis de Tejeda del Teatro Rivera Indarte (hoy Teatro del Libertador Gral. San Martín) en la Ciudad de Córdoba, cuando aún yo no había cumplido los diecinueve años y los demás integrantes, incluso Carlos, no llegaban a los veinticinco. Carlos tenía apenas 21.  Esta puesta marcó mi ingreso al elenco del Teatro El Juglar, elenco independiente de autogestión que coordinaba y dirigía Carlos Giménez. En esta época se forjó nuestra amistad, los actores de El Juglar íbamos a la casa de la familia Giménez en Barrio Jardín, donde Doña Carmen (mamá de Ana y  Carlos) cosía los vestuarios que diseñaban los arquitectos Magaldi y Tillard  y nosotros colaborábamos cosiendo botones, levantando ruedos o cebando mates para amenizar la tarea.

Participé con ellos en otros montajes como El Gran Circo Aracarta de Madelaine Barbouleé, donde Carlos actuaba  además de dirigirnos y Remedio Para Melancólicos de Ray Bradboury, donde contamos con la actuación de la primera actriz Milagros de la Vega, historia del teatro argentino, e integraban el elenco Ana Giménez y Jorge Arán, además de numerosos actores. Con esta última puesta, El Juglar decide emprender una gira latinoamericana reemplazando a Milagros de la Vega con la excelente actriz cordobesa Esther Plaza. Gira a la que yo estaba invitado naturalmente, pero no obtuve el permiso de mis padres porque aún estaba estudiando y no pude viajar.

Por un lado el espíritu de Carlos de conseguir tierra fértil para desarrollar sus proyectos, que cuando nos los contaba  parecía que nos elevaba a una dimensión que desconocíamos. Y por otro lado la cada vez más asfixiante realidad política de aquellos años en Argentina: golpes de estado, gobiernos de facto, prohibiciones, persecuciones en contra de lo que se consideraba “subversivo”… etc., colaboraron para que Carlos decidiera afincarse en tierras caribeñas y desde allí desarrollara una tarea insuperable hasta hoy para todo el teatro suramericano y él lograra llegar a los más importantes escenarios mundiales junto al Grupo Rajatabla.

Lo cierto es que cada vez que Carlos regresaba a Córdoba para visitar a Doña Carmen (su mamá) nos encontrábamos,  porque nos teníamos un cariño y un respeto mutuo que nos unió siempre. En esas ocasiones Carlos solía decirme: “¿Cuándo te vienes conmigo a Caracas?”, pero yo estaba desarrollando en Córdoba una intensa labor tanto en teatros independientes como en café-concert y music hall y me preparaba para dar el salto profesional que se vislumbraba en nuestra ciudad.  




CARLOS GIMÉNEZ DIRIGE LA COMEDIA CORDOBESA


The New York Times, 4 de agosto de 1987




Hacia 1984, con el advenimiento de la democracia en Argentina, se abrieron los concursos para actores en la Comedia Cordobesa e ingresé al elenco estable, oficial,  como actor de primera categoría. En 1987, en el mes de marzo, se nos informó que vendría Carlos Giménez a poner en escena con ese elenco dos obras: El Reñidero del autor argentino Sergio de Cecco y “La Celestina” de Fernando de Rojas.

Por razones presupuestarias solo se llevó a escena la primera de las obras mencionadas con una puesta de Giménez que asombró no solo  a nosotros sino al público y a la crítica, tanto, que fue seleccionada para representar a Argentina en el Festival Latino de Nueva York por el hijo de Joseph Papp (productor general del Festival) quien había viajado especialmente para elegir una obra de este país. Todos estos antecedentes, que luego extenderé ya que la obra tuvo una repercusión extraordinaria tanto en Estados Unidos como en México, sirven como introducción para contar mi experiencia maravillosa en Venezuela.

En El Reñidero yo interpretaba al Trapero (ropavejero), que trasladado de  la tragedia griega era algo así como Tiresias o el Oráculo que, ciego y sentado en el reñidero o apareciendo en cualquier lugar de la escenografía (sobre todo detrás de los espejos) predecía la tragedia que se avecinaba. Mi personaje, que tenía dos monólogos importantes, fue muy aplaudido por el público y destacado por la crítica cordobesa, es entonces que Carlos me hizo una apuesta: “si en Nueva York te aplauden uno de los dos monólogos te invito a que vengas a Caracas a trabajar conmigo”, apuesta que yo tomé a broma y como incentivo al desafío que significaba para el elenco semejante gira. Nunca ignoramos que toda esa movida era producto de la proyección que Carlos ya tenía en Estados Unidos.

El Reñidero, en versión de la Comedia Cordobesa, se estrenó en la Sala Luesther Hall del Public Theater de Nueva York el 1 de agosto de 1987, con un éxito total de público y críticas tanto para el elenco así como los más destacados elogios para la sorprendente puesta en escena de Carlos Giménez  la magnífica escenografía de Rafael Reyeros y la iluminación de Francisco Sarmiento que acompañaba la puesta como un “réquiem” perfecto.

En una función, al finalizar el primer monólogo noté que se había largado a llover torrencialmente por el ruido que se sentía en la sala. Al salir de escena vi que estaban Carlos y Roberto Stopello entre cajas  y el pasar junto a ellos dije, “¡se largó a llover..!” y Carlos me contestó: “No boludo, te están aplaudiendo”.

La gira siguió con todo éxito tanto en Ciudad de México (D.F.), donde nos presentamos en la Sala del Instituto Nacional de Bellas Artes (agosto del 87), como en Villahermosa de Tabasco, en el Teatro Esperanza Iris, a fines de ese mismo mes.

La Comedia Cordobesa regresó a Córdoba a cumplir con los compromisos que tenía en Argentina y Carlos a Caracas.  Durante los años 88 y 89 nuestra actividad  fue intensa y en 1990 fuimos al Teatro Cervantes de Buenos Aires a poner en escena “Príncipe Azul” del autor Eugenio Griffero, interpretada por Jorge Aran  y yo, con dirección de Omar Viale. Otro gran acierto de la Comedia Cordobesa. Es en esta estadía en Bs.As. cuando me informan de mi casa (mi mamá) que me había llegado una invitación del Gobierno de Venezuela para formar parte del Proyecto Pedagógico Teatral, invitación que obviamente gestionó Carlos cumpliendo su parte de la “apuesta” que él mismo había propuesto. ¡Mi locura fue total…!



Izquierda: Roberto Stopello, Carlos Giménez,
Lito Fernández Mateu, Jorge Arán, New York, 1987.
Fuente: Lito Fernández Mateu,


Carlos y elenco de El Reñidero. Fuente: Alvin Astorga





SIETE HORAS DE VUELO HACIA UN SUEÑO



Llegué a Caracas en enero de 1991, estrenando un “Reconocimiento” que recientemente me habían otorgado los medios de prensa de Córdoba por mi trabajo con la “Comedia Cordobesa en la obra Cabaret Bijou”, del autor argentino Alfredo Zemma y dirigido por el mismo autor. Ya en el aeropuerto, donde fue a recibirme, Carlos me dijo que necesitaba que me integrara inmediatamente al Taller Nacional de Teatro (TNT), en calidad de docente. Al día siguiente se formalizó una reunión con la Junta Directiva de ese organismo y una bella mujer poseedora de una voz muy teatral, que por momentos me hacía recordar a nuestra querida actriz Jolie Libois, me indicó que se esperaba de mí la transmisión de mis conocimientos a los alumnos del TNT: era la Sra. América Alonso, Directora Académica de esa Institución, una  la más grandes actrices de Venezuela.






Este era un seminario de formación actoral, creado por Carlos Giménez, que funcionaba en el edificio de Rajatabla, que estaba ubicado entre el sorprendente Teatro Teresa Carreño y el Ateneo de Caracas, frente a Parque Central. El objetivo era primordialmente ser el semillero de actores para Rajatabla y el teatro venezolano, Dirigía el TNT mi querido amigo Aníbal Grunn. Además de ser el instructor en interpretación, mi trabajo consistía en dar clases de dicción, vocalización y análisis de texto, ya que la instrucción era integral, inclusive se procuraba a  los alumnos clases de producción artística y asistencia de dirección. Aníbal, además de su responsabilidad con el TNT, era un importante actor dentro de la estructura de Rajatabla, colaborador con Carlos en la selección de textos y miembro fundador de la Junta Directiva.

Al ingresar tuve a mi cargo veintisiete alumnos (promoción 1991 – 92) de los que aun guardo la nómina de nombres y recuerdos maravillosos de cada uno de ellos, ya que además de darles las materias asignadas nos tomábamos un tiempo para responder a las preguntas que me hacían sobre Argentina, incógnitas que tenían sobre nuestra situación política, la censura, los exiliados  o el mito sobre Eva Perón, por ejemplo, y yo aprovechaba para darles a conocer pormenores de importantes hitos en la historia del teatro argentino, como lo fue el Instituto Di Tella clausurado por el gobierno militar en 1970, autores como María Elena Walsh, Griselda Gambaro y  Eduardo Pavlovsky,  y lo que significó el ciclo de Teatro Abierto en mi país, movimiento cultural en contra de la dictadura cívico militar iniciado en 1981   donde dieron a conocer sus obras grandes autores argentinos. Siempre tuve la precaución de consultar esta temática con Carlos y Aníbal, jamás ejercieron ningún tipo de objeción sobre el tema.

Todos los alumnos del TNT trabajaban en las puestas de Rajatabla, ya sea como actores, asistentes o ayudantes de producción,  que es una forma activa de proporcionales conocimientos y herramientas que luego usarían profesionalmente, además de hacer sus propios montajes dentro del Taller. Creo que abonaban una cuota mínima a la cooperadora del Seminario, que duraba dos años y contaba con instructores tales como Aníbal Grunn, Daniel López, Teresa Selma, América Alonso y Andreina Womutt, entre otros.

En una reunión, Carlos, América y Aníbal me propusieron que hiciera un relevamiento del proceso de formación actoral y sugiriera cambios que redundaran en beneficio del crecimiento de los actores. Propuse entonces elegir los diez mejores promedios finales de cada ciclo y otorgarles una beca con un sueldo “incentivo”, en calidad de post graduados, que aportara un año más de formación, ahondando en materias como interpretación, puesta en escena, escenografía, vestuario y sobre todo literatura teatral clásica internacional. Hicimos una prueba piloto donde participaron todos los alumnos, la que fue interrumpida por mi designación como Director Artístico en el Teatro Nacional Juvenil de Venezuela (TNJV), Núcleo Táchira.








Este fue otro extraordinario aporte de Carlos Giménez al teatro de Venezuela, la creación de elencos regionales de carácter profesional, auspiciados por el Consejo Nacional de la Cultura de ese país. En estas agrupaciones participaban jóvenes actores de ciudades del interior donde estos núcleos de trabajo tenían su sede propia. Los actores ingresaban mediante audiciones, castings o concursos según las necesidades de puesta en escena en las que podían converger actores de todo el país, ya que los concursos eran abiertos, pero con prioridad de los locales. Todos recibían un pago por sus prestaciones actorales. La Junta Directiva del TNJV designaba y contrataba un director artístico, encargado de la puesta en escena y talleres de capacitación y elegía la obra a montar en franca discusión con el director asignado.

La Junta Directiva del TNJV estaba integrada por: Presidente: Carlos Giménez; Suplente: Carmen Ramia; Vicepresidente: José Ignacio Cabrujas; Suplente: Francisco Alfaro; Directores Generales: América Alonso, Pilar Romero y Paul Desene y, Suplentes: Federico Ruiz, Adriana Urdaneta y Javier Zapata.

Los distintos Núcleos  (creo que eran ocho en total) estaban en: Valera, Maracaibo, Valencia, Puerto Ordaz, Guayana, Trujillo, San Cristóbal y Caracas, estaban coordinados por el Sr. Carlos Mayorga y la Coordinación Nacional  Académica y Artística de la Sra. América Alonso.

En mi caso fui designado en el Núcleo Táchira, en la bella ciudad de San Cristóbal, tan parecida a mi Córdoba en su fisonomía, en sus calles, en sus montañas, pero con una bondad y cordialidad únicas y propias de su gente, que por momentos me parecía que  mi irrupción modificaba su bucólico y placentero movimiento. Logré integrarme sin inconvenientes gracias a eso: su gente, su bonhomía, sus ganas de trabajar, de hacer teatro y la entrega total a un proyecto que les proponía una pertenencia profesional a un elenco que les era propio.  Su admiración y respeto por la figura de Carlos y la Junta Directiva eran, totales.

La obra seleccionada fue Los noventa son nuestros basada en la novela de la autora española Ana Diosdado, dialogada y adaptada por el Sr. Miguel Angel Capinel con quién tuve el gusto de colaborar, además contaría con la valiosa colaboración del Sr. Carlos Arellana a quién se le encomendó la música original para esta puesta.

La primera etapa, la más dura para mí, fue seleccionar el elenco, ya que todos los inscriptos demostraban no solo una capacidad admirable, sino una disponibilidad que enternecía. La obra solo requería un grupo reducido, y tuve que optar. Hoy volvería a elegir al mismo grupo, porque no solo encontré actores hermosos, estudiosos, colaboradores, con un empuje que me incentivaba cada día, cada ensayo, cada hallazgo, y aún en cada error. La verdad es que hubo que integrar dos actores del Núcleo Caracas debido a las características de los personajes y a la preparación actoral que tenían los actores capitalinos. Pero no hubo fricciones, sino todo lo contrario.

El resultado fue un hermoso trabajo de un equipo fenomenal  que contó con la escenografía de Augusto González y Marcelo Pont Vergés, escenógrafos argentinos que recientemente habían llegado a Venezuela en busca de un lugar donde desarrollar su actividad, y como siempre, ahí estaba la generosidad de Carlos Giménez, extendiendo su mano para procurar  trabajo a todo aquel que lo requería sin anteponer nacionalidades.

Habitualmente viajaba a San Cristóbal el Sr. Carlos Mayorga, Coordinador de todos los núcleos en lo referente a la producción artística y logística y, mediante evaluaciones o requerimientos de la puesta en escena, yo debía viajar a Caracas a reunirme con América Alonso, Coordinadora Académica de los elencos.
Más allá de que el hecho de designar directores, elegir obras y seleccionar el elenco que las representaría, pueda haber herido susceptibilidades entre los teatristas del interior, que los había, muchos y buenos, el proyecto apuntaba justamente a eso: “intercambiar” conocimientos con directores que provenían de otra escuela, con otra experiencia distinta a la local y con otra visión, pero esto no anulaba la posibilidad  que luego se integraran sugiriendo obras a la Junta Directiva.

Este maravilloso mega-proyecto de Carlos Giménez, de procurarle a los actores del interior acrecentar y consolidar sus conocimientos en esta profesión, de participar en montajes con diferentes directores, de cobrar un sueldo (o beca) por su trabajo, nos habla del compromiso por una clara aplicación del federalismo cultural, no declamado sino realizado a nivel profesional, aportando la infraestructura necesaria para las puestas y otorgando la posibilidad de expresar su propia identidad teatral, a la par que los dotaba de mayores conocimientos culturales, meta irrenunciable de Carlos Giménez.

Esto se vio reflejado en los resultados: una puesta que el público agradeció, que la crítica elogió y que todo el grupo disfrutó, hasta nos dimos el lujo de ser invitados al Festival Binacional de Colombia que se realizó en la ciudad de Cúcuta y en la participación de la Muestra del Teatro Nacional Juvenil de Venezuela en Caracas, junto a todos los Núcleos del proyecto.



Córdoba, 7 de enero de 2020
Fuente fotos: Lito Fernández Mateu








ÁNGEL LITO FERNÁNDEZ MATEU

Actor cordobés. Perteneció al elenco oficial de la Comedia Cordobesa y fue integrante del grupo El Juglar de Carlos Giménez. Ha transitado todos los géneros artísticos, desde el circo (donde nació), el radioteatro, el teatro, el café-concert, el music-hall, la televisión y el cine. Con la obra El Coronel no tiene quien le escriba, de García Márquez y dirigida por Carlos Giménez, recorrió los principales teatros de Europa, Estados Unidos y Latinoamérica. Ha recibido numerosos premios en Argentina y Venezuela.








Archivo fotográfico de Lito
















Ángel Fernández Mateu en El Reñidero.















Diseño escenográfico



Recordando a Edgardo Greco, sobreviviente de la dictadura argentina, amante de la vida y de la libertad / Viviana Marcela Iriart, 24 de enero de 2020




“Hoy voy a perderme
entre las cosas olvidadas,
es morir dos veces
si de mí no queda nada,
mañana.
Yo no pido más
quiero ser
un buen recuerdo
alguna vez”
(Carmen Guzmán-Mandy)
Edgardo Greco, arrodillado, y yo, en Costa Rica, 
enero 1981, y dos compañeros argentinos exiliados



Edgardo era optimista, amable, amoroso, soñador, pacífico. Era periodista,  ex dirigente gremial, realizador de máscaras teatrales, militante de los derechos humanos, combatiente incansable de la dictadura argentina, hermano del artista plástico Alberto Greco, al quien siempre recordaba  con nostalgia: se había suicidado en 1964.  Sus máscaras eran tan buenas que fue convocado por el exigente y prestigioso director Carlos Giménez, para que realizara las de su imponente espectáculo La Máscara Frente al Espejo.

Edgardo nunca hablaba de lo que la dictadura le había hecho. Pero un día, un único día, quién sabe por qué, me contó muy escuetamente parte de su historia y un "traslado". Fue un día de 1980 y todavía lo recuerdo.  Edgardo contó sin dramatismo, sin quejarse, como quien cuenta un cuento que le pasó a otro. Sólo al final sus ojos se pusieron un poco tristes.  Lo subieron a un avión, esposado de pies y manos y lo encadenaron de manos, acostado,  al piso del avión, avión al que le habían sacado los asientos. “Tuve suerte” me dijo. Porque no lo lanzaron vivo al Río de la Plata, como era “costumbre” de la dictadura, sino que lo trasladaron de Buenos Aires a Córdoba. De un campo de concentración a otro.



Edgardo, izquierda, entrevistando a  Jorge Gody, dueño junto a
Aura Rivas de la galería "Viva México", Caracas.


Con Edgardo compartíamos la lucha contra la dictadura argentina. Pero no éramos combatientes políticos, no pertenecíamos a ninguna organización: éramos militantes de los derechos humanos.  Viajamos juntos a Costa Rica, en enero de 1981, al  Primer Congreso de Familiares de Detenidos-Desaparecidos de América Latina; trabajamos en la organización y participamos del Segundo Congreso de Familiares..., realizado en Caracas en noviembre del mismo año y trabajamos en la Coordinadora Pro Derechos Humanos en Argentina que funcionaba en Caracas, lugar en donde nos conocimos.  Todo ad-honorem, robándole horas al sueño y poniendo dinero de nuestros bolsillos.

Edgardo hizo, junto con mi amigo Julio Palavicini, también sobreviviente de la dictadura, menos tristes mis años de exilio.

Con su moto Vespa viajamos un día a La Guaira y otro, quiso enseñarme a manejarla, hasta que me estrellé contra un paredón dañando a la moto, Edgardo ni se inmutó,  y cambié de idea. Con esa moto recorrimos Caracas llevando gacetillas a los periódicos denunciando la situación argentina. Juntos hicimos artesanías en cuero que nadie quería comprar e inventamos mil proyectos laborales que nunca pudimos concretar;  íbamos a la playa, al cine y al teatro; tomábamos mate compartiendo esa yerba que tanto costaba conseguir (no había importación) y nos encantaba encontrarnos en la panadería para desayunar un rico guayoyo, negrito o marrón y un sabroso cachito.

De tanto en tanto, porque era muy caro, íbamos al kiosko internacional que estaba en la avenida Casanova y comprábamos, a medias, el diario Clarín, que entre líneas algo nos contaba de lo que pasaba en Argentina, y era tal nuestra nostalgia que leíamos…¡hasta los clasificados! Era tan caro el diario, o tal nuestra pobreza, que después de leído circulaba de mano en mano como si fuera un tesoro, y no se botaba, ¡los coleccionábamos! Porque en caso de ataque de nostalgia ahí estaban los diarios, como si fueran un pedacito de nuestra patria. Pero Edgardo, a diferencia de la mayoría, yo incluida, no sufría de nostalgia crónica y su alegría y su amor por Caracas eran un bálsamo entre tanto dolor.


Recuerdo un hermoso 31 de diciembre de 1981 que celebramos en mi “casa” de Las Mercedes (una galería de arte que yo cuidaba a cambio de una habitación), junto con amigos y amigas  venezolanas, argentinas  y de todas partes porque Caracas, en aquellos años,  era la capital del refugio latinoamericano y caribeño. Esa noche sacamos muchas fotos a las que el tiempo le ha ido borrando las imágenes, pero Edgardo sigue nítido en mi recuerdo.

Edgardo, que quizá era 20 años más grande que yo,  amaba a Venezuela, y eso no era tan frecuente en el exilio, y me enseñó a amarla y valorarla sin que yo me diera cuenta que me estaba enseñando.




Edgardo, amigas, amigos  y yo en la playa, ¿Choroní? 1980 o 1981



Edgardo hacía de todo para sobrevivir, porque tenía dos hijas pequeñas (y una ex esposa encantadora) en Caracas,  pero el dinero  y el éxito siempre le fueron esquivos y pasó muchas dificultades económicas, tanto en Caracas como en Buenos Aires.

En Caracas vivía en una pensión miserable en San Agustín y en Buenos Aires le fue tan mal que un día se mató. La democracia argentina le debía mucho, pero la democracia nunca  pagó su deuda.

Edgardo fue un amigo muy leal. Cuando los compañeros de la Coordinadora Pro Derechos Humanos en Argentina me expulsaron (luchaban contra la dictadura pero querían imponer la suya), simplemente por expresar opiniones diferentes a las suyas en una reunión con las Madres de Plaza de Mayo, él fue de los pocos que se quedó a mi lado y que no se cruzaba de vereda cuando me lo encontraba en la calle: él me daba un abrazo. Y negó y rechazó tajantemente la infamia con la que esos compañeros pretendían hacer aún más difícil y doloroso mi exilio: ¡dijeron que yo era agente de la CIA! Y seguimos trabajando juntos contra la dictadura.

A Edgardo le debo también el poder haberle hecho juicio al Estado Argentino. Fue él quien me aconsejó, preocupado por un intento de secuestro que sufrí en 1980 en Caracas, que pidiera estatus de refugiada ante el ACNUR. Y lo hizo a pesar de que la “política oficial” del exilio era no pedir refugio. Confié en mi amigo. Y gracias a esa constancia de refugio, y al trabajo de mi abogada Elena Moreno, pude ganarle el juicio al Estado Argentino después de muchos años de lucha e infamia, y gracias a la Corte Suprema de Justicia, que falló a mi favor la apelación interpuesta por el gobierno de Néstor Kirchner.

Edgardo, que había padecido un millón de sufrimientos más de los que yo padecí, murió sin  que el Estado le pidiera disculpas. Sin que la democracia le diera las gracias. Igual que  Julio Cortázar. Qué injusticia tan grande.


Edgardo sobrevivió a campos de concentración y cárcel en Argentina y exilio en Venezuela, sólo por querer un mundo mejor.  Su nombre estuvo en las Lista Negras de la dictadura hasta el final. Su única arma eran las palabras. Y sus palabras siempre fueron amables, conciliadoras,  amorosas.

¿Cuándo habrá en Argentina una placa que le recuerde?

24 de enero de 2020










Alberto Greco, el artista inclasificable que firmaba personas como obras de arte/ Daniel Mecca, Clarín, Buenos Aires, 30 de junio de 2019





Uno de sus clásicos "vivo-dito", en este caso señalando
 como obra de arte a una señora en el pueblo español de Piedralaves


 Fue irritante hasta para los propios vanguardistas. 
Se quitó la vida a los 34 años.


El inclasificable Alberto Greco (1931-1965). Se quitó la vida a los 34 años.
Se cuenta que en su mano izquierda alcanzó a escribir la palabra "FIN".


“Alberto Greco es un genio”, “qué grande sos”, “el pintor informalista más grande de América”. Estamos en 1961 y los afiches empapelan el microcentro porteño. El argentino Alberto Greco, regresado de Europa, lleva adelante su campaña autopublicitaria. Inclasificable, él fue su propia obra de arte.


Piedralaves, España, 1963. Sobre su vida y obra
se hizo el documental
"Alberto Greco, obra fuera de catálogo"
 de Paula Pellejero.


En 1962, durante la exposición “Antagonismes 2”, se paseó con un cartel que decía “Alberto Greco, obra de arte fuera de catálogo” y repartió tarjetas personales que decían en francés “Objeto de arte”. Se dice que ese día le pidió prestado la lapicera al artista Yves Klein para firmar dos obras de arte vivo: una duquesa y un mendigo.

Andrea Giunta y Ana Longoni, ambas investigadoras
del arte, analizan la obra de Greco en los libros
"Vanguardia, internacionalismo y política"
 y Vanguardia y revolución", respectivamente



Es lo que Greco llamaba vivo-dito: hacía círculos —en general de tiza— alrededor de personas o de cosas para señalarlos como obra de arte: una vendedora ambulante, un obrero, un vehículo, un burro. “El artista no mostrará más con el cuadro, sino con el dedo”, teorizó. Llegó a envolver con un rollo de papel el pueblo español de Piedralaves para firmarlo como obra y declararlo capital del “grequismo”.

Otra vez, en una exposición, soltó 30 ratas a las que puso los nombres de los artistas que exponían. Insatisfecho, Greco fue irritante hasta para los propios vanguardistas.

©Daniel Mecca

30 de junio de 2019

Fuente: Clarín
Alberto Greco: web








Edgardo Greco entrevista a Viviana Marcela Iriart, Revista Ronda, Caracas, noviembre de 1985









La Larga  Noche de A. Rowinsky se estará presentando en la remozada sala Aveprote hasta mediados de diciembre, para luego volver en enero. Se trata de la obra ganadora del Concurso Internacional de Dramaturgia del Tercer Mundo 1985 convocado por el Centro Venezolano del Instituto Internacional de Teatro de la UNESCO.  Fue estrenada el mes pasado en Maracay, inaugurando la sala y sede del grupo La Misere, que dirige Ramón Lameda.

Las actuaciones de esta pieza, que analiza la problemática del exilio, están a cargo de Nelson Segré, Sonia Valle,  José Yovanne Monetta, Otto Rodríguez y Alberto Rowinsky, quien también dirige.

Los diseños están a cargo de Víctor Villavicencio (iluminación); José Luis Gómez Frá (escenografía y vestuario); Alfredo Rugeles (música); la producción es de Juancho Pinto y los asistentes de dirección Yovanne Monetta y Viviana Marcela Iriart.

Precisamente Viviana, que fue editora de las desaparecidas revistas especializadas “Intermedio” y “Primera Fila”, nos dice que Rowinsky, parodiando una frase de su obra, no es un ser común, es un hombre que ha sufrido el fascismo, que lo ha combatido y lo combate y al que un día le mostraron un naipe que decía destierro: “Nació en Uruguay, pero podría haber nacido en cualquier otro punto de América Latina y su historia no habría cambiado más que en pequeños matices, porque América Latina, ahora menos que antes ha sufrido, casi sin excepciones, el oprobio de regímenes fascistas".

No es la primera obra política de Rowinsky, ya que la “opera prima” fue  “Reunión de Muertos en Familia” presentada a finales del 83 en el marco del VI Festival Nacional de Teatro de Caracas (…)

Vuelve Viviana y nos dice que La Larga Noche “se puede sentir en dos planos perfectamente diferenciados el uno del otro. Por un lado, la denuncia del fascismo, escrita sin concesiones, y por el otro la crítica no exenta de cierta ternura, hacia aquellos intelectuales que no asumen un compromiso de lucha frente a las dictaduras”.  El mensaje es muy claro: libros sí, pero también hechos. Pero, y esto es importante, Rowinsky no condena a esos intelectuales. Más bien les hace un dulce llamado para que “tiendan sus manos y así, todos juntos, logremos que la larga noche sea enterrada al fin”.



Periodista argentino.
Sobreviviente de la dictadura argentina. 
Después de estar  en campos de concentración y cárceles,  fue exiliado a Venezuela por la dictadura de 1976. 
Su nombre estuvo en las "Listas Negras" de la dictadura hasta  1983.







Entrevista a Peter Brook: "Cuando creas que has hallado lo que buscas, piénsalo bien... Quizá sea solo un montón de mierda"/ Fernando Goitia , XLSemanal, México, 9 de octubre de 2019




La actriz británica Glenda Jackson y Peter Brook


Es una leyenda, un niño prodigio que con 22 años ya dirigía a Shakespeare y triunfaba en Covent Garden. Hoy, a los 94, mantiene la lucidez y la pasión intactas. Hijo de un menchevique exiliado en Londres, hablamos con el gran revolucionario de la escena de siglo XX. Un hombre empeñado en navegar a contracorriente y, sobre todo, en no repetirse. Por Fernando Goitia/ Fotografía: Antón Goiri







Caminar implica un gran esfuerzo para Peter Brook, galardonado con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2019. Su voz es un débil hilo sonoro en el restaurante de Brooklyn donde almuerza con XLSemanal, pero al hablar brillan sus ancianas pupilas azules, que se expanden hasta abarrotar las cuencas de sus ojos. Es la excitación que le causan los recuerdos de una trayectoria –teatro, ópera, cine, novela, ensayo…– con la que ha dinamitado los pilares de la tradición, y el placer de reflexionar sobre el teatro: la vida misma, dice, el arte más humano.





¿Contribuye el teatro a crear un mundo mejor?


Sin duda, el mundo es mejor gracias al teatro, a la literatura, a la música, al arte… El teatro es una experiencia absolutamente humana porque te ofrece un breve momento de generosidad; te empuja a sentir lo que otros sienten, a ser más humano. No estamos aquí para cambiar el mundo, pero conmover a alguien con una historia ajena es un trabajo que merece la pena.


Esta semana estrena en Oviedo su última obra: Why? (‘¿Por qué?’). ¿Nunca dejará de hacerse preguntas?


 Jamás. Y ‘¿por qué?’ es la más importante, la que nos hace avanzar. Los descubrimientos, los movimientos artísticos, los viajes de exploración; cada nuevo paso de la humanidad arranca con una pregunta. De eso trata la obra.


Y usted quiere que no nos olvidemos de ello…


Es que hay un problema de base: profesores y padres enseñan a los niños y niñas que cada pregunta debe tener una respuesta. Y no es así. Condicionan sus mentes a buscar un resultado inmediato, pero hallar la respuesta es algo que puede llevarte mucho tiempo y trabajo.


Su vida ha sido una búsqueda constante. ¿Tiene algún lema que lo haya acompañado?


Ve siempre contra la marea. Busca, busca, busca; intenta, intenta, intenta. Y, cuando creas haber hallado lo que buscas, piénsalo bien. Quizá sea solo un montón de mierda [se ríe].


¿Cuántas veces ha sentido la necesidad de limpiar su mente y volver a aprender desde cero?


Así empiezo cada día. Y, en mi carrera, cada proyecto ha sido el eslabón de una cadena sin fin. Cada vez que he conseguido un éxito me ofrecían repetir la fórmula, pero eso hubiera sido ir hacia atrás.


¿Quiere decir que quedarse en el mismo sitio es un paso atrás?


Claro, porque no arriesgar y probar cosas nuevas es un paso atrás. Lo tuve claro con 23 años al triunfar con La Bohéme en Covent Garden. «¿Qué otra ópera de Puccini podemos hacer?». Pero yo no quería repetirme.


Dirigió por primera vez con 18 años. ¿Quiso antes ser actor?


Sí, pero me di cuenta rápido de que sería un pésimo actor [se ríe]. Se me daba mejor escribir, concebir escenografías y ayudar a los buenos actores a mejorar.


Fue el director más joven de Covent Garden. ¿Poseía ya mucha confianza en sí mismo?


Fui un principiante como cualquier otro, solo que tuve varios éxitos muy pronto y ya no paré.


Suena como si no lo buscara…


Porque nunca soñé con un bombazo para convertirme en estrella. Quería que me fuera bien, claro, pero nunca pensé en el dinero. La fama fue llegando de forma misteriosa y, con ella, el dinero.


“Busco la ‘calidad’. Nadie sabe lo que significa exactamente esa palabra, pero todo el mundo la percibe”




¿Cómo se aproxima a los actores para obtener de ellos lo que necesita su obra?


Lo primero es proporcionarles confianza. Llegan al primer ensayo con miedos y los pongo a jugar; los obligo a mirarse y escucharse para crear un espíritu familiar. A los dos días tomamos un té y hablamos.



Entre los directores de cine y teatro –cuentan las leyendas– hay mucho tirano. Usted ¿cómo entiende las tareas de dirección?


Yo no soy un jefe, soy un colaborador más. Controlo todos los aspectos del proyecto, claro, pero mi tarea principal es guiar al grupo en una dirección compartida y alcanzar juntos lo que llamamos ‘calidad’. Nadie sabe qué significa con exactitud esa palabra, pero todo el mundo la percibe.


¿Guiar es también liderar?

Oh, no, un líder es otra cosa. Hitler era un líder. Alguien que se cree en poder de la verdad y engaña a los demás para que lo sigan, aunque sea hacia al abismo. Un líder tiende a ser dictador. Como Franco, el que tuvieron ustedes, o Stalin en Rusia. Yo, por suerte, solo he sufrido la tiranía de Broadway [se ríe].

¿A qué se refiere?

A que tienes tres semanas para crear un espectáculo carísimo. Así es difícil que la primera noche salga bien. Y, entonces, la crítica te destroza. Hay gente que se suicida, que pierde a su mujer… ¡Es injusto!

¿Tres semanas es poco?

Es que, para el estreno, la obra no está acabada. Es cuando de verdad empiezas a trabajar, con el público. Yo me siento entre ellos e intento entenderlos. Si se aburren, le digo a uno: “¿Pero qué idiota ha hecho esto?” [se ríe]. Y si les gusta: “Qué bueno, ¿no?”. A partir de ahí intentamos mejorar. Yo leo las críticas con interés, pero si no eres constructivo puedes arruinar las vidas de muchas personas.



©Fernando Goitia

XLSemanal, 9 de octubre de 2019

Fuente: XLSemanal





Sophia Jex-Blake, la líder de "Las siete de Edimburgo", que provocó motines por osar estudiar medicina / / Naomi Alderman, BBC 11 enero 2010





 Todas lograron aprobar el examen.
 Aunque tardarían un siglo y medio en obtener su título.



Imagina que tienes que rendir el examen más difícil de tu carrera. Estudiaste por meses y cuando llegas a rendir te encuentras con un grupo de hombres que no te dejan entrar a la sala de examen y te atacan a los gritos, lanzándote basura y lodo.

Logras atravesar la multitud y arrastrarte dentro de la sala, donde tomas asiento, con el corazón latiendo fuertemente. Justo entonces, el examinador dice: "Es hora de comenzar".

¿Cómo crees que te iría?

Esto fue lo que le pasó a un grupo de mujeres hace 150 años en Reino Unido, cuando querían convertirse en las primeras graduadas en Medicina de una universidad británica.

El grupo, que se hizo conocido como "Las siete de Edimburgo", estaba liderado por Sophia Jex-Blake, e increíblemente todas lograron aprobar el examen. Aunque tardarían un siglo y medio en obtener su título.


La líder


Sophia Jex-Blake nació en Hastings, en el sur de Inglaterra, en 1840. Venía de una próspera familia religiosa.
De niña era ingeniosa y de carácter fuerte, y pensaba que algún día sería maestra o escritora.

Pero eso cambió después de un viaje a Estados Unidos durante el cual conoció a mujeres astrónomas, una profesora de matemáticas y a la doctora Lucy Sewell, una de las primeras mujeres en practicar medicina en EE.UU.

Así nació su deseo de convertirse en doctora. En 1869 publicó un ensayo: "La medicina como profesión para las mujeres", argumentando que el sexo femenino era inherentemente bueno con el cuidado y que los conventos habían sido centros de curación durante siglos.

También planteó que la cuestión de si los intelectos de las mujeres eran inferiores a los de los hombres podía resolverse fácilmente proporcionando "un campo justo y sin favores".

Con esto en mente, comenzó a buscar una universidad que le permitiera convertirse en doctora.

Eligió la Universidad de Edimburgo por dos razones: la Escuela de Medicina era excelente y en esa ciudad tenía amigos que estaban a favor de la educación de las mujeres.

Jex-Blake conocía el caso de Elizabeth Garret, que unos años antes se había aprovechado de una laguna en las regulaciones médicas y se había calificado como doctora a través de la Excelentísima Sociedad de Boticarios.

Apenas se graduó, las autoridades cambiaron las reglas para prohibir que otras mujeres hicieran lo mismo.

Jex-Blake no quería hacer lo mismo, quería que otras mujeres estudiaran a la par de ella.

Logró encontrar a otras seis mujeres que querían convertirse en doctoras: Edith Pechey, Isabel Thorne, Matilda Chaplin, Helen Evans, Mary Anderson Marshall y Emily Bovell -una banda femenina que sería apodada "Las siete de Edimburgo".

En 1869, la Universidad de Edimburgo acordó permitirles asistir a algunas clases de Medicina y tomar algunos exámenes, aunque no les permitió asistir junto con los hombres.

Tenían que persuadir a cada profesor individualmente de que valía la pena enseñarles y además pagar las clases por separado.

Éxito académico


A pesar de todas las limitaciones brillaron académicamente, lo que para algunos representó un gran problema.

En sus primeros exámenes, una de las Siete, Edith Pechey, obtuvo el primer lugar en Química, lo que debería haberle permitido obtener una beca. Al ser mujer, no se la dieron, algo que fue reportado por algunos diarios de la época, que simpatizaron con la joven.

Esto enojó a muchos estudiantes y docentes de la universidad, que pusieron presión para que se les dejara de enseñar a las Siete. También se levantaron peticiones para que las mujeres no pudieran ser doctoras.

Las Siete se encontraron con constantes obstáculos. Cuando tres de ellas debían tomar un examen de Obstetricia, los tres hombres que iban a examinarlas renunciaron.

El Colegio Real de Médicos de Edimburgo se opuso tajantemente a la posibilidad de que hubiera mujeres médicas.
"No sé que hilos movieron pero el resultado fue que los estudiantes con los que trabajamos se volvieron ofensivos, cerrando puertas en nuestros rostros, estallando en aullidos cuando nos acercamos, como si hubiera habido una conspiración para hacernos la vida tan incómoda como era posible", denunció Jex-Blake.

Esa atmósfera de violencia condujo, al final, a los disturbios a gran escala que ocurrieron cuando las mujeres acudieron a rendir un examen de Anatomía, el 18 de noviembre de 1870.

La protesta quedó en la Historia con el nombre de "La revuelta del salón de los cirujanos".


Sin título







A pesar de que todas aprobaron, y que milagrosamente habían logrado sobrevivir a cuatro años de carrera, la ley finalmente les bloqueó el camino.

Un fallo de la Corte Suprema determinó que no se podía obligar a la Universidad de Edimburgo a otorgar títulos médicos a las mujeres.

Aunque significó una gran derrota para las Siete, ni siquiera eso pudo poner fin al sueño de Jex-Blake: se terminó graduando como médica en 1877, pero no en Reino Unido sino en Suiza, en la Universidad de Berna.

Regresó a Edimburgo, donde practicó medicina, hasta su retiro en 1889. Además de ejercer su profesión, también fomentó la educación de otras mujeres médicas, formando la Escuela de Medicina para Mujeres de Edimburgo.

La institución cerró sus puertas en 1892, cuando la Universidad de Edimburgo empezó a aceptar a estudiantes femeninas.







Jex-Blake pasó sus años de retiro viviendo en la costa sur de Inglaterra junto con otra médica, Margaret Todd, quien se cree era su pareja, y quien terminaría escribiendo una biografía sobre su vida.

En 2015, el gobierno escocés colocó una placa para conmemorar el lugar donde ocurrió la "revuelta del salón de los cirujanos".

Y en julio de 2019, 150 años después de que "Las siete de Edimburgo" se convirtieran en las primeras mujeres admitidas a estudiar Medicina en Reino Unido, la Universidad de Edimburgo las honró, entregándoles títulos honorarios póstumos en Medicina.


©Naomi Alderman
Escritora británica
BBC , 11 enero 2020

Fuente: BBC


Naomi Alderman: Web oficial