Otra
historia de amor, Tomás Eloy Martínez,
La Nación, 1998
HIGHLAND PARK, N. Jersey.- ESTA vez no se trata de la ya fatigosa aventura que
unió para siempre a Bill Clinton con Mónica Lewinsky, sino de una historia de
amor verdadero, sin escándalos de poder ni confidentes traidores.
El
personaje central de este relato es Simone de Beauvoir. El otro personaje no es
Jean-Paul Sartre (o, por lo menos, no él solo) sino el novelista norteamericano
Nelson Algren, al que Beauvoir estuvo ligada, entre 1947 y 1951, por una pasión
absorbente, sumisa, "una pasión de esclava", como la llamó ella
misma. El lenguaje de la narración es epistolar, tal como en las fabulas morales
del siglo XVIII: cartas cruzadas entre los dos amantes, en inglés -una lengua
que Beauvoir manejaba con maestría-, entre París y Chicago.
La
historia está contada en un libro que apareció a comienzos de este mes, A Transatlantic Love Affair, en el que se
muestra sólo el anverso de la medalla: las cartas de Beauvoir, y no las de
Algren. Eso importa poco. En el tercer volumen de su autobiografía, La fuerza de las cosas (1963), Beauvoir
dio a conocer largos fragmentos de las cartas que él le había escrito, lo cual
completa el cuadro.
Beauvoir
está de moda en los Estados Unidos. Un largo artículo en The New York Times, a mediados de septiembre, cita la decena de
libros y ensayos recientes que han intentado demostrar hasta qué punto muchas
ideas de Sartre, y en especial las de su summa filosófica, El ser y la nada, derivan en línea recta de las reflexiones de su
más devota discípula.
Siempre
fue un misterio la aparente dependencia que Beauvoir sentía por Sartre. Las
cartas a Nelson Algren permiten entender mejor lo que pasaba entre los dos.
El contrato con Sartre
Hasta
hace pocos años, la mayor parte de los biógrafos coincidía en que era Sartre el
que, entre 1929 y 1930 (cuando ella tenía veintiún años y él, veinticuatro),
había impuesto unas leyes que permitían a la pareja compartir el sexo y las
pasiones intelectuales, contándose todo lo que les pasaba con otros amores, sin
que ninguno de los dos tuviera derecho a los celos. Ese modelo de pareja
exigía, por supuesto, que vivieran en casas separadas.
Durante
el lapso del primer contrato, que duró dos años, Simone de Beauvoir era la
relación privilegiada de Sartre, y viceversa: ambos tenían derecho a entrar en
la vida del otro a cualquier hora del día y de la noche, y a conocer antes que
nadie todo lo que el otro hiciera.
Estaba
prohibido mentir. "La sinceridad (o la transparencia) es algo a lo que no
puedo renunciar", anotó Sartre por entonces. Pero, a la vez, tenían la
obligación de no preguntar. Se sobrentendía que los amores
"circunstanciales" eran también fugaces y que ninguna pasión
imprevista podría destruir el férreo y verdadero "amor esencial". El
pacto fue renovado muchas veces, aunque no hiciera falta.
Fue
Beauvoir la que divulgó los placeres y tormentos de esa pareja. Sartre, el
presunto responsable de la idea, sólo habló de ella sesgadamente y no publicó
nada (o casi nada) sobre el tema. Era feo, miope, torpe, en tanto que ella era
muy atractiva. En las cartas a Nelson Algren se descubre que el filósofo era también
un pésimo amante. Con el novelista norteamericano (autor de El hombre del brazo de oro, entre otras
obras menores), Beauvoir descubrió por primera vez las felicidades del cuerpo,
y así lo declara: "Te pertenezco, Nelson. Soy tu pequeño fetiche".
Todo lo que podía sentir como mujer lo sintió con Algren antes que con nadie.
Las cartas lo dicen.
La libertad del Castor
Durante
muchos años imaginé que Beauvoir actuaba con Sartre como una especie de
parásito intelectual, que vivía a la sombra de su respiración para poder
convertirla en palabras. Debí haber descubierto que me equivocaba cuando el
propio Sartre, en sus Cartas al Castor
(a Beauvoir la llamaban "el Castor" por su energía y laboriosidad),
revela que el vasallo era él y no ella, como creíamos todos.
"Yo
quería afirmar mi libertad ante las mujeres -escribe Sartre-, lo cual era
cómico, porque era yo el que corría detrás de ellas. Un buen día quedé
atrapado. El Castor aceptó esa libertad y se la quedo para sí."
El
tema de la libertad o de la falta de libertad en las parejas desvelaba al mundo
occidental en los años 60. Parte de la revolución hippie y de los ideales
revolucionarios en la
América Latina durante esa década y la siguiente tiene que
ver, precisamente, con la búsqueda de una igualdad sexual que era también un
acto de justicia. El pacto de la pareja Sartre-Beauvoir insinuaba una vía de
escape a las convenciones que parecía ideal: lo compartían todo y no se debían
nada. Al final resultó una desilusión.
Cuando
estaba enamorada de Algren (mientras el mundo entero creía que estaba enamorada
de Sartre), Beauvoir escribió uno de los tratados fundacionales del feminismo: El segundo sexo, su magistral ensayo en
dos volúmenes. Hasta donde se sabe, no lo discutió en absoluto con Algren. Cada
vez que hablaba con él de sus libros, lo hacía al pasar, sin darles
importancia, como si la avergonzaran.
Nada sin narrar
Hay
allí una extraña vuelta de su condición femenina: con Sartre, que era su igual,
se mostraba arrogante, caprichosa, erudita; con Algren, que era hijo de una
familia proletaria de Detroit, al que Beauvoir aventajaba de lejos en
curiosidad intelectual, se mostraba cortés y hasta servil, como si quisiera ser
perdonada por su inteligencia. "Querido, querido mío -le escribió cuando
estaba por compartir con él una cabaña en el lago Michigan-: voy a lavar los
pisos, voy a cocinar todas las comidas, voy a escribir no sólo mi libro sino
también el tuyo." Tal como le sucedería con Sartre, fue Beauvoir la que
sacó mejor partido narrativo de esa otra relación. En 1954 publicó una novela, Los mandarines, en la que Algren
aparecía casi idéntico al de la realidad aunque con otro nombre, Lewis. En La
fuerza de las cosas quiso ir más lejos y contó su aventura de amor con puntos y
comas. Algren trató de replicarle, indignado, en artículos publicados por Harper´s y por Playboy. Pero en ese momento (1963), ella era ya demasiado famosa y
él casi se había desvanecido en la nada.
Ya
se sabe lo que Beauvoir hizo con Sartre: no dejó nada de él sin narrar. Amores,
combates intelectuales, trabajos, defecaciones, decrepitud: todo lo que ella
supo de Sartre fue transfigurado en palabras.
Siempre
me pareció sorprendente -y también terrible- que esa curiosidad casi enfermiza
por la intimidad de los otros (o del otro) ocultara toda la curiosidad que
Beauvoir debió de sentir por sí misma. En sus memorias no refiere ni uno solo
de sus fracasos amorosos ni sus desbocamientos de placer. Así como es impúdica
hasta el escándalo con sus parejas, es extremadamente pudorosa con su propia
intimidad.
En
ninguna obra fue tan nítido ese exhibicionismo del otro como en La ceremonia de los adioses, donde
refiere sus últimos diez años junto a Sartre. El libro pretende ser piadoso: es
implacable.
Allí
se ve a Sartre declinar, perder la voluntad aunque no la lucidez, caer bajo el
dominio intelectual de un par de advenedizos, entusiasmarse con la adulación de
las adolescentes, advertir con indiferencia que ya no es capaz de controlar sus
esfínteres, sucumbir a la gangrena (y a sus olores de náusea), esperar la
muerte con torpeza. En cada línea, Simone de Beauvoir acecha la ruina de ese
fantasma al que alguna vez amó.
Grandeza y orgullo
Si
no se hubiera publicado A Transatlantic
Love Affair, nada habría alterado esa imagen de supremo egoísmo. Las cartas
a Nelson Algren cambian la historia, al descubrir una Beauvoir que era capaz de
suplicar, sufrir, vivir el amor de manera irreflexiva y casi adolescente, con
una ternura que casi inspira compasión.
Al
menos en los cuatro años que van de 1947 a 1951 -los años en que escribió Los mandarines y El segundo sexo, sus dos obras maestras-, ella se mostró tan
indefensa y torpe ante el amor como cualquier otro ser humano. En ese alarde de
pequeñez está mucha de su grandeza. Lo demás es sólo amor propio herido, o tal
vez orgullo.
Durante
el verano de 1950, en la cabaña del lago Michigan, Algren le dijo
sorpresivamente que ya no la quería más. Volvieron a encontrarse en el mismo
sitio, al año siguiente, y casi no se tocaron.
"Sé
feliz, mi querido -le escribió ella desde el aeropuerto de Nueva York, en la
carta de despedida-. Sé feliz, y guárdame un lugarcito en el desván de tu
corazón." Con esa frase, Beauvoir dejaba el reino de los sentimientos y
entraba en el de la pura inteligencia, donde hay menos desdichas pero también
mucha menos felicidad.
© Tomás Eloy Martínez
10/10/1998
Revelan cartas secretas de Simone de Beauvoir
Se publicaron en Francia · La escritora feminista, que murió en 1986, estuvo locamente enamorada de un escritor estadounidense entre 1947 y 1964
París. AFP y ANSA).- La escritora francesa Simone de
Beauvoir, uno de los símbolos del feminismo, tuvo un enamorado secreto durante
17 años con el que mantuvo un fluido contacto por correspondencia.
En esas cartas, publicadas ayer en París, también confiesa que la relación con el filósofo Jean-Paul Sartre, que comenzó en 1930, "no fue un éxito desde el punto de vista sexual, esencialmente a causa de él, que no está apasionado por la sexualidad". La editorial Gallimard, de Francia, acaba de editar Un amor transatlántico. Cartas de Simone de Beauvoir a Nelson Algren 1947-1964. Algren era un escritor realista estadounidense que murió en 1981, cinco años antes que Simone.
Según
las cartas, las dos figuras dominantes dentro de los intelectuales del París de
la posguerra mantenían una relación de fraternidad.
"Sartre me necesita. Exteriormente está muy aislado, interiormente muy atormentado, muy perturbado y yo soy su única amiga verdadera, la única que lo comprende de verdad y lo ayuda, trabaja con él, le aporta paz y equilibrio. Desde hace casi veinte años, hizo todo por mí. Me ayudó a encontrarme", escribió Simone en una de las docenas de cartas que le escribió, en inglés, a Algren.
"Sartre me necesita. Exteriormente está muy aislado, interiormente muy atormentado, muy perturbado y yo soy su única amiga verdadera, la única que lo comprende de verdad y lo ayuda, trabaja con él, le aporta paz y equilibrio. Desde hace casi veinte años, hizo todo por mí. Me ayudó a encontrarme", escribió Simone en una de las docenas de cartas que le escribió, en inglés, a Algren.
Flechazo recíproco
Simone
de Beauvoir y Nelson Algren se conocieron en 1947, cuando ella fue invitada a
los Estados Unidos por una universidad. Ahí se conocieron y, según parece, fue
un flechazo inmediato y recíproco.
Los amantes solo se encontraban de tanto en tanto. Por eso mantuvieron una correspondencia a ritmo sostenido; incluso, en algunas épocas, fue diaria.
En las diferentes cartas, Simone llama a Algren de diferentes modos: "cocodrilo", "amado esposo", "muy querido marido-sin-casamiento" o "animal soleado".
Los amantes solo se encontraban de tanto en tanto. Por eso mantuvieron una correspondencia a ritmo sostenido; incluso, en algunas épocas, fue diaria.
En las diferentes cartas, Simone llama a Algren de diferentes modos: "cocodrilo", "amado esposo", "muy querido marido-sin-casamiento" o "animal soleado".
Con
el tiempo, la relación se fue debilitando. En 1952, Simone escribió que el amor
se fue convirtiendo en "inútil y vano amor congelado, inofensivo".
Pero el punto de ruptura definitiva se dio en 1965 cuando Simone contó la historia de amor con Sartre en el libro La fuerza de las cosas, publicado en los Estados Unidos. Algren, previsiblemente, se puso furioso. Pero guardó las cartas, que ahora están en la Universidad de Columbus, Ohio. Las que escribió él, en cambio, sus agentes se niegan a publicarlas.
Pero el punto de ruptura definitiva se dio en 1965 cuando Simone contó la historia de amor con Sartre en el libro La fuerza de las cosas, publicado en los Estados Unidos. Algren, previsiblemente, se puso furioso. Pero guardó las cartas, que ahora están en la Universidad de Columbus, Ohio. Las que escribió él, en cambio, sus agentes se niegan a publicarlas.
Sartre, su primer hombre
Sobre
Sartre, Simone cuenta que fue el primer hombre con el que hizo el amor,
"tenía 22 años" pero "poco a poco nos pareció inútil, incluso
indecente, seguir acostándonos juntos", quizá porque él mantenía aventuras
con otras mujeres.
Pero eso no es una novedad. Los dos promovieron la idea de "pareja abierta" y Simone, en varios de sus libros (por ejemplo en los tres tomos de sus memorias), contó que él tenía amantes y ella mantenía relaciones con mujeres.
Como una muestra de su amor por Algren, pero sin renegar nunca de su relación con Sartre, Simone de Beauvoir pidió antes de morir que la enterraran con un anillo que le había regalado el escritor norteamericano.
Clarín
Pero eso no es una novedad. Los dos promovieron la idea de "pareja abierta" y Simone, en varios de sus libros (por ejemplo en los tres tomos de sus memorias), contó que él tenía amantes y ella mantenía relaciones con mujeres.
Como una muestra de su amor por Algren, pero sin renegar nunca de su relación con Sartre, Simone de Beauvoir pidió antes de morir que la enterraran con un anillo que le había regalado el escritor norteamericano.
Clarín
23 de febrero de 1997
A
Transatlantic Love Affair: cartas de
Simone de Beauvoir a Nelson Algren
"Viernes.
Cariño, he recibido tu última carta esta
misma mañana. ¿Sabes una cosa? No es que te eche en falta demasiado, pero sí te
echo en falta. Te voy contar un secreto, que quede entre tú y yo: cuando me
encontré el lunes con tus cartas, sobre todo con esa en la que dices que a
veces, por las mañanas, sientes que una especie de muerte se va asentando en
ti, una muerte entre tú y yo, por estar los dos lejos, lejísimos, y durante
demasiado tiempo, tuve un verdadero dolor de corazón, no un simple latigazo,
sino una verdadera crispación de angustia. Olga y Bost se marchaban a Roma a la
mañana siguiente, así que fuimos a beber para celebrar la última noche de Bost
en París, y yo bebí demasiado, y de repente, a las dos de la madrugada, la
banda de jazz tocó una melodía norteamericana que habíamos oído juntos, y eso
sí me causó tal dolor de corazón que a punto estuve de desmayarme por primera
vez en mi vida.
(…)
No
soporto la idea de que no nos volvamos a ver nunca más. De todos modos,
como deseas venir algún día, se que vendrás. Sigo esperándote y no dejaré de
esperarte hasta el día en que vengas y bebas whisky conmigo. Tenemos que
hacerlo. Combato contra los dolores de corazón, pero nunca combatiré contra la
alegría y la felicidad que sentiré cuando aterrices aquí.
(…)
Cariño,
ten la seguridad de que aquí todo el mundo te echa de menos como mínimo dos
veces al año, y de que yo no paso un solo día sin pensar en ti con todo mi
amor.
He
conservado todos nuestros recuerdos, no los pierdo nunca, nunca te vas de mi
corazón. No habrá muerte entre tú y yo.
Tu
Simone, con el corazón fiel."
©Simone de Beauvoir
Cartas a Nelson Algren
"Lunes
3 de octubre
Nelson,
mi amor, el sábado recibí tu carta cuando volvía de dar un largo paseo en
coche, y me sentí muy complacida con los recortes que adjuntabas. Lo malo,
cariño. es que tengo un serio problema, y creo que debería escribir al
consultorio sentimental de un semanario para mujeres: “Querido consultorio,
hace un par de años me enamore de un simpático joven de Chicago, un pobre
muchacho que no andaba muy bien de la cabeza. De la noche a la mañana se ha
convertido en un hombre que tiene un gran éxito internacional, es millonario,
lo comparan incluso con Dostoievski. ¿Qué debo hacer para no perder su amor? ¿Acaso
tendré que olvidarlo?” Tengo un poco de miedo, ya lo ves, y tu última carta era
bastante corta y se te notaba muy atareado; puede que te gane el orgullo y que
ya no me escribas mas. De todos modos, de momento, mientras se supone que aun
me quieres, has de saber que me alegra todo lo que a ti te alegre. Oh Nelson!
Soy muy feliz cada vez que te pasa algo bueno; eres un encanto cuando estas
contento, querido mío.
Veo
una hermosa luna sobre el mar, una luna que poco a poco se acerca a ti: dentro
de cinco horas estará en Chicago. ¡Como me gustaría viajar de la mano de la luna por el cielo plateado! Esta
noche estoy triste, estoy más triste que una rata. Me da miedo volver a la Bûcherie, me da miedo que
tu fantasma me esté esperando allí. Todas las noches tengo pesadillas. Recuerdo
que una vez, en aquellas charlas que a veces teníamos a oscuras, en la cama, te
quedaste asombrado porque te dije que la vida no me resultaba llevadera. “Pues
yo pensé que tu vida era bastante fácil”, dijiste. Y a mí me asombro oírte
decir tal cosa. Bueno, pues debo decirte, la verdad, que no es nada fácil.
Te
anhelo de día y te anhelo de noche, no es nada fácil estar tan lejos de ti,
quererte tanto, y ni siquiera tiene sentido decírtelo una vez más.
(…)
¿Que
le está pasando a mi adorable saco de basura? No te vayas, quédate conmigo,
háblame como cuando me hablabas a oscuras, como cuando me hablabas también a
plena luz del día. Te sigo escuchando amorosamente, te amo mucho, muchísimo, mi
amor."
©Simone de Beauvoir
Cartas a Nelson Algren
La foto del escándalo
Portada del diario francés de 2008, en ocasión del centenario del nacimiento de Simone de
Beauvoir. La foto fue sacada en 1950,
cuando ella tenía 42 años, por el
fotógrafo Art Shay en Chicago . "Ese día, - contó Shay, amigo de Algren -
Simone, que estaba en Chicago, necesitaba tomar un baño y la llevé al
apartamento de otro amigo. Ella acababa de ducharse. Fue mientras se peinaba
frente al espejo cuando me sobrecogió el impulso de captar la imagen - se
justificaba Shay que era fotógrafo profesional . Ella supo que había tomado la
fotografía porque escuchó el clic de mi Leica que utilicé durante la
guerra". "Malvado", me dijo.
La portada produjo una gran
controversia en Europa por mostrar desnuda a la gran escritora y feminista francesa.
Simone de Beauvoir: No se nace mujer (documental)
Simone de Beauvoir: Entrevista