“Yo quería hacer Indiana Jones”
Fue en enero de hace once
años. Eran las diez de la mañana de un domingo caluroso como corresponde a un
domingo de verano cuando me llamó el editor Daniel Divinski. Estaba en
Montevideo con Roberto Fontanarrosa y me invitaba a comer. Le dije que vinieran
ellos a mi casa. Daniel aceptó, dijo que llegaría a la una y yo salí corriendo
a comprar pescado al pescador de Punta Carretas que pesca a la noche para
vender a la mañana. Mientras corría por la rambla pensaba cómo lo haría. Bifes
sobre un colchón de cebollas, zanahorias y finas tajadas de naranjas con su
cáscara. Los bifes descansarían sobre el colchón y la olla debería estar
tapada. A la una en punto estaban ambos entrando a mi casa con botellas de vino
blanco como si hubieran sabido que haría pescado. Botellas de esas que siempre
había mirado en el supermercado y siempre había pensado ¿existirá realmente
gente que compre un vino tan caro? Ahora sabía que esa gente existía: eran los
porteños.
Roberto miró con una sonrisa uno de sus libros de Inodoro, que con algún otro servía de
adorno a la mesa del living y sonrió. “¡Ah!” –dije yo–. “No creas que lo puse
ahí porque tú venías.” “No sé, no sé”, dijo con gesto falsamente serio. Yo no
sabía cómo decir a Fontanarrosa de la entrevista que ansiaba hacerle pero
Daniel me ayudó. “Traé el grabador y entrevistalo rápido, así acabamos con eso.
Mientras yo leo el diario, ¿o me vas a obligar a cocinar?” “No, ya cociné, en
cuanto al grabador está cerca, acá, junto a estos libros”, dije yo. Y ahí nomás
empezamos.
– ¿Sabías que tu obra gusta mucho en Montevideo?
–Respecto de mi obra ocurre algo en Montevideo que me despierta
bastante curiosidad. Yo no escribo para teatro pero, a menudo, algún grupo toma
lo que hago y lo lleva a escena. Tanto en Montevideo como en Buenos Aires esas
escenificaciones tienen éxito. La diferencia radica en que aquí, en Montevideo,
las obras se mantienen muchísimo tiempo en cartel, a veces más que en Buenos
Aires, a pesar de que se trata de una ciudad mucho más chica. ¿Vos qué pensás?
–No sé... yo diría que tu humor no recurre jamás a palabras
gruesas, alusiones escatológicas o groseramente sexuales.
–Sí, ésa no es mi línea.
–Pero además tú no sos porteño sino provinciano y tal vez
por ese lado haya alguna otra forma de conexión.
–Sí, por ese lado tal vez haya algún enganche. Te cuento que
cuando ni pensaba en dedicarme a esto tenía una gran admiración por Telecataplum. Y también por Wimpi,
Juceca. Y si examinamos a todos ellos comprobamos que se trata de un humor
bastante elegante. Creo que en el humor uruguayo hay una línea que toma caminos
diferentes a la del humor porteño.
–No se busca la risa con la mala palabra, por ejemplo.
–Yo no tengo ninguna postura a priori contra las malas palabras.
Hay buenos humoristas que las usan. Pinti, por ejemplo. En Pinti aparecen
integradas a un discurso rico en ideas. Lo que me pasa es que, como recurso, me
parece muy pobre.
–Es muy pobre, pero de efectos generosos porque la gente,
por lo menos en Buenos Aires, se deshace en carcajadas. ¿Tú sabés por qué?
–Creo que la mala palabra hace reír porque rompe con un
convencionalismo. Lo que divierte es la irreverencia. La irreverencia provoca
alegría.
–Se trata de una irreverencia muy menor, que no cambia nada.
Según tú, ¿qué diferencia al humorista del resto de la gente?
–Creo que su mirada es otra. La realidad es una para todos, pero
mientras el hombre corriente la ve desde este ángulo, el humorista la ve desde
aquel otro. El humorista tiene una especie de laboratorio interno muy afinado
para detectar el absurdo y el ridículo, que está allí, pero nadie o muy pocos
ven. Claro que esto cambia con cada humorista. Quino, en este sentido, es
excepcional. Siempre da una vuelta más a la información que recibe. Varios
humoristas nos zambullimos en un hecho y luego damos nuestra visión.
Seguramente será Quino quien va a zambullir más profundamente y va a trasmitir
la visión más refinada e inteligente. Su humor llega a las raíces. Nunca es
ingenuo o espontáneo.
–¿Quién podría ser un ejemplo de humor espontáneo?
–Olmedo en televisión; tenía una especial gracia corporal que
siempre resultaba seductora.
–¿Cómo manejás el humor en la vida cotidiana?
–Trato de usarlo para aliviar los contratiempos del día a día.
Claro que a veces se puede y a veces no. Por otra parte yo digo “trato de
usarlo”, pero no sé hasta dónde trato y hasta dónde lo que hay allí es una
deformación profesional.
–¿No pensás en una tercera posibilidad? ¿Que esta actitud,
tal vez por alguna forma de escepticismo, sea natural en vos?
–Es probable. Te cuento algo. Cuando yo empecé a copiar las
historietas de los dibujantes que más me gustaban, quienes en definitiva fueron
mis maestros involuntarios, lo que copiaba no eran historietas de humor sino de
aventuras. Por ahí leía Patoruzito, y
me divertía, pero no pensaba en hacer lo mismo. Yo quería hacer Indiana Jones o algo en el estilo de Pepe Dinamita, un personaje del gran
dibujante yanqui Roy Crane, que me gustaba con locura.
–¿Querés decir que recién de adulto empezaste a hacer humor?
–Sí. Hace poco me hicieron una retrospectiva en Rosario y ahí tuve
plena conciencia de cómo empecé con el humor. Para la muestra tuve que buscar
cosas viejas. Así encontré que mi madre, con esa cosa de las madres, tenía
guardadas unas revistitas que yo había hecho de chico. Entonces descubrí que
las historietas eran muy serias, sin pizca de humor, en cambio sí había humor
en unos cuentitos que yo escribí en las mismas revistas. Es decir que hacía
humor escribiendo pero no dibujando. Más o menos a los 15 años dejé el
secundario sin terminar y empecé a trabajar en publicidad. A fin de año me
pidieron que dibujara unas tarjetas para las Fiestas. Aburrido de las tarjetas
clásicas, las hice en tono humorístico y me di cuenta de que eran mucho más
aceptadas que las otras y que yo me divertía muchísimo haciéndolas. En el año
’68 empecé a trabajar en la revista Boom de Rosario, donde me encargué de la
ilustración a color de la tapa, que no era humorística. Pero en el interior de
la revista había una página que debía ser llenada con un dibujo humorístico. Y
como yo era el único que dibujaba, un poco para ver qué pasaba, me lo
encargaron a mí. Empecé a hacer chistes como había hecho con las tarjetas de
Navidad. Sólo los temas cambiaban.
–La capacidad estaba, pero no tenías mucha conciencia. La
casualidad decidió.
–Es así. Así mismo. Yo siempre quise hacer historietas, pero de
aventuras. Y eso se ve en mi dibujo, el cual viene de esas historietas, no de
Osky o Palacios o Steinbeck, sino de Hugo Pratt y de Roy Crane.
–¿Al uruguayo Alberto Brescia nunca lo imitaste de niño?
–No, yo fui muy amigo de Alberto y lo quería mucho, pero su dibujo
no me atraía.
–Demasiado barroco.
–Sí, para lo que yo quería. Pero era un virtuoso. Su dibujo fue
muy valorizado en el mundo. Era bien conocido en Europa, Estados Unidos. Por
qué uno prefiere este estilo y no aquél, no lo sé. Pero a mí siempre me gustó
un estilo más simple, más limpio y caricaturesco. Menos realista.
–Hablamos ya de algunos mecanismos de humor, pero pienso que
no son los únicos. Hay otros.
–Sí, hay, pero no es fácil ubicarlos. A menudo vienen chicos a
mostrarme sus dibujos. Respecto del dibujo en sí puedo decirles: “Mirá, me
parece que está mal por esto y por esto”. Pero, cómo llegar a un chiste es más
complicado. En mi caso, que hago chistes de carácter político, lo fundamental
es ir acompañando la noticia.
–Acabás de decirlo, acompañás la noticia. ¿Considerás que tu
tarea es política?
–No.
–Sin embargo hacés humor desde una posición que a través de
los años se mantiene.
–Sí, pero no lo hago desde el lugar del militante.
–No, pero en lo que hacés hay posición política y acción
política.
–Sí, puede ser, aunque yo nunca lo sentí así. O sí lo sentí en
algunas situaciones. Durante el gobierno militar, por ejemplo. Ahí yo sabía que
me estaba contraponiendo al mensaje oficial, sin que eso me llevara a mártir de
la democracia. Entre otras cosas porque siempre es más fácil decir cosas en
broma que en serio.
–Sin embargo el humor es muy temido por quienes están en el
poder.
–Sí, es posible, pero a pesar de esto durante la dictadura tuvimos
cierta libertad para el humor.
–¿Tendría sentido hoy el doctor
Merengue, un personaje tan representativo en el pasado?
–Creo que el doctor Merengue
ya no tendría validez.
–¿Cuál sería hoy el personaje que podría mostrar un aspecto
definitorio de la sociedad argentina?
–En este momento quien aparece en estratos de poder es el chanta
argentino. La caricatura, el humor se ensañan en ese chanta que está dándole un
perfil especial a la sociedad argentina.
–¿Cómo es ese chanta?
–Presume de lo que no es. Es ignorante pero habla con autoridad de
lo que no sabe. En verdad, no sabe nada de nada y habla de todo. Y además, es
ostentoso. Fijate en el caso del juez Trovatto.
–Se metió en el lío que se metió por comprarse un
apartamento de 750 mil dólares y querer mostrarlo. Su sueldo creo que no
sobrepasa los 4 mil.
–Claro. Pero él quiso que todos vieran cómo vivía. Así que aceptó
la nota. Habló hasta por los codos de todos los detalles. No recuerdo si
hablaron de precio, pero eso se sabe viendo el departamento. Porque la cosa no
acaba con tener riquezas. Parte del placer está en ostentarlas.
–Claro que las riquezas no diferencian unos de otros si son
desconocidas por el resto. Si permanecen ocultas.
–Pero, además, cómo se consiguieron no importa. Lo único que
importa es tenerlas.
–Fue curiosa esa historia del bancario de una provincia del
Litoral que roba una suma muy grande. A los días se arrepiente y la devuelve.
Sus coterráneos se pusieron furiosos. “Es un idiota”, decía la gente en
televisión. En cerca de veinte entrevistados sólo un español viejo dijo que
había hecho bien.
–Yo no soy economista ni sociólogo, pero veo que el modelo
económico que se maneje privilegia ese tipo de gente. Es el sálvese quien pueda
entre los que no tienen acceso. Y el llegar como sea. Hay que tener guita y
cómo se consiguió no importa.
–¿Cuáles son las fuente más frecuentes de humor?
–La realidad político-social y todo aquello atinente a la
condición humana. Problemas de pareja, hijos, etcétera.
–¿Te parece que el humor se trasmite fácilmente de un país a
otro?
–Los personajes más exitosos de un país difícilmente son
transportables. Pensá en Clemente, de
Caloi. En otros países no entienden bien de qué habla. E incluso Inodoro Pereyra no funciona afuera,
salvo aquí, claro, pero eso se entiende.
–El humor estadounidense funciona bastante afuera.
–Es natural, ellos han exportado toda su cultura. Nos gusta Charlie Brown que juega al béisbol y
palea nieve, pero ¿cuántas películas vimos sobre esas actividades?
–Hablemos de ese personaje tan entrañable que es Inodoro.
–El querría ser grandioso y no, es completamente frágil y
candoroso. Todos lo quieren a Inodoro. Te cuento cómo nació. Un día, en el ’70,
hice una tira con un gaucho y pensé que sería interesante continuar con ese
personaje. Pero me planteé que debía poner en la tira algún elemento absurdo.
–El perro que habla.
–Sí, a partir de un perro que habla pueden pasar muchas cosas.
Elefantes que vuelan si lo deseo. Quino, cuando ya estaba decidido a abandonar
a Mafalda, en 1982, un día me dijo
que uno de los inconvenientes que encontraba en Mafalda para seguir adelante renovando su vigor era que Mafalda no tuviera absurdo. Eso lo
limitaba, me dijo.
–Siempre que leo a Inodoro
pienso cómo debés divertirte haciéndolo.
–Sí, me divierte, pero me cuesta esfuerzo. Si vos lo leés con
cuidado verás que el chiste no es uno que se reserva para el final sino varios.
Al principio hacía uno cada dos o tres cuadritos.
–Es verdad que hace reír desde el principio al fin.
–Actualmente trato de que cada cuadrito tenga un chiste. Me da
mucho trabajo pero a pesar de todo, como vos decís, me río mucho.
–¿Tú creés que el humor puede ser en algún sentido un
instrumento de cambio?
–Se dice que nunca un chiste derribó un gobierno –y creo que eso
es así–. Puede sí determinar cambios a nivel más doméstico. Yo agradezco mucho
a quienes me hacen reír. Creo que el humor puede hacernos cambiar la opinión
sobre un problema y –lo que es evidente– puede cambiarnos el ánimo. Por otra
parte, es importante la velocidad con que el chiste se desplaza.
–¿Te reís con Shakespeare o el Quijote?
–No, yo no leí los clásicos. Traté, pero nunca pasé de algunas
páginas.
–Tú has sido jurado en concursos de humor en la Unión
Soviética.
–Sí, varias veces me llamaron. Pasaba algo curioso con el humor en
los países del Este. A los que llegábamos de otra parte del mundo nos resultaba
muy ingenuo. No sé, ellos se reían. Al mismo tiempo, un amigo argentino, que
vive en España, cada vez que viene a Buenos Aires se sorprende de la
agresividad de nuestro humor. De nuestro humor en la vida privada. Puede ser,
yo no lo percibo. Trabajando con Les
Luthiers pude comprobar cómo un chiste que presumimos graciosísimo no
provoca risa y otro que no parece muy gracioso hace reír. Esta experiencia para
mí es muy diferente a la que tengo con el lector de mis chistes, a quien nunca
le veo la cara y no sé cuándo se ríe y cuándo no.
Se queda en silencio.
Le pregunto en qué está pensando:
–En la gente que a veces me dice si yo hago humor para hacer
pensar. Claro que no. Eso sería una pedantería. La gente piensa sola, no
necesita mi provocación. Lo que yo busco es hacer reír. Porque, además, si no
hago reír me ponen en la calle y se buscan a otro. Eso es así.
–Hay algo que se da tanto en tus historietas como en tus
cuentos: la seriedad que usás para trasmitir el humor. Este se comunica de una
manera muy formal, sin locura o con una locura muy controlada.
–Siempre me gustó esa forma de humor. La del tipo que habla
seriamente de cosas que pueden ser descacharrantes. Me gusta Woody Allen cuando
se para ante la pantalla y habla seriamente de cosas delirantes.
–Decir cosas delirantes en tono sereno.
–Exactamente. Hoy vos me preguntabas sobre las fuentes de humor.
En este momento me acuerdo de un cuento, no una historieta, un cuento que llamé
“Toda la verdad sobre el trasbordador Columbia”, donde el centro del cuento se
basa en esa idea de que un uruguayo o un argentino con un alambre, arreglan
cualquier cosa. “Un alemán precisa tanto y cuanto, nosotros, un alambre.” En
todos los pueblos pobres, humildes florece esta idea. Yo escuché en Cuba: “Los
soviéticos no lo hacen sin tales o cuales aparatos; aquí en Cuba lo arreglamos
con dos clavos”. En ese cuento el trasbordador está por salir y se rompe algo.
Hay que suspender la partida. Pero uno de los mecánicos es argentino, toma unas
cuerditas, lo arregla en unos minutos y sale.
–Hay uno de tus cuentos que recoge una situación que es muy
ridícula, pero se repite bastante. La del tipo que dice “el mayor de mis
defectos es que soy demasiado bueno”, o “generoso”, o “confiado”. Me gustó que
tomaras ese tema.
–Claro, anuncian un defecto pero exponen una virtud.
–¿Y el que escribe aforismos?
–Yo me pregunto si los que hacen eso no lo hacen en joda. Me
pregunto si un tipo puede escribir aforismos seriamente. ¿Cómo puede creer que
en cinco palabras trasmite algo importantísimo?
–¿Recordás alguno del personaje del cuento “Nuevos aforismos
de Ernesto Esteban Etchenique”?
–Uhhh. “¡Desdichado el mendigo que no conoce el placer de dar!”
“Si quieres alcanzar la sabiduría... ¡empieza a correr ya!” “Si tropiezas dos
veces con la misma piedra... ¡Sácala de allí!” Pero es que los aforismos...
Cuando San Martín le dijo a su hija “serás lo que debas ser o si no no serás
nada”, ¿qué carajo quería decirle? Si yo soy la hija voy a alguna adivina a que
lo explique. Sin embargo todos hemos repetido mil veces esa pavada en la
escuela. No hay niño que la ignore.
–¿Terminaron? –dijo Daniel Divinski doblando el diario, porque
estoy sintiendo un olorcito a pescado. ¿Dónde está el sacacorchos?
©María Esther Gilio
Página12, Buenos Aires
Domingo, 20 de julio de 2008