la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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CUENTOS DE LA GAVETA: Crónica de mi viaje en camionetica... por Armando Africano, Caracas, 18 de agosto de 2016 / Ilustración: Lisardo Rico Rattia

 





Todo comenzó cuando recibí una invitación para hacer algo distinto, ya que tenía mucho tiempo guardado en la casa, por falta de efectivo y de “ganas de ir a no sé dónde” por lo que, decidí salir de mi enconchamiento a ver gente y hacer una visita dominguera.

Y salí a tomar mi transporte colectivo que me llevaría a disfrutar de un rato diferente y agradable en casa de una familia amiga. Muy arregladito y planchadito me atravesé en una parte de la calle y comencé a aletear con un solo brazo para que una camionetica -con poca gente- me hiciera el favor de pararse y llevarme a mi destino. Lo intenté varias veces, porque las vi pasar, pero siempre totalmente llenas y hasta con personas guindando debido a la falta de unidades de transporte, algo que tuve que hacer durante los últimos meses antes de mi jubilación para poder llegar a mi trabajo: cuando por suerte se paraba una, solo lograba guindarme en la camioneta con un pie y una mano agarrado de un tubo… pero, ese es otro cuento.

Seguí en la avenida y continué levantando la mano y, después de largo rato y varios intentos, una camionetica se detuvo y logré entrar, teniendo la suerte de encontrar un asiento, aún caliente porque la acababan de desocupar, y me senté en la segunda fila de la parte que da al pasillo, para salir más pronto, buscando la posibilidad de estirar las piernas, y no quedar sentado tipo crespo. Ya sentado me di cuenta de que solo la entrada y la “acomodada” en el asiento me dejó algo retorcido, media nalga en la silla y la otra, tipo alero, en suspenso.

Una vez colocado me di cuenta que, además de la coral colectiva de voces y gritos, el chofer estaba oyendo un concierto de salsa con una orquesta que tenía todos los instrumentos al mismo nivel de volumen y, por supuesto, sonaba como una caída libre de un estante con ollas sobre una escalera… pero ya me salí de mi cuento, éste no era el cuento.

Cuando quedé medio-sentado en la primera silla de la segunda fila del pasillo, es, cuando arranca mi aventura. El chófer aceleraba, frenaba, cobraba, cantaba, gritaba, se estacionaba, y los semáforos pasaban de verde a rojo y otra vez verde, otra vez rojo, la camionetica llena de gente entre otras cosas y él esperando por más gente, mucha más… gente.

En una de las múltiples paradas entraron dos gordas, una con un niñito y la otra con dos maletines y una gran bolsa. La del niñito se sentó en la primera silla de la mitad del pasillo y la otra se recostó de una de las puertas de entrada, quedando atravesada y petrificada. Las personas que trataban de entrar a la camioneta veían: primer escalón, casi al nivel de la calle; segundo escalón, con gorda; tercer escalón con maletín bolsas y algo que hasta ese momento y en ese lugar y hacía poco tiempo existió, algo llamado pa-si-llo de entrada, en la parte interna de la camionetica, a partir de las gordas y después de ellas, alrededor de 50 personas sentadas, paradas, recostadas, agachadas, abrazadas, y en la entrada los escalones, la puerta, las bolsas, el maletín y la gorda recostada de la puerta yyy...

Yo, que quedé depositado junto con los 50 “pasajeros” en un amasijo de personas, tubos, sillas, nalgas, tetas, olores, manos, puertica, sudores, maletines, paraguas, bolsas, carteras, yo, inmóvil. Y en cada semáforo realizábamos un performance, todos buscando acomodo. Innumerables veces traté de agarrarme del tubo y estaba la mano de alguien, la pierna, bolsas, maletines, carteras, tetas, un codo o una nalga; varias veces me pisaron los dedos con la… puertica, pero nadie se enteraba de eso hasta que –tipo aullido- grité ¡PARADA!

Y caminando como egipcio, saltando obstáculos, agachándome para pasar por donde estaban algunos guindados logré, restregándome con todos, llegar hasta la gorda de la puerta y sus maletines; prácticamente en puntas de pie pude bajarme, mejor dicho, me lanzaron de la camionetica. Y una vez en tierra, manoseado, pisado, mojado, estrujado, respiré, moví los brazos, miré para comprobar si era mi parada, me revisé, porque no sabía si estaba completo, o si no me habían cambiado de lugar los brazos, si estaba viendo por una nalga o se me había quedado un pie debajo de la silla… pero, di un paso… desdoblándome, di otro… luego otro… y… funcionaba… podía caminar… y… caminé… caminé… y caminé… hasta que a salvo de mi riesgosa aventura dominguera… regresé a mi hogar, yyy me metí en mi cama… en terapia intensiva

©Armando Africano

Caracas, 18 de agosto de 2016

 Ilustración: Lisardo Rico Rattia