la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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Clarice Lispector: “Cuando escribo no atiendo a los lectores ni a mí”/ entrevista de María Esther Gilio, Río de Janeiro, 9 de noviembre de 1975









Las escolas de samba de Salgueiro y Portela, con toda la voz que tienen, más la que les suman los amplificadores, rivalizan desde dos disquerías separadas por veinte metros de asfalto cubiertos totalmente de VW. Un heladero grita “Kibon” batucando sobre la madera del carrito. “Kibon que é, foi e será bon”, y los termómetros marcan 36°, pero, ¿a quién le importa? Es domingo y el mar está allí nomás, verde y fresco. Andadas de muchachas sin zapatos y casi ninguna otra cosa saltan entre los autos, en camino hacia el agua. Mientras espera la luz verde una pareja se besa como si estuviera en el preludio de lo que las leyes púdicamente llaman la “conjunción carnal”. Con el verde que se enciende se apaga el beso. Toda la pasión se concentra en el acelerador y el auto arranca chillando.

El aire está lleno de gritos de niños, romper de olas, ruido de motores, voces de pájaros, bocinas y ritmos de zambas. Con el carnaval que viene llegando las músicas recién nacidas invaden las calles de Río. “Vou morar no infinito, vou virar constelaçao”, repite una y otra vez entre dientes el taximetrista que me lleva. “Está realmente con ganas de volverse constelación”, le digo. Me mira riendo con su cara canela y brillante. “Me gustaría, allá nadie trabaja”, dice y se vuelve tamborileando con los dedos sobre el volante. “ ¿Usted busca el 300? Es aquí”.

Un edificio de color ceniciento, impersonal y antiguo. No era la casa colonial, rodeada de palmeras y cubierta de enredaderas que había, no sé por qué, imaginado.

Atravesé corredores silenciosos y brillantes de cera, iluminados por una luz artificial, amarillenta y escasa. De la vitalidad agresiva de afuera no llegaba hasta allí más que una masa indiscernible de sonidos apagados. Clarice  misma me abrió la puerta y me hizo pasar. La melancolía de los corredores se prolongaba adentro a pesar de la ventana grande, pero cerrada sobre la calle ruidosa. Todo hacía pensar en un pasado brillante y amado que no se deseaba olvidar. Los viejos sillones de estilo, las mesas y mesitas de madera labrada, los dibujos, las esculturas, los cofres y cajas de bronce o porcelana. Y ese color que da a las cosas el mucho tiempo y el cariño. Si no hubiera sido por los chillidos de los pájaros y la gran mancha de luz filtrándose a través de persianas y cortinas habría pensado en el living de una casa del norte de Europa, inolora y melancólica. Me senté en un sillón, preparé mis cosas y esperé que ella se sentara a su vez. Pero ella daba vueltas tras un perro viejo y consentido al que hablaba con tono pausado, monocorde y un poco ausente. Pensé que parecía muy cansada y desde hacía mucho tiempo. Finalmente se sentó y me miró con unos ojos grandes y fijos. Los mismos que reproducían varios retratos suyos colgados entre paisajes y naturalezas muertas. Las técnicas y la edad de las modelos variaban, pero los ojos enormes y fijos eran siempre los mismos. Tenían ya, hasta en sus días más lejanos, ese aire desdichado que hoy se mezclaba con el del tedio.

Desde antes de empezar sabía que no hablaría fácilmente. Y así fue. Durante una larga media hora hilvanamos frases divagantes sobre Río, el calor, el carnaval, el perro, los perros. Buenos Aires, el frío y otra vez el perro; un fox terrier muy astuto que se complacía en manejarla. Una y otra vez volvía a mi memoria la historia de Eloy Martínez sobre los periodistas que luego de pasar dos horas con ella, llegaban a su mesa con una cinta donde sólo se escuchaba el sonido de sus propias voces.

La primera pregunta, entonces, debía ser construida de manera tal que si ella no daba con la respuesta adecuada quedara entrampada, en mis manos.

Su fama en Buenos Aires parece no coincidir con usted misma.
 — ¿Por qué? —dijo fijando en mí sus ojos castaños.
 —Bueno, se dice que usted es evasiva, difícil, que no habla. A mí no me parece así —dije y esperé un bendito “No soy así, no, por supuesto, no soy así”.
 —Evidentemente tenían razón. 
¿Entonces?
 — ¿Usted conoce mis libros? Todo está allí.
 Sus libros me han dejado llena de interrogantes.
 —Seguramente yo no podré aclarárselos.
 —Bueno, habrá algunos que sí podrá, cuándo empezó a escribir, por ejemplo. 

 Me miró sonriendo.

 —Esa pregunta no puede haberle surgido de la lectura de mis libros.
 —No, en realidad, era una manera de entrar en materia.
 —Encontraría la respuesta en cualquier biografía mía. Empecé a escribir a los 7 años.
 —Me pregunto sobre qué escribía una niña de esa edad. ¿Hadas, brujas, piratas?
 —No, no. Eran cuentos sin hadas, sin piratas. Y por eso ninguna revista quería publicarlos. Yo los enviaba, pero no los publicaban. Porque no se referían a hechos sino a sentimientos. Ellos no querían eso, querían historias donde ocurrieran cosas.
 — ¿Sentimientos? Pensando en la edad que tenía me cuesta  imaginarlo. Deme un ejemplo.
 —No, no puedo, no me acuerdo. A los nueve años escribí una pieza de teatro, pero sentí un gran pudor y la escondí.
 — ¿Cuál era el tema?
 —El amor... Tuve vergüenza.
 —Usted es rusa.
 —Nací en Ucrania, llegué a Brasil cuando tenía dos meses.
 —Estaba pensando en su acento, en las erres. Son muy extrañas. ¿Le viene del ruso? Aunque parecen francesas.
 —Simplemente  tengo frenillo. Podría solucionarlo con una operación bastante simple, peor tengo miedo. Por otra parte mis erres no me molestan; vivo con ellas desde que nací.
 —Sus erres me parece que dan origen a algunas de las leyendas que la gente teje en torno suyo.
 —Sí, muchos lectores me escriben preguntando si soy rusa o brasileña. Soy brasileña, claro, sólo que no nací en Brasil. Mi infancia transcurrió en Recife.
 —Es muy brasileña, entonces, es nordestina.
 —Sí, eso es. Es muy importante para mí haberme criado en Recife.
 — ¿En qué sentido?
 —El nordeste es más profundamente brasileño que el sur: Río o San Pablo. Está más ajeno a influencias extranjeras —dijo, y volvió a fijar sus ojos en mí, aunque no como las otras veces, sino mirándome realmente.
 —Le gusta pensar en Recife.
  —Sí, de allí son mis canciones predilectas, las canciones que más amo.
 —En una entrevista que le hicieron aquí, en Brasil...
 — ¿Una entrevista? Son tan escasas, casi no existen.
 —Se trata de una especie de entrevista que prologa una selección de textos suyos.
 —Sí, ya sé a qué se refiere —dijo y se levantó. A los pocos minutos me alcanzaba un libro. Allí, en un trabajo que Renato Carneiro Gómez denominaba Texto-Montaje, Clarice respondía a varias preguntas, al correr de la máquina. “Aquí tiene —dijo señalándome un párrafo— mi actitud frente a las entrevistas”.

El párrafo era casi un acápite del trabajo. Decía : 
“No me gusta dar entrevistas; las respuestas me constringen, me cuesta responder y, todavía, sé que el entrevistador va a deformar fatalmente mis palabras”.


Clarice Lispector: retrato de Giorgio de Chirico


 —Sí, eso ya lo sé ahora por experiencia. Las entrevistas no le gustan... pero yo querría hablarle de esta pregunta que le hace Carneiro aquí: “La gente nace para alguna cosa de la cual vamos tomando conciencia a medida que transcurre nuestra existencia. ¿Para qué naciste, Clarice? Usted responde largamente. Sintetizando, dice que nació para tres cosas: amar a los otros, escribir y criar a sus hijos. Recordaba esta respuesta suya y lo que quería preguntarle ahora es si considera que se relaciona bien con los demás.
 —Más o menos. ¿Por qué? 
Pensaba cómo se conciliaría esa vocación suya de amar y “recibir algunas veces un poco de amor en cambio” y su reticencia en los contactos personales, por lo menos conmigo ahora y con otros periodistas otras veces.
 —Soy tímida, muy reservada.
 —Y muy ajena al mundo que la rodea, ¿o no? Usted me mira fijamente cada vez que le hablo pero yo siempre pienso que no me ve, que más bien está asomada sobre sí misma.

 —Puede ser. Pero no estoy ajena al mundo que me rodea. Llévese este libro, en él va a encontrar esa respuesta y otras.

 Tomo el trabajo de Carneiro en el libro : 
“Soy una persona muy ocupada: cuido del mundo. Lúcidamente apenas hablo de 
las miles de cosas y personas de quienes cuido. Pero no se trata de un empleo, 
pues dinero no gano con eso. Quedo apenas sabiendo cómo es el mundo”. Y luego :
 “Es que yo nací así, incumbida. Y soy responsable por todo lo que existe, incluso por
 las guerras y por los crímenes de leso cuerpo y de lesa alma. Incluso soy responsable
 por el Dios que está en constante cósmica evolución para mejor”.  

—Al leerla me he preguntado, muchas veces, si cuando escribía pensaba en sus lectores posibles.
 —Cuando escribo no atiendo a los lectores ni a mí.
 —No pretende, en definitiva, comunicarse con alguien concreto.
 —No, sólo atiendo a lo que escribo.
 — ¿Y cuando la obra está terminada?
 —Cuando está terminada y publicada entonces sí pienso en el lector.
 —Piensa en su relación con el lector.
 —Aunque la obra ya no me parece mía. Aunque la siento separada, ajena.
 —Tal vez por eso justamente puede pensar en esa relación. ¿Y cuál es en general su conclusión, considera que se comunicó con el lector?
 —Creo que hay comunicación, que me comuniqué.
 —Sin embargo una parte de su obra es bastante impenetrable, zonas de su obra. No los cuentos, en los cuentos usted es muy clara y tiene un gran poder de comunicación. Las zonas oscuras pertenecen fundamentalmente a las novelas. Por lo menos yo lo siento así. 
—Sé que algunas veces exijo mucha cooperación del lector, sé que soy hermética. No querría, pero no tengo otra manera.

 Del trabajo de Carneiro: 
“Muchas veces tomo un aire involuntariamente hermético que me parece bien idiota
 en los otros. ¿Después que la obra está escrita podría fríamente tornarla menos hermética, más explicativa? Pero es que respeto cierto tono peculiar al misterio 
de la creación no sustituible (ese misterio) por claridad alguna”.

 —Vuelvo, entonces, a su necesidad o vocación de dar amor... Su lejanía, su natural misterio dificultan seguramente esa posibilidad. La mayor parte de lo que escribe es para élites, ¿no cree?
 —Ya no. Durante mucho tiempo escribí para pocas personas. Últimamente soy cada vez más popular. Creo que estoy de moda. Hay gente que me imita.
 — ¿Mujeres? 
— ¿Por qué mujeres?
 —Su literatura es esencialmente femenina. Pensaba que sobre todo las mujeres se sentirían inclinadas a imitarla.
 —Usted cree que mis libros no podría haberlos escrito un hombre.
 —Como los de Emily Bronte o Carson Mc Cullers o Katherine Mansfield.
 —Yo también creo eso, pero no me imitan solamente las mujeres, sino escritores jóvenes en general —dijo, y quedó un momento callada acariciando al perro.

 Y finalmente: “Ellos toman todos mis defectos”.

 — ¿Cuáles son sus defectos?
 —Manierismos que me limitan y los limitan sin necesidad para ellos.
 — ¿Cuáles por ejemplo?
 —Nooo.
 — ¿Por pereza?
 —Soy muy perezosa —dijo sonriendo apenas. 
Al leer sus novelas a veces siento que usted vive a través de ellas fantasías que le son muy entrañables. Experimento cierto pudor por la impresión de estarla espiando por una cerradura. 

 Sin mirarme asintió con la cabeza.
Insistí.

 — ¿Está de acuerdo? 

 Fijó los ojos en mí y volvió a asentir con la cabeza.
Subrayé.

 — ¿Está de acuerdo?
 —En la primera parte que dijo estoy de acuerdo. En cuanto a la segunda...
 —Hay cosas en sus libros de las que me gustaría hablar con usted. Cosas que usted dice de algún  personaje femenino. Mire aquí en Manzana en lo oscuro. Escúcheme, página 119: “Lo que no quería decir que no fuera dueña de sí. Pero, como si ignorase imparcialmente la importancia del acontecimiento, tenía tiempo para tomar varias actitudes que parecían quitar esa importancia: arreglaba sus cabellos, como si su peinado fuera indispensable, hacía una boca pequeña y unos ojos grandes como en el dibujo de una mujer inocente y amada, recreando con mucha emoción amores célebres. Mientras tanto, por dentro, desfallecí perpleja. Es que sabía que estaba arriesgando mucho más de lo que superficialmente parecía: estaba jugando con lo que sería más tarde un pasado para siempre”. Dígame algo más de esto que dice aquí. 

 Dijo “Yo no hablo”, con un aire tan desvalido, que me vinieron ganas de reírme.

 —Dios mío, qué mezcla de cosas. Ahora parece una niña. Está bien.
 —No sé criticar mis cosas. No soy autocrítica. No sé explicar.
  — ¿Se resiste?
 —No me interesa. Un libro después de hecho, no me interesa. Estoy cansada de él.
 —Como si no lo quisiera, como si no le importara perderlo.
 —Una vez hecho ya no es más mío. No puedo perder lo que no me pertenece. Guardo en la memoria recuerdos: algunos recuerdos de mis sentimientos mientras lo escribía —dijo, y llamó al perro que giraba en torno a mi sillón y me olfateaba.

 Pero el perro era sordo a sus llamados y se escurría cuando ella extendía una mano para arrastrarlo a su lado. Esperé que llegaran a un acuerdo. Este se produjo finalmente cuando el perro se desinteresó de mí y, eludiendo la mano que intentaba apresarlo volvió con ella voluntariamente.

 —Me gustaría verla escribir. 

 Me miró sorprendida pero no dijo nada.

 —Quiero decir que me gustaría ver cómo va hilvanando tantas y tantas cosas. Se tiene la impresión de que las ideas no tuvieran ningún  proceso de elaboración, de que le llegaran a la cabeza como un río.
 —Cuando estoy trabajando escribo de mañana; de tarde tomo notas.
 —¿Notas de qué?
 —De las ideas que se me van ocurriendo. Me viene una idea y la apunto. Al otro día la traspongo al libro. Pero, por supuesto, la mayoría a medida que escribo. Escribir, para mí es una manera de entender. Escribiendo comprendo. A veces tengo la sensación de que escribo por simple curiosidad intensa. Es que, al escribir yo me doy las más inesperadas sorpresas. Es en la hora de escribir que muchas veces me vuelvo consciente de cosas que no sabía que sabía.
 —Daniel Moyano me dijo en una entrevista una cosa parecida: “Empecé a escribir para entender esa ciudad monstruosa que era para mí Córdoba” —le dije. Y esperé su respuesta complaciente: “¡Ah sí, a mí me ocurre lo mismo!” Pero ella no dijo nada. Ni siquiera sé si me oyó. Se puso de pie y dijo: 

— Tal vez vaya a Buenos Aires este invierno. No olvide llevar el libro que le di. Allí encontrará el material para su nota.

 Muy alta, con el pelo y los ojos castaños, en mi recuerdo llevaba un vestido largo de seda marrón. Pero tal vez me equivoco. Cuando salíamos me detuve junto a un retrato al óleo de su rostro.

 —De Chirico —dijo antes de que le preguntara. Y luego, junto al ascensor:  “Discúlpeme, no me gusta hablar”.
  



9 de noviembre de 1975
Río de Janeiro
El Nacional, Caracas

Fuente: El Nacional 

 Clarice Lispector:  web oficial





Clarice Lispector periodista : fragmento de una entrevista a  Elis Regina / Trecho extraído da entrevista com Elis Regina

“- Se você não pisasse no palco, o que faria de sua vida?
- Não sei. Realmente não tenho a menor idéia.
- Pense agora então.
- É que o palco está tão ligado à minha maneira de ser, à minha evolução, aos meus traumas, que eu acho que me separar de um palco é a mesma coisa que castrar um garanhão: ele deixa de ter razão de existir”. 

Traducción:
“- Si no pisaras un escenario, ¿qué harías con tu vida?
-         No sè. Realmente no tengo la menor idea.
-     -   Piensa ahora entonces.
-      - Es que el escenario  está tan ligado a mi manera de ser, a mi evolución, a mis traumas, que pienso que separarme del escenario es lo mismo que castrar a un caballo semental : ya no tiene razón de existir”.

Fuente: Clarice Lispector


 







Homenaje a la gran actriz venezolana-mexicana Teresa Selma el próximo 27 de junio en el Centro Cultural El Foco, ciudad de México


 

40 años sin Violette Leduc, "la bastarda" que era un "desierto que monologa" será interpretada en cine por Emanuelle Devos; Thérèse and Isabelle en Gran Bretaña; entrevista a Leduc








La Bastarda es la obra culmine de Violette Leduc, novela autobiográfica, desgarradora, sublime y bella, que le abrió las puertas del éxito y la saco de la  miseria. El prólogo fue escrito por su amiga Simone de Beauvoir y comienza con una carta que Violette le envió donde decía: “Soy un desierto que monologa”. 

Violette murió el 28 de mayo de 1972. A 40 años de su muerte el mundo literario es un monólogo desierto.










Martin Provost prepara filme sobre  Violette Leduc con Emanuelle Devos



El director francés que ganó 7 premios Cèsar con su pelìcula 
Séraphine, también convocó a Sandrine Kiberlain
para hacer el papel de Simone de Beauvoir 
El rodaje comenzará en septiembre


Martin Provost vient de sillonner le plateau de Millevaches en quête de lieux de tournage pour son prochain film, Violette, consacré à Violette Leduc et à Simone de Beauvoir. Martin Provost, pour tout cinéphile, c’est d’abord Séraphine, un film qui a obtenu sept Césars du cinéma en 2009, dont celui du meilleur réalisateur et celui du meilleur film. Depuis, il y a eu Où va la nuit?? Demain, ce sera Violette dont le tournage débutera en septembre prochain, probablement au cœur du Limousin.



Fidèle depuis toujours au Limousin
Martin Provost connaît bien le Limousin, une terre à laquelle il est fidèle depuis l’enfance. Sa famille maternelle est issue de Davignac où vivaient ses grands-parents. Martin est marqué à tout jamais par les souvenirs liés à cette bourgade corrézienne. Des années après il a renoué durablement avec le Limousin en se rendant chez son amie de toujours Micheline Presle alors qu’elle venait d’acheter une maison de village, sur la commune de La Nouaille, à une quinzaine de kilomètres de Felletin.
« J’ai aidé Micheline à s’installer. J’ai retrouvé toutes les odeurs de mon enfance. Pendant des années, je suis venu au Montfranc, seul ou avec Micheline. Je prenais plaisir à me baigner à Lavaud-Gelade, à être simplement dans ces paysages que j’aime ».
Martin Provost qui, après quelques courts-métrages et Tortilla y cinéma, a tourné Le ventre de Juliette en 2003, a retrouvé, dès les années 1980, dans le sud de la Creuse, Nathalie Baye, Claude Miller, Luc Béraud, Jacques Bonnaffé et d’autres professionnels du grand écran. Il est devenu l’ami de leurs amis, en l’occurrence l’Aubussonnais Jean-Pierre Saint-Rapt et de sa femme. 
Il a pris ses habitudes dans le Sud creusois mais sans se résoudre pour autant à acheter de maison. Martin manie la caméra mais aussi la plume. Il a signé un roman de famille dans lequel il se dévoile (Léger, humain, pardonnable, disponible depuis peu en collection de poche au Seuil) et quelques autres ouvrages. Il aime aussi la scène, pendant sept ans il a été pensionnaire à la Comédie-Française. 
Lui, le Breton (il est né à Brest en 1957) qui vit en région parisienne (où Micheline Presle l’a rejoint depuis quelques années) et qui est amoureux du Sud creusois, est fidèle à sa ligne de conduite. Il veut croire au merveilleux, il est désireux de questionner les vies de femmes inconnues ou méconnues.
« C’est mon éditeur, au Seuil, René de Ceccatti, qui m’a fait découvrir un texte splendide de Violette Leduc. Je n’avais jamais rien lu d’elle ».
Martin Provost a établi un parallèle avec Séraphine, une inconnue qui, dans un univers clos, a œuvré pour la libération de la Femme. Violette Leduc s’est livrée au même combat mais en se confrontant à toutes les expériences.



 Foto: Henri Cartier-Bresson 1964

Début du tournage en septembre
Ce film sur Violette Leduc s’inscrit dans la continuité des précédents, en particulier de Séraphine. Il constituera le deuxième volet d’une trilogie à laquelle le cinéaste travaille (il n’a pas encore arrêté son choix pour le troisième personnage qui sera issu de la littérature, de la peinture, des arts en général).
Martin a donc eu un choc en lisant Trésors à prendre que Violette Leduc a publié en 1960.
« Elle relate son seul voyage. Sur les conseils de Simone de Beauvoir, sac à dos, elle a traversé le Massif-Central. Elle se fait violer dans la Drôme. Ce périple lui permet néanmoins de découvrir la nature, ce qui sera fondamental pour elle. Alors, j’ai immédiatement pensé à tourner mon film sur le Plateau de Millevaches. Je me sens totalement d’ici ».
Le cinéaste, accueilli par Jean-Pierre Saint-Rapt, accompagné de son assistante Juliette Maillard, vient de sillonner le secteur à la recherche de lieux de tournage. Il poursuit sa quête (voir par ailleurs). Il a presque arrêté son casting. Ce film qui tourne autour de Violette Leduc et de Simone de Beauvoir sera interprété, pour les deux rôles principaux, par Emmanuelle Devos (Violette) et Sandrine Kiberlain (Simone). Le tournage débutera le 10 septembre, sans doute dans le Limousin, il se poursuivra à Paris avec quelques jours également dans le Midi.


©Robert Guinot
Francia
Abril 2012





 

La letra bastarda por Aurora Venturini 
Página 12, Buenos Aires 2009


Violette Leduc (1904-1972), admirada por Simone de Beauvoir, Sartre, Camus y todo el equipo existencialista y moderno de la París de los sesenta, nunca dejó su sino trágico, ni en los gestos ni en la escritura. La asfixia, La mujer del Zorrito, La bastarda y Taxi son algunas de sus novelas que no por caídas en el olvido dejaron de ser imprescindibles.

Por  Sus herramientas son las novelas en las cuales campea el fantasma de una madre a quien trató de seducir, o al menos de agradar, en vano. A lo largo de unos relatos que le acaparan todo, intenta cavar hendedura en el muro de piedra con que el mundo la cercó a la perfección, para evitarla.

Toda la obra de esta mujer nacida en un pueblito francés en 1904, y que se sofocó con la trágica humareda de dos grandes guerras, va inmersa en la amargura de despedida. La relación de Violette con el universo circundante es neblinosa, siempre tan tétrica. Su escritura parece ser la de una vacuidad, de esas que van llenas de fingidas alegrías, amaneramiento contagioso. Les teme a los amores, desconfía de las amistades, se teme: 

“Mi madre no me ha dado nunca la mano... Me ayudaba a subir, a bajar las aceras pellizcando mi vestido a la altura del hombro, allí donde las costuras de la manga es fácil de asir”, dice su personaje en La asfixia, historia de su infancia dolorosa. 

No obstante, Violette Leduc aparentaba un ser ligero cual paloma, oscura paloma, eso sí. Resulta que luego de sufrir dos espantosas guerras, era necesario aceptar cualquier margen viable a la posible sobrevida. 

“La tumba no será, pues, bastante profunda para tragarse a esta muchacha... Suspira con tanta convicción que descansa sobre la almohada de todos los que duermen en una ciudad muerta. ¿En qué mundo recuerda que descansar dejándose flotar es más agradable que dormir?”, así describe a su personaje en La Mujer del Zorrito, que una vez más, advertiremos, no es otra que ella misma cargando con la pobreza de la posguerra. La mujer va a todos lados acompañada de un miserable cuello de piel que usa todos los días y que posee como el mayor lujo desde el día en que lo levantó de un basural. El zorrito que se muerde la cola mediante un broche y que la mira con sus ojitos de vidrio la obnubila. Ella lo ama y le conversa sumergidos ambos como objetos sombríos en un abandono. Ha llegado a jurarle fidelidad eterna. La Mujer del Zorrito es una autobiografía en cien páginas escritas con suficiente maestría como para contener un mar de penas y no desbordarse nunca. La fatalidad de haber nacido sin ser esperada no se va nunca. Violette pide limosna con su zorrito al cuello:

 “...He pedido limosna y qué te importa. Un estómago no es una regla de gramática, aceptemos lo que venga de donde venga”. 

El ruinoso animalito la acusa de haber intentado venderlo, y es verdad, sólo que nadie se lo quiso comprar sino que “se retorcieron de risa”. La dueña infiel y hambrienta tramó ganar una montañita de oro con esa venta. Ahora le pide perdón al zorrito y lo declara tesoro invalorable. El chal de piel al que ella llama “mi angelito” la domina, ya no piensa en venderlo y sabe bien que no se lo comprarán, los ensueños no tienen precio. Su angelito duerme, el hocico estirado, en paz con sus largas carreras por la naturaleza. Dormirá siempre. Ella lo llevará siempre en torno a su cuello. Se lo pone, lo acaricia y él la reconoce. “Duermen un sueño profundo. No oyen el estruendo del Metropolitano ni las puertas que se cierran”.

Veo todavía a Violette Leduc en la Estación de Strasburg y en Saint-Denis; en el departamento frente al Luxemburgo; andando por las ramblas arboladas,barriales de Viarnes y de Belloy; eran los senderos góticos de ojivas que formaban, al tope, las copas de la arboleda el material de su literatura. Violette figuraba una altísima criatura portando una cartera azul de paja y vestida por Chanel. Todavía sufría de malquerencias antiguas y vejaciones. Ya en plena madurez podía parecerse a una tía delgadísima que ironizaba sobre ella misma con mucha gracia: “vista de atrás, soy liceo, vista de adelante soy museo”. Vista desde lejos parecía joven porque nunca engrosó. Violette admiraba a la pareja formada por Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre. Su modo obsesivo de vivenciar el entorno la llevó a suponer que Jean Paul la perseguía, bella locura que no fue... Fue una parisienne, una hija de París irreductible. De otra ciudad no hubiera podido brotar el prodigioso genio de los ingenios de la autora de La bastarda, vayan a leerlo, es otra vez ella misma, uno de los libros más tremendos que existen todavía.


©Aurora Venturini
Buenos Aires
4 de diciembre de 2009





 Thérèse and Isabelle






Thérèse and Isabelle by Violette Leduc /  Nicholas Lezard
The Guardian, febrero 2012




The art of writing about love


 "Such affairs as the book describes happen; they are 
part of what makes people the way they are."  




I was tempted, at first, to start this review with some clunking irony along the lines of "Like most men, I have no prurient interest whatsoever in contemplating a highly sexual love-affair between two pupils at an all-girls' boarding-school, so the subject matter of this novella held little appeal ..." But having read Thérèse and Isabelle and been deeply moved by it, I don't think it appropriate to make jokes; and the impulse to have done so might in itself be a side-effect of the pornification of culture, or at least of myself.

Then again, it was horror and fear on the part of the publishers which kept this work, first written as the opening section of Leduc's novel Ravages (1955), unpublished in its original form until 2000 – and in French, at that. Leduc, a friend of Simone de Beauvoir (who also had a crush on her), had spent three years writing Thérèse and Isabelle – and it shows, in a good way. So when Gallimard said, in effect, "no way" in 1954 ("impossible to publish openly," said Raymond Queneau, of all people), Leduc nearly had a breakdown. The publishers had, in De Beauvoir's words, "cut her tongue out," and although the work was reshaped and inserted, piecemeal, into subsequent books (and circulated in a private edition among friends), it hasn't appeared in English before this edition.


It's a brave thing to do, and if there's one good side-effect of prurience, it's that in the pursuit of something rude, good art can be discovered. (I remember being steered to Les Biches as a teenager by someone who had heard it was full of dirty stuff; I ended up discovering the genius of Chabrol early.) And Thérèse and Isabelle is, unquestionably, great.

And its interest in the sexual side of things is crucial. Such affairs as the book describes happen; they are part of what makes people the way they are; and so they have to be written about. In this country, we have a particularly immature attitude to this kind of thing: just look at the smirking adolescence betrayed by the inaugurators and keepers of the flame of the Bad Sex Awards, a prize whose point has always been unclear to me – is it for good writing about bad sex, bad writing about bad sex, or bad writing about good sex? (The main point of the prize, it seems, is that some things simply should not be written about.)

So here we have extraordinary writing about sex; and, more importantly, about love, and the way it makes us feel. "Now is a night of obstacles. Her smell belongs to me. I have lost her smell. Give me back her smell." Who has not felt like that, as the odour of the beloved evaporates from the sheets? "'I wish you would look at me when I'm looking at you,' she said behind me." Who has not felt a similar kind of possessiveness? "It's too stupid. A moment ago we understood each other." Who hasn't sometimes been astonished at the vertiginous nature of love, the way it is an unstable equilibrium, a magical but precarious balancing act? And: "My eyebrows brushed her eyebrows. 'It's incredible the way I'm seeing you,' she says." I don't think I have ever read physical intimacy better described, or evoked. (One thing that comes across pretty quickly is that this is a damned fine translation, that can't have been easy to pull off; and dispels any misgivings that the translated quote in the press release, from Libération, inspires: "Violette's prose, hirsute and grasping as always, throws itself into faces more spiritedly than today's provocateurs ..." Eh?)

So we are, in fact, a long way from pornography, although perhaps not too far from what pornography (written pornography, that is) tries to do: which is to make us believe in plausible minds behind the genitals, so that there is some agency behind the act. Anaïs Nin, obliged to write porn to make ends meet, had a natural instinct to make it more "artistic"; here, the art is the point. And it's funny how the people who do this kind of thing best are the French.


Gran Bretaña
febrero 2012 





Violette Leduc: La Locura ante todo


Leduc, Violette. La locura ante todo. 
Argentina. Sudamericana, 1973.
Traducción de Estela Canto. 
La autobiografía que Violette Leduc comenzó con La Bastarda llega a su conclusión con un libro todavía más apasionado y desgarrado que se abre en el año 1944 y se cierra poco antes de la muerte de la autora.

 La locura ante todo cuenta la amistad de la autora con Jean Cocteau, Jean Genet, Simone de Beauvoir, y se cierra con una dramática confesión literaria:
 "¿Y la literatura? Me abruma... Estoy cercada; escribo lo que he vivido.
 Doy relieve a dramas convertidos en naderías con los años... 
Escribir es dar nuestro calor. He dado mis manos tibias a una sierra de metales en una quincallería... 
Escribir es prostituirse. Es coquetear, es venderse. Es tal vez algo peor: la prostituta no siente nada... 
Escribir es empapar la pluma en agua de mar el primer día de vacaciones. 
Todo el mundo ve el cielo, todo el mundo es escritor. 
Lo demás son juegos de espejos... 
¿Escribir o callarse? 
Escribir la palabra imposible en la curva de un arco iris. 
Todo estaría dicho."
Violette Leduc, La locura ante todo

 ©Canuto Libros






Las sucesivas vidas de María Teresa Castillo: una entrañable líder cultural, por Elisa Lerner, Caracas, 24 de octubre de 2023

 

©Efrén Hernández


María Teresa por Guayasamín




La muerte del General Gómez que había gobernado al país con mano de hierro e, inclemente crueldad a sus opositores, a un país que, mayormente, no tenía conciencia de la abrumadora riqueza petrolera que atesoraban los hondos sótanos de la tierra, permitió  a los venezolanos respirar con más afabilidad. Ya no se castigaba, por ejemplo, porque hubiera algún periódico con humor.  Y, hubo otro milagro, entre un pueblo pobre que apenas cubría sus pies con unas toscas alpargatas, negras, la aparición en la vida pública de jóvenes mujeres admirables que, casi en un santiamén, con su pujanza, su inteligente entusiasmo, quisieron lavar de sufrimientos y de ignorancias el rostro, recientemente, tan ofendido y humillado del país. En gran parte, comenzaron a lograrlo.  Una de ellas, María Luisa Escobar, compositora de canciones preciosas, hacia 1.932, todavía el General Gómez bien despierto en medio de su zoológico de Maracay, se había atrevido a fundar el Ateneo de Caracas donde se reunían escritores, poetas para tertulias de fuste. Y, acaso, un murmullo en el corazón contra una tiranía que llevaba muchos años.  Ante ese estado de cosas, María Teresa Castillo, una joven venezolana, de muy abierto talante, comenzó a interesarse en la política y, desde temprano, supo admirar como verdaderas las ficciones de los escritores.

María Teresa era una chica guapa, de ojos grandes y expresivos. Fue mujer regalada por dones. Siempre firme, sin titubeos,  para lo que se propuso. Hubo en ella, una virtud que la hizo fluida y convincente para la comunicación con los otros.  Tenía lo que los venezolanos llamamos “labia”. En un tiempo donde las mujeres solo secreteaban dentro de la casa, acaso María Teresa al escuchar la discusión de los hombres en torno a política, conversar sobre libros, supo ganarse un propio discurso, una voz protegida de un tono familiar y cercano. Lo desplegaría en el momento oportuno. Le sería de utilidad. Ese acento estaba iluminado por una sonrisa amistosa.  Además, a su labia, a su buen hacer en la conversación la acompañó, pese a una innata seguridad en sí misma, la simpatía y, el pragmatismo. Nunca se fue por las ramas. Fue cálida y, al unísono, lacónica. Siendo de buena presencia, un revés sentimental la hizo viajar, un rasgo de la valentía que fue una de sus razones de ser, a marcharse a Nueva York. No fue en balde. Aprendió a ser costurera.  De regreso al país, estuvo detenida un año en una jefatura civil.  Naturalmente, por razones ideológicas.  Para ella, en ese entonces, sus amigos de la izquierda fueron una Academia.  Tampoco en balde. Al fundarse el tabloide “Últimas noticias”, una lección de periodismo en sus años inaugurales, es una de las primeras mujeres que sale a la calle porque es reportera. En “Últimas noticias” conoce a una Ida Gramcko muy jovencita, bella, iniciándose en el periodismo y entrevista a Margot Benacerraf, cuando aún faltan muchos años para que filme “Araya”.  En el popular tabloide conoce a fondo las tripas del diarismo.  No solo eso.  Con su amiga Anita Massanet funda para “Radio Continente” el primer programa radial a cargo de mujeres.  Ahí María Teresa pone a prueba, un espíritu para la empresa y, la vocación para llegarle a la gente.   A veces va al Bar Windsor, de Los Caobos, la búsqueda de Miguel Otero Silva, quien entre chanzas y tragos con los amigos, recoge material e inspiración que, de seguro, le servirán para llenar columnas del próximo ejemplar de “El morrocoy azul”, exitosísimo semanario humorístico de ese tiempo.  El amor, el gran afecto surgido entre María Teresa y Miguel, acaso, no es una novedad. Ambos son de la misma generación, han sido impertérritos antigomecistas, son de un momento en que la ideología es primordial, los dos guapos. Sin embargo, los años treinta, tan movidos, tan azarosos, no les había dado ocasión para el intervalo del amor.  Siendo “El Nacional”, una felicísima realidad, no tardan en casarse. El matrimonio tiene lugar hacia 1.948 en el apartamento primoroso de dos destacadísimos periodistas de “El Nacional”, Ida Gramcko y José D. Benavides.  María Teresa, la andariega reportera, una dinámica mujer que no conoce treguas se toma diez años de vida casera, para la crianza de sus dos hijos, Miguel Henrique y Mariana.  Eso no quiere decir que María Teresa se haya despedido del arte. Hacia 1.952, a la salida de una función privada de  “Antoine et Antoinette”, encantadora película de Jacques Becker, oigo a María Teresa discutiendo vivamente sobre la película con la escritora Antonia Palacios, su amiga del alma, su amiga de toda la vida, su hermana del corazón.

Es imperioso en mujer tan inquieta que vuelva a la actividad. Ya sus dos niños no son unos críos.  Puede hacerlo. Le viene una oportunidad de oro cuando es elegida Presidenta del Ateneo de Caracas. Y, es oro lo que María Teresa cosecha.  La llamada antigua Casa de los Ramia, casi al frente del Museo de Bellas Artes, ahora domicilio del Ateneo de Caracas, es también refugio maravilloso para gran parte de la intelectualidad de entonces. En el teatro del Ateneo, se presenta cine de vanguardia. Y, un joven argentino, Carlos Giménez, tiene un éxito espectacular con el montaje de un musical llamado “Tu país está feliz”. Será también el cerebro para los ciclos admirables de Teatro Internacional que habrán de darse en Caracas. Gracias al necesario apoyo de nuestra democracia y, del entrañable liderazgo cultural de María Teresa Castillo. Forjado, junto a las primeras luchas por la libertad, a finales de los años treinta del pasado siglo.

María Teresa adoraba y, admiraba con fervor a Miguel Otero. Pudo, cómodamente, ser solo la señora Otero Silva, que no era cualquier cosa.  Sin embargo, en su “almacén de memorias”, no habría perecido el recuerdo que, quizá, tuvo por Rosa Luxemburgo, la gran líder socialista judía, implacable en su lucha, pero tierna como ninguna en sus cartas de amor.  María Teresa Castillo, con un Ateneo abierto para todos, con una casa unánime, anfitriona sin ambages, se construyó como entrañable luchadora cultural democrática. Emociona recordarla. Al unísono, recordamos tiempos felices para nuestro país. 




Elisa Lerner  es una narradora, dramaturga, ensayista, cronista y diplomática venezolana. Fue fundadora del grupo literario Sardio. En 1999 fue galardonada con el Premio Nacional de Literatura.​ En 2018 fue elegida Miembro Honorario de la Academia de la Lengua Venezolana. En 2019 fue investida como Doctora Honoris Causa por la Universidad Metropolitana de Caracas. Una de sus obras teatrales más famosas es Vida con Mamá, ganadora de varios premios. Su libro Crónicas Ginecológicas  ha sido un gran éxito en Argentina, donde se ha reeditado varias veces por la editorial "Los cuadernos del destierro".