la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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Presencia de la Mujer en el Teatro: El Caso Venezolano / Dra. Susana D. Castillo, Universidad de San Diego, California, 1992




"Cualquier desafío al orden prevaleciente 
de la fantasía es una impugnación política." 
Sheila Rowbotham


La historia oficial indica que la mujer ha estado íntimamente ligada al desarrollo del teatro. Lo que no se ha señalado son las delineaciones del radio de acción que se le ha impuesto, las estrategias que ella ha tenido que diseñar para invadir los terrenos vedados, la contradicción entre la exaltación y la sospecha con la que ha sido recibida y los cambios que lentamente va logrando en la actualidad.

El presente estudio intenta analizar la participación de la mujer en el proceso teatral venezolano de los últimos cuarenta años. Específicamente, se enfocará sobre la producción de Ida Gramcko, Elizabeth Schon, Lucía Quintero, Elisa Lerner y Mariela Romero, señalando el original aporte de cada una de ellas para proyectar aspectos de la identidad de la mujer silenciados por la tradición estética dominante. La crítica ha escogido unánimemente el año 1945 para señalar el nacimiento del Nuevo Teatro Venezolano. La irrupción de la democracia había creado el clima propicio para atender inquietudes artísticas locales y para acoger las concepciones innovadoras de varios directores extranjeros que llegan de diferentes latitudes a partir del citado año. Alberto de Paz y Mateos, Francisco Petrone, Jesús Gómez Obregón, Juana Sujo y Horacio Peterson serán los encargados de renovar la escena y de formar la presente generación de dramaturgos y directores. 

El auge petrolero había empezado ya a determinar cambios en todos los órdenes. Y aunque el proceso cultural siempre va a la zaga de los grandes cambios políticos -especialmente en el caso del teatro, que intenta afectan a una conciencia colectiva las expresiones artísticas comenzaron a mostrar vertiginosos cambios. 

Dentro de ese panorama teatral, la mujer -a pesar de su posición no hegemónica en el medio- ha aprovechado cada intersticio social para desempeñar vigorosamente el papel de propulsora y organizadora. Así, mujeres que se han acercado al poder, han transformado su función simbólica, y hasta decorativa, en instituciones artísticas para convertirse en eficaces instrumentos de cambio cultural. Basta recordar el nombre de Anna Julia Rojas, cuya labor tuvo el propósito de sacudir el ámbito intelectual de "costumbrismo epidérmico" que la dictadura de Juan Vicente Gómez había prolongado. En 1942, Anna Julia Rojas toma la presidencia del Ateneo y desde esa posición funda la Escuela de Iniciación Teatral (1947), y empieza el Concurso Anual de Teatro (1951). En 1952, junto con Esteban Herrera, deciden la creación de un Grupo Teatral permanente. El director chileno Horacio Peterson, es el llamado a organizar el Teatro Ateneo de Caracas. Desde 1958, María Teresa Castillo ha desplegado una labor titánica desde la Presidencia del mismo Ateneo. Ella ha auspiciado importantes proyectos, tales como los Festivales Internacionales de Teatro, que se vienen celebrando en Caracas desde 1973; la creación de Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (CELCIT); la formación y desarrollo del Grupo Rajatabla, entre otros muchos. Su asombrosa actividad no se limita al medio caraqueño. Ella es una figura indispensable en la promoción del acontecer teatral del interior de la república, así como el  nexo clave para las actividades de índole internacional. Vale mencionar también la labor de Clara Rosa Otero, quien desde el teatro "Tilingo" se ha encargado de difundir el teatro infantil, y  Dita Cohén, cuyo aporte a través del Centro Cultural "Prisma" está teniendo impacto en el medio teatral. 

Otra función tradicional que la mujer ha ido transformando en Venezuela ha sido la de actriz. Es sabido que -a lo largo de la historia- su contribución ha sido irremplazable y contundente en el área de actuación, no sólo por su innegable valor histriónico, sino también por el poderoso atractivo de su "imagen". El teatro es un fenómeno social y colectivo y -como bien lo ha estudiado Michelene Wardon en sus obras sobre teatro y política sexual- el glamour y la sensualidad de la mujer en la escena forma parte de nuestra cultura (Plays, 10). Es de especular que, precisamente, apoyándose en esa coyuntura que la sociedad patriarcal ha brindado a la mujer, la actriz argentina Juana Sujo haya venido a Caracas en 1948 para la filmación de la película "La Balandra Isabel", y se haya integrado al proceso teatral hasta su muerte (1961). A ella se debe la apertura de salas permanentes de teatro con un repertorio muy al día del teatro occidental, así como de la metódica formación de actores. No es casual que el premio anual más codiciado de teatro, así como una importante sala de espectáculos y una escuela teatral, lleven el nombre de Juan Sujo.

Desde la época de los sesenta, y probablemente como reflejo de los movimientos sociales que afectaron el proceso cultural de todo el continente, la mujer ha seguido incursionando en funciones de mayor impacto dentro del teatro venezolano. Y aunque es obvia su ausencia en las áreas técnicas y en la misma dirección escénica, también debe señalarse que este es un hecho común a todo el teatro occidental, situación de desventaja que empieza a rectificarse gracias a un mayor acceso de la mujer en éste como en otros campos. En años recientes es alentador notar la labor de mujeres de empresa, como Esther Bustamante, América Alonso, Mariela Romero, entre otras, que van integrando una categoría diferente de mujer de teatro. 


Teatro escrito por mujeres 


La omisión sistemática de los nombres de escritoras en las antologías literarias no es una especulación, sino una verdad fácil de probar. Así lo han demostrado muchas estadísticas en las que se basa la crítica de la última década; basta recordar el trabajo de Beth Miller en América Latina, y el de la ya mencionada Michelene Wandor en el teatro occidental. Ellos ponen de manifiesto el sexismo inconsciente de los antólogos y una serie de circunstancias socio-económicas que limitan el trabajo creador de la mujer. En "Carry on, Understudies", Wandor señala que el poder económico del hombre en las decisiones del quehacer teatral es un obstáculo difícil de superar. El texto dramático, concebido individualmente, pero recreado en equipo, debe contar con la aprobación de un director/productor. Es él quien decide si los temas y formas expresivas de las obras escritas por mujeres son válidos. Para llegar al público, una teatrista debe pasar primero por la censura masculina. Es fácil suponer que la mujer acarrea en su texto un tono expresivo diferente, una perspectiva sui generis, ya que se escribe desde su inserción en el mundo como mujer y a veces desde sus márgenes. Otro aspecto que se ha discutido es el número limitado de dramaturgas en relación con la pléyade de novelistas y poetas aparecidas en las últimas décadas. Dado que su confrontación con el medio es directo e impactante, el creador teatral es mucho más vulnerable. Su nombre y su mensaje está expuesto a la crítica inmediata que lo acoge o lo rechaza. La mujer, al incursionar en esa esfera eminentemente femenina, rompe con la función tradicional que se le ha asignado dentro del teatro.

Un tópico que se discute actualmente es la dificultad que significa la forma teatral del texto para la escritora. Según Wardon, el texto dramático constituye un reto para la mujer: el diálogo y la acción, esenciales al drama, requieren vivencias que se obtienen en las esferas jerárquicas patriarcales a las que la mujer no ha tenido acceso. Por eso, dice Wardon, la mujer que escribe busca su voz. Es de conjeturar que los monólogos intimistas y confesionales que la dramaturga latinoamericana cultiva se deba a su necesidad de auto-exploración. Según Gilvert y Guber, la escritora necesita de dicha auto-exploración antes de su inserción en el mundo (Mora, 6). Asimismo podría suponerse que esta ausencia de vivencias en la esfera pública se deba al hecho de que, por lo general, la mujer que escribe teatro parta de su propia subjetividad para enjuiciar su entorno. Su historia, por eso, no es épica, sino una intra-historia (Agosín, 87). Sin duda, estas consideraciones afectan a la mujer que escribe teatro en nuestros días. En Venezuela, sólo las recientes antologías incluyen nombres de dramaturgas. Tan poco común es el caso, que la crítica tradicional no sabe cómo llamarla. Isaac Chocrón ha resuelto el problema a medias, llamándola "la dramaturgo". La mujer que ha escrito teatro -antes de estas últimas décadas- está presente por ausencia. Sobre épocas recientes se mencionan nombres de mujeres, como el de Vicky Franco, por ejemplo, en programaciones de aconteceres teatrales, pero no existe documentación textual. Sin esas fuentes de información la interrumpida historia de la mujer que escribe teatro debe empezar en los años cincuenta con la poeta Ida Gramcko. La crítica venezolana la considera, en efecto, como su primera dramaturga. Esto lleva a dos reflexiones: primero, la dramaturga venezolana ha incursionado generalmente en otros campos literarios, y su aporte al teatro ha sido tangencial. Segundo, la dramaturga de hoy ha tenido que suprimir el vacío anterior y descubrir su propia voz. Consciente o inconscientemente ha debido resolver las mujer interiorizada por la supremacía masculina. Su reciente historia es la historia de ingeniosas estrategias antipatriarcales para expresar "la dimensión callada de su identidad" (Showalter, 31).



La revisión de un mito


 María Lionza, de Ida Gramcko
"No more masks! No more mythologies!" 
Muriel Rukeyser 


En 1956, Alberto de Paz y Mateos inaugura la sala "Poliedro", con María Lionza, obra escrita por una poeta nacida en Puerto Cabello, quien a los 18 años había sorprendido al medio artístico caraqueño con la publicación de Umbral, al que siguieron Cámara de cristal,  Contra el desnudo cielo,  Poemas y Juan sin miedo. Escritora prolífica y multifacética, Gramcko ha incursionado tanto en la poesía como en el drama, en el ensayo y la prosa. Entre sus textos dramáticos figuran Belén Silveira, La Rubiera (estrenada bajo la dirección de Horacio Peterson en 1958), el oratorio ballet La loma del ángel, Penélope, La mujer de Catey, La dama y el oso, y Juan Palomo (Nonasterios, 63). María Lionza está basada en una leyenda propia de los estados de Carabobo y Yaracuy, sobre una diosa -virgen, bella y vengativa- que "se debe" a su pueblo. 

La obra está escrita en verso y estructurada en tres actos. En ella se destaca la lucha entre dos fuerzas poderosas: la sexualidad de la mujer y la tradición imperante. Como anota Isaac Chocrón en la "introducción" a la obra, María Lionza muestra "una conducta individual marcada por la responsabilidad hacia lo colectivo" (12), ya que la protagonista terminará por doblegar sus pasiones para cumplir el ritual del pueblo que "cada cien años, cada cien otoños... pide un nuevo credo/Que le crezcan sus sueños, los retoños/que un nuevo dios lo libre de su miedo" (24). Sacrificio éste que demanda que María renuncie a "sus párpados, su cara, su cuerpo de mujer" (25). 

La iracunda obra azota al lector/espectador con la desafiante actitud de la protagonista. Gramcko se coloca en el centro mismo de la subjetividad del mito para expresar la tumultuosa lucha, la sexualidad pujante, los llamados "irracionales" que se dan en esta diosa enamorada. Y al hacerlo, la autora rectifica las falsas imágenes interiorizadas por el creador hombre. De manera especial echa por tierra las absurdas dicotomías demonio/ángel, santa/bruja, casta/puta. La legendaria figura será un ser complejo que sueña y desea: el amor y la sensualidad se integrarán estrechamente. La sexualidad reprimida y/o explotada de las mujeres del mundo dramático de Gramcko será el hilo unificador de su obra. 

En su magnífico estudio, "The Thieves of Language", Alicia Ostrik  declara que "el revisionismo del mito" es un instrumento eficaz para redefinimos nosotras las mujeres y con ello, redefinir la cultura (316). Según esta crítica, a primera vista resulta ilógico que las escritoras recurran a un terreno tan inhóspito como son los mitos, ya que en ellos se encuentran los héroes y dioses, las deidades de gran espiritualidad y sabiduría por encima de la Madre Naturaleza. Sin embargo, al tomar una figura o una trama ya aceptada y definida por la cultura, la creadora tiene en sus manos la posibilidad de expresar las circunstancias borradas de ese consabido acontecer y de aclarar las motivaciones y conductas discrepantes de esos personajes, propiciando así la desfamiliarización de falsos ¡conos. Este mecanismo del "revisionismo del mito" tiene obvias ventajas, prosigue Ostriker. Por un lado, al utilizar figuras casi históricas, la autora se desliga de las protagonistas y está más libre de dar vida al personaje sin que el público/lector la identifique con su creación. Por otro, los mitos son parte del inconsciente colectivo, de los deseos prohibidos, de las motivaciones y conductas irracionales. No hay que esforzarse entonces en imponer lógica y raciocinio a los personajes en la escena; puede dárseles vida libremente. 

La trama de María Lionza gira alrededor del dilema de la protagonista ante las exigencias de exclusividad y sumisión que demanda su amante. Incapaz de convencer a Froilán que su amor por el pueblo no disminuye en nada su amor por él, María trata de suicidarse con un puñal. Aparentemente Gramcko recurre a cánones tradicionales: el transgredir el orden imperante tiene un "castigo" y la muerte es la mejor respuesta para la mujer que se deja llevar por su propio sentir, desafiando "lo que está escrito". Pero hay un doble final (¿estrategia antipatriarcal de la autora?), porque María no puede morir sin destruir la leyenda. Para su congoja, ella se da cuenta de que es invulnerable a la muerte: se ha convertido en un ser divino. Superada así la iracunda pasión de María y su lucha por soltar sus deseos al viento, el conflicto queda solucionado. Froilán desaparece de la escena y ella, ahora serena (léase, asexuada), queda rodeada de dioses. Sólo en las últimas escenas la autora trae a luz el concepto de "pueblo", "patria", y "colectividad". Hábilmente la autora ha dado un giro completo a la historia tradicional que enfatiza y ennoblece "el sacrificio" de María por los demás y nos ha dado la desesperada historia de una mujer enamorada y "encarcelada" por la tradición (64). La represión y la inhibición de la sexualidad de María se denuncia precisamente al preservar el mito de la virginidad. La castidad ha sido conservada, pero Gramcko nos aclara las verdaderas razones para esta renuncia. El sacrificio, esa "superioridad espiritual" que se le ha atribuido a la mujer como característica "natural" para reducirla a recintos limitados, no es la motivación de su protagonista; es ésta la interpretación más convincente. 

Sin modelos previos en la tradición dramática venezolana, Ida Gramcko desafía con su obra antiguas percepciones, expresando con sensuales y originales metáforas, el erotismo de la mujer. En última instancia, María Liorna es una impugnación táctica contra la represión que, en nombre de tantos mitos, se le ha impuesto a la mujer a través de la historia.


El conflicto entre el saber y el decir: la "inconexión" en el mundo dramático de Elizabeth Schon 


"Oh, mujer! El silencio es el adorno de tu sexo". 
Sófocles


Al unísono (1965), una de las piezas más breves e integradoras de Elizabeth Schon, contiene los "signos sugeridores" de la preocupación central de su obra toda. En ella, los desesperados intentos por romper la incomunicación de dos seres son anulados por las fórmulas expresivas -y represivas- determinadas por la sociedad patriarcal, que relegan a un sitio marginal la inserción de la mujer dada a través de su lenguaje y su conducta. No es coincidencia que sus protagonistas sean todas seres silenciosos, desquiciados, alienados, sin conexión con el entorno. Como Gramcko, Schon había impactado ya a la intelectualidad caraqueña con su  poesía cuando empezó a incursionar con el teatro. De ahí que su lenguaje metafórico le haya ganado a su obra el calificativo de "mágico-poética" (ver Monasterios, 65). El abandono del argumento, el prescindir de la psicología para la delineación de sus personajes, el novedoso tratamiento temporal y espacial, están presentes en la obra de Schon. Pero la dislocación de la realidad sólo se da en un primer nivel intelectivo, porque la futilidad de la comunicación humana - agravada por la subordinación impuesta al lenguaje (y claro está, al comportamiento) de la mujer- así como la alienación resultante, forman el hilo que une toda su producción. Intervalo (1957), de gran éxito en el Primer Festival de Teatro Venezolano de 1959; Melisa y el yo, estrenada en el Segundo, celebrado en 1961, con muy buena crítica; La aldea (1965), ganadora de uno de los premios del Concurso de la Universidad de Zulia, armonizan coherentemente alrededor del eje temático indicado. Es de anotar que el aporte más valioso de Schon se da en la utilización del lenguaje -como forma de rebeldía y evasión— así como en la creación de sus personajes femeninos. 

En la citada obra Al unísono, aparecen dos  personajes con el nombre genérico de Hombre y Mujer. Para la escenificación sólo se necesita un banco. La mujer está sentada ya. El hombre se le acerca y empieza un vigoroso cuestionamiento sobre el presente, pasado y futuro de ella. La mujer, entre sorprendida y agradada, contesta con escasísimas palabras y abundantes silencios. En efecto, la mayoría de sus parlamentos están reducidos a una sola palabra: "sí", dicha ya en tono interrogativo, ya en dubitativo, pero siempre acogedor. Esta actitud da pie para que el Hombre deponga su curiosidad inicial y se complazca con una autoexposición: "H: Con su única palabra, sí, ha penetrado aquí, en este recinto mío. ¿Y qué más puedo desear?, ¿qué más puedo anhelar? ¿No lo cree? M: Sí. H: ¿Se da cuenta? M: Sí. H: ¿No siente...no siente como si entre su ser y el mío no existiera ni espacio, ni aire, sino un solo bulbo que late acompasadamente y al unísono? M: Sí." (138) 

Acaba la obra sin que el público se entere que ella accede a compartir las metas que él había trazado de antemano. Su identidad queda subordinada: "H: Creo que mejos nos retiramos.M: Sí.H: ¿Sí? M: Sí. H: ¿Vamos...vamos a tu casa? M: Sí. H: Y me mostrarás tu habitación...M: Sí. H: Y me mostrarás tu lecho... M: Sí. H: Y tus libros... M: Sí." (139).


Si Ida Gramcko verbaliza en María Lionza lo no dicho sobre la sensualidad de la mujer, Schon transgrede los perímetros de la tradición dramática, cosificando en la escena la subestimación de las manifestaciones comunicativas de la mujer. En su lúcido estudio sobre narrativa femenina, Lucía Guerra documenta precisamente cómo la mujer fue sistemáticamente desprovista de la capacidad para modificar por su voluntad asuntos terrenales o celestiales. ("Desentrañando...", 1). Aclara Guerra que el lenguaje está íntimamente ligado al sistema de conocimiento que en la mujer se da -por su historia y su biología- de manera diferente a los patrones ideológicos masculinos, relegando el proceso cognoscitivo de la mujer marcado por una relación estrecha con la materia y el ámbito cósmico (5).

Es claro que para llegar a expresar "la experiencia de la subordinación" la mujer ha recurrido a muchas estrategias. En su vigoroso estudio Silencio e imaginación, Marjorie Agosín anota que ha sido un gran mito el que las mujeres sean platicadoras y parlanchinas. Estos han sido epítetos para devaluar el habla de las mismas (14). En realidad, confirma Támara Kamerzain, la mujer ha estado muy cerca del silencio porque su habla ha sido siempre marginal (citada por Agosín, IS). De ahí que silencio e imaginación hayan sido dos metáforas complementarias a las que ha recurrido la mujer. Por otra parte, Agosín anota que el silencio puede ser una "treta" para rechazar la autoridad. No se trata de no saber qué decir, sino de no saber cómo decir lo que se sabe frente a la jerarquía circundante. Así, el silencio queda coagulado entre el Hombre y la Mujer de Al unísono (¡irónico título!), como una "estrategia del débii": la subordinación de la expresión de la mujer sólo duplica su status dentro de la sociedad. 

En una reveladora entrevista de 1973, Elizabeth Schon maiifestó las motivaciones de su escritura develando las claves intelectivas dt su teatro personalísimo, que ha sido categorizado por la crítica como "hernético" y "absurdista" (sic). "Con mi teatro trato de expresar -de una manera muy profunda y muy verdadera- cómo se me da la vida: a mí se me da como una inconexión..." (Castillo, 125-6). Desarmonía, alienación e inconexión son las vivencias que también experimentan las protagonistas en el mundo dramático de Schon: entes en ansiosa búsqueda de su razón de ser.


El teatro "oblicuo" de Lucía Quintero: una angustiosa ambigüedad  

Carlos Miguel Suárez Radillo realizó un aporte invalorable con la recopilación de textos dramáticos que tituló 13 autores del nuevo teatro venezolano (1971). Dicha antología contiene tres obras escritas por mujeres (Schon, Quintero y Lerner), cuyo común denominador radica en protagonistas que padecen trastornos mentales. 1 X 1 = 1, pero 1 + 1 = 2, es el extraño título de una breve obra escrita por Lucía Quintero en los años sesenta. Nacida en Puerto Rico, la escritora se ha radicado en Caracas, donde desempeña funciones de crítica de arte y de literatura en reconocidas revistas, así como la de Directora de Pedagogía del Museo de Bellas Artes. Aunque su incursión por el teatro parece haber tenido poco impacto, sus textos conllevan preocupaciones compartidas por dramaturgas de diversas latitudes geográficas. Entre sus obras publicadas figuran La brea y las plumas, y Viejo con corbata colorada (1963), Verde angustiarlo (1968). La lista de sus obras inéditas es bastante extensa.

Según Suárez Radillo, el análisis de más de doce breves obras de esta autora indica la aparición de una nueva forma teatral. El teatro "oblicuo" se basa en la observación de las conductas humanas expresadas en "un diálogo irracional y espontáneo de los que resulta un [teatro] absurdo, a veces humorístico, a veces angustioso, pero siempre inteligente" (407).

 1x1 = 1, pero 1 + 1=2 está dividida en cuatro escenitas en las que aparecen cuatro personajes: Hombre, Mujer, Enfermera, Doctor. La enfermera conduce a la cabizbaja Mujer a una habitación que ella de inmediato identifica con una celda. Obviamente ha llegado hasta allí bajo engaño, del que son cómplices tanto la implacable Enfermera como el Doctor. A lo largo de los parlamentos, el lenguaje de la Mujer -de corte coloquial- posee coherencia y lógica. El calificativo de "enajenada" será dado por los que conforman el entorno (presentes y ausentes). El infierno de las instituciones psiquiátricas y sus métodos de "curación" se adivina, entre líneas, en la conversación que la Mujer sostiene -pared de por medio- con el paciente de la siguiente celda. El Hombre intenta instruirla en al arte de la sobrevivencia, en un lugar donde carecen en absoluto de control. La enfermera -al escuchar dos voces diferentes- la catalogará de "agresiva, agitada y depresiva", y va en busca del Doctor. Este, con mucha más humanidad, trata de entender el posible "ventriloquismo". Aunque sabe de la existencia de otro paciente cercano a la celda de la Mujer, el médico descarta toda posibilidad de comunicación, ya que los pacientes se encuentran aislados por espesos muros. Una vez más, la voz del Hombre instruye a "la loca" para jugarle una treta al médico. Así, cuando éste sale de su habitación para inspeccionar la habitación contigua, ella lo sigue y se encierra con llave con el paciente mental que la ocupa. La característica más impresionante de la obra radica en la concisión de la misma (cuatro páginas) para proyectar una intensa situación dramática. La sensación de encierro y confinamiento, así como la impotencia de superarla, produce una angustiosa reacción. Además, la manera indirecta de presentar la trama hace que se dude si la voz que la paciente escucha existe o no en realidad. Así, el publico lector no sabe si está asistiendo a la "verdadera" historia, o a la imaginada por una mujer demente.

Según la misma autora, su teatro se distingue por "los personajes restringidos que actúan en forma indirecta. Su diálogo es reiterativo y repite una idea central (sic) y en formas variadas, para conducir a una acción restringida por los factores del medio ambiente o de una personalidad cohibida" (407). Gilbert y Guber, al analizar la literatura del siglo XIX y la del presente, en The Madwoman in the Attic, llegaron a la conclusión de que la dramatización de encierro y escape es un recurso obsesivo en las creaciones escritas por mujeres. Según ellos, parece ser que la mujer recrea su propio deseo de escaparse de los cánones patriarcales. Este hecho está íntimamente ligado a la creación de mujeres enajenadas cuya condición "anormal" les permite expresar violentamente lo que la sociedad les ha hecho callar. Es interesante observar que este estudio indica, también, que la imagen de reclusión empleada por el escritor hombre, ha sido y es siempre usada de manera metafórica o metafísica. En la mujer que escribe, hay una intención social y concreta (84-5). Así lo confirman las obras de todas las dramaturgas venezolanas.

En varias entrevistas la autora ha insistido en que su teatro es ambiguo y que su conclusión es, por lo tanto, abierta. De ahí el calificativo de "ambigüedad", de no intentar probar una tesis. Esta forma integrada y dialéctica del texto supera el dualismo patriarcal "racional" -que valoriza y jerarquiza un aspecto sobre otro en lugar de incorporarlos en uno solo-. La secuencia de "flashes" que forman la brevísima obra de Lucía Quintero, deja vislumbrar la restricción a la que se ha reducido a la mujer. La experimentación estructural de su texto va a la par con la exploración temática de terrenos vedados. La confrontación con el medio, sin embargo, se da de manera tangencial. Estrategia antipatriarcal contradictoria de quien dice lo que no se debe decir.



Sobre el arte de la seducción: La dramaturgia de Elisa Lerner 



"Escribo para seducir... para
 tener amigos y lo he logrado." 


Helen Cixous en La risa de la medusa (1975) presenta el manifiesto más polémico que la crítica feminista, francesa y norteamericana, ha debatido durante la última década: "L'Ecriture feminine". Según Cixous, la cultura occidental ha reprimido sistemáticamente la acción de la mujer y por ende, sus experiencias. La sociedad ha girado sobre un centro masculino, mecanismo apoyado por la religión, la filosofía y el lenguaje. De ahí que la resistencia más eficaz de las mujeres ante dicho desequilibrio debe darse a través del autoconocimiento de su "jouissance" o placer sexual: su toma de conciencia debe partir de su cuerpo y su sexualidad, precisamente porque ambos han sido mal presentados, o han estado ausentes del discurso masculino (citada por Showaiter, 364). 

A pesar de que "L'Ecriture feminine" acarrea una riesgosa implicación de la existencia de un determinado biológico psico-sexual del creador, esta teoría evidencia certeramente aspectos conflictivos de la mujer que escribe. De hecho, el tema de la sexualidad y los recursos apropiados para expresarlo - específicamente, un lenguaje no contaminado con interiorizaciones masculinas- son desafíos ineludibles que encara la escritora latinoamericana de hoy al elaborar su obra, sea cual sea el género literario.

En Venezuela, la abogada Elisa Lerner proyecta en sus incisivos ensayos y obras dramáticas la falta de realización sexual de la mujer. Es de aclarar que unida a esta "constante predominante" de su obra, se da a la par una cáustica crítica al entorno sociopolítico en el que están insertas sus desoladas protagonistas.

Lerner irrumpe en el escenario venezolano con el monólogo La bella de inteligencia (1959), con el que la autora celebra el advenimiento de la democracia después de la dictadura de Pérez Jiménez. A este monólogo siguen otros como Jean Harlow (1962), El país odontológico (1966) y, más adelante, La mujer del periódico de la tarde (1976) y El último tranvía (1984). Igual éxito han tenido sus obras más extensas: en 1964, el Ateneo de Caracas le otorga el Premio Anna Julia Rojas por su drama poético en doce escenas,  En el vasto silencio de Manhattan, y en 1975, el gran éxito teatral caraqueño de Vida con mamá, obra en dos actos.

La producción total de Lerner -ensayos, artículos de crítica y obras de teatro está coherentemente hilvanada alrededor de la experiencia avasalladora de ser mujer en una sociedad patriarcal que le impone conductas y roles desventajosos. Sus protagonistas -sensitivas pero frágiles- se asoman a la vida mirando a hurtadillas, furtivamente, y se intimidan ante la "avalancha de la realidad". Su incursión del ámbito doméstico a la esfera pública es fugaz y dolorosa. Todas estas figuras acaban "volviéndose razonables", limitando su radio de acción, realizándose en su interioridad. La Bella de su primer monólogo es una intelectual de gran agudeza. A lo largo de los nerviosos parlamentos en los que critica acerbamente su entorno social, corre subterráneamente el miedo a la soltería, a la soledad. En El país odontológico, la Harpía -crítica de arte- advierte a la joven escritora sobre el arribismo y corrupción culturales, sobre todo cuando se pierde el brillo de la juventud: "Di escritora, para el orgullo de tus propias colinas, aunque eres joven y todavía algunos años el fuego de tus onomásticos alumbrará tu rostro sin destruirlo" (89). Jean Harlow es "la mujer más bella de Norteamérica", sola en su blanquísima habitación, su inmenso lecho, su teléfono mudo. La depresión mina todo el país, pero la caja de bombones que saborea la protagonista es su premio por llevar felicidad con su rostro, con su belleza, a una sociedad fragmentada y famélica. El sueño -la pasividad- es su mejor evasión para no ver la angustia cotidiana. La cena de la noche, la posibilidad de los amantes nocturnos, da algún sentido a su vacío. Las dos obras más extensas -En el vasto silencio de Manhattan, y Vida con mamá-, a pesar de los once años que las separan, comparten una denuncia más fuerte sobre la sexualidad distorsionada de la mujer. En la primera -localizada en los Estados Unidos durante la época de la depresión- Rosie Davis, atormentada por la figura dominante de su madre se convertirá en un ser fracasado al "quedarse" soltera. Obsesivamente la idea del matrimonio dominará la vida de estas dos mujeres, acabando con las ilusiones de Rosie.

Aunque Vida con mamá posee implicaciones de tipo político, pues señala claramente momentos históricos significativos para el proceso venezolano, las protagonistas son -una vez más- la madre y la hija solterona, acosadas por las exigencias del medio. Un amenazante traje nupcial recorre el escenario como señal de transgresión. Ahora aparece también el tema de la menopausia, como señal del fin de la vitalidad de la madre.

Es de observar que la autora revela -en su delineamiento de los personajes femeninos- los valores de la supremacía masculina. En efecto, sus personajes reflejan conductas tradicionales -el complejo de Cenicienta, por ejemplo- que centran la felicidad en la llegada fortuita y azarosa de un ser de fuera, que dará sentido a sus vidas y a su espera pasiva. De la misma manera, la autora proyecta los mitos sobre la menstruación, la maternidad y el paso de los años en la mujer. La estrategia antipatriarcal de Lerner radica precisamente en apoyarse en las asignaciones estereotipadas de los sexos para mostrarlas en su dimensión más grotesca. Con cáustica ironía y con ingeniosidad, ella proyectará historias por demás familiares, haciéndolas ver en espejos desfigurantes que revelan toda la abyecta condición de la mujer. Su técnica consiste en partir de situaciones aparentemente triviales y de elementos devaluados por los cánones masculinos -la chachara femenina, el habla constante de mujer "parlanchina", por ejemplo- para testimoniar una época dada por detalles esenciales: sus olores, sus sabores, sus sonidos. De ahí que la atmósfera lerneriana esté impregnada de Tricófero Barri y de naftalinas, de cigarrillos Phillip Morris y Alas, de las notas de "Las rubias de New York", "La cucaracha" y "Arroz con leche". De este inventario nostálgico, Lerner salta sorpresivamente a reflexiones ingeniosas y profundas que apuntan a niveles políticos y filosóficos. Así, en La mujer... dialoga con una invisible clienta del supermercado "Cada", para comentar sobre las bolsas pardas de comida y la falta de ética de los intelectuales: "Ustedes los escritores son unos hipócritas. No los culpo. Para conseguir un empleo tienen, a veces, que mentir tanto, adular tanto ... Debe sacar provecho de esas visitas al supermercado. Escriba sus artículos en las bolsas pardas de las compras. Con lo caro que está el papel y lo mal que pagan los artículos" (94). O habla de la convivencia familiar para denunciar el sexismo imperante: "¿Su mamá? Pensé que las escritoras eran todas huérfanas. Pensé que sólo tenían amantes. ¿O son los escritores los que tienen amantes? Pero me da la impresión que los escritores, más que amantes, cuelgan del brazo los sangrantes ovarios de las mujeres con las que duermen" (93). Vale aclarar que otra característica importante en la producción de Elisa Lerner es la ausencia de patetismo. La fina ironía y la corrosiva crítica de los parlamentos predomina sobre la atmósfera nostálgica de las obras, produciendo un distanciamiento o extrañamiento que propicia el proceso crítico del espectador. Alguna vez ha declarado la escritora que el teatro requiere "agudeza y rapidez", y son éstas -sin lugar a dudas- las armas que ella maneja con mayor destreza (Possani, 36).  

Cuando las frágiles y ansiosas protagonistas lernerianas dan la cara al espectador, muestran descarnadamente su enajenación. Desoladas, sin posible comunicación significativa, reflexionan sobre sus vidas no realizadas, sus destinos truncos. No hay grandes decisiones que tomar frente al público. La posibilidad de cambio y de opciones ha pasado ya. Queda claro, sí, que la soledad que las corroe ha sido provocada por las restricciones impuestas por el orden patriarcal y por la actitud vacilante de ellas mismas ante la posibilidad de ruptura. Cómplices y víctimas a la vez, no pueden apaciguar su alienación ni en la esfera pública -donde no tienen cabida- ni en la esfera personal. La sexualidad -esa arma que aumenta la soledad en las creaciones de Tennesee Williams- está vedada para las mujeres de esta galería lerneriana. Y la autora da testimonio precisamente de esa anatomía "rechazada, machacada, mutilada". Cixous, traducida e interpretada por Agosín, declara: "Todo lo que tenga que ver con el cuerpo debe ser explorado, desde sus funciones a su libido, a su imagen; una vez hecho esto se debe observar cómo todo se transforma en el nivel simbólico. Las mujeres deben escribir su cuerpo y al hacerlo liberarán su inconsciente, que ha sido silenciado hasta ahora" (14). Lerner ha roto ese silencio.



Fantasmas textuales: el mundo dramático de Mariela Romero 

"... una exploración no para reconciliarse con el mundo, 
sino para crear un nuevo mundo, para un nuevo 'yo'." 
Rachel Blau Duplessis 



Con la destreza para el ritmo y el movimiento escénicos que el conocer el teatro por dentro le otorga a una actriz, Mariela Romero se convierte en importante autora teatral con El Juego (1976). Ganadora del Concurso Literario de Obras de Teatro de la Prevención del Delito, la obra fue escenificada con gran acierto por el Ateneo de Caracas, bajo la dirección de Armando Gota. La exitosa producción -en la que también actuaba la escritora- recorrió no sólo el territorio venezolano sino otros países de América Latina y Europa. El juego escudriña la dependencia y los juegos de manipulación y control en la relación simbiótica de Ana I y Ana II. Las protagonistas, atrapadas en un lugar abyecto, juegan una serie de juegos en los que revelan crueldad y ternura, amor y violencia. El estilo vertiginoso e impactante del texto revela influencias de las ideas de Antonin Artaud y del teatro de la crueldad. El aprendizaje de la sobrevivencia en una sociedad patriarcal es asunto importante para estos dos personajes femeninos. Pero también lo es para el triángulo destructor de Rosa de la noche (1980), donde dos muchachos y una joven prostituta exploran los límites de la convivencia. En ambas obras los personajes están sacados del lumpen: son entes marginados. En El vendedor (1984), Romero ahonda en la interacción de una pareja, Gloria y Gabriel. Ella es ahora parte de la clase media baja. Ex-secretaria y ex-amante de un Senador, con algunos abortos en su haber, esta protagonista proyecta una  devastadora soledad. El, víctima de las fuerzas económicas del sistema imperante, se araña para sobrevivir. Sospechamos que es un ladrón, aunque aparece en escena vendiendo ollas. La infinita soledad de Gloria se ilumina con la aparición fortuita de este "ángel guardián" de magnética personalidad, gran verbosidad y buen sentido del humor. En el segundo acto observamos los resultados de la convivencia de la pareja. Ella mantiene el hogar con un nuevo trabajo de prostituta. Para tolerar tal situación bebe tanto como Gabriel, que es ahora hiriente, insultante, y de paso, infiel. A lo largo de toda la obra hay un despliegue de brillante y ágil diálogo, a través del cual se revela una calculada manipulación de Gabriel para mantener a Gloria en una posición subordinada. Pero hacia el final del segundo acto, la figura de Gloria se agiganta para cobrar conciencia de vulnerabilidad y de su abyecta condición. Y al cerrarle la puerta al "vendedor" -no de ollas, sino de su dignidad- ella está abriendo horizontes para nuevas alternativas. Con su transformación Gloria cambia su entorno y su papel de víctima. La soledad es preferible a la explotación. O en palabras de la protagonista: "Pero se acabó, Gabriel...ya está bueno, ¿oíste? Una se cansa...la gente tiene su límite... y yo no tengo por qué estar manteniendo chulos... prefiero estar sola, ¿oíste? Yo estaba sola cuando te presentaste en mi casa. Me sentía mal, perfecto... pero prefiero esa soledad... la prefiero mil veces... si es que yo no tengo que calarme esta vaina..." (49).

La ultima obra de Romero, inédita, es Esperando al italiano (1987). En ella coinciden todas las "constantes predominantes" observadas en su anterior producción: la soledad, la dependencia y la manipulación en las relaciones humanas, la re-definición de los roles asignados a la mujer. El lenguaje sigue siendo fluido, directo, ágil y coloquial. Los nuevos hallazgos de esta obra surgen al entretejer la trama alrededor de la vida de cuatro mujeres. La interacción de estos personajes femeninos -el hablar entre mujeres- trae a luz elementos antes ausentes.

Esperando al italiano, drama en dos actos, nos hace partícipes de una íntima reunión social en casa de María Antonia. A ella acuden Rosalba y Teresa, amigas de antaño y, como María Antonia, pertenecientes a la clase media. El afán de asemejarse a la clase alta, el énfasis en la imagen externa y las penurias económicas para lograrlo son fuerzas motrices en la dinámica de la obra. Figuran, además, Jacinta -empleada mulata, "fuerte y vigorosa"- y J.J., o Juan José, amigo común y silencioso admirador de María Antonia. Todos los personajes fluctúan entre los 50 y 60 años. La reunión que presenciamos este sábado no es igual a la acostumbrada. La atmósfera del departamento de María Antonia -donde transcurre toda la acción- está permeada de expectativa. El "gigolo" italiano -rentado por sesenta días para ser compartido por el trío de mujeres y por Margarita, la amiga que lo ha ido a encontrar en las plazas de Roma-, está por llegar. Durante esa espera -donde acertadamente el tiempo dramático coincide con el tiempo real de la representación- asistimos al desdoblarse de las vidas de cada uno de los personajes femeninos, excepto Jacinta. Entre brindis y bromas, música de los años cuarenta y cincuenta, impertinencias de la mulata Jacinta, va aflorando en escena la soledad agazapada de cada una de estas mujeres.

Los recuerdos, placeres y frustraciones constituyen sólo parte de este mundo dramático. De igual manera se dan las reflexiones para confrontar y re-definir la vida cotidiana. Mujeres sin modelos a seguir, en esta nueva era de inusitadas exigencias, deben imaginarse la vida cada día. La maternidad, por ejemplo, es desmitificada. A juzgar por las acciones de estos personajes, los deberes de madre tienen un límite: ninguna de ellas ha sacrificado ni ha pospuesto su vida en aras de la felicidad de los otros. Teresa recuerda la relación con su hijo y su afán por entenderlo. Ella "carga su dolor", pero no se siente culpable del suicidio. Rosalba, por otro lado, lucha por no sucumbir en el papel tradicional de abuela. Y ese "aquí y ahora" -subrayado por la cirugía estética de Teresa y "la cooperativa" para traer al italiano- conlleva también ilusiones y esperanzas, mecanismos de defensa para concebir un futuro alentador. En palabras de Rosalba: "(A María Antonia) Tú no estás vieja, mi amor. Ninguna de nosotras estamos viejas. ¡Mírate! ¡Míranos! Estamos en lo que la gente llama nuestra hermosa y plena madurez. Aferradas a la vida y llenas de ilusiones ... porque qué otra cosa de experiencias y hermosos recuerdos... (12). 

María Antonia, la mayor de las tres y la más afectada por el pasado, se integra también a los planes —contagiada de optimismo— porque la relación entre mujeres y la solidaridad de ellas cobra vital importancia en esta obra. "Rosalba: no estamos solas. Nos tenemos a nosotras y nuestra amistad... y pronto tendremos al italiano para compartirlo, como hemos compartido tantas cosas en la vida." (12) 

Al final de la obra, cuando es claro que el italiano nunca llegará, y que este hecho no tiene importancia porque el problema de ellas va más allá del placer dominguero de un "gigolo", las tres leerán ilusionadas un anuncio en el periódico del día en el que un hombre maduro indica que "necesita una agradable compañía para poner fin a la soledad". Este final abierto es una resolución apropiada para un tipo de obra que no intenta encontrar respuestas contundentes, sino dar paso a la exploración sostenida de los personajes femeninos frente a nuestros ojos. El aporte de Mariela Romero en transcribir el sentir de la mujer de hoy en sus textos dramáticos es un hallazgo único en la dramaturgia escrita por mujeres en América Latina. Así, en El vendedor, Gloria cobra conciencia de su propia vulnerabilidad y su consecuente abyección, y las mujeres solas en Esperando al italiano comprenden su situación limitada dentro de una sociedad patriarcal. Lo importante es la exploración que realizan para encontrar nuevas opciones. Las creaciones de Romero, todas las protagonistas de El juego, Rosa de la noche, El vendedor y Esperando al italiano, con su lucha, desigual y obstinada, pero lucha al fin, conllevan la posibilidad de ruptura del círculo restrictivo, la posibilidad de cambio con implicaciones que pueden rebasar el nivel personal para llegar al político. Por esta capacidad de transformación que ofrecen las creaciones de Romero, su teatro cobra un valor liberador.


A manera de conclusión 

Sería prematuro llegar a conclusiones contundentes sobre la dramaturgia escrita por mujeres, basándose en la producción dramática de un solo país. Sin embargo, pueden destacarse ya aspectos significativos que se resumen a continuación. 

A juzgar por las autoras analizadas en nuestro trabajo, el teatro escrito por mujeres conlleva un sello subversivo. Sus obras revelan un enfoque "distinto" al imperante para interpretar el mundo. A lo largo de los parlamentos existe subterráneamente un afán de rectificar falsas imágenes, de llenar omisiones y añadir testimonios silenciados en la tradición estética masculina. 

El contenido de las obras -sus asuntos y motivos- presenta el aspecto más innovador de la producción total aquí estudiada. Y aunque algunos de los temas propuestos por estas autoras hayan sido tratadas por escritores anteriormente, se descubren nuevos puntos de vista, desconocidas razones para conductas y comportamientos. Tal es el caso de la obra de Gramcko, María Lianza, donde se da la revisión de una leyenda vigente aún. Asimismo, las obras de Mariela Romero incluyen alternativas recientes para la mujer: redefinición de roles en la familia; afán de autonomía económica; responsabilidad y control sobre sus propios cuerpos; exploración de la sexualidad, del aborto, de operaciones estéticas, etc.

La trama de estas obras gira alrededor de protagonistas femeninas. Así, la situación dramática es percibida e interpretada a través de la conciencia de la mujer. Es de anotar que en esta producción dramática predomina el número de personajes femeninos, y que la interacción de ellos conforma el núcleo de la obra. Este hecho es importante, ya que pone de relieve aspectos silenciados hasta ahora, tales como la solidaridad entre las mujeres y las relaciones de la mujeres de una misma familia.

El tratamiento de los temas está dado desde la interioridad misma de la personaje. Las mujeres creadas por mujeres interpretan su entorno social, político, cósmico partiendo de su "pequeña gran lucha", de su "intra-historia". El diario acontecer, las trivialidades cotidianas, la chachara rutinaria superan el rol devaluado usual para convertirse en punto de partida y apoyatura para profundas reflexiones.

La sexualidad de los personajes femeninos está, explícita o implícitamente, revelada en cada creación. Se da con mayor énfasis en Gramcko, Lerner y Romero. Gramcko recurre a versos explosivos para denunciar la represión sexual en la mujer, mientras que Lerner, ingeniosa y cáusticamente, analiza la sexualidad insatisfecha y desfigurada de sus desperdiciadas protagonistas. Romero no plantea la sexualidad como problema aparte: ésta está íntimamente integrada a la lucha diaria de supervivencia. Y aunque en Schón y Quintero aparentemente la sexualidad de sus protagonistas está ausente, ésta constituye un factor determinante para el encarcelamiento al cual quedan reducidas.

Con respecto al lenguaje, hay una marcada evolución. De las atrevidas metáforas de Gramcko -que escribe en verso- se advierte un lenguaje poético depurado en Schón. Lerner contribuye con su ironía elegante y cáustica, trayendo a escena un lenguaje anatómico para proyectar la sexualidad de sus personajes femeninos. Quintero emplea un estilo coloquial y conciso, mientras que Romero ofrece un brillante diálogo, ágil, matizado de localismos, y un especial sentido del humor.

 En cuanto a la forma teatral, no se distingue una preferencia específica. Parece existir una inclinación a crear monólogos y/o dramas de pocos personajes, pero esta es una regla con muchas excepciones. Variados son también los recursos teatrales utilizados para proyectar los mundos mágicos de Schón y Gramcko, y las atmósferas nostálgicas de Lerner. Quintero y Romero básicamente recurren al realismo.
El final de las obras tiende a ser ambiguo. No hay conclusiones contundentes porque no se intenta probar ninguna hipótesis específica. La exploración de nuevas alternativas predomina en buena parte de la producción, de ahí la estructura abierta de las obras de Schon, de Quintero, de Romero y algunas de Lerner, cuya coincidencia queda a la interpretación del público. El teatro, como toda la literatura escrita por mujeres representa -al decir de Agosín- "la voz de los oprimidos que escriben para dejar constancia de su marginalidad" (7). De ahí su carga subversiva.

Susana D. Castillo
Universidad de San Diego, California
1992



BIBLIOGRAFÍA 


(I)  Fuentes primarias

 Gramcko, Ida, María Lionza, Caracas, Monte Avila Editores, 1986. 

Lerner, Elisa, En el vasto silencio de Manhattan, en: 13 autores de nuevo teatro venezolano, Caracas, Monte Avila Editores, 1971 (295-344) Teatro: Vida con mamá. La mujer del periódico de la tarde, Caracas, Monte Ávila Editores, 1976. 

Quintero, Lucía, 1 x 1 = 1, pero 1 + 1=2, en 13 autores del nuevo teatro venezolano, Caracas, Monte Ávila Editores, 1971 (407-419). 

Romero, Mariela, El vendedor, Caracas, Fundarte, 1980. Esperando al italiano. Manuscrito, 1987
  
Schon, Elizabeth, Interludio, en 13 autores del nuevo teatro venezolano, Caracas, Monte Avila Editores, 1971 (477-507). Teatro: Melisa y el yo. Lo importante es que nos miramos. Jamás me miró. Al unísono, Caracas, Monte Ávila Editores, 1977.


(II) Fuentes secundarias 

Agosín, Marjorie, Silencio e imaginación. (Metáforas de la escritura femenina), México, Katún, 1986

Azparren Giménez, Leonardo, El teatro venezolano y otros teatros, Caracas, Monte Ávila Editores, 1979.

Betsko, Kathleen and Rachel Koening, Interviews With Contemporary Women playrights, New York, BTB Beach Tree Books, 1987.

Castillo, Susana, El desarraigo en el teatro venezolano, Caracas, Ateneo de Caracas, 1980.

Guerra, Lucía, "Desentrañando la polifonía de la marginalidad: hacia un análisis  de la narrativa femenina hispanoamericana". Manuscrito, 1984.

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Gilbert, Sandra and Susan Gubar, The Madwoman in the Attic, Boston, Yale University Press, 1979

Miller, Beth, Women in Hispanic Literature. Icons and Fallen Idols, Berkeley, University of California Press, 1983.

Moi, Toril, Sexual/Textual Politics, London, New Accounts, 1986.

Monasterios, Rubén, Un enfoque crítico del teatro venezolano, Caracas, Monte Ávila Editores, 1975.

Mora, Gabriela and Karen von Hooft, Theory and Practice of Feminist Literary Criticism, Michigan, Bilingual Press, 1982.

Possani, Clara, "Elisa Lerner", Escena, Caracas junio-julio, 1975 (36-38)

Wandor, Michelen, Plays by Women, Volume I, New York, Methuen, 1982.  "Carry on, Understudies", Theater and Sexual Politics, New York,  Routledge and Kega Paul, 1986.

Showlater, Elaine, The Female Malady, New York, Penguin Books, 1985. The New Feminist Criticism, New York, Pantheon Books, 1987.

Suárez Radillo, Carlos Miguel, 13 autores del nuevo teatro venezolano, Caracas, Monte Ávila Editores, 1979.






Doris Lessing, la escritora combativa, entrevista de Rosa Montero, 1997, El País


Recuperamos una entrevista a Doris Lessing que realizó Rosa Montero en 1997, antes de que obtuviera el premio Nobel. Entonces tenía 78 años.

"Sigue siendo combativa e indómita", escribía Montero. En aquellos días se acaba de publicar la primera parte de su autobiografía






Mientras bajamos del taxi la vemos asomada a la ventana de su casita de ladrillos típicamente inglesa, con su moño blanco y su chaleco azul, una anciana tan guapa y tan pulcra como el hada madrina de un cuento para niños. Hay que subir por las escaleras, llenas de cajas de libros, hasta el primer piso, que es donde la escritora tiene el cuarto de estar y nos espera. Aunque en realidad ella sólo esperaba a una persona:
—No sabía que iba a venir un fotógrafo... refunfuña.
Porque el hada madrina Doris Lessing tiene un genio de mil demonios, un carácter fortísimo que le ha hecho ser quien es y sobrevivir a través de penosas circunstancias. De esas circunstancias habla extensamente Lessing en su fascinante autobiografía, cuyo primer volumen, Dentro de mí, será publicado en España en estos días por la editorial Destino. Para apoyar el libro, precisamente, ha consentido que la entrevistaran, cosa que odia; de manera que ahora está aquí, enfrente de mí, para nada antipática, porque es primorosamente cortés y sonríe mucho; pero sí muy tensa, sin duda muy incómoda, deseosa de acabar con este trance. Cuando el fotógrafo la retrate después durante media hora, ella, la coquetísima Lessing (“si me quito el chaleco pareceré dos veces más gorda”), aguantará la sesión con mucha más calma y más paciencia; pero la palabra, que es su territorio, la pone nerviosa. Tal vez tema no explicarse bien, o, para ser exactos, tal vez tema la incomprensión del mundo, personificada en mí en estos momentos: durante la entrevista se muestra a la defensiva varias veces. Sea como fuere, la nuestra es una conversación difícil, tartamuda, a ratos íntima, a ratos remota; llena de evidentes y mutuos deseos de entendernos, pero lastrada por no sé qué distancia insalvable, por ese pequeño abismo transparente que a veces aísla de modo irresoluble a las personas.
—En España es usted conocida sobre todo como la autora de El cuaderno dorado, que fue un hito para muchas personas de mi generación. Es su novela más famosa en todo el mundo, pero me pregunto si no estará usted un poco harta de que todos le hablen de ese libro, que fue publicado en 1962, y de ser conocida sobre todo como autora realista, cuando ha hecho usted muchas otras cosas, como, por ejemplo, una estupenda serie de ciencia-ficción compuesta por cinco novelas...
—Bueno, ya sabe usted lo que son los tópicos, la gente necesita poner etiquetas en las cosas. Por eso es por lo que siempre hablan de El cuaderno dorado, porque es más fácil decir: Doris Lessing es la autora de El cuaderno dorado, y ya está. Pero eso le sucede a todo el mundo.
—¿Y no le desespera?
—Me irrita un poco... Pero ahora que me estoy haciendo vieja soy más tolerante.
—¿Fue por eso, para escapar de esos estereotipos, por lo que publicó aquellos dos libros con el nombre de Jane Sommers? [En 1984, Lessing escribió dos novelas con seudónimo; sus editores habituales se las rechazaron, y cuando consiguió publicarlas las críticas fueron regulares y vendió muy poco].
—No, lo hice porque me pareció un experimento interesante. Además luego he descubierto que eso lo han hecho otros autores, sólo que no se ha hecho público. Simplemente pensé: voy a ver qué pasa. Los críticos dijeron que El diario de una buena vecina era una primera novela prometedora... Lo cual resulta curioso. Y también recibí cartas interesantísimas, como una que venía de una escritora de libros románticos muy, muy conocida, que me dijo que llevaba publicados, no sé, pongamos que 73 libros, y siempre era maravillosa y fantástica y fenomenal para todo el mundo, y vendía millones de ejemplares de cada uno; y entonces escribió una novela más, pongamos que la número 74, y puso un seudónimo y la mandó a sus mismos editores, y se la devolvieron diciendo que no se podía publicar, que no les gustaba mucho, y que le sugerían que estudiara las obras de Fulana, o sea, de ella misma. Y entonces ella volvió a enviar el manuscrito a sus editores, esta vez con su propio nombre, y le dijeron: oh, maravilloso, estupendo, querida, cómo lo consigues, siempre escribes tan bien...
—Como usted misma dijo cuando el experimento Sommers, nada tiene tanto éxito como el éxito...
—En efecto, es absolutamente así.
—Usted parece tomárselo muy filosóficamente, pero a mí me resulta terrible. Se diría que es imposible lograr una apreciación mínimamente objetiva de las obras...
—Bueno, esa apreciación lleva cierto tiempo. Cada libro tiene su propia vida. Por lo general, todos los libros tienen que luchar al principio contra la negatividad y la indiferencia. La mayoría de mis libros han tenido violentas reacciones negativas en contra, especialmente los de ciencia-ficción, pero los demás también.
Ahora estoy escribiendo una novela de aventuras, es la primera vez en mi vida que hago algo semejante, y estoy disfrutando muchísimo. Bueno, pues tengo interés en ver qué ocurre 1 cuando salga este libro, porque es un campo completamente nuevo en mi literatura. Y seguro que los críticos volverán a decir lo mismo: pero por qué está haciendo esto, Doris, por qué está perdiendo el tiempo... Es una actitud totalmente predecible.
—Me admira esa seguridad en sí misma que muestra: por ejemplo, a pesar del varapalo de los críticos a sus obras de cienciaficción, usted siguió escribiendo novela tras novela hasta terminar la pentalogía...
—Porque me divertía haciéndolas. También me está divirtiendo mucho este libro de aventuras que ahora escribo, y si después a la gente no le gusta me dará igual, porque de todas formas habré disfrutado haciéndolo.
—¿Nunca se quedó bloqueada, nunca pasó por una época de sequía creativa?
—No, no. A veces he querido escribir un libro concreto y no he sabido cómo hacerlo, cómo resolverlo, y me he pasado 10 años hasta encontrar el modo. Pero mientras tanto hacía otros libros. Bueno, he estado algunas épocas sin escribir, pero por decisión propia. Una vez me pasé un año entero sin escribir, a propósito, para ver qué sucedía. Tuve muchos problemas. Creo que no i me sienta bien no escribir: me pongo de muy mal humor. La escritura te da una especie de equilibrio.
Es orgullosa como el héroe de las viejas películas del Oeste, ella sola y siempre rebelde contra el mundo, contra los críticos j adocenados, contra las injusticias, contra la estupidez, contra los abusos. Al envejecer todos nos vamos solidificando en nuestra especificidad y nuestras rarezas, y esta digna anciana de pequeños e intensos ojos verdes parece hoy más indómita que nunca. Nació j en Persia en 1919, pero a partir de los cinco años vivió en la antigua colonia británica de Rodesia, hoy Zimbabue, en una modesta granja en mitad de los montes, en donde creció obstinada y algo salvaje. A los 14 años se marchó de casa, a los 18 se casó; luego se divorció, abandonando a sus dos primeros hijos; se enfrentó al régimen racista de la colonia y se hizo del partido comunista, pero años después dejó la militancia y denunció lúcida y tempranamente el comunismo, lo cual le acarreó bastantes críticas.
Llenó su vida, en fin, de actos inconvenientes, y ni siquiera el hecho de llevar 20 años siendo nominada para el Nobel ha hecho de Doris Lessing una mujer convencional. La sala de su casa apenas si tiene muebles: hay unas cuantas alfombras persas muy raídas y varios cojines viejos por los suelos, como en el piso de un hippy o de un okupa. En una esquina, una gran mesa de madera está cubierta por entero de libros y papeles (un ejemplar en inglés de Fortunata y Jacinta, un diccionario de ruso abierto por la mitad, un álbum de pinturas); como no hay sillas a la vista, es de suponer que Doris lee de pie. El sofá en el que nos encontramos tiene las patas serradas, de manera que queda exageradamente bajo. No resulta el asiento más apropiado para una mujer que está cumpliendo ahora 78 años, pero a la luchadora Lessing parecen indignarle las trabas físicas de la edad, e insiste en sentarse en los suelos como si semejante gimnasia no le costara nada. Pero sí que le cuesta, por supuesto, aunque aún esté bastante ágil. Se apoya en la rodilla y gruñe: “Esto es la vejez, ¿se da cuenta? La vejez es esta dificultad para levantarse”
—Tengo entendido que ha escogido usted a Michael Holroyd para que sea su biógrafo oficial...
—Leí la biografía que le hizo a Bernard Shaw, y era tan buena, tan llena de sensibilidad y entendimiento de la penosa infancia de Shaw, que pensé que, si me tenían que hacer alguna biografía, prefería que fuera él quien la hiciese.
—¿Le preocupa la posteridad?
—No. Pero es que han empezado a hacerse biografías sobre mí por ahí. En un momento determinado de mi vida yo puse en mi testamento que no quería que me hicieran biografías, pero luego me di cuenta de que eso no servía para nada, porque otros escritores también lo pusieron en sus testamentos y nadie ha respetados sus deseos. Y la cosa es que, si van a hacer libros sobre mí de todos modos, preferiría que al menos uno fuera de Holroyd.
—Habla usted de la penosa infancia de Shaw... Usted dijo en una entrevista: “He sido una niña terriblemente dañada, terriblemente neurótica, con una sensibilidad y una capacidad de sufrimiento exageradas”. Y en el primer volumen de sus memorias escribe: “Estaba luchando por mi vida contra mi madre”. Desde luego no parece una niñez muy agradable.
—Fue una infancia muy tensa, y creo que la mayoría de los escritores han tenido una infancia así, aunque esto no quiere decir necesariamente que tenga que ser muy desgraciada, sino que me refiero a ese tipo de niñez que te hace ser muy consciente, desde muy temprano, de lo que estás viviendo, que es lo que me sucedió a mí.
—Su autobiografía está llena de mujeres frustradas, y la primera de ellas es su madre. Era un ambiente muy opresivo del que usted necesitaba huir.
—Sí, mi primera sensación era: tengo que escapar de aquí. Ahora bien, cuanto más mayor me hago más entiendo a mi madre, no la condeno en absoluto. Ahora entiendo exactamente cómo era y por qué hacía las cosas que hacía. Entiendo su drama, y también entiendo que para ella fue una tragedia tener una hija como yo. Si hubiera tenido una hija distinta las cosas le hubieran ido mucho mejor.
—¿Cuándo murió su madre?
—Uhhh... A principios de los sesenta.
—¿Y consiguió usted decirle que la entendía?
—No. Desearía haber estado más cerca de ella. Y eso es una cosa terrible. Éramos personas tan diferentes, temperamentalmente hablando. Y eso fue una tragedia. Simplemente no podíamos comunicarnos la una con la otra. Y eso no fue culpa de nadie. Yo he tenido tres hijos, sabe, y sé que los hijos son una lotería.
—En su autobiografía, de todas formas, su madre es un personaje maravilloso. Frustrada, autoritaria y depresiva en ocasiones, pero al mismo tiempo tan fuerte, tan valiente, matando serpientes a escopetazos y llevando adelante una existencia de lo más difícil.
—Sí, era un personaje extremadamente fuerte y muy capaz. Odiaba su vida, y sin embargo se enfrentó a ella y la manejó muy bien y con gran valor.
—Usted se recuerda, de niña, diciéndose mentalmente una y otra vez: “No seré como ella, no seré como ella”. Y sin embargo me parece que de algún modo es usted muy parecida a ella.
—Sí, seguro que sí. Hay en mí una dureza y un rigor que seguro que vienen de mi madre. Y me alegro, porque ciertamente era una mujer muy resistente.
—Y usted también lo es.
—He tenido que serlo.
—Ya sé que nunca llora.
—Eso no es cierto.
—En sus memorias, usted misma dice que por desgracia llora muy raramente.
—Bueno, desearía llorar más. Sí, es una pena que no llore más. De hecho creo que eso es lo que subyace tras este tremendo fenómeno que se ha suscitado con la muerte de Diana. Leí en un periódico que el mundo entero estaba necesitado de una buena llantina, y que la gente aprovechó la excusa de la muerte de Diana para darse una panzada a llorar. Y sí, creo que eso es la verdad más absoluta, porque de otro modo ese lío absurdo que se montó no tendría ningún sentido.
—Oscar Wilde dijo que la desgracia de los hombres era que nunca se parecían a sus padres, mientras que la desgracia de las mujeres era que siempre se parecían a sus madres...
—Wilde dijo muchas cosas agudas, pero no necesariamente verdaderas. Otra es: todo hombre mata aquello que ama, y tú te dices: oh, sí, qué brillante. Pero luego te pones a pensarlo y te dices: pero si no es verdad.
—Tiene usted razón, pero esa frase de Wilde sobre los padres me parece acertada. Claro que él se está refiriendo a aquellas madres tradicionales que no podían desarrollar una vida independiente. Ahora las cosas han cambiado, pero ha habido unas cuantas generaciones de mujeres que crecieron intentando huir, a menudo sin éxito, del destino de sus amargadas madres.
—Sí. Yo siempre sentí pena por mi madre. Incluso desde que yo era muy pequeña pude percibir muy claramente lo desgraciada que era. La combinación de encontrarla intolerable, y sentir al mismo tiempo una desesperada compasión por ella, era lo que hacía la situación difícil de soportar. Ahora, en efecto, las cosas han mejorado muchísimo, porque ahora las mujeres trabajan, y el principal problema de muchas de aquellas mujeres era que hubieran querido trabajar y no podían. En realidad ya no veo mujeres como mi madre alrededor. Era terrible lo que pasaba antes. Toda mi generación tiene madres frustradas y amargadas. Y todas estuvimos intentando escaparnos de lo que ellas eran.
—Sus memorias dejan la clara impresión de que usted se sentía muy distinta a todos cuando era pequeña, y esa diferencia, llevada hasta su extremo, es la locura. ¿Ha tenido usted alguna vez miedo a volverse loca?
—Mire, esto es muy interesante. No creo haber temido la locura, porque, primero, eché mis miedos fuera a través de la literatura, es decir, escribí mi miedo a la locura. Y, en segundo lugar, creo que tengo muchos puntos de contacto con aquellas personas que están locas, pero creo que yo puedo... Es algo en sí mismo interesante, creo que puedo... no me gusta la palabra sublimar, pero, en fin, creo que puedo simplemente pasar mi locura a... tal vez a otra gente. Puedo rebotarla fuera de mí.
—En un momento del libro cuenta usted que durante muchos años lloró con tan lacerante desconsuelo la muerte de los gatos que por fuerza tenía que pensar que estaba algo demente.
—Es que hay algo loco en una persona que llora con absoluta y total desesperación durante 10 días por la muerte de un gato, cuando no se ha comportado así en la muerte de su propia madre. Es algo demencial, irracional. Es un desplazamiento del dolor.
Siempre buena anfitriona, Lessing nos pregunta media docena de veces si queremos tomar algo. No, no queremos nada, muchas gracias. Al final de la entrevista, entre el alivio de haber acabado y la inquietud de no haber sido lo suficientemente afectuosa, Lessing me regala dos de sus libros, e insiste en que tomemos un pedacito de dulce de jengibre. Salimos al jardín a hacer las fotos: el piso bajo y la cocina están atestados de libros y de trastos. Al parecer siempre fue bastante desordenada, y vivir solo suele multiplicar nuestra tendencia al caos. Hasta hace muy poco, Lessing vivió con Peter, su tercer hijo, que debe de andar por los 50: “Pero ahora él se ha cogido un apartamento por su cuenta”.
De modo que Doris se ha quedado en la casita de ladrillo acompañada por El Magnífico, un gato guapo y grande pero viejísimo, un animal de 17 años al que acaban de amputarle una pata porque tenía cáncer en el hombro. “Pobre”, suspira Doris: “El pobre está muy anciano y con sólo tres patas. Pero qué se le va a hacer, así es la vida”. La vida para Doris, me parece, es una negrura contra la que hay que luchar enarbolando palabras luminosas. O es como su jardín, tan crecido como una selva: “En primavera estuvo hermoso, pero ahora, ya lo ve”. Ahora está devorado por la maleza. Es la vida como un asedio, en fin, y afuera se agolpan la edad, la muerte, la decadencia y la melancolía. Pero ella resiste los ataques y sigue defendiendo la plaza día a día, valerosa Lessing, luchadora, tan bella con su moño bien atusado y sus ropas coquetas, tan poderosa aún con su lucidez y su prosa perfecta.
—En sus memorias se refiere de pasada a una época en la que sufrió muchísimo...
—Ah, sí, habla usted de la época de depresión... Fue un dolor tan enorme, tan poderoso... Creo que entiendo lo que es el dolor, ¿sabe? Suprimimos cosas de nuestra conciencia, reprimimos sentimientos y los llevamos enterrados en el fondo del corazón. Y de repente sucede algo como... No sé, como el asunto de Diana, por ejemplo, y la gente encuentra una razón para llorar. Porque en realidad están llorando por sí mismos.
—¿Y qué le sucedió en aquella ocasión, para sufrir así?
—No importa lo que sucedió, seguro que fueron razones de lo más irrelevantes. Lo importante es saber que sucede así, que un día de repente, inesperadamente, cae sobre ti toda esa pena y te inunda, y entonces te tienes que preguntar sobre qué habrás estado sentándote, qué te habrás estado silenciando a ti misma durante todos los años anteriores.
—Si le pregunto sobre la razón de aquella caída, no es por mera curiosidad. Usted es una persona que vive, reflexiona sobre lo que vive, y escribe después sobre todo ello, y para mí, y para muchos otros de sus lectores, es una especie de exploradora de la existencia, una pionera que camina delante...
—Esa es una imagen bonita.
—Es el adelantado que nos va explicando a los demás lo que nos espera en la vida.
—Me gusta mucho esa idea.
—Y me gustaría saber qué es lo que hay ahí delante que puede resultar tan doloroso.
—Tendría que pensar sobre ello. He conocido a personas que están deprimidas clínicamente hablando, y cuando yo experimenté aquellos momentos de intensa pena me pareció que sólo había un escalón de bajada entre mi pena y la depresión clínica, que era muy fácil bajar de la una a la otra. Y entonces tienes que preguntarte de dónde viene todo ese dolor. No sé, creo que la gente bloquea a menudo el recuerdo de sus infancias porque les resulta un recuerdo intolerable. Simplemente no quieren pensar en ello. Y a menudo está muy bien que no nos acordemos, porque de otro modo seríamos incapaces de vivir. De manera que paso mucho tiempo de mi vida mirando a los bebés y a los niños pequeños y pensando: qué estará sucediendo realmente por ahí abajo.
—Por cierto que usted, al separarse de su primer marido, tuvo que abandonar a sus dos niños. Debió de ser algo muy doloroso.
—Fue una cosa terrible, pero tuve que hacerlo. No puedo decir que fuera una buena decisión, pero pudo haber salido mucho peor en todos los sentidos. Mis hijos fueron siempre extremadamente generosos, ni mi hijo ni mi hija me condenaron jamás y siempre me apoyaron. Mi hijo John murió, no sé si lo sabe. Murió hace algunos años de un ataque al corazón.
—No lo sabía. Debía de ser muy joven.
—Mucho. Cincuenta y pocos años. Bebía mucho, comía mucho, era una de esas personas que tenían que vivir al límite... Pero, en fin, el caso es que tuve que dejar a mis hijos, tuve que hacerlo, era cuestión de vida o muerte para mí. No hubiera podido seguir soportando aquella vida de blancos en Sudáfrica. En fin, qué más da. Todo esto ya es agua pasada hace mucho, mucho tiempo...
—Usted siempre ha hecho y dicho cosas poco convencionales. Es la antítesis de lo políticamente correcto. Y esto le ha granjeado muchas críticas: los de derechas la odian, la izquierda ortodoxa considera que es una traidora...
—Así es.
—Ese lugar suyo del rigor y la lucidez, ¿no es muy solitario?
—Bueno, alguien dijo que uno de los grandes problemas de ser viejo era que no puedes decir en voz alta casi ninguna de las cosas que realmente piensas, porque siempre resultas ridículo o chocante o molesto.
—Suena bastante triste.
—Siempre puedes hablar con los contemporáneos.
—¿Y cómo vive usted todo esto, cómo vive sus 78 años?
—Lo que está usted preguntando es cómo llevo ser vieja, ¿no? Pues bien, ¿qué le vas a hacer? No hay más remedio que vivir la vejez. No puedes hacer nada contra ella.
—Ya le he dicho antes que para mí usted es una especie de exploradora. Por favor, dígame que también a esa edad hay momentos en los que la vida resulta hermosa.
—Yo nunca pensé que la vida fuera hermosa.
—Pues entonces dígame por lo menos que todavía se conserva la curiosidad, y la excitación de conocer cosas nuevas, y el placer de escribir...
—Sí, eso sí. Todo eso se mantiene aún intacto.


©Rosa Montero
El País

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Fuente: El País