En mi época vivida en Barquisimeto, entre los 8 y 12 años, una de mis pocas
diversiones era ir a matinée todos los domingos a las 3 de la tarde, a un cine
cerca de donde yo vivía, a ver series de aventuras, de vaqueros, de guerra;
también vi la de King Kong, aunque al final decía continuará, creo que nunca
llegué a enterarme de la historia completa.
Pero mi cuento en esta oportunidad no tiene que ver con el cine. El asunto era que
yo era un gran lector, pero de suplementos, leía muchas comiquitas y las
coleccionaba, estaba muy orgulloso de mi colección que tenía muchos y variados
suplementos: Porki, Tobi, Archi, Periquita, El Fantasma, El Llanero Solitario,
Mikey, Superman. En fin, como ya los había leído varias veces, un día se me
ocurrió la idea de salir a vender o intercambiar ejemplares con otros protagonistas
y otras historias; cambiarlos, algo así como “toma estos tres, yo me llevo
estos tres”, nunca lo había hecho, me había enterado por compañeros del colegio
que otros niños lo hacían yyyy salí muy
contento a negociar con una gran cantidad de ejemplares, creo habría como
cuarenta, casi ni podía caminar porque los llevaba tipo bandeja. Como ya lo
dije, era mi primera vez.
Después
de caminar buscando como ventilador de panadería, y darle la vuelta a varias
calles cercanas, me encontré con un muchachito que traía una bolsa transparente,
por lo que me di cuenta que estaba llena de suplementos. Le enseñé uno y se
interesó por los míos, e inmediatamente comenzó a seleccionar, tipo este me gusta,
este no, este lo tengo, este no me gusta, me decía; una vez seleccionados
aproximadamente 20 suplementos, que los unió con los que él tenía en su bolsa, era el momento en que yo comenzaría a
seleccionar los que me gustaban de los que él había traído. Comencé a organizar
los suplementos que me quedaban, los coloqué abrazando debajo de uno de los brazos los que
tenía cargados tipo bandeja, y en el momento que los estaba acomodando y
tratando de comenzar a ver los de él, me quedé petrificado ¡el condenado
muchachito salió corriendo y se llevó los de él y los que seleccionó míos! Comencé
a correr detrás del delincuente, por supuesto pensando inmediatamente mi
estrategia ¿qué hago para alcanzarlo? Yyyy no se me ocurrió otra cosa que
llamar a otro muchachito que venía pasando y le dije “ayúdame, aquel
muchachito me acaba de robar mis suplementos y tengo que perseguirlo para
quitárselos” yyyy… le entregué “todos” mis suplementos. Y con toda la
seguridad de un héroe de película le dije “agárralos, guárdamelos, que ya yo
vengo, cuídamelos porque sin ellos corro más rápido” yyyy arranqué a correr buscando al niñito ladrón, tan ta taaaa tan tan taaaa
tan, como los protagonistas de mis películas de matiné detrás del
malhechor…. Corrí, corrí, corrí y el muchachito hampón tenía entre
sus antepasados al correcaminos. Corrí, corrí, corrí, busqué, busqué y el
muchachito…desaparecido.
Agotado y muy sudado regresé al lugar de mi genial idea de perseguir al
malhechor sin suplementos para hacerlo mucho más rápido. Busqué en una esquina,
en la otra, busqué como pajarito en
grama ¿y el otro niño? ¿y mis suplementos? Cuando realmente me di
cuenta que no estaba ni estarían más ni él ni mis suplementos, la reacción que
tuve fue como ¿qué pasó? ¡Qué astuto! Corrí más rápido pero… ¿para dónde?
Con el tiempo y la edad aprendí que eso se llama ¿ingenuidad? ¿inocencia? ¿primera
vez? Con el tiempo pensé en otras expresiones: ¿estupidez? ¿pendejera? ¿mi
primera acción y reacción como pendejo?
A pesar del tiempo y la vida ya vivida, a veces tengo reacciones en las que
me doy cuenta que sigo comportándome de la misma manera espontánea de mi
infancia. Menos mal que es de vez en cuando y sin querer, muy de vez en cuando,
pero eso sí… me entero después.
©Armando Africano
Ilustración Lisardo Rico Rattia