Cuando
Papá habla de la montaña,
Su
mirada se enciende,
Mi
madre benéfica sonríe,
todos
estamos presentes,
una
neblina instantánea nos envuelve.
Catedral
de Nubes
El
inmenso libro siempre estuvo ahí. Omnipresente, silencioso. Su solapa: un mar
que designa el pulso cardíaco de nuestros más amplios horizontes. La contra
solapa un valle de cañamelares y añil que besa un lago en la perpetua humedad
de sus ríos que de su enorme lomo ansiosos se desprenden persiguiendo a una
antigua diosa llamada Tacarigua. Siempre estuvo ahí imperturbable. Con su
sermón el más pletórico de bienaventuranzas; demasiadas páginas para ser
contadas, una hierofanía tras otra en infinito manantial cotidiano. Colosal,
gótico, arcos de ojiva, vitrales de nube asaetado perenne de luces apuntalando
el cielo y marcando indefectible nuestro norte eternamente transfigurado. Siempre
ahí sin nadie para descifrar su vasto jeroglífico vegetal. Tantas hojas, tantas
páginas y el hombre de la sombra temeraria, como bien lo llamara nuestro
egregio poeta de San Sebastián de los Reyes don Miguel Ramón Utrera: un dictador
analfabeta y longevo que pretendía leer periódicos patas arriba argumentando
que los gochos leen como les da la gana. País desangrado de guerras montoneras,
pleitos eternos de los hijos simulados, apócrifos de Marte. Ignorante país
donde el diablo diarréico anegó con sus detritos, los más vastos del orbe,
nuestro territorio y la pedorrera bituminosa estallara en 1906.
Quizás
la sombra temeraria tuvo un destello único de claridad cuando recibió la visita
de Él, un sabio botánico, meteorólogo, geógrafo y pintor venido de Bex, allá
por Suiza con varios doctorados universitarios quien previamente descifró las
runas vegetales costarricenses. El oscuro tirano invita al preclaro suizo por
iniciativa del Ministerio de Agricultura y Cría cerca de 1917 a ver al
incunable portento, al enorme libro de Aragua cuyo prefacio se llamaba como una
hacienda cafetalera: Rancho Grande y que por muchos años nos recordaba en su
memoria musical a Tito Guízar vaquero guitarra en mano cantando: Allá en el
Rancho Grande, allá donde vivía…de un México lejano e idílico.
Los
ojos de Monsieur Henri Francois Pittier presintieron en el silente coloso aquel
personaje de Teresa de la Parra: Vicente Cochocho “cuya alma desconocía el
odio, siendo casi del mundo de los vegetales, aceptaba sin quejarse las iniquidades
de los hombres. Hundido en la acequia o adherido a las lajas, zahiriéranlo o
no, seguía como buen vegetal dando impasible sus frutos y sus flores”.
Catártico
anegado de tantos asombros se dedicó apasionado a su lectura. Libro
multiplicado en astronómica cifra de vocablos, de más de 26.000 especies por Km2
en constante efervescencia en una superficie de 107.800 hectáreas de
accidentada cordillera. Alucinado a sus 62 años comienza nuevamente su labor
como botánico, su fuente de la eterna juventud estaba al Norte de Aragua.
Clasificó a mas de 30 mil especies de plantas, descubrió que en su momento era
el nido más importante quizás del continente; que su abra de Portachuelo era el
paso de las aves del continente según las estaciones y el frío apretara sus
picos y sus alientos. 583% de las especies de aves de Venezuela, un 43% del
total, tenían en ese libro-montaña su pajarera sin barrotes a cielo abierto, a
selva abierta, 22 especies son endémicas. Tan sólo la ingente suma del 6% de
las aves del planeta.
El
sabio Pittier siempre vestido de caqui con una herida que supuraba descifró su sánscrito leguaje secreto. Inventarió un
mundo que desbordaba por mucho cualquier expectativa y lo colocaba como el libro-selva-ecosistema nublado con
mayor biodiversidad de vocablos y reglas gramaticales del planeta. Esa fue su
lectura. De ahí que decidió protegerlo y transformarlo en el Parque Nacional
Rancho Grande, el primero de Venezuela en 1937. Como reconocimiento a su labor, un 13 de febrero
de 1953 su nombre fue epónimo del Parque Nacional Henri Pittier.
Mi
padre llegó después para consagrarse en su labor de jefe de guardabosques
asentados en la Estación Guamita, hoy borrada de su geografía por los aluviones
de 1987. Francisco Augusto Paradisi Linares insigne devoto y defensor por más
de 30 años de nuestra Catedral de Nubes de Aragua. Contaba regreso a casa hazañas y milagros
cotidianos. Una anécdota de Pittier me
asombró, quedó tatuada en espejo de su
querencia a la mía. El anciano sabio en sus postrimerías yaciendo en su casa de
La Florida en Caracas encomendó a su chofer a buscar agua de uno de los nueve
manantiales de su montaña que daban a Barlovento, donde el Mar Caribe susurra
vientos y nubes en continuo ascenso. Era el más alto. El pícaro truhan quiso
jugarle sucio, tomó el agua de uno de los manantiales inferiores. El viejo
amante de su montaña conocía el lenguaje, las composiciones de todos los
manantiales. En el primer sorbo como buen venezolano le mentó su madre y su
progenie al pillo. Lo despidió exclamando: ¡La punta de esta lengua suiza
conoce al dedillo el sabor de todos los manantiales de mi montaña, no me jodas!
No
lo niego mi padre me resultó siempre el más héroe de cualquier serie
televisiva. Ninguna duda abriga en los corazones de su prole de 5 donde soy el
cuarto. Pasar vacaciones en Guamita era
para toda mi estirpe y mis paisanos emprimados de Villa de Cura un destino VIP,
turismo ecológico de primera. Siempre me sentí el Mowgli del Libro de la Selva
de Rudyard Kippling, aunque sus colegas siempre vestidos de botas, pantalón,
camisa de caqui, corbata negra y
sombrero como el del guardabosques del Oso Yogui, exclamaban al verme llegar:
¡Llegó el gato, carajo, a echar vaina!¡Que carajito mas inquieto y travieso
coño!
Cuando
mi padre descubrió la vocación artística de sus hijos menores: Francisco y yo
nos alentó, con esa sangre italiana y griega corriendo por sus venas en
tambores de raza africana, a seguir adelante. Se escondía con nosotros con sus
cervezas Polar, sus shorts y chanclas, sin camisa a vernos pintar un cuadro
sorpresa para el día de la madre próximo y nosotros de 9 y 7 años y pantalones
cortos muy concentrados. En la fe que
toda obra de arte es una runa de tu infancia o como dijo León Tolstoi: Describe
tu villa y describirás al universo, ni modo originario de Villa de Cura y con
extensiones parvularias al trabajo amoroso de mi padre, queda claro de dónde
surgen los veneros de mi creación artística visual. Uno de mis primeros dibujos
infantiles fue el curso del río de Guamita pintado en una musgosa roca con un
lápiz prismacolor sepia. Otro dibujo anterior de mi infancia en Villa de
Cura fueron unas alas de ángel de la guarda dulce compañía no me desampares
ni de noche ni de día de múltiples colores sobre cartulina negra inspirado
por las travesuras ornitológicas de mi primo Luis Rosendo, mi hermano Aníbal,
hoy ingeniero agrónomo de enorme trayectoria nacional, cazando aves para las
jaulas de mi abuela Carmen. Todavía recuerdo un tráupido como me enseñó
mi querida Margarita Martínez llamado Bandera Alemana. Me hice artista tras
muchos años de estudio y trabajo egresado de la célebre Escuela de Pintura,
Escultura y Grabado “La Esmeralda” que fundaron Frida Kahlo y Diego Rivera en
esta Ciudad de México donde resido en diáspora hasta que la pesadilla se abra a
nuestra aurora libertaria democrática e independiente. Pero, siempre mi pincel
apasionado acude en salvamento de mi ecosistema humano y biológico de Venezuela:
el mejor estado de ánimo que conozco.
Un día en viaje de vacaciones compré en la
extinta librería Lectura de Chacaíto un libro hermoso llamado Aves de
Venezuela en coautoría con Miguel Lentino Rosciano. Enloquecí pintando
millones de veces una palomita esponjada, descifrando su carácter. Estaba
hermosamente arrecha.
Una
noche de 2001 enviado como representante de México al National Congress of American
Museums and Galleries of Art en
Saint Louis, Missouri en medio de un cocktail con música de jazz, por supuesto,
frente a un inmenso Monet pletórico de nenúfares; Baco me inspiró y pensé: Este
carajo se inventó un jardín japonés por que se ganó una lotería. ¡Nojoda, mi
papá es el jardinero del sitio con mayor diversidad del mundo! Me fui a
Venezuela con la escusa del 80 aniversario de mi viejo a llevarle serenata. Organicé
una expedición al Pittier, más de 300 imágenes de mi Catedral de Nubes, mismas
que sorprendieron a mi padrino artístico Pedro León Zapata y me conminó que exhibiera. Con dichos
recaudos levanté en 2002, invitado como artista en Residencia de Latino Arts
Inc y la Universidad de Wisconsin en Milwaukee: mi primer mural americano. Una
pajarera debajo de un distribuidor en el cruce de Washinghton Street & 6th
Avenue. Las columnas simulaban barrotes de una colcha de parches de selvas
pitterianas en blanco y negro y con remaches de un fuselaje de un avión antiguo.
El inmenso arquitrabe con fondos gris de paynes a manera de cielo calmo representaba un
inmenso diálogo en hiperrealismo de nuestras aves con las endémicas de
Wisconsin, el estado aviario de Estados Unidos. En ciertos puntos una tela de
terciopelo rojo se apreciaba levantada por la brisa proveniente del cercano
Lago Michigan, como la tela con que se cubren las pajareras para que las aves
duerman. El único graffitti de la ciudad fue mi firma con la letra de la
canción de Eric Clapton: Tears in heaven La ciudad fundada por los
republicanos es totalmente blanca, están prohibídos las pintas en sus paredes.
Mi firma apenas se aprecia. Está en el suelo en la columna extrema derecha Hice
un chiste visual cuando aparece el Águila Real emblema de la nación americana:
el diálogo se fractura y un coñazo de arcaravanes y corocoras salen espantadas
dejando el plumero. Ganó por iniciativa de la Escuela de Arquitectura de
Wisconsin y Harvard el mejor desarrollo de arte urbano del 2003.
En 2006
presenté una muestra de aves heridas del Pittier con fondos oscuros a lo
Caravaggio sobre un poema de mi adorado poeta Eugenio Montejo: La
terredad de un pájaro. Johnny Phelps emocionado por tal propuesta me
invitó a conocer la Fundación Ornitológica William Henry Phelps donde tuve mi
encuentro con Miguel Lentino Rosciano y Margarita Martínez, a quienes
emocionado mostré la fotos de mi mural americano exclamando con nudo en la
graganta: ¡No crean que vuestra silenciosa labor franciscana se quedó aquí
en estas bóvedas frias taxidérmicas y en libros que pocos leen. Los planes
de Dios son inauditos y aquello que los
anima como revelación se esculpió en mi corazón! Manos prestas y con el
libro de José Ángel Rodríguez El Viajero de las Aves como nuevo mandato
para una superproducción multimedia levanté pinturas y el texto junto a mi
soberbia actriz y soprano Fanny Arjona. Proyecto que llamamos Gringo
Enamorado in memoriam a William Henry Phelps quien amó nuestra montaña
aragüeña y de empresario exitoso a sus 60 años esculpió su destino de
consagrado botánico inventariando las alas del mundo en mi jardín aragüeño. Fue
siempre mi mayor placer la visita a mis asesores Miguel Lentino y Margarita
Martinez, mis mentores casí ícaros y yo su cocorito: la ladilla de las
ladillas. Una primera vista de esa colección se realizó en 2012 llamada El
Zaguán de Gringo Enamorado con overtura de mi hermano el Maestro Raimundo
Pineda. Aspiro en democracia y vida repúblicana reconquistada la realización de
espectáculo con música de nuestro genio Juan Carlos Nuñez, mi mentor sonoro
cuya Misa de los Trópicos para la beatificación de nuestra primera santa
del Pittier: María de San José de Choroní, según acertadísimo crítico musical:
¡Sabe y huele a Cacao!
A
comienzos de este año pandémico y ditirámbico de 2021 un bienaventuranza en la
voz de Margarita Martínez vino a mí: hacerme partícipe de un sueño
extraordinario de Valentina Hernández y Roberth Bonillo: CACAO PITTIER, From
earth to the bar, doce haciendas cacaoteras inscritas en mi jardín de
infancia con doce denominaciones de origen cuyas productoras cantan mientras
cultivan y pintan los telones de mi paraíso con los colores y melodías más
diversas de su nostálgica herencia africana. Soñaban que los empaques fueran
aves endémicas de dichas haciendas pintadas por mí. Súbito mi aceptación para
la construcción de una Venezuela inmensa y del tamaño de nuestros sueños y
aspiraciones más legítimas como lo asentó en su biografía Regreso de Tres
Mundos nuestro insigne Mariano Picón Salas. ¡Ni de vaina me iba a perder
ese boche! Me subí a ese barco de sueños como su director artístico con
pasión desbordante.
Hoy
26 de noviembre de 2021 con profunda emoción saludo la cristalización de este
sueño colectivo que nos honra en presentar su primera cata. Es nuestro mayor
anhelo su inscripción definitiva en las querencias más nobles de nuestro
paladar, como una vez los hiciera el sabio Henri Francois Pittier con los
manantiales de nuestro parque nacional primigenio y la terredad de
nuestro precioso proyecto Cacaos y Aves del Pittier, ese término
extraordinario del genio poético de Eugenio Montejo, esa terquedad de cualquier
venezolano de bien por pertenecer a Venezuela hasta en las sombras se quede en
nuestro gentilicio orgulloso como lo ha hecho HARINA PAN y ron Santa Teresa.
Una
petición final: Aspiramos vuestras benevolencias, sugerencias y aportes para
afianzar este sueño en los paladares del mundo y, por mi parte una disculpa si
me excedí en mi testimonio. La emoción y la adrenalina anegan mis ojos, anudan
mi garganta en esta fría tarde de invierno mexicano.
José
Augusto Paradisi Rangel
Director Artístico de Cacao y Aves del Pittier
México, 26 de noviembre de 2021