Julio Cortázar no solamente tuvo la amabilidad de concederme una entrevista en Caracas a finales de octubre de 1979, cuando yo tenía 21 años, era
una desconocida exiliada y escribía free-lance y gratis para Semana, una
revista que estaba muriendo. También tuvo la inmensa generosidad de enviarme
una carta agradeciéndome el envío de la entrevista cuando salió publicada, diciéndome
hermosas palabras que sólo una persona maravillosa como él podía escribir y
que, por supuesto, yo no merecía.
Cortázar
estaba en Caracas para participar de la Primera Conferencia sobre el Exilio y la Solidaridad Latinoamericana en los años 70 (21-29
de octubre), que se inauguró en
Caracas y continuó luego en Mérida, que reunió a los escritores más importantes
del momento: Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Antonio Skarmeta, Ernesto
Cardenal…
La
entrevista la firmé con seudónimo (el nombre fue elegido por el jefe de
redacción) porque Cortázar era uno de
los opositores más celebres y combativos de la dictadura argentina; mi madre y mis
hermanas vivían en Argentina y yo temía represalias contra ellas. Cortázar, con la humanidad que
lo caracterizaba, entendió mi temor cuando se lo expliqué.
Cuando nos
encontramos en el lobby del Hotel Anauco Hilton no nos dimos un beso, al estilo
argentino, sino la mano, al estilo venezolano, porque eso era lo primero que yo
había aprendido a hacer después de
haberme quedado un montón de veces con el beso en el aire viendo la cara de sorpresa
de la persona que iba a besar. Cortázar, que había estado muchas veces en
Venezuela, parecía conocer la costumbre muy bien.
Él no
preguntó por qué había sido yo condenada al exilio y yo tampoco le conté. Lo
admiraba demasiado como para perder tiempo hablando de mí. Yo sólo quería oír
su pensamiento. Él estaba con Carol Dunlop, encantadora con sus grandes ojos
tiernos que miraban maravillados como si
fuera una niña, y me tuvo mucha paciencia cuando ataqué a los intelectuales que
mandaban a la gente a combatir y cuando las bombas caían se escondían detrás de
sus libros. No era su caso, claro que no, pero había conocido a tantos así en
mis últimos meses huyendo en Argentina, que sentía asco por los intelectuales.
Cortázar, como si intuyera que yo me estaba desangrando de exilio, respondía a mis ataques con paciencia y mucha
dulzura.
Él se veía
muy joven y atractivo (y tenía 65 años) pero parecía un hombre muy triste,
aunque en la entrevista digo que a veces sonreía como un niño, un hombre muy preocupado
y parecía estar muy cansado físicamente.
Cuando la
entrevista finalizó y nos estábamos despidiendo, ya los dos parados, cuando vi
que comenzaba a caminar y que se iba a ir para siempre de mi vida, sacando
arrojo de no sé donde, yo que era tan tímida, lo paré y le dije:
- - Cortázar, ¿puedo pedirle un
favor?
-
- ¡Por supuesto! –respondió con
amabilidad.
- -
¿Puedo darle un beso?
Cortázar lanzó una carcajada llena de sorpresa y
alegría y por primera vez vi a sus ojos brillar contentos. Carol, a su lado, me
miró sonriendo con sus grandes ojos cómplices.
-¡Claro! –respondió con una sonrisa espléndida, y se inclinó
para que yo pudiera llegar a su mejilla.
Un beso,
una entrevista, una carta. ¿Quién podía pedir más? Cortázar fue mi mejor regalo
de exilio (junto con Joan Báez, pero esa es otra historia).
Lo que Cortázar no sabía, y no tenía por qué saber y no supo nunca, era que yo había sido condenada al exilio por ser pacifista y editar una pequeña revista subterránea de cultura, Machu-Picchu, en la que había expresado mi oposición a la guerra con Chile en septiembre de 1978. Esto me valió la persecución, clandestinidad, asilo en la Embajada de Venezuela en Buenos Aires y exilio, en ese orden. Y por carecer de militancia política era muy ingenua al suponer que bastaba un seudónimo para esconderme de la dictadura.
Porque Alberto Boixadós, escritor argentino adherente de la dictadura, cuyo libro “Arte y Subversión” tiene un capítulo dedicado a atacar a Cortázar llamado “Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa. "¿Son francotiradores o constituyen ejército regular?”, puede leerse, ¡hoy!, en el blog neonazi argentino llamado WeltanschauungNS:
Portada del blog
|
Alberto Boixadós publicó en 1981 el libro “La Revolución y el arte moderno” y, continuando sus ataques a Cortázar, dice:
Esto
demuestra dos cosas.
Primero, cuánto molestaban las palabras de Cortázar
a la dictadura argentina y sus seguidores, porque “Semana” era una revista que
estaba en quiebra (cerró a los pocos meses) y por lo tanto tenía muy pocos lectores e
influencia en la vida política venezolana, y la entrevista había sido realizada por una persona
absolutamente desconocida e
insignificante en 1979.
Pero en
1981, cuando sale el libro, yo era una
activa combatiente de la dictadura desde mi trabajo ad-honorem en Amnistía Internacional y la “Coordinadora
Pro-Derechos Humanos en Argentina” (formada por parte del exilio argentino en
Venezuela); había dejado de usar seudónimo en 1979, y me
había convertido en una pequeña figura pública, igualmente insignificante
pero para la dictadura cualquier pulga significaba la amenazaba de una roncha
gigante.
Y segundo,
que había
traidores en el exilio argentino en Caracas, porque solamente la gente de mi entorno sabía que esa entrevista a Cortázar la había realizado yo, y nunca se había republicado con mi nombre. (Por otra parte,
en 1980 adopté mi apellido materno,
Iriart, y así se me conoce desde
entonces). ¿Quién o quiénes fueron los traidores?
Vivir en el exilio siempre fue, entre otras cosas, como andar por un camino minado, nunca
sabías cuando podías estallar en pedazos. Tampoco cuándo la mano que se
extendía amiga era la mano que en realidad quería asesinarte.
En la
entrevista Cortázar se lamenta: “Porque
esto yo se los digo a ustedes, pero nadie lo va a escuchar en Argentina, nadie
lo va a leer, ustedes lo van a publicar y salvo que alguien lo lleve en un
bolsillo, nadie va a poder
leerlo allí”. Yo pensaba lo mismo. ¡Qué
equivocados que estábamos! Nos habíamos olvidado de los traidores, sirviendo
nuestras cabezas en bandeja de plata por dinero, envidia, ambición, perversión
o simplemente odio.
Cortázar no
fue invitado a la asunción de Alfonsín cuando la democracia volvió a Argentina
en diciembre de 1983. Y si alguien merecía ser invitado por todo lo que había
luchado, entregado, dejado de hacer para sí, sacrificado por la democracia
argentina, era él.
Cortázar
también fue traicionado por la democracia.
Y yo sólo espero
que los traidores hayan sido castigados por la justicia o por la vida, y si no
fue así, allá ellos: nunca dejarán de
ser un pedazo de mierda debajo de una bota militar o de un zapato democrático.
Cortázar
sigue siendo uno de los más grandes escritores de todos los tiempos, de todo el
mundo. Uno de los seres humanos más amado. Y yo vivo en paz.
Y ahora que
aquella carta que me envió en 1979 forma parte del libro “Julio Cortázar: Cartas 1977-1984”, que
en 5 volúmenes reúne casi todas las cartas que Cortázar escribió en su vida,
sólo puedo decir una vez más: Gracias, Cortázar, por permitirme ser parte de tu
vida.
Homenaje a 100 años de su nacimiento y 30 de su partida:
26 Agosto 1914 - 12 Febrero 1984 /
Homenagem aos 100 anos de seu nascimento e 30 de sua partida:
26 agosto 1914 - 12 fevereiro 1984
26 Agosto 1914 - 12 Febrero 1984 /
Homenagem aos 100 anos de seu nascimento e 30 de sua partida:
26 agosto 1914 - 12 fevereiro 1984