la rebelión consiste en mirar una rosa

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Alejandra Pizarnik


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"Julio Cortázar: Cartas 1977-1984” (Alfaguara): La historia detrás de la carta que me envió / viviana marcela iriart, fotos Eduardo Gamondés, 22 de abril de 2013










Julio Cortázar no solamente tuvo la amabilidad de concederme una entrevista  en Caracas a finales de  octubre de 1979, cuando yo tenía 21 años, era una desconocida exiliada y escribía free-lance y gratis para Semana, una revista que estaba muriendo. También tuvo la inmensa generosidad de enviarme una carta agradeciéndome el envío de la entrevista cuando salió publicada, diciéndome hermosas palabras que sólo una persona maravillosa como él podía escribir y que, por supuesto, yo no merecía.

Cortázar estaba en Caracas para participar de la Primera Conferencia sobre el Exilio y la Solidaridad Latinoamericana en los años 70 (21-29 de octubre), que se inauguró en Caracas y continuó luego en Mérida, que reunió a los escritores más importantes del momento: Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Antonio Skarmeta, Ernesto Cardenal…

La entrevista la firmé con seudónimo (el nombre fue elegido por el jefe de redacción) porque Cortázar  era uno de los opositores más celebres  y combativos  de la dictadura argentina; mi madre y mis hermanas vivían en Argentina y yo temía represalias contra ellas.  Cortázar, con la humanidad que lo caracterizaba, entendió mi temor cuando se lo expliqué.  

Cuando nos encontramos en el lobby del Hotel Anauco Hilton no nos dimos un beso, al estilo argentino, sino la mano, al estilo venezolano, porque eso era lo primero que yo había aprendido a hacer  después de haberme quedado un montón de veces con el beso en el aire viendo la cara de sorpresa de la persona que iba a besar. Cortázar, que había estado muchas veces en Venezuela, parecía conocer la costumbre muy bien.

Él no preguntó por qué había sido yo condenada al exilio y yo tampoco le conté. Lo admiraba demasiado como para perder tiempo hablando de mí. Yo sólo quería oír su pensamiento. Él estaba con Carol Dunlop, encantadora con sus grandes ojos tiernos  que miraban maravillados como si fuera una niña, y me tuvo mucha paciencia cuando ataqué a los intelectuales que mandaban a la gente a combatir y cuando las bombas caían se escondían detrás de sus libros. No era su caso, claro que no, pero había conocido a tantos así en mis últimos meses huyendo en Argentina, que sentía asco por los intelectuales. Cortázar, como si intuyera que yo me estaba desangrando de exilio,  respondía a mis ataques con paciencia y mucha dulzura. 

Él se veía muy joven y atractivo (y tenía 65 años) pero parecía un hombre muy triste, aunque en la entrevista digo que a veces sonreía como un niño, un hombre muy preocupado y parecía estar muy cansado físicamente. 











Cuando la entrevista finalizó y nos estábamos despidiendo, ya los dos parados, cuando vi que comenzaba a caminar y que se iba a ir para siempre de mi vida, sacando arrojo de no sé donde, yo que era tan tímida, lo paré  y le dije:

-                                - Cortázar, ¿puedo pedirle un favor?
-                                 - ¡Por supuesto! –respondió con amabilidad.
-                               -  ¿Puedo darle un beso?

Cortázar  lanzó una carcajada llena de sorpresa y alegría y por primera vez vi a sus ojos brillar contentos. Carol, a su lado, me miró sonriendo con sus grandes ojos cómplices.

-¡Claro! –respondió con una sonrisa espléndida, y se inclinó para que yo pudiera llegar a su mejilla.

Un beso, una entrevista, una carta. ¿Quién podía pedir más? Cortázar fue mi mejor regalo de exilio (junto con Joan Báez, pero esa es otra historia).













Lo que Cortázar no sabía, y no tenía por qué  saber y no supo nunca, era que yo había sido condenada al exilio por ser pacifista y editar una pequeña revista subterránea de cultura, Machu-Picchu, en la que había expresado mi oposición a la guerra con Chile en septiembre de 1978. Esto  me valió la persecución, clandestinidad, asilo en la Embajada de Venezuela en Buenos Aires y exilio, en ese orden. Y por carecer de militancia política era muy ingenua al suponer que bastaba un seudónimo para esconderme de la dictadura.



Porque Alberto Boixadós escritor argentino adherente de la dictadura,  cuyo libro Arte y Subversión tiene un capítulo dedicado a atacar a Cortázar llamado “Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa. "¿Son francotiradores o constituyen ejército regular?”,  puede leerse, ¡hoy!, en el blog  neonazi argentino llamado WeltanschauungNS




Portada del blog



Alberto Boixadós  publicó en  1981 el libro  “La Revolución y el arte moderno” y, continuando sus ataques a Cortázar, dice:











  
Esto demuestra dos cosas.

Primero, cuánto molestaban las palabras de Cortázar a la dictadura argentina y sus seguidores, porque “Semana” era una revista que estaba en quiebra (cerró a los pocos meses) y por lo tanto tenía muy pocos lectores e influencia en la vida política venezolana, y la entrevista había sido realizada por una persona absolutamente desconocida e insignificante  en 1979. 

Pero en 1981, cuando sale el libro,  yo era una activa combatiente de la dictadura desde mi trabajo ad-honorem en Amnistía Internacional y  la “Coordinadora Pro-Derechos Humanos en Argentina” (formada por parte del exilio argentino en Venezuela); había dejado de usar seudónimo en 1979,   y me había convertido en una pequeña figura pública, igualmente insignificante pero para la dictadura cualquier pulga significaba la amenazaba de una roncha gigante.

Y segundo, que  había traidores en el exilio argentino en Caracas, porque solamente la gente de mi entorno sabía que esa entrevista a Cortázar la había realizado yo, y nunca se había republicado con mi nombre.  (Por otra parte, en 1980 adopté mi apellido materno, Iriart,  y así se me conoce desde entonces).  ¿Quién o quiénes fueron los traidores? 

Vivir en el exilio siempre fue, entre otras cosas, como andar por un camino minado, nunca sabías cuando podías estallar en pedazos. Tampoco cuándo la mano que se extendía amiga era la mano que en realidad quería asesinarte.

En la entrevista Cortázar se lamenta: “Porque esto yo se los digo a ustedes, pero nadie lo va a escuchar en Argentina, nadie lo va a leer, ustedes lo van a publicar y salvo que alguien lo lleve en un bolsillo, nadie va a poder leerlo allí”. Yo pensaba lo mismo. ¡Qué equivocados que estábamos! Nos habíamos olvidado de los traidores, sirviendo nuestras cabezas en bandeja de plata por dinero, envidia, ambición, perversión o simplemente odio. 

Cortázar no fue invitado a la asunción de Alfonsín cuando la democracia volvió a Argentina en diciembre de 1983. Y si alguien merecía ser invitado por todo lo que había luchado, entregado, dejado de hacer para sí, sacrificado por la democracia argentina,  era él. 

Cortázar también fue traicionado por la democracia.

Y yo sólo espero que los traidores hayan sido castigados por la justicia o por la vida, y si no fue así, allá ellos: nunca dejarán de ser un pedazo de mierda debajo de una bota militar o de un zapato democrático.

Cortázar sigue siendo uno de los más grandes escritores de todos los tiempos, de todo el mundo. Uno de los seres humanos más amado. Y yo vivo en paz. 

Y ahora que aquella carta que me envió en 1979 forma parte del libro  “Julio Cortázar: Cartas 1977-1984”, que en 5 volúmenes reúne casi todas las cartas que Cortázar escribió en su vida, sólo puedo decir una vez más: Gracias, Cortázar, por permitirme ser parte de tu vida.


 22 de abril de 2013

© Fotografías  Eduardo Gamondés 







Homenaje a 100 años de su nacimiento y 30 de su partida: 
26 Agosto 1914 - 12 Febrero 1984 / 
Homenagem aos 100 anos de seu nascimento e 30 de sua partida:
 26 agosto 1914 - 12 fevereiro 1984