UN PASEO CON
FONDA por Nava Semel
El
día que cumplí 26 años me encontré por pura casualidad en la parte trasera de una
limusina negra, en Tel Aviv, sentada al lado de Jane Fonda.
Fonda
hablaba. No acerca de Sinatra o de Bogart, de Dietrich o de Gable, no sobre sus
propios éxitos que a pesar suyo flotaban alrededor de ella como un aura. Fonda
hablaba acerca de alguien llamado Rukhana Sasson pero como le era difícil
pronunciar el gutural “rk”, el nombre de la mujer salía “Ruhana”. Mientras
hablaba, su rostro público parecía agrietarse en delgadas y finas líneas.
Bueno,
dijo Fonda, Rukhana Sasson era una mujer de 60 o algo más -Fonda la había
conocido en su país. Rukhana fue liberada en Dachau cuando tenía 20 años. Un
año después se casó y ella junto con su marido emigraron a Israel. Durante los 40 años subsiguientes su
vida parecía deslizarse sin problemas: educó a sus 4 hijos, puso la casa en
orden, sus hijos tuvieron hijos. El pasado parecía haber caído en el olvido. Un
final feliz. Una historia de ensueño.
El
marido de Rukhana hizo mucho dinero, continuó Fonda y los Sasson se fueron a
los Estados Unidos como emisarios del Estado que ellos ayudaron a construir.
Sus hijos e hijas y 3 nietos quedaron atrás. Finalmente Rukhana se sintió libre
de los reclamos de la vida de todos los días. Era una mujer acomodada, presta a
descubrir el fin del mundo. Pero fue precisamente aquí que las imágenes que
ella había sellado hacía mucho comenzaron a burbujear hacia la superficie.
Las pesadillas comenzaron.
En
realidad ella no había recordado. No
había visto ninguno de los filmes. En ciertos días del año, en Israel, había
rechazado prender la televisión o la radio. Cuando sus hijos le preguntaban por
qué, ella respondía “Eso ya se acabó”
Pero
ahora, viviendo en un país foráneo, sus noches se volvieron tal tormento que
ella buscó un sanador para recobrar el sueño.
“Ella
estaba demasiado aterrorizada para cerrar los ojos”, decía Fonda. Yo sentí una
corriente subterránea inescapable que le
invadía su voz.
“¿Cómo
pueden estos recuerdos tan viejos y pesados aflorar después de tantos años?”
preguntó.
Me
dirigí a ella, una mujer elegante y meticulosa, totalmente extraña para mí y
finalmente abrí la boca. “Rukhana Sasson podría ser mi madre”, dije suavemente.
“Mi
madre también apagaba la televisión y la radio ciertos días del año en
Israel…pero su dolor nunca se fue, nunca desapareció. Su dolor había flotado en
su líquido amniótico. Nosotros, sus hijos, bebimos su dolor en su leche. Hasta el
día de hoy aún escucho su lamento: “Quizá nunca debí traerte a este mundo. Quizás pequé al darte a luz”.
Pero mientras
hablaba ahora, me sentí como si
estuviera abrazando a mi madre,
como si ahora, por fin, tuviera la edad suficiente como para abrazarla.
Mamá,
me oí decir en silencio, heredé de ti el olor de
la muerte, quizás en tu leche, quizás en tu sangre, quizás en un
sueño, quizás en tus gritos en medio de la noche a
lo largo de la década de
1950. Como fibras que se encuentran suspendidas en el aire
empujando y retorciéndose.
“Mi
madre nunca habló de su niñez”, proseguí. “Es como si su vida antes de la
guerra le perteneciera a otra persona, como si estuviera partida por la mitad
por un abismo infranqueable”.
Fonda
escuchaba como una cuerda tensa.
“Israel
está llena de Rukhama Sassons que ruegan por perdón porque sus manchas de
sangre y el olor de las cenizas de sus pasados tormentosos se han adherido a
sus hijos e hijas.”
Fonda
cerró la ventana de la limusina negra y miró hacia fuera. Ella se quedó en
silencio y yo también. Y entonces, de repente, recordé que la madre de Fonda se
había cortado las venas.
Fonda
apretó sus manos secas. Con la mancha de sangre y el olor a cenizas que flotaba
en el aire, no nos miramos nunca más.
Tel
Aviv
1985
Traducción Luis Sedgwick Baez
A
RIDE WITH FONDA by Nava Semel
The day I turned twenty-six, I found myself by sheer coincidence in the back of a black limousine in Tel Aviv sitting next to Jane Fonda.
Fonda was
talking. Not about Sinatra or Bogart or
Dietrich or Gable; not about her own successes, even though they hovered about
her like an aura. Fonda was talking
about someone named Rukhama Sasson, but since it was hard for her to pronounce
the guttural “kh,” the woman’s name came out “Ruhama.” As she spoke, her public face seemed to crack
along tiny fault-lines.
Well, said Fonda, Rukhama Sasson was a
woman of sixty or so – Fonda had known her from back home. Rukhama was liberated from Dachau when she was twenty. A year later she married, and she and her
husband immigrated to Israel
together. For the next forty years, her
life seemed to glide by – she raised her four children, set her house in order,
her children had children. The past
seemed to have been forgotten. A happy
ending. A picture-perfect story.
Rukhama's husband made a lot of money,
Fonda went on, and the Sassons were sent to America as emissaries of the state
they had helped to build. With their
sons and daughters and three grandchildren staying behind, Rukhama was finally
free of the demands of everyday life.
She was an affluent woman of leisure ready to discover the ends of the
earth. But it was precisely then that
the images she had sealed-off so long
ago began to bubble to the surface. The
nightmares started.
She really had not
remembered. She had seen none of the
films. On certain days of the year back
in Israel
she had refused to turn on the television or radio. When her children used to ask why, she would
respond, “I wiped it out.”
But living in a foreign country now,
her nights had become such torment that she sought out a healer to restore her
sleep.
“She was too terrified to close
her eyes," said Fonda. I felt an
inescapable undercurrent seeping into her voice.
"How could such heavy old memories come up after so many years?”
she asked.
I turned to her, a meticulously put-together, elegant woman entirely strange
to me, and finally opened my mouth.
“Rukhama Sasson could be my mother,” I said softly.
“My mother turned off the television and radio on certain days of the
year in Israel
too…but her pain never went away, never disappeared. Her pain had floated into her amniotic
fluid. We, her children, drank it in her
milk. To this day I can still hear her
lamenting, ‘Maybe I never should have brought you into the world. Maybe I sinned giving birth to you.’”
But as I spoke now, I felt as if I were hugging my mother, as if now,
finally, I was old enough to hug her.
Mama, I heard myself silently saying, I inherited the scent of death
from you, maybe in your milk, maybe in your blood, maybe in a dream, maybe in
your screams in the middle of the night all through the 1950's. Like fibers that hang suspended in the air,
pulling and twisting…
"My mother never talks of
her childhood," I went on.
"It’s as if her life before the war belonged to someone else, as if
it is split in half by an unbreachable chasm."
Fonda listened like a taut string.
"Israel
is full of Rukhama Sassons who beg for forgiveness because the stain of blood
and the smell of ashes from their own tormented past have clung to their sons
and their daughters.”
Fonda shut the window of the black limousine and stared outside. She was silent and so was I. And then, suddenly, I recalled that Fonda's
mother had slashed her own wrists.
Fonda pinched her dry hands together. With the stain of blood and smell
of ashes hovering in the air, we did not look at one another again.
Tel Aviv
1985
DIARIO INTIMO por Nava Semel
Día de Nuestra
Señora de la aflicción
15 de septiembre
de 1943
No me
bendigas, Padre, porque he pecado. No me absuelvas. Fui tu siervo fiel durante
toda mi vida. Pero en este momento te abandono para entregarme al pecado de la
desesperación. Siento cómo el pecado se extiende sobre mí, se asienta en mis
órganos y hasta la salida del sol, habitará todo mi cuerpo. No me absuelvas,
Padre. No podré cumplir la misión, ya la fe me ha abandonado. Pero absuelve a
esta niña que no tiene nombre, porque, sin saberlo, ella es la fuente de mi
desesperación. Abrázala y sálvala.
Ella
está enrollada en sí misma, en la trastienda de la iglesia, muda como una
piedra, mientras yo rezo en vano para que nos envuelva el sueño y nos trague a
ambos. Solamente la mano del sueño puede luchar contra la memoria ultrajada y
demorar por un rato lo que merece ser olvidado, para que el ser humano logre
prepararse para enfrentar un nuevo día.
¿Qué
nuevo día le espera a una niña que es toda noche?
Tú me
has elegido. Entregaste en mis manos a una niña que es fuente de desesperación.
Cuando la vi por primera vez en el confesionario, me pregunté si este ser
formaba parte de la creación. No me absuelvas, Padre, porque he pecado. Dudé de
su humanidad. Me paralicé. Los negros muros me aprisionaban y mi pie comenzó a
moverse sobre el umbral. Quería huir de ese cuerpo desconocido que no emitía
sonido, olía a excremento y cuyos órganos goteaban. Busqué una plegaria, pero
no la encontré. Solo oí el grito que desgajaba mi interior.
Padre,
¿a qué prueba me sometes? Azotado por la impresión me santigüé una y otra vez.
La campesina me amonestaba y yo no podía escucharla. Sin embargo, me vi
empujado a espiarla, contra mi voluntad. Un par de ojos ardían más allá del
tabique enrejado. Como si yo estuviese parado debajo de la cruz, en el Gólgota,
y observase a ese hombre que se desangra, entre dos ladrones.
Ojalá
pudiese romper la red y llegar a ella. Esta noche no me arrodillo ante Ti, sino
ante la niña. No me absuelvas, porque negué el alma que se agita en el interior
de la carne hedionda.
La
cargué en mis brazos hasta mi alcoba, pero ni el movimiento logró hacerle
brotar un sonido. Tiene cinco o seis años. Está arrugada, desgreñada, los
harapos se le adhieren al cuerpo. No logro delinear sus facciones.
Una
niña.
Nunca
antes había sostenido una niña en mis brazos.
Temo
quebrarla.
Estoy
sentado en la oscuridad mientras las palabras brotan. El ser humano llega
iluminado a tu mundo, sin embargo, otros seres humanos arrojan oscuridad dentro
de él. Eso prediqué toda mi vida. Hasta yo mismo sé qué órganos desgarraron a
la niña. También en mi cuerpo hay un órgano así.
No sé
cómo atenderla. Hubiese sido mejor que…
No.
Debo
extraer los clavos y limpiar la sangre.
Lo
que me exiges está más allá de mis fuerzas.
Trato
de hacerla descansar. Su cuerpo sin peso se agita. Con los restos de fuerza que
le quedan se opone, me patea. Por un momento creo que estoy bajando a tu hijo
de la cruz.
“Padre
nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre. Venga a nosotros tu
reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro
pan de cada día y perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que
nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén”.
Miles
de veces recé esta plegaria, pero esta noche las palabras se han convertido en
un balbuceo sin sentido.
Nuestra
Señora de la aflicción, así llamamos a este día. En vez de recordar el pesar de
la Madre, me
sumerjo en la desesperación de la hija.
La
campesina se opuso, rehusaba entregarla. Para ella, la niña era un bien, una
fuente de ingresos fija. Su voz se tornó complaciente cuando dijo:
-
Padre Stanislav, ella profanará la casa de Dios.
-
Pagaré – respondí.
-
Nosotros no degollamos a la gallina de los huevos de oro – agregó – Dentro de
poco no quedará en el mundo ni el recuerdo de los asesinos de Cristo. Si no
hubiese sido por Stefan, la hubiésemos entregado hace tiempo. Stefan es un buen
chico. Sabe valorar. Pero ahora los alemanes ofrecen 10.000 marcos a cambio de
un judío. Colgaron un anuncio en el centro comunitario. ¿Lo ha visto, Padre
Stanislav? Esa ya es una suma honorable.
Se podría arreglar el tejado de la iglesia, para que no se filtre el agua en el
invierno.
Para
ablandar su corazón, llamé a la campesina “hija mía”. Extraje de un estante
escondido un candelabro de oro, cuya base tenía cruces grabadas. Le dije:
“Entrega a la niña y te recompensaré”. Hace unos años, un hombre me había dicho
en la ciudad que el rescate de prisioneros es un precepto para los judíos.
También los postergados, los no queridos, son tus hijos. Pero me tragué estas palabras.
Con voz suplicante reiteré el pedido: “Dame la niña. Ya sabré qué hacer con
ella”.
La
campesina vaciló, pero finalmente la extendió hacia mí.
-
Degüelle a esta pequeña judía con sus propias manos y así vengará la sangre del
Salvador. Pero cuando sostenga el cuchillo, Padre Stanislav, tenga cuidado que
no lo contagie. Pronto, realizaremos una misa festiva en honor a un mundo
limpio de judíos.
Su
risa aún retumbaba cuando encendió otra vela junto al altar.
Su
único hijo también estaba presente en la iglesia. Un muchacho de gran tamaño,
con manos también grandes. No es de mucho hablar, pero sus ojos corretean de
acá para allá. Siempre besa mi mano con una actitud de sumisión, mientras
constata que su madre lo esté mirando. Lo bauticé el día de San Stefan. Cuando
se arrodilla frente a la estatua crucificada, su rostro adopta una expresión de
devoción. Cada domingo, es el primero en la fila del confesionario. Al escuchar
“que Dios habite tu corazón y te permita confesar tus pecados con verdadero
arrepentimiento”, susurra acerca de pequeños robos. Transgresiones sin
importancia. Una semana atrás, bebió hasta emborracharse y se involucró en una
pelea en la aldea vecina. Siempre admite que alguna plegaria se le olvidó, yo
lo absuelvo y lo dejo ir.
Una
niña.
Nunca
mencionó.
Lo
que le hizo en la oscuridad. Con el conocimiento de su padre y su madre. Quizás
haya comprado su silencio. Padre, no me perdones por mis pensamientos impuros.
Reniego de Ti por mi sometimiento a la desesperación, pero no puedo alzar la vista
hacia el futuro sin ver más que muerte. Empujaron a la niña, por la senda,
hacia su muerte. Arrancaron de su camino a la madre, al padre y a toda persona
que la haya amado. No podré luchar contra la desesperación. Esta noche soy yo
el que anuncia: “En vista de la maldad absoluta, no hay salida para la
desesperación”.
Y
antes de que el pecado me conquiste totalmente, te propongo una transacción. Si
produces un milagro y borras todo el horror de su recuerdo, yo purgaré el
pecado.
Dame
una señal.
Espero
en vano.
Parece
que es más factible hacer una transacción con el anticristo que contigo.
16 de septiembre
de 1943
Intento todo. Agua, pan, frazada,
pero ella no permite que me acerque. La observo durante toda la noche,
acurrucada en su rara posición, entre sentada y tendida sobre el vientre,
enrollada para que no sientan su existencia. Cuando me acerco a ella, se encoge
en un pequeño nicho que hay en la pared, junto a mi dormitorio. Quisiera
decirle a esta alma doblada: “Tienes un lugar en este mundo”. Ojalá pudiese
prometerle un lugar también en el más allá.
Me arrodillo ante una niña que fue
violada en la oscuridad. ¿Acaso viste la profanación bajo la tierra o giraste
la cabeza?
Te he dedicado toda mi vida. Lo hice
desde la profunda creencia de que hay piedad en Ti y que la bondad que predico,
la absorbo de Ti. Habría sido mejor que no hubieses distinguido entre la luz y
la oscuridad, que hubieses dejado en pie el desorden, porque el orden que
creaste es solo una ilusión que nos seduce a pensar que hay una ley y que será
aplicada en otro lugar. Pero si no amas a tus criaturas, ¿cómo pretendes que
nos amemos los unos a los otros? El verdadero infierno del que hablo desde el
púlpito, no se encuentra en otro mundo fuera de este, ni empezará el día del juicio
final. Está acá, sobre la faz de la tierra.
El infierno es una leyenda con la
cual negocio, para que podamos sobrellevar el abismo que creamos con nuestras
propias manos. Palabras vacías. Escupo sobre el papel. Si tuviese valor,
destruiría esta iglesia que se encuentra en el corazón de nuestra hermosa
aldea. Luego me pararía sobre las ruinas y declararía a viva voz: “¡Padre, has
fracasado! Y por tu culpa, tampoco nosotros tenemos arreglo”. Sabes que toda mi
vida fui un instrumento lleno de veneración, me anulé a mí mismo frente a Ti, y
acepté tu autoridad sin cuestionamientos. La distancia entre el temor a Dios y
el temor a los seres humanos no es grande. Sosegarte a Ti, sosegarlos a ellos,
era la misma cosa. Quizás pretendí aplacarlos a ellos más que a Ti. Ahora la
desesperación está agotando los restos de veneración que me quedaban y el
pecado me libera. Esta noche y en las próximas, cerraré cuentas contigo.
Dame una señal, Padre. También en
las profundidades de la desesperación no cuento con otro Padre fuera de Ti.
Te demoras. La noche avanza en su
camino, arrastrando vagones de oscuridad, mientras la niña está echada,
dudosamente muerta, dudosamente viva.
18 de septiembre
de 1943
La aldea duerme. Desde mi ventana se
ve la colina, cuyos pies habitamos. Cabañas con techos de tejas y matorrales de
paja. Las paredes pintadas de blanco y los bordes de las ventanas de rojo, como
los colores de nuestra bandera. Alrededor se extienden campos de centeno y
remolacha, parcelas de avena y papa. Mi iglesia se levanta en medio de la
aldea, con el campanario, en cuyo extremo anidan las cigüeñas en primavera. A
la sombra del peral escribo mis sermones. Pasé horas observando el follaje
cambiante, mientras me llenaba de veneración ante el ciclo de las estaciones y
los canteros de capuchinas[1] que planté en el
patio, el día en que llegué para servir en este lugar, hace muchos años. El
centro comunitario y la escuela están ubicados a ambos lados de la iglesia y en
el extremo de la aldea, en el cruce de caminos, está la pequeña capilla.
Viajeros se detienen, rezan y cuelgan ramas verdes y ramos de flores de la
estatua de “Cristo preocupado”.
Un pequeño lugar. Hay muchos como
este. Quién sabrá su nombre. Quién lo recordará. Aquí la vida transcurre como
si la guerra no tuviese lugar. Ellos engordaron los cerdos, ordeñaron las
vacas, recogieron los huevos del gallinero. Comieron sus bocadillos. Pero, ¿qué
esconden en sus sótanos y pozos? ¿Y detrás de sus “Ave María”? Su rutina me fue
impuesta, yo me dejé arrastrar por mis obligaciones y no hice nada para frenar
la peste que se extendía.
Cuando llegaron los tanques
alemanes, salí a recibirlos junto a la capilla. Me subí al primer tanque y
viajé con ellos hasta la plaza principal, en el centro de la aldea. Allí se
detuvieron. Estreché la mano del comandante alemán. Lo bendije, le di la
bienvenida y toda la aldea aplaudió. Tuvimos conquistadores, tendremos
conquistadores, ¿en qué se diferenciaban estos de sus predecesores? Deposité mi
seguridad en la iglesia y creí que si yo predicaba piedad y compasión, cumplía
con la esencia de tu doctrina. Simulé que el horror no ocurría, solo para
evitar el pecado de la desesperación.
Y en este momento la desesperación
me entierra.
Si estas son las personas que
escucharon mis palabras, y al parecer me siguieron, yo soy el merecedor de la
excomunión, porque no tomaron nada de lo que prediqué. Cada domingo viene la
pareja de campesinos, yo pongo sobre sus lenguas la hostia, levanto la copa de
vino y ellos se unen a tu hijo. Pero todo ese tiempo comían la carne de la niña
y succionaban su sangre. Y yo sin saberlo.
Elegí no saber.
© Nava Semel
And the Rat
Laughed (fragmento)
2009
Texto publicado por primera
vez en español en la antología “Un solo Dios”,
Yaron Avitov Compilador, Tamara Rajczyk traducción, Paradiso Editores
Publicado
con la autorización de Nava Semel
Nava Semel:
la galardonada autora israelí, novelista y dramaturga,
nació en Jaffa-Tel Aviv y tiene una maestría en Historia del Arte de la Universidad de Tel Aviv.
Premios: “Prime Minister's Award
for Literature” (Israel, 1996); “Women Writers of the Mediterranean” (Francia,
1994); "Women of the Year in Literature of the City of Tel Aviv" (Tel
Aviv, 2007.)
Es miembro de la Junta Directiva
de Massuah - the Institute for
Holocaust Studies y The
Foundation for the Benefit of Holocaust Victims en Israel.
Durante muchos años fue miembro de la Junta de
Gobernadores de Yad Vashem .
Ha
escrito 17 libros de ficción, obras de
teatro, guiones de televisión y libretos
de ópera.
And the Rat Laughed (2001), su aclamada
novela, fue publicada en Israel
por primera vez e convirtiéndose inmediatamente en best-seller;
publicada en Alemania (2007), Australia
(2008), Estados Unidos (2009) e Italia (2012).
En 2005 se hizo
una versión para la ópera, dirigida por
Ella Milch-Sheriff y producida por
el Teatro Cameri de
Tel Aviv y la Orquesta de Cámara
de Israel. En 2009 está ópera se estrenó en Canadá. Actualmente está en preparación la versión
cinematográfica.
Flying Lessons (Lecciones de vuelo) publicada por Simon & Schuster (1995) adaptada para la televisión israelí, fue traducida al alemán, checo, italiano, español,
holandés, serbio y albanés. Una versión
en ópera fue estrenada en 2009 por la compositora Ella Milch-Sheriff.
Becoming Gershona, ganadora del National Jewish
Book Award (EE.UU. 1990),
publicada por Viking Penguin. Traducida al italiano,
alemán, rumano, holandés. Adaptada
para la televisión israelí.
Hat
of Glass (1985), es el primer libro israelí en prosa que trata el tema de la Segunda Generación –hijas e
hijos de sobrevivientes del Holocausto. Fue traducida al italiano, alemán y
rumano.
Sneaking
into the Bible – un espectaculo de canciones compuesta por Ella Milch-Sheriff basado en su novela fue
premiado en Abu Gosh Music Festival en 2005.
IsraIsland (2005) tuvo excelentes críticas y fue adaptada para
teatro.
Beginner's
Love (2006) fue publicada en Italia (2007), República Checa (2008), Alemania
(2010) y Eslovaquia (2001). . Los
derechos de la película fueron comprados
bajo los auspicios del Fondo de Cine de Jerusalén.
Australian
Wedding, una biografía ficcionada, se publicó en
2009 y rápidamente se convirtió en best-seller.
Screwed
on Backwards (2011), la historia de un joven músico salvado por su
amante Cristiana en la Italia ocupada por el nazismo, recibió excelentes
críticas.
The Backpack
Fairy (2011), libro infantil,
Gong
Girl, su última obra de teatro musical infantil, está en cartelera actualmente
en los teatros Beit Lessin y Mediatheque
Youth Theatre.
Su obra de teatro The Child
behind the Eyes, estrenada en 1986, estuvo en
escena en Israel durante 11 años.
Ha sido adaptada para la radio
por la BBC de Londres, Radio France, Radio Bélgica, Radio España, Radio
Irlanda; seis estaciones de radio en Alemania; Radio Austria y Radio Rumania.
Ganó el Premio “Mejor
Drama de Radio” (Austria 1996) y fue grabada en CD. Fue representada en
los teatros de Roma (1990), Nueva York
(1991), Los Ángeles (1996), Praga (1997); en el
Festival de Teatro de Sibiu (2004), Resita Teatro en Rumania (2005),
Teatro del Estado de Ankara, Turquía (2005); Lodz Teatro, Polonia (2006 y Teatro de Bucarest (2007).
En 2006 se estrenó en Israel la
versión en idioma árabe. Actualmente está en escena en Amsterdam, Holanda.
Who Stole the Show?, libro
infantil publicado en 1997, ganó
el premio Illustrated Book of the Year Award (1998)
y fue nominado al
premio
"Ze'ev Award" (1999).
Publicado en Italia (2003). Una
versión bilingüe inglés-rumano fue publicada en Rumania
(2008). Una serie de televisión basada en el libro fue producida en 1999
por el canal israelí Second Channel.
Nava Semel ha
trabajado como periodista, crítico de arte, productora de televisión, radio y
música. Está casada y tiene tres hijos.
Web page: Nava Semel