Viernes 17, febrero de 1673. Ha sido interminable la ultima presentación del “Enfermo Imaginario” y su Argan no entiende porqué es tan desoladora y fúnebre esta noche de París. Levanta con esfuerzo su mano para correr el visillo del carruaje y verlos allí, reunidos como espectros en las sombras de la calle Richelieu: Lulli, el florentino; la Señorita Du Parc; los actores del Hotel de Borgoña; los curas Lenfant y Nechaut –preparados para negarles la confesión- y el mismo Rey Sol preguntando en secreto al oído de Boileau ¿quién es el más grande Francia?
Es el rito del horror. ¿Por qué tanto odio, pregunta Jean Baptiste Poquelín? Y las voces amigas son siempre las mismas: su amado Barón, Armanda y Magdalena Béjart (que ha muerto un año antes), su pequeña Esprit Magdalena, el Señor De la Grange.
Sus enemigos lo persiguen después de muerto: “no recibió la confesión”, “no puede ser enterrado en camposanto”; vuelve la moda del infame libelo que sin poder con su obra arremete contra su vida: ELOMIRE, HIPOCONDRÍACO. Son muchos y podía ser uno sólo: Lulli, viviendo de la caridad de Moliere, y luego –obtenido el favor del Rey- quitándole los músicos; la traición de la Señorita Du Parc que, estimulada por Racine, deja el Teatro de Moliere para irse con los más poderosos del Hotel de Borgoña. Es toda la hipocresía del “Hombre de los Bigotitos” que 250 años después, descubrirá César Vallejo en París, acurrucado tras las bambalinas, esperando en la puerta de los camerinos para sembrar el veneno de la insidia.
Es el atardecer de febrero de 1673. No, ya es de noche. Jean Baptiste quiere ir al cuarto del Barón porque tiene frío; le ofrecen sopa y pide queso de parma. Están junto a él los de siempre, sus amores de siempre. El sabe que su ALCESTE querido resurgirá en su Palais Royal, y también que los débiles preparan sus maletas para mudarse al Hotel de Borgoña. Ya no puede competir con LULLI que goza de todo el favor del Rey Estado; Jean Baptiste Poquelin se ha quedado solo con nosotros y con la historia. Ya olvidará las conjuras secretas organizadas por Lulli, con la complacencia de Racine y la humillación que provoca el odio del poderoso. Lulli ha conseguido darle económicamente un golpe mortal a MOLIERE. Los decretos reales conceden al florentino una fuerza incompatible.
Y los recuerdos vuelven como escenas que no terminan de encontrar su punto exacto: la prohibición de “Tartufo” por el Señor de Lampginon; los 26 años de amistad y dolor con el gran actor de La Grange (titular del libro registro de la Compañía ); los amores de Magdalena y Armanda Béjart; la pasión y el odio; el fracaso y el éxito y toda la traición de la que es capaz esa droga oscura del teatro.
El 21 de febrero mediante de la autorización del Arzobispo de París puede entrar en un camposanto “sin pompa alguna, fuera de las horas diurnas y sólo con dos sacerdotes”. Entra por las sombras a la sombra de la carne.
Ya vendrán los libelos y los epitafios. Nosotros recogemos el del padre jesuita Bouhours:
“Moliere nada a tu gloria faltaría,
si entre los defectos que también descubriste,
hubieras incluido tan negra ingratitud”.
© Carlos Giménez
Caracas, diciembre 1984.
Revista Primera Fila