CUENTOS DE LA GAVETA: Cuento Escato i lógico “Un chispín”, por Armando Africano, Caracas, mayo 2018 / Ilustración: Lisardo Rico Rattia

 




Adolescente, antes de entrar a estudiar en la universidad, me inscribí en una academia de dibujo arquitectónico en el centro de Caracas que quedaba en un edificio frente al Congreso,  las clases terminaban al mediodía y me regresaba en un grandísimo autobús que me dejaba a tres cuadras de la casa. El día de este cuento fue realmente muy difícil y sudé como nunca creo haber sudado en mi corta vida.

Salgo rápido de la clase, con mucha hambre, es exactamente el mediodía -el momento en que la inmensa pepa de sol te ataca desde arriba- llega mi autobús, pago el pasaje, me siento y arranca… mi tortuosa aventura. Comienza con unos ruidos y movimientos como eléctricos en la barriga, me aflojo la correa del pantalón, comienzan unos retortijones, mi  pobre barriga brinca, suena, vibra, y yo con esa pena, ¿los estarán oyendo? ¿se habrán dado cuenta que esos sonidos vienen de mí? Menos mal que había poca gente.  Me tocaba fuerte la barriga, en silencio,  porque estaba muy asustado por lo que esos ruidos me estaban anunciando. Yo sentía que todas las paradas que realizó el autobús eran eternas, pero logré aguantar y llegué a mi destino, me bajé del autobús, descansé unos segundos -enderezándome- comencé a caminar como podía, pero a la media cuadra ya no podía más, el malestar y el movimiento en la barriga eran infernales, entonces decidí  detenerme pegado a una especie de columna pequeñita, creo que era de la CANTV, que había en la orilla del muro de una de las casas y comencé a pensar ¿y ahora? ¿qué puedo hacer? Y después de algunas alternativas que surgieron en mi mente -que ninguna era mejor que la otra-  como genio adolescente que se las sabe todas, decidí que, si lograba soltar un chispín, una gota, un trocito de eso que estaba amenazando salirse, se me calmaría y podría llegar a la casa sin problemas. Así que mirando para todos lados con muchísima pena porque en todas esas cuadras vivían familias conocidas,  pegado del  muro mirando para todo lados como pajarito en grama y sudando más que mantequilla en sartén,  me dije valientemente “¡que salga el chispín y ya!”.   

Me programé mentalmente y sentí que fue un segundo del puf… no creo que fueran más de dos segundos, qué alivio, me sentí mejor y me dije, ya puedo seguir, ahora agarro la carpeta con los cuadernos,  me pongo firme y arranco, bueno, traté de arrancar, porque cuando comencé a caminar no podía avanzar ni un paso, era increíble lo que realmente salió en ese puf, en lo que se había convertido el chispín, en una bola gigantesca, en el interior había como un inmenso pañal y los pasos que avance los retrocedí y volví a quedar pegado del muro. Y ¿ahora? ¿qué hago? Menos mal que los pantalones que se usaban en esa época eran  muy anchos, en la cintura, en las piernas, en el ruedo y podía, según me ordenó mi pensamiento, meter las manos por los lados del pantalón,  romper los interiores y formar una gran bola que bajaría por una de las piernas del pantalón.

Sigo actuando como pajarito en grama, además de sudado aterrorizado, y comienzo a ejecutar mi brillante idea salvadora, meto un brazo, rompo los lados de los interiores y logro hacer la gran bola envuelta en el interior y la dirijo por la pierna para así comenzar a bajarla poco a poco pero, nada más comencé a dirigirla hacia abajo, la gran bola se volteó y en caída libre bajó por toda la pierna con la tela del interior por el lado del pantalón y todo lo demás embarrando la pierna, medias, zapatos … Ya solo me quedaba terminar de sacarla y dejarla envuelta en varias hojas de mi cuaderno detrás de la especie de columna, cosa que hice, y arranco a caminar la cuesta, porque es una gran subida, para llegar a la casa; parecía  Michael Jackson bailando thriller, menos mal que no encontré a nadie conocido que me viera danzando con cara de susto y movimientos extraños de baile. Me faltaba solo una cuadra y media, pero a mí me pareció eterno, caminé como la canción, un pasito pa´ lante, un pasito pa´ trás, por supuesto que pegado a los muros de las casas que quedaban para terminar de llegar, todo muy lento, lentísimo, con ese gigantesco sol odiándome por asqueroso y cochino, hasta que llegué. Al entrar todos me vieron y me recibieron con un “¡qué bueno que ya llegó!”, “¡venga a almorzar de una vez!” y yo, mudo, seguí hasta la ducha y me metí con todo, a bañarme y a lavar zapatos, medias, pantalón, camisa, que gran momento por inventar que un chispín me ayudaría.   

Nadie se enteró hasta después de estar ya adulto, que resolví contar a modo de chiste algunas historias de eventos que, inevitablemente, quedaron en el recuerdo de esos días claves que guardamos apenados en la memoria y los recordamos para divertirnos o para hacernos sentir incomodos. Con el tiempo decidí burlarme de mí mismo buscando, o tratando, que la historia de mi vida fuera más ligera, simpática, más divertida, y he constatado que me ha ayudado mucho el utilizar el humor para relajar mis recuerdos.


©Armando Africano

Caracas, mayo de  2018

Ilustración: ©Lisardo Rico Rattia