Gracias. Gracias. Gracias, por Claudia Fernández, Turín, mayo 2024

 

©Juan Antonio Fernández Abreu


A Maia la conocí hace ya como 5 años. Un día recibo un llamado y  una voz de persona mayor, ya anciana, resuena en mis oídos: “estoy buscando una psicoanalista argentina, quiero verla, ¿cuánto me cuesta?”.


Este fue el primer contacto con Maia.


La recibí después de unos días y me quedé muy sorprendida. Maia en ese entonces tenía 98 años y a esa edad aún estaba  con ganas de seguir buscando su deseo. Nunca había trabajado con una persona de esa edad y debo reconocer que quedé muy sorprendida. Todavía seguimos trabajando y  este año Maia cumplió 103.


Mujer muy piola, como ella misma se describe, nacida en un pueblito de Italia muy cerca de las montañas, no me recuerdo el nombre pero no tiene importancia, en los años del fascismo tiene que dejar sus amadas montañas para emigrar a la provincia de Córdoba en Argentina.


Corría el año 1938 y en Italia comenzaba el calvario de las leyes raciales. Maia y su familia, siendo de origen hebreo, deben emigrar y dejar todo lo que les pertenecía para salvar la vida.


A los 17 años cruza el océano con el último año de liceo rendido en forma libre, para ganar tiempo y poder salir del país lo antes posible.


En 1940 aproximadamente  se inscribe en la facultad de Ingeniería de  la Universidad de Córdoba para estudiar arquitectura, porque en aquellos años todavía no había sido creado la facultad de Arquitectura.


Esta mujer que a los 98 años y de regreso en Italia,  se subía al colectivo y después al subte para venir a mi consultorio. Sola con su bastón y su dignidad.


Durante la pandemia nos veíamos por WhatsApp, para hacer las sesiones por video llamada, y en los momentos que se  permitió verse en presencia nos encontrábamos en un bar cerca de su casa y hacíamos la sesión tomando un cafecito.


Maia, que hoy tiene 103 años,  vive sola. Tiene un hijo que vive en el exterior y una hija que está  muy cerquita de ella, la va a ver todos los días y la tiene y la cuida como a una Reina.


Maia es una persona pragmática, independiente y aún hoy realiza trabajos en su computadora,  dibuja, ha publicado algunos libros y ahora se dedica más a leer, en inglés, español, italiano y francés.


Maia es un personaje adorable. Se prepara la cafetera la noche anterior, porque le da fiaca hacerlo en la mañana y  así cuando se levanta tiene solo que encender el gas y sentir el perfume del café que borbotea en la moka italiana.


En su casa no hay balcón porque está en planta baja pero hay un pequeño patio común que comparten  todos los departamentos. Ella tomó posesión del patio y lo llenó de plantas y este año es un  placer mirar por su ventana y ver tantos verdes distintos, son tantos que no se pueden contar.


A veces pienso que la repetición de eventos en su vida sea karmico.


Maia tuvo que dejar su país para emigrar y salvar su vida.


Es una mujer que entiende de política, esa política sana y limpia que ahora no se ve, y tiene un pensamiento libre e independiente. Dicho en palabras simples: Maia sabe pensar con su propia cabeza.


Corrían los años 70 y la Argentina era un gran quilombo, como siempre. Maia había hecho un tesoro de su experiencia y su intuición aguda y pragmática, astuta y despierta, la llevó a saber que tenía que sacar a su hija de la Argentina y traerla en Italia. Ya las cosas en Argentina se estaban poniendo difíciles y ser un ser pensante podría traer problemas.


Dos pasajes de avión a Roma para ella y Mauricia, su hija.


Corría el año 1974 y Mauricia, refugiada ella ahora como antes lo había sido su madre,  sufría la lejanía de su amada Argentina, siempre  con las ganas de de volver a su Buenos Aires querido.


Era solo un sueño porque en 1976, cuando los militares dieron el golpe de estado,  Mauricia tuvo que elegir Roma como su casa definitivamente.


Maia iba y venía de un país al otro hasta que su edad no le permitió viajar más y se quedó en Roma cerquita de Mauricia.


Por mas que pasan los años, y hoy son 103, Maia tiene un gran apego a la vida, aunque a veces me diga: “yo siempre digo que tendría que estar muerta, es porque ya soy muy vieja que digo y pienso esto”.


Una dulzura irracional la ha invadido en estas últimas semanas, me cuenta y me repite cada vez que nos vemos “¿sabés Claudia? Yo la salvé a mi hija, le salvé la vida”. Y sí,  así es Maia, le salvaste la vida.


Dar y salvar la vida. Sí querida Maia, has dado y has salvado la vida de tu hija.


Y nosotras sólo podemos decirte: Gracias. Gracias. Gracias.


 

©Claudia Fernández

Turín, mayo 2024

 




Escritora, fotógrafa, artista multimedia, psicóloga psicoanalista argentina-italiana.

Ha trabajado en contextos de inmigración. Esto le ha permitido de profundizar temas importantes como: el trauma, el stress,la perdida y el luto.


Después de muchos años de trabajo en la clínica psicoanalítica, con niños, adolescentes y adultos, realiza una búsqueda con el yoga y la psicología. Experimentó la creación de laboratorios de títeres (como objeto expresivo y terapéutico  trabajando con personas con discapacidad).


Vive en Turín, Italia, desde los años 90. Y sigue trabajando con el psicoanálisis.