A Maia
la conocí hace ya como 5 años. Un día recibo un llamado y una voz de persona mayor, ya anciana, resuena
en mis oídos: “estoy buscando una psicoanalista argentina, quiero verla, ¿cuánto
me cuesta?”.
Este
fue el primer contacto con Maia.
La
recibí después de unos días y me quedé muy sorprendida. Maia en ese entonces tenía
98 años y a esa edad aún estaba con
ganas de seguir buscando su deseo. Nunca había trabajado con una persona de esa
edad y debo reconocer que quedé muy sorprendida. Todavía seguimos trabajando y este año Maia cumplió 103.
Mujer
muy piola, como ella misma se describe, nacida en un pueblito de Italia muy
cerca de las montañas, no me recuerdo el nombre pero no tiene importancia, en
los años del fascismo tiene que dejar sus amadas montañas para emigrar a la
provincia de Córdoba en Argentina.
Corría
el año 1938 y en Italia comenzaba el calvario de las leyes raciales. Maia y su
familia, siendo de origen hebreo, deben emigrar y dejar todo lo que les
pertenecía para salvar la vida.
A los
17 años cruza el océano con el último año de liceo rendido en forma libre, para
ganar tiempo y poder salir del país lo antes posible.
En
1940 aproximadamente se inscribe en la
facultad de Ingeniería de la Universidad
de Córdoba para estudiar arquitectura, porque en aquellos años todavía no había
sido creado la facultad de Arquitectura.
Esta
mujer que a los 98 años y de regreso en Italia, se subía al colectivo y después al subte para
venir a mi consultorio. Sola con su bastón y su dignidad.
Durante
la pandemia nos veíamos por WhatsApp, para hacer las sesiones por video
llamada, y en los momentos que se
permitió verse en presencia nos encontrábamos en un bar cerca de su casa
y hacíamos la sesión tomando un cafecito.
Maia, que
hoy tiene 103 años, vive sola. Tiene un
hijo que vive en el exterior y una hija que está muy cerquita de ella, la va a ver todos los
días y la tiene y la cuida como a una Reina.
Maia
es una persona pragmática, independiente y aún hoy realiza trabajos en su
computadora, dibuja, ha publicado
algunos libros y ahora se dedica más a leer, en inglés, español, italiano y francés.
Maia
es un personaje adorable. Se prepara la cafetera la noche anterior, porque le
da fiaca hacerlo en la mañana y así cuando
se levanta tiene solo que encender el gas y sentir el perfume del café que borbotea
en la moka italiana.
En su
casa no hay balcón porque está en planta baja pero hay un pequeño patio común que
comparten todos los departamentos. Ella
tomó posesión del patio y lo llenó de plantas y este año es un placer mirar por su ventana y ver tantos
verdes distintos, son tantos que no se pueden contar.
A
veces pienso que la repetición de eventos en su vida sea karmico.
Maia
tuvo que dejar su país para emigrar y salvar su vida.
Es una
mujer que entiende de política, esa política sana y limpia que ahora no se ve, y
tiene un pensamiento libre e independiente. Dicho en palabras simples: Maia sabe
pensar con su propia cabeza.
Corrían
los años 70 y la Argentina era un gran quilombo, como siempre. Maia había hecho
un tesoro de su experiencia y su intuición aguda y pragmática, astuta y
despierta, la llevó a saber que tenía que sacar a su hija de la Argentina y
traerla en Italia. Ya las cosas en Argentina se estaban poniendo difíciles y
ser un ser pensante podría traer problemas.
Dos
pasajes de avión a Roma para ella y Mauricia, su hija.
Corría
el año 1974 y Mauricia, refugiada ella ahora como antes lo había sido su madre,
sufría la lejanía de su amada Argentina,
siempre con las ganas de de volver a su Buenos
Aires querido.
Era
solo un sueño porque en 1976, cuando los militares dieron el golpe de estado, Mauricia tuvo que elegir Roma como su casa
definitivamente.
Maia
iba y venía de un país al otro hasta que su edad no le permitió viajar más y se
quedó en Roma cerquita de Mauricia.
Por
mas que pasan los años, y hoy son 103, Maia tiene un gran apego a la vida, aunque
a veces me diga: “yo siempre digo que tendría que estar muerta, es porque ya
soy muy vieja que digo y pienso esto”.
Una
dulzura irracional la ha invadido en estas últimas semanas, me cuenta y me repite
cada vez que nos vemos “¿sabés Claudia? Yo la salvé a mi hija, le salvé la
vida”. Y sí, así es Maia, le salvaste la
vida.
Dar y
salvar la vida. Sí querida Maia, has dado y has salvado la vida de tu hija.
Y nosotras sólo podemos decirte: Gracias. Gracias. Gracias.
©Claudia Fernández
Turín, mayo 2024
Escritora, fotógrafa, artista multimedia, psicóloga psicoanalista argentina-italiana.
Ha trabajado en contextos de inmigración. Esto
le ha permitido de profundizar temas importantes como: el trauma, el stress,la
perdida y el luto.
Después de muchos años de trabajo en la clínica
psicoanalítica, con niños, adolescentes y adultos, realiza una búsqueda con el
yoga y la psicología. Experimentó la creación de laboratorios de títeres (como
objeto expresivo y terapéutico trabajando con personas con discapacidad).
Vive en Turín, Italia, desde los años 90. Y
sigue trabajando con el psicoanálisis.