De un inmenso libro críptico vegetal, su decodificador hasta su inserción en nuestro paladar con sabor de terredad, por José Augusto Paradisi Rangel, México, 26 de noviembre de 2021

 


Cuando Papá habla de la montaña,

Su mirada se enciende,

Mi madre benéfica sonríe,

todos estamos presentes,

una neblina instantánea nos envuelve.

Catedral de Nubes

 





El inmenso libro siempre estuvo ahí. Omnipresente, silencioso. Su solapa: un mar que designa el pulso cardíaco de nuestros más amplios horizontes. La contra solapa un valle de cañamelares y añil que besa un lago en la perpetua humedad de sus ríos que de su enorme lomo ansiosos se desprenden persiguiendo a una antigua diosa llamada Tacarigua. Siempre estuvo ahí imperturbable. Con su sermón el más pletórico de bienaventuranzas; demasiadas páginas para ser contadas, una hierofanía tras otra en infinito manantial cotidiano. Colosal, gótico, arcos de ojiva, vitrales de nube asaetado perenne de luces apuntalando el cielo y marcando indefectible nuestro norte eternamente transfigurado. Siempre ahí sin nadie para descifrar su vasto jeroglífico vegetal. Tantas hojas, tantas páginas y el hombre de la sombra temeraria, como bien lo llamara nuestro egregio poeta de San Sebastián de los Reyes don Miguel Ramón Utrera: un dictador analfabeta y longevo que pretendía leer periódicos patas arriba argumentando que los gochos leen como les da la gana. País desangrado de guerras montoneras, pleitos eternos de los hijos simulados, apócrifos de Marte. Ignorante país donde el diablo diarréico anegó con sus detritos, los más vastos del orbe, nuestro territorio y la pedorrera bituminosa estallara en 1906.


Quizás la sombra temeraria tuvo un destello único de claridad cuando recibió la visita de Él, un sabio botánico, meteorólogo, geógrafo y pintor venido de Bex, allá por Suiza con varios doctorados universitarios quien previamente descifró las runas vegetales costarricenses. El oscuro tirano invita al preclaro suizo por iniciativa del Ministerio de Agricultura y Cría cerca de 1917 a ver al incunable portento, al enorme libro de Aragua cuyo prefacio se llamaba como una hacienda cafetalera: Rancho Grande y que por muchos años nos recordaba en su memoria musical a Tito Guízar vaquero guitarra en mano cantando: Allá en el Rancho Grande, allá donde vivía…de un México lejano e idílico.


Los ojos de Monsieur Henri Francois Pittier presintieron en el silente coloso aquel personaje de Teresa de la Parra: Vicente Cochocho “cuya alma desconocía el odio, siendo casi del mundo de los vegetales, aceptaba sin quejarse las iniquidades de los hombres. Hundido en la acequia o adherido a las lajas, zahiriéranlo o no, seguía como buen vegetal dando impasible sus frutos y sus flores”.


Catártico anegado de tantos asombros se dedicó apasionado a su lectura. Libro multiplicado en astronómica cifra de vocablos, de más de 26.000 especies por Km2 en constante efervescencia en una superficie de 107.800 hectáreas de accidentada cordillera. Alucinado a sus 62 años comienza nuevamente su labor como botánico, su fuente de la eterna juventud estaba al Norte de Aragua. Clasificó a mas de 30 mil especies de plantas, descubrió que en su momento era el nido más importante quizás del continente; que su abra de Portachuelo era el paso de las aves del continente según las estaciones y el frío apretara sus picos y sus alientos. 583% de las especies de aves de Venezuela, un 43% del total, tenían en ese libro-montaña su pajarera sin barrotes a cielo abierto, a selva abierta, 22 especies son endémicas. Tan sólo la ingente suma del 6% de las aves del planeta.


El sabio Pittier siempre vestido de caqui con una herida que supuraba descifró  su sánscrito leguaje secreto. Inventarió un mundo que desbordaba por mucho cualquier expectativa y lo colocaba   como el libro-selva-ecosistema nublado con mayor biodiversidad de vocablos y reglas gramaticales del planeta. Esa fue su lectura. De ahí que decidió protegerlo y transformarlo en el Parque Nacional Rancho Grande, el primero de Venezuela en 1937.  Como reconocimiento a su labor, un 13 de febrero de 1953 su nombre fue epónimo del Parque Nacional Henri Pittier.


Mi padre llegó después para consagrarse en su labor de jefe de guardabosques asentados en la Estación Guamita, hoy borrada de su geografía por los aluviones de 1987. Francisco Augusto Paradisi Linares insigne devoto y defensor por más de 30 años de nuestra Catedral de Nubes de Aragua.  Contaba regreso a casa hazañas y milagros cotidianos. Una anécdota de Pittier  me asombró, quedó  tatuada en espejo de su querencia a la mía. El anciano sabio en sus postrimerías yaciendo en su casa de La Florida en Caracas encomendó a su chofer a buscar agua de uno de los nueve manantiales de su montaña que daban a Barlovento, donde el Mar Caribe susurra vientos y nubes en continuo ascenso. Era el más alto. El pícaro truhan quiso jugarle sucio, tomó el agua de uno de los manantiales inferiores. El viejo amante de su montaña conocía el lenguaje, las composiciones de todos los manantiales. En el primer sorbo como buen venezolano le mentó su madre y su progenie al pillo. Lo despidió exclamando: ¡La punta de esta lengua suiza conoce al dedillo el sabor de todos los manantiales de mi montaña, no me jodas!


No lo niego mi padre me resultó siempre el más héroe de cualquier serie televisiva. Ninguna duda abriga en los corazones de su prole de 5 donde soy el cuarto. Pasar vacaciones  en Guamita era para toda mi estirpe y mis paisanos emprimados de Villa de Cura un destino VIP, turismo ecológico de primera. Siempre me sentí el Mowgli del Libro de la Selva de Rudyard Kippling, aunque sus colegas siempre vestidos de botas, pantalón, camisa de caqui,  corbata negra y sombrero como el del guardabosques del Oso Yogui, exclamaban al verme llegar: ¡Llegó el gato, carajo, a echar vaina!¡Que carajito mas inquieto y travieso coño!


Cuando mi padre descubrió la vocación artística de sus hijos menores: Francisco y yo nos alentó, con esa sangre italiana y griega corriendo por sus venas en tambores de raza africana, a seguir adelante. Se escondía con nosotros con sus cervezas Polar, sus shorts y chanclas, sin camisa a vernos pintar un cuadro sorpresa para el día de la madre próximo y nosotros de 9 y 7 años y pantalones cortos muy concentrados. En la fe  que toda obra de arte es una runa de tu infancia o como dijo León Tolstoi: Describe tu villa y describirás al universo, ni modo originario de Villa de Cura y con extensiones parvularias al trabajo amoroso de mi padre, queda claro de dónde surgen los veneros de mi creación artística visual. Uno de mis primeros dibujos infantiles fue el curso del río de Guamita pintado en una musgosa roca con un lápiz prismacolor sepia. Otro dibujo anterior de mi infancia en Villa de Cura fueron unas alas de ángel de la guarda dulce compañía no me desampares ni de noche ni de día de múltiples colores sobre cartulina negra inspirado por las travesuras ornitológicas de mi primo Luis Rosendo, mi hermano Aníbal, hoy ingeniero agrónomo de enorme trayectoria nacional, cazando aves para las jaulas de mi abuela Carmen. Todavía recuerdo un tráupido como me enseñó mi querida Margarita Martínez llamado Bandera Alemana. Me hice artista tras muchos años de estudio y trabajo egresado de la célebre Escuela de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda” que fundaron Frida Kahlo y Diego Rivera en esta Ciudad de México donde resido en diáspora hasta que la pesadilla se abra a nuestra aurora libertaria democrática e independiente. Pero, siempre mi pincel apasionado acude en salvamento de mi ecosistema humano y biológico de Venezuela: el mejor estado de ánimo que conozco.


Un día en viaje de vacaciones compré en la extinta librería Lectura de Chacaíto un libro hermoso llamado Aves de Venezuela en coautoría con Miguel Lentino Rosciano. Enloquecí pintando millones de veces una palomita esponjada, descifrando su carácter. Estaba hermosamente arrecha.


Una noche de 2001 enviado como representante de México al National Congress of American Museums and Galleries of Art  en Saint Louis, Missouri en medio de un cocktail con música de jazz, por supuesto, frente a un inmenso Monet pletórico de nenúfares; Baco me inspiró y pensé: Este carajo se inventó un jardín japonés por que se ganó una lotería. ¡Nojoda, mi papá es el jardinero del sitio con mayor diversidad del mundo! Me fui a Venezuela con la escusa del 80 aniversario de mi viejo a llevarle serenata. Organicé una expedición al Pittier, más de 300 imágenes de mi Catedral de Nubes, mismas que sorprendieron a mi padrino artístico Pedro León Zapata  y me conminó que exhibiera. Con dichos recaudos levanté en 2002, invitado como artista en Residencia de Latino Arts Inc y la Universidad de Wisconsin en Milwaukee: mi primer mural americano. Una pajarera debajo de un distribuidor en el cruce de Washinghton Street & 6th Avenue. Las columnas simulaban barrotes de una colcha de parches de selvas pitterianas en blanco y negro y con remaches de un fuselaje de un avión antiguo. El inmenso arquitrabe con fondos gris de paynes  a manera de cielo calmo representaba un inmenso diálogo en hiperrealismo de nuestras aves con las endémicas de Wisconsin, el estado aviario de Estados Unidos. En ciertos puntos una tela de terciopelo rojo se apreciaba levantada por la brisa proveniente del cercano Lago Michigan, como la tela con que se cubren las pajareras para que las aves duerman. El único graffitti de la ciudad fue mi firma con la letra de la canción de Eric Clapton: Tears in heaven La ciudad fundada por los republicanos es totalmente blanca, están prohibídos las pintas en sus paredes. Mi firma apenas se aprecia. Está en el suelo en la columna extrema derecha Hice un chiste visual cuando aparece el Águila Real emblema de la nación americana: el diálogo se fractura y un coñazo de arcaravanes y corocoras salen espantadas dejando el plumero. Ganó por iniciativa de la Escuela de Arquitectura de Wisconsin y Harvard el mejor desarrollo de arte urbano del 2003.


En  2006 presenté una muestra de aves heridas del Pittier con fondos oscuros a lo Caravaggio sobre un poema de mi adorado poeta Eugenio Montejo: La terredad de un pájaro. Johnny Phelps emocionado por tal propuesta me invitó a conocer la Fundación Ornitológica William Henry Phelps donde tuve mi encuentro con Miguel Lentino Rosciano y Margarita Martínez, a quienes emocionado mostré la fotos de mi mural americano exclamando con nudo en la graganta: ¡No crean que vuestra silenciosa labor franciscana se quedó aquí en estas bóvedas frias taxidérmicas y en libros que pocos leen. Los planes de Dios son inauditos  y aquello que los anima como revelación se esculpió en mi corazón! Manos prestas y con el libro de José Ángel Rodríguez El Viajero de las Aves como nuevo mandato para una superproducción multimedia levanté pinturas y el texto junto a mi soberbia actriz y soprano Fanny Arjona. Proyecto que llamamos Gringo Enamorado in memoriam a William Henry Phelps quien amó nuestra montaña aragüeña y de empresario exitoso a sus 60 años esculpió su destino de consagrado botánico inventariando las alas del mundo en mi jardín aragüeño. Fue siempre mi mayor placer la visita a mis asesores Miguel Lentino y Margarita Martinez, mis mentores casí ícaros y yo su cocorito: la ladilla de las ladillas. Una primera vista de esa colección se realizó en 2012 llamada El Zaguán de Gringo Enamorado con overtura de mi hermano el Maestro Raimundo Pineda. Aspiro en democracia y vida repúblicana reconquistada la realización de espectáculo con música de nuestro genio Juan Carlos Nuñez, mi mentor sonoro cuya Misa de los Trópicos para la beatificación de nuestra primera santa del Pittier: María de San José de Choroní, según acertadísimo crítico musical: ¡Sabe y huele a Cacao!


A comienzos de este año pandémico y ditirámbico de 2021 un bienaventuranza en la voz de Margarita Martínez vino a mí: hacerme partícipe de un sueño extraordinario de Valentina Hernández y Roberth Bonillo: CACAO PITTIER, From earth to the bar, doce haciendas cacaoteras inscritas en mi jardín de infancia con doce denominaciones de origen cuyas productoras cantan mientras cultivan y pintan los telones de mi paraíso con los colores y melodías más diversas de su nostálgica herencia africana. Soñaban que los empaques fueran aves endémicas de dichas haciendas pintadas por mí. Súbito mi aceptación para la construcción de una Venezuela inmensa y del tamaño de nuestros sueños y aspiraciones más legítimas como lo asentó en su biografía Regreso de Tres Mundos nuestro insigne Mariano Picón Salas. ¡Ni de vaina me iba a perder ese boche! Me subí a ese barco de sueños como su director artístico con pasión desbordante.


Hoy 26 de noviembre de 2021 con profunda emoción saludo la cristalización de este sueño colectivo que nos honra en presentar su primera cata. Es nuestro mayor anhelo su inscripción definitiva en las querencias más nobles de nuestro paladar, como una vez los hiciera el sabio Henri Francois Pittier con los manantiales de nuestro parque nacional primigenio y la terredad de nuestro precioso proyecto Cacaos y Aves del Pittier, ese término extraordinario del genio poético de Eugenio Montejo, esa terquedad de cualquier venezolano de bien por pertenecer a Venezuela hasta en las sombras se quede en nuestro gentilicio orgulloso como lo ha hecho HARINA PAN y ron Santa Teresa.


Una petición final: Aspiramos vuestras benevolencias, sugerencias y aportes para afianzar este sueño en los paladares del mundo y, por mi parte una disculpa si me excedí en mi testimonio. La emoción y la adrenalina anegan mis ojos, anudan mi garganta en esta fría tarde de invierno mexicano.



José Augusto Paradisi Rangel

Director Artístico de Cacao y Aves del Pittier

México, 26 de noviembre de 2021