Teatro Teresa Carreño de Caracas… El sueño del pibe/ por Lito Mateu, fotos Marcelo Pont, Córdoba, 25 de febrero de 2020







Marcelo Rodríguez, izquierda, Francis Rueda y Ángel Fernández Mateu

Teatro Teresa Carreño

Tan solo con entrar al hall me transportaba a un lugar de ensueño, donde las ilusiones se transformaban en realidad, donde se respiraba ARTE. Recorrerlo era alimentar una esperanza inútil. Sus jardines colgantes, su moderno diseño y sus salas de ensayo lo convierten en uno de los teatros más importantes y bellos de Suramérica con el que sueña pisar cualquier actor.

Su sala principal, la Ríos Reyna, tiene un aforo de dos mil quinientos espectadores, un enorme escenario dotado de ascensores que permiten el armado y desarmado de complejas escenografías, tanto en su subsuelo como en  su  tramoya. Talleres equipados convenientemente para la realización y producción de las obras: salas de vestuario, sastrería, maquillaje, peluquería, zapatería, utilería, maquinaria, iluminación y sonido con efectivos recursos tecnológicos, además de camerinos equipados con total confort para los artistas y patio de actores con ascensores al escenario y personal especializado en cada área de trabajo.

Por gestión de Rajatabla pude conocerlo en su totalidad. Salí de allí con un sabor extraño. Yo conocía o había trabajado en grandes teatros como el Cervantes, el San Martín y el magnífico Teatro Colón de Buenos Aires, o el Teatro del Libertador (ex Rivera Indarte), el Teatro Real o la Sala de las Américas de la Ciudad de Córdoba,  espléndidos  teatros  construidos a la italiana o isabelinos, pero no lograba imaginarme parado en el escenario del Teresa Carreño. ¡Qué maravilla… era el sueño del pibe!

Alguien me contó que Carlos Giménez tuvo mucho que ver en su diseño y construcción pero no tengo documentación que avale su participación en esa gran obra, ni siquiera él mismo me lo comentó.

Conocí este teatro cuando recién cumplía diez años de su inauguración.








José "Pepe" Tejera


PepeTejera no  recuperaba su salud y a pedido de él comenzamos a tener reuniones donde me explicaba movimientos de la puesta de El Coronel no tiene quien le escriba y sobre todo trabajamos el particular tono vocal utilizado en la obra. También me asesoró sobre el uso del chinchorro, la famosa hamaca de dormir de El Coronel ya que el mismo personaje la movía en escena y me enseñó cómo llevar en brazos el gallo de riña y tomarlo de manera tal que no me diera picotazos en las manos.

Cada día en cada charla, Pepe me transmitía esa experiencia única que nos queda a los actores cuando hemos expuesto el personaje al público y éste no sólo lo ha aceptado sino que se ha identificado con él, ha entrado en esa maravillosa convención que se genera tácitamente entre actor y espectador, donde uno dice ser determinada persona y el público decide creerte y aceptar el juego. Esto es el hecho teatral en sí, un juego de convenciones.

El trabajo era difícil, pero Pepe jamás expresó pesar al transmitirme su enorme experiencia, todo lo contrario, cuando advertía alguna duda, que hubo muchas, él me decía: “Cópiale el tono a Aura –Aura Rivas, esa excelente actriz que interpretaba a la esposa- síguele el ritmo y la cadencia, Carlos te dará lo demás”. Jamás me hizo sentir que se estaba despidiendo de algo tan preciado para los actores: un personaje maravilloso.




UNA REUNION  MULTIDISCIPLINARIA

Ángel "Lito"Fernández Mateu

Marcelo Rodríguez como Mozart



El ciclón Giménez no dejaba de generar  ideas en su permanente búsqueda de temáticas para llevar a escena, entonces, cuando creías que se había apaciguado y que amainaba la tormenta te invitaba a una cena y te atragantaba de proyectos “gloriosos” (palabra muy usada por Carlos) que yo consideraba irrealizables, pero para él la palabra “imposible” no existía. “Si yo puedo imaginarlos, ustedes deben tener la capacidad para realizarlos”, así nos contestaba, y volvía a convencerme que me quedara un tiempo más en Venezuela, a lo que yo no oponía ninguna resistencia.

Un día nos citaron a una reunión ampliada con a la Junta Directiva de Rajatabla, el Directorio del Ateneo de Caracas, Directivos del Teatro Teresa Carreño, personalidades de la cultura de aquel país, actores y técnicos, para interiorizarnos del siguiente proyecto: Conmemorar el Bicentenario de la muerte de Mozart, instituido en Venezuela como “El año Mozart”,  con una gran puesta en escena.

En lo que a nosotros concernía se resumía en un espectáculo multidisciplinario titulado MOZART, EL ANGEL AMADEUS, una obra escrita por el Sr. Néstor Caballero, un libro estupendo donde cada personaje tenía sus momentos de lucimiento, hasta la bellísima imagen de un Mozart niño interpretado por Francisco José Alfaro, hijo de Paco Alfaro, que iniciaba la obra abriendo una gran puerta central  y la sombra del niño se proyectaba sobre el escenario como presagio del genio que entraba a ese lugar. Imágenes de película.



Aitor Gaviria y Francisco José Alfaro. Foto Luis Escobar



Quiero agregar algo respecto a este estupendo autor venezolano que es el Sr. Néstor Caballero: hace unos días me enteré que dos de sus obras  “Musas” y “Dados” han sido traducidas y llevadas a escena en Irán. ¡Qué orgullo para ese bello país! ¡Y qué honor para mí haber interpretado un personaje escrito por él!


En este mega proyecto trabajaríamos juntos: todo el elenco de Rajatabla, el Teatro Nacional de Repertorio, la Compañía Nacional de Teatro, el Taller Nacional de Teatro (TNT)  y el Teatro Nacional Juvenil de Venezuela (TNJV, Núcleo Caracas), además de la Schola Cantorum de Caracas, el Orfeón Universitario  y la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar.

La única sala que podía albergar semejante elenco era la Sala Ríos Reyna del imponente Teatro Teresa Carreño.

Los coros y la orquesta sinfónica serían dirigidos por sus propios directores; la escenografía y vestuario les fue encomendada a Augusto González y Marcelo Pont Vergé; el diseño de iluminación al Sr. Ángel Ancona, talentosísimo diseñador que actualmente está en su país (México) en el bello teatro Esperanza Iris del D.F., configurando así una propuesta que sería calificada como “sorprendente” por  propios y ajenos ya que se integrarían los conocidos valores musicales con un elenco de primeras figuras, el que tuve el honor de integrar interpretando un personaje soñado: Salieri, con un texto estupendo de Néstor Caballero y la dirección general –inolvidable- de otro genio: Carlos Giménez.

Al comenzar los ensayos, Carlos me indicó su visión sobre Salieri, lo que él quería de ese personaje y yo debía transmitir: “Quiero que se olviden del mito del Salieri resentido y oscuro, quiero un ser bello, un músico talentoso en toda la excelencia de la palabra, un Salieri que escribía para el emperador y su corte porque ese era su trabajo, contraponiéndose con un Mozart genial con toda  su rebeldía y desprecio por lo monárquico y lo material”.

Una de las escenas más bellas, estéticamente, era en la que Salieri hacía un pacto con Satanás en la que se comprometía a escribir un réquiem para todos los muertos a cambio de un poco de la genialidad de Mozart (interpretado por Marcelo Rodríguez), y todo lo que conseguía era que la esposa de Mozart, Konstance (interpretada por Francis Rueda) le entregara el famoso réquiem escrito por el genial músico.



Francis Rueda y Marcelo Rodríguez



Debido a la enorme capacidad del teatro, y teniendo en cuenta que trabajaríamos con la sinfónica y los coros en vivo, los actores estábamos obligados a trabajar con micrófonos inalámbricos colocados en las pelucas para que los textos se escucharan claramente. Esto requirió trabajos extras de adaptación en la emisión de la voz y los retornos, e interminables ensayos que yo hubiese querido que no terminaran nunca para disfrutar un rato más de esa experiencia. Escuchar la Sinfónica, los Coros, mezclar nuestras voces en aquel clima sublime predecía el éxito que se avecinaba.

Y un día nos probaban los vestuarios, las pelucas, el calzado, se modificaban cosas, se incluían o excluían otras, familiarizarnos con la preciosa escenografía que tenía zonas de transparencias por donde se adivinaban los coros a ambos lados del escenario, aprovechar los efectos de iluminación que generaba unos climas muy especiales en cada escena, hasta disfrutar que el director de la sinfónica me enseñara a manejar una batuta para la escena final donde Salieri dirigía el Réquiem que interpretaba la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar. ¡Complimenti…!  Como decía mi abuelo.

En uno de esos agotadores ensayos, dos compañeros y yo estábamos esperando en el patio de actores que nos dieran la orden de ingreso mientras Carlos hacía correcciones a otras escenas, y surgió entre nosotros una conversación cotidiana: 

Que hambre tengo, dije, ¿te haces tú mismo la comida? me preguntaron. Sí, contesté, me gusta y me entretiene. Otro actor agregó: Hoy me hice un pastel de papas…! Riquísimo. ¿Cómo lo haces? le pregunté. Mientras hago el puré, cocino el relleno y luego lo armo y al horno, contestó. Qué bueno, dije, un día pásame la receta, nunca lo hice.

No nos habíamos dado cuenta que todo en la sala era silencio y de repente se oyó la voz de Carlos que por micrófono decía: “Cuando los actores dejen de pasarse recetas de cocina seguimos con el ensayo!”… Primero nos paralizamos y luego no parábamos de reírnos porque no advertimos que teníamos los micrófonos abiertos y nos escuchaban en toda la sala. ¡Qué vergüenza ..! Pero fue un error del sonidista, porque al no estar en escena se había pautado que no tendríamos los micrófonos habilitados. En fin, todos lo tomamos a broma… incluso Carlos que al salir me dijo: “cuando  hagas el pastel de papas invítame a comer, ah, y agrega en el menú milanesas..!”.








Al día siguiente finalizado el ensayo, Carlos dio la orden que nos retocaran el maquillaje e hiciéramos una sesión de fotos de promoción. Cuando al otro día llegué al teatro para el ensayo general me quedé  parado en la entrada, allí estaban: hermosas, desafiantes, enormes, impecables las fotos del elenco que anunciaban el inminente y grandioso estreno. Habían trabajado toda la noche para realizar la cartelera y montarla.

Lo fue. Todo un suceso. ¿Qué más contarles? Un aplauso interminable, mucha gente que nos abrazaba, prensa, fotos y una gran fiesta en los jardines del Teatro, ese fue el colofón a tanto trabajo. Un cinco de diciembre de 1991 para no olvidar nunca.

Después me fui tarareando bajito el Réquiem de Mozart por Parque Central hasta el Edificio Tacagua donde vivía, y repitiendo el texto  de Salieri escrito por Néstor Caballero, antes de caer el telón final: 

Creo en el arte como el ojo que nunca llega a cerrarse; creo en el arte como nuevo punto cardinal;  creo en el arte como modo de vida, como edén peligroso, creo en mí, Salieri, como un nuevo pentagrama. Creo en el arte, porque desde allí juzgarán la tremenda violencia de los días, desde el arte se hará la extirpación total de la mentira y no habrá más atrocidad en los crepúsculos…Ven Satanás, rey de reyes, el infortunio no será para mí ni siquiera una palabra y yo sé que soy más, soy Salieri… imperecedero arte Salieri…! Dame la gloria Satanás, dame la gloria. Por el arte, eternamente, por el arte…”. TELON. 

Llegué a mi departamento, me senté en el balcón desde donde veía esa Caracas bellísima y solitaria y lloré, lloré mucho y también agradecí mucho a Carlos, a la vida, a mi buena estrella… aunque sé que nunca es suficiente cuando “¡el sueño del pibe se ha cumplido”…!

 ©Lito Fernández Mateu
Córdoba, 25 de febrero de 2020
Fotos: Marcelo Pont







  ÁNGEL LITO FERNÁNDEZ MATEU

Actor cordobés. Perteneció al elenco oficial de la Comedia Cordobesa y fue integrante del grupo El Juglar de Carlos Giménez. Ha transitado todos los géneros artísticos, desde el circo (donde nació), el radioteatro, el teatro, el café-concert, el music-hall, la televisión y el cine. Con la obra El Coronel no tiene quien le escriba, de García Márquez y dirigida por Carlos Giménez, recorrió los principales teatros de Europa, Estados Unidos y Latinoamérica. Ha recibido numerosos premios en Argentina y Venezuela.









Ateneo de Caracas. Diseño afiche y foto: Marcelo Pont


Ángel "Lito"Fernández Mateu




Francis Rueda y Aitor Gaviria

Aníbal Grunn