Dos entrevistas a la gran escritora Laura Alcoba por su nueva novela "La danza de la Araña": "Mi memoria es como una caja de legos: elijo y hago una construcción", entrevista de Natalia Blanc, La Nación, Buenos Aires 2/05/2018 y "Animales de Poder", entrevista de Paula Jiménez España, Página 12, 27/04/2018










Radicada en París desde los 70, es autora de una trilogía de contenido autobiográfico; hoy hablará sobre cómo es escribir en francés de la historia argentina Crédito: Patricio Pidal/AFV




Natalia Blanc 





Con La danza de la araña (Edhasa), Laura Alcoba cierra una trilogía de novelas inspiradas en su historia real como hija de militantes montoneros que incluye infancia en la clandestinidad, exilio en Francia junto con su madre y cartas a la distancia con su padre, detenido en una cárcel de La Plata.



La casa de los conejos, el primero de los títulos, se publicó hace diez años en español y fue reeditado recientemente. En coincidencia con el aniversario, este año llegará a los cines, dirigida por Valeria Selinger y protagonizada por Darío Grandinetti y Miguel Ángel Solá. La joven actriz Mora Iramain García interpreta a la narradora de la historia, que vive encerrada en una casa donde se crían conejos y crece rodeada de secretos. La autora no quiso participar del guion ni del proceso del film: prefirió dejar que crearan su propia obra a partir de la novela. Leyó los guiones hasta el definitivo, pero no vio ni una escena aún; lo hará, asegura, al mismo tiempo que los espectadores.

Radicada en París desde los 70, Alcoba vino al país a presentar su última novela y a participar del Diálogo de Escritores Argentinos en la Feria del Libro, hoy, a las 20.30 (Sala Sarmiento). Hablará de cómo es escribir en francés sobre la historia argentina. "Trabajo mucho la intensidad de los textos en general, hago lectura en voz alta en francés de mis textos y los considero terminados cuando suenan exactamente como quiero que suenen. Para la reedición de La casa de los conejos hice pequeños ajustes a la traducción original de Leopoldo Brizuela. Necesito que alguien me traduzca porque escribo en francés. Volver al texto diez años después fue para mí tan importante como la publicación de La danza de la araña".



Después de los conejos del primer libro y de las abejas del segundo (El azul de las abejas), ¿qué representa la araña y su danza en esta historia?


-En cierto momento tuve la impresión de que había dejado algo inconcluso. Esa idea se volvió una especie de obsesión. En especial, el hecho de haber dejado al padre de la narradora en la cárcel, al final del segundo título. Entonces, la razón de ser del tercero es sacar al padre de la cárcel. Retomé la lectura de las cartas que mi padre me enviaba desde la prisión en La Plata, que conservo y son la matriz de esta serie, y di con el cuento de la danza de la araña, que vive en reducción lo que va a vivir el padre al final de la historia. La araña baila en espera de la puerta que se abre. Hay una serie de motivos que representan la expectativa de la libertad. Es la liberación en diferentes sentidos; también del grito, del llanto. Para llegar a ese estallido era necesario pasar por El azul de las abejas, que es la integración de otro idioma, salir del silencio y adaptarse a otra cultura.

-La insistencia de la protagonista en tener una araña pollito de mascota hace pensar en un pedido imposible, un deseo fuerte que sabe que no podrá alcanzar: estar con su padre.


-Sí, hay también algo de eso. La mascota imposible y tan deseada va a tener un efecto mágico al final. Es como si hubiese cierta magia alrededor de la araña que conduce a una múltiple apertura final.


-La correspondencia con tu padre es el alimento de buena parte de la trilogía. ¿Cuánto tomaste de lo real y cuánto te permitiste reinventar para tu obra literaria?

-Siempre hay desplazamientos de lo real en la ficción. Es como si mi memoria fuera una caja de legos: voy eligiendo algunos elementos y hago una construcción. Trabajé del mismo modo los tres libros. Con una serie de hilos que son auténticos, sabiendo siempre que hay subjetividad y deformación de la memoria, trato de construir algo donde resuene una serie de ecos poéticos, que nunca subrayo. Son hilos que cuido minuciosamente. Algunos elementos de lo real construyen la trama que funciona como una ficción.


-En el libro incluiste cuentos que los adultos le cuentan a la nena. ¿Por qué?

-En esos cuentos se cristalizan hechos que tienen que ver con la trilogía y con mis obsesiones: en especial, el tema de la supervivencia. Son historias reales que trabajo en la ficción y que están conectadas con el origen de toda mi escritura: ¿quiénes murieron, quiénes no y por qué? Conozco de cerca lo que se llama "síndrome del sobreviviente": la culpa que suele llevar a la locura.


Buenos Aires, 2 de mayo de 2018
Fuente: La Nación








Imagen: Constanza Niscovolos



ENTREVISTA: Laura Alcoba escribe en francés pero piensa en castellano, y en su memoria habita buena parte de nuestra historia no tan reciente pero más dolorosa: la de la dictadura. De ella despliega su mundo de infancia y ahora vino a nuestro –su– país a presentar el último libro de la trilogía que comenzó hace diez años con La casa de los conejos, de la que además acaba de terminar de rodarse un film de próximo estreno.

Animales de poder



Por Paula Jiménez España

Se acaba de publicar el último libro de la trilogía de Laura Alcoba que comenzó hace diez años con La casa de los conejos. Aunque la impresión que se tiene al leerlos es que se trata de una autobiografía en partes, la autora los define como una ficción que arraiga, inicialmente, en estos hechos: en los años 70, ella y su madre –montonera al igual que su padre encarcelado– se mudan a una casa de La Plata que simula ser un criadero de conejos, pero que en verdad oculta una imprenta. Conviven, entre otras personas, con Daniel Mariani, hijo de Chicha, y Diana Teruggi, poco tiempo antes de que diera a luz a la aún desaparecida nieta Clara Anahí. Cuando Laura, tres años después de la masacre que termina con la vida de todxs salvo las de ellas dos, logra reunirse con su madre en París, corre 1979 y tiene diez años. 

Los libros que continúan a este son El azul de las abejas, donde la protagonista mantiene con su padre una relación epistolar en castellano a lo largo de esos años nodales para la incorporación del idioma francés; y La danza de la araña, que oficia como cierre de la infancia y proceso de liberación del padre. Traducida al español por Leopoldo Brizuela, Mirta Rosenberg y Gastón Navarro, Laura retorna con esta trilogía a una lengua de origen impregnada del dolor de aquellos años: 

“Cuando se publicó La casa de los conejos me hicieron muchas preguntas: ¿cómo había escrito en francés una novela en la que yo trabajé a partir de recuerdos grabados en mi mente en castellano? Lo extraño de esto, me llamó la atención acá. Cuando descubrí que habían publicado La casa... en la colección de Edhasa de literatura hispanoamericana, les dije: pero esta es una novela en traducción. Y me respondieron: esta es una novela argentina. Mi lengua de escritura es el francés, mi lengua materna es el castellano. Muchas personas que vinieron a verme me dijeron: viví algo muy cercano y todavía me cuesta hablar. Después pensé que el francés a mí me había ayudado para poder hacerlo. Se sale del silencio en La casa gracias a otro idioma”, dice Laura. 


–Digamos que el francés te permitió distanciarte para contar esa historia…

Una distancia para volver al dolor. Mi recuerdo de chica del castellano es del idioma bajo control, eso tiene que ver con mi vivencia como hija de militante montonero: ¡ojo con lo que decís! Cuando vivís algo así, salir del autocontrol y de la idea de la palabra de más, que puede matar, es difícil. 

–Vos hablás en La casa… de la importancia de saber callar…

Sí. Y de la movida de pata lingüística que puede matar. Algo que yo tenía muy integrado de chica, y creo que es muy difícil salir de ese pacto de silencio. Eso lo hablé con lectores que vivieron historias cercanas y me expresaron las dificultades que tienen todavía. El idioma francés me ayuda a volver a esa historia argentina. Algo que puede parecer paradójico. No dudé en el idioma en que lo iba a escribir y traté de hurgar en la memoria gracias al francés. 

–En El azul de las abejas la protagonista quiere esconder el acento argentino…

El acento es algo particular, revela inmediatamente, basta con abrir la boca. Borrarlo es fundirse en el contexto de los otros y no llevar siempre a cuestas de donde venís y la historia que viene detrás. No tener acento te protege, después contás o no. No tener acento te neutraliza. Vas desnuda con el acento y perderlo es ponerse algo encima que protege.

–Podría pensarse que escribir es para vos una forma de reafirmar tu vínculo con tu padre, con quien te carteabas a distancia. O incluso con Diana Teruggi, que también escribía. ¿La escritura funciona como una herramienta para hacer algo con lo ausente?

Existe la relación por escrito y en el espacio que abren los libros. Sobre todo en El azul de las abejas. En La casa de los conejos, los conejos son reales. Y en los otros dos no, son animales que no están, de los que se habla. En esos animales se encuentran la nena y el padre. Todo el espacio que abre la dimensión epistolar crea el encuentro en la imaginación, las historias que se cuentan. La escritura es el espacio del encuentro. 

–La imprenta de La casa de los conejos es la primera marca literaria que aparece en tu historia, ¿verdad?

Sí. Y todo el resto está para cubrir eso. Para ocultar la razón de ser de esa casa, que está en el “embute” (un cuarto hecho detrás de paredes falsas). Una palabra de la jerga de los ‘70, que fue la primera que se me vino a la cabeza: tenía que sacar todo eso del embute de mi memoria. 

–El personaje del ingeniero, que es quien los delata, ¿es real que te trataba mal?

Sí, pero también hay mucha ambigüedad en ese personaje que es probable que se haya quebrado bajo la tortura. 

–¿Por qué, una vez en el exilio, a la nena no le cae bien Amalia, la amiga de la madre que vive con ellas? ¿Celos? 

Sí. Es un encuentro con la madre que no se termina de hacer porque hay una persona más. Pero en La danza de la araña, Amalia tiene otro papel. Se enferma y lleva en su cuerpo una serie de historias, el quiebre. En ese mismo momento el personaje de la nena vive de manera personal sus cambios corporales, y de manera violenta hacia el afuera con la aparición de un exhibicionista. Violencia de salir de la infancia y lo que viene con esto. Esa escena es para mí una violación visual. 

–De la que se libera gritando…

Hay un momento en el que sale el grito, pero hay un momento anterior en que no. Una escena suspendida, helada. Cuando grita, lo hace por toda su historia y ve ese pene como una muñeca calva que llora. Hay algo que vuelve desde La casa de los conejos en La danza…: el grito que no se da en ese primer libro aparece en este último con esta escena. 

–Se acaba de filmar La casa de los conejos. ¿Qué pensás que sea justo en esta época?

La directora, Valeria Selinger, la terminó de rodar en diciembre y creo que tuvo dificultades para filmarla. Contó con el apoyo del INCAA en el gobierno anterior. Fue bastante caótico, pero lo logró. Sé que la está montando en París. Entran en la producción Argentina, España, Alemania y Francia. 


Por Paula Jiménez España
Buenos Aires, 27 de abril de 2018
Página 12
Fuente: Página 12















La danza de la araña

  • Autora: Laura Alcoba
  • Editor: Edhasa
  • Colección: Edhasa Literaria
  • $ 250.00
    Código de ISBN:
    Tipo de tapa:
    Rústica c/solapas
    Cantidad de páginas:
    160 páginas
     
    Dimensiones:
    140 x 225 mm


En su primera novela, La casa de los conejos, Laura Alcoba narraba la historia de una niña, ella misma, en los comienzos de la dictadura argentina. Viviendo en una casa de La Plata donde se imprimía el periódico Evita Montonera, y con su padre en la cárcel. Unos años después publicó El azul de las abejas, donde esa misma niña reencuentra a su madre en Francia, y comienza una nueva vida, en una nueva lengua. La danza de la araña es el eslabón final de la trilogía. La niña ya mira de cerca la adolescencia y quizás más que nunca está entre dos mundos: el que está construyendo junto a su madre en otro país, con las incertidumbres, los súbitos deseos y los temores de la edad; el de su primera infancia, presente en recuerdos cada vez más lejanos, en los relatos que circulan en su departamento en las afueras de París y en las cartas que cruza con su padre, todavía encarcelado en la Argentina.
En el centro de la narración hay una tarántula que baila en su jaula cuando el dueño de casa regresa. Y el dueño la deja salir, para que brevemente aproveche la libertad. La danza de la araña está pautada por esa música y ese contrapunto: la del encierro y la apertura, la de la cárcel y las cartas, la de una Buenos Aires de muerte y París y el francés que prometen un extraño renacimiento. Con una escritura primorosa, con emotividad arrebatada, Laura Alcoba teje la red de una memoria marcada por el dolor y la pérdida que se espeja en un presente palpitante, el que anticipa el vértigo de la juventud y el definitivo fin de la infancia.





Laura Alcoba
Vivió hasta los diez años en Argentina antes de radicarse en París. Se licenció en letras en l’Ecole Normale Supérieure, es profesora universitaria, editora y traductora en Francia. Ha escrito las novelas La casa de los conejos (Edhasa, 2008), Jardín blanco (Edhasa, 2010), Los pasajeros del Anna C. (Edhasa, 2012) y El azul de las abejas (2015), las cuatro fueron publicadas originalmente en francés por Gallimard, al igual que La danza de la araña, novela por la que recibió el Premio Marcel Pagnol 2017. Su obra se tradujo al alemán, el inglés, el serbio, el italiano y el catalán.

Donde comprar sus libros: Edhasa
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