Elisa Lerner: "La señorita que amaba por teléfono" (novela) / artículos de Alberto Márquez, Carlos Sandoval, Alicia Freilich; fotos de Roberto Mata, Beatriz González y Efrén Hernández / El Nacional, 9 de abril y 16 de diciembre de 2017; Ideas de Babel, 4 de marzo de 2017; Nuevo Mundo Israelita, 12 de mayo de 2017






Elisa Lerner: una vela encendida

Palabras pronunciadas con motivo de la presentación de la última novela de la cronista, La señorita que amaba por teléfono, editada por Fundavag en el 2016. La presentación estuvo a cargo de Alberto Márquez



Elisa Lerner. Foto Roberto Mata




Por Alberto Márquez
09 de abril de 2017

Leyendo, pues, a Lerner, celebramos las sucesivas muertes de un país. Ella tiene esa cualidad: nos induce al goce por la vía del descuartizamiento. No por nada se la ha llamado Sádica Elisa.
Milagros Socorro


La buena escritura tiene un ingrediente soñoliento que no siempre manejan los más espabilados: un misterio rápido como el vuelo de una mariposa inesperada y bella.Elisa Lerner


Les pido que no se vayan a asustar si comienzo por leerles las últimas líneas de La señorita que amaba por teléfono. Les aseguro no revelar nada que pudiera precipitar un desenlace, cuyo ocultamiento fuera capaz de arrebatarles parte del gozo de leerla. No es como esas películas trabajadas de tal manera que se prestan a la revelación de un acertijo que, de saberlo de antemano, acaban con el hechizo que nos mantiene pegados a la trama para saber qué va a ocurrir. Es como si le dijéramos a alguien que se acerca a una obra de Armando Reverón que el tema de un cuadro es, por ejemplo, digamos por caso, un cocotero. Ni siquiera si fuéramos más allá para decir que trata sobre la luz, la luz del trópico. En nada estaríamos perjudicando su acercamiento. Pero se me hace, en cambio, que tal vez pueda servir de ayuda al lector de esta novela entregar algunas claves que nos acompañen para no perdernos, aunque extraviarse un poco en su lectura también es un estímulo. Así termina este libro, la segunda novela de Elisa Lerner:


“Desde mi pequeña terraza —esperanzada— miro caer las hojas de un árbol catedralicio en el techo de zinc del edificio de enfrente como dulce llamarada de otoño tropical. Solo me inquieta la harina ignota, desconocida, que se apodera de la montaña cercana cuando comienza a llover. Temo que la montaña blanca oculte los recuerdos más íntimos del país”.


Este pequeño párrafo, de hecho las últimas líneas de la novela, tal vez sería suficiente material no solo para penetrar en el mundo que habita en estas páginas, sino también en la obra toda de Elisa. Hay escritores que parecieran haber nacido con una misión y que van tras ella contra todas las adversidades; con tonos diferentes, en géneros y modulaciones distintos, festivos o melancólicos. Ya lo escribió Truman Capote en el prefacio de Música para camaleones: «Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse». La tarea de Elisa, la que tal vez desde su primera juventud se le impuso, fue la de hacer memoria. No es poca cosa en un país al que siempre se ha caracterizado justo por lo contrario: desmemoriado, olvidadizo, de pasiones pasajeras y efímeras. Y esta íntima, casi obsesiva necesidad, proviene del temor fundamentado de que se vayan perdiendo, irremediablemente, los recuerdos del país, es decir, su memoria, es decir, su alma. Incluso aunque no forme parte directa de la trama de su novela o asunto de su crónica hay una presencia, una vela encendida, el faro que ilumina eso que sin saberlo bien a ciencia cierta uno llama «lo venezolano». Y, por desgracia —para darle continuidad al párrafo que nos ocupa— somos un país tropical al que cíclicamente nos inundan las lluvias. Hemos conocido muchos períodos de oscuridad y ahora mismo pasamos por uno que ya se hace demasiado largo.

Este que hoy se presenta es, en verdad, un libro importante; para recordarnos lo que somos, para enfrentarnos con esos vicios evidentes u ocultos que no queremos ver de nosotros mismos. Armando Rojas Guardia, recientemente incorporado como individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua, abordó en su discurso de incorporación las relaciones entre el centro y la periferia, argumentado su adscripción a una línea espiritual y literaria marginal y periférica que en Venezuela encara ese sentimiento de fracaso que, por muchas razones, entre ellas, la incapacidad para haber construido una institucionalidad moderna, encara sin subterfugios, de manera directa esa incompletud a la que estamos expuestos y, entre muchos ejemplos, pone a Rafael Cadenas y sus grandes poemas «Derrota» y «Fracaso» como paradigmas. Estas son sus palabras:

“Hay un sentimiento soterrado, y a veces muy explícito, en nosotros los venezolanos. Más que una conceptualización es eso, una suerte de sensación, un sentimiento: la sensación y el sentimiento del fracaso. Algo profundo en nuestro sentir colectivo se relaciona orgánicamente con lo fallido, lo truncado, lo abortado, lo desgarrado, lo desviado, lo extraviado (como una flecha que no logra dar en el blanco)”.

La obra de Elisa es igualmente paradigmática en este sentido. Pocos como ella en la crónica, el relato corto, el teatro y la novela se han enfrentado con eso que nos sobra y nos falta. Para decirlo con un verso de Juan Sánchez Peláez, a quien también convoco aquí por gran amigo de Elisa: «Prueba la taza sin sopa / ya no hay sopa / solloza hermano / prueba el traje / bien hecho a tu medida / te cuelga / te sobra por la solapa / nos falta sopa».

Los personajes de esta novela, en su mayoría, desembocan en destinos truncos, en lo individual, lo familiar y lo social, hombres y mujeres que terminan desviando el camino al que parecían apuntar, a veces desgastados prematuramente.

Sin embargo, como buena mujer de teatro, hay otros elementos que siempre enriquecen su escritura y que en La señorita que amaba por teléfono también disfrutamos con verdadera fruición: la grandeza de su lenguaje, sus largas frases llenas de vivacidad, la ironía que despierta todo lo que toca, la inteligencia y la gracia de sus metáforas, la modernidad —que es al mismo tiempo de conciencia y de palabra, la conjunción de lo grave y lo liviano, del peso y la levedad.

Creo que ningún otro escritor venezolano se hubiera atrevido a ponerle este título a un libro, más propio de telenovela. Solo Elisa, que se ha desplazado a su antojo y con audacia en la cultura popular, el cine y la televisión es capaz de hacerlo. Ese título es un gancho y un engaño. Ella sabe hacer que los lectores caigamos en sus redes. Se me antoja que esa señorita se parece mucho al país que nos da el gentilicio. Pero no me atrevo a afirmarlo. El libro que pronto tendrán en sus manos está hecho para ser releído. Su peligro: nos seduce con facilidad, pero no nos entrega tan fácilmente sus misterios. Mientras se avanza, cuando despertamos del magnetismo de su escritura nos asalta la pregunta: ¿hacia dónde vamos?, ¿en qué dirección? ¿Es novela, es teatro, es cuento, es crónica? Es todo eso y más: caja de resonancia, juego de espejos, concierto de voces, ensayo, en el sentido literario y teatral. Mejor aún, musical, a la manera de Fellini, donde todo se junta: realidad y ficción.

Ayer, mientras terminaba esta pequeña presentación y teniendo en mente las palabras de Elisa cuando dice que la literatura es un acto de resistencia, pensaba en la carga de verdad que tienen sus palabras y acompañan mucho en el momento que vivimos. La literatura y el arte en general como el sistema inmunológico del organismo social. Cuando vemos la aparición conjunta de libros tan buenos como este en un rango de edades y generaciones tan distintas, tenemos la certeza de los anticuerpos saludablemente activados en nuestro organismo. Ya vendrá el momento de hacer balances, pero estoy seguro de que en materia de creación pasamos por un etapa de esplendor. Ya se verá.

Quiero terminar con una anécdota graciosa y conmovedora que Elisa varias veces ha contado. La primera vez la leí en una aguda entrevista que le hiciera Milagros Socorro, amiga, gran escritora y excelente periodista.

“A esa edad (once años) mi padre me regaló unos zapatos muy lindos, abiertos en la punta y adornados con una trenza que remataba en un lazo. Me pareció que aquéllos eran zapatos de escritora y así se lo dije a mi padre: «Papá», le dije, «estos son zapatos de escritora. Ya estoy armada para ser una escritora”.

Hasta leer La señorita que amaba por teléfono no terminé de entender este cuento tan bello. Me parecía curioso que para el destino de una escritora los zapatos pudieran ser tan importantes. Pero es verdad, Elisa. Seguramente ya tu papá sabía que estabas armada para ser una escritora, una gran escritora, que a tantos nos has acompañado haciéndonos más amable y comprensible este trayecto, largo, para el que evidentemente no es suficiente con el lápiz. Hay que tener zapatos.


Alberto Márquez

9 de abril de 2017

Fuente: El Nacional




Elisa Lerner. Foto Efrén Hernández


Escolio sobre “La señorita que amaba por teléfono”

“Lerner maneja una compleja tesitura expresiva donde abundan las frases axiomáticas que cortan el ritmo de la dicción sin ralentizar las acciones, lo cual obliga al lector a detenerse para reflexionar sobre lo que se le cuenta o, mejor todavía, sobre el país representado”
Por Carlos Sandoval
16 de diciembre de 2017

Desde fines de los años cincuenta del siglo XX Elisa Lerner se ha ido labrando una prestigiosa reputación como cronista. A partir de los sesenta sumaría a esta carrera su vocación de dramaturga con dos piezas memorables y trascendentes: En el vasto silencio de Manhattan (1961) y Vida con mamá (1976). No obstante, Lerner se desenvuelve también con soltura en la narrativa: su primera novela, De muerte lenta, aparece bajo los sellos de la Fundación Bigott y Equinoccio en 2006; ahora Fundavag nos entrega La señorita que amaba por teléfono (2016), suerte de respuesta al clásico de la literatura venezolana del año 1924: Ifigenia, aquella otra señorita que escribía porque se fastidiaba. (Como dato, no deben olvidarse los textos narrativos de Lerner que integran Homenaje a la estrella, 2002).

Construida al ritmo de uno de esos deliciosos textos costumbristas que poblaron el imaginario de los lectores de fines del siglo XIX y de las primeras décadas del veinte, pero sin descuidar su estatuto ficcional (el costumbrismo, por el contrario, anudaba sus argumentos en hechos veraces de su momento), La señorita… reconstruye parte de la Caracas de los años 40 y 50 sobre la base de los valores de cierta clase media que en ocasiones perdía fuelle aproximándose a estratos sociales más bajos. La narradora relata pormenores de su infancia y juventud, y las vinculaciones que para su desarrollo físico tuvo el trato con personas de variada edad y condición. Por ejemplo, la novela se inicia con un pasaje relativo a una típica lección escolar de castellano muy valorada por la protagonista, pero no tanto por el conocimiento allí impartido, sino por la figura de la maestra: una dama rolliza de treinta años, apasionada por la palabra y la literatura, sin duda, pero también amante de los pasteles que elaboraban en una famosa panadería.

La novela, entonces, funciona como un Bildungsroman: el personaje cuenta y describe pormenores, pero al mismo tiempo fija experiencias que luego le servirán como equipaje simbólico para enfrentar diversas situaciones: el amor, la posible vida en pareja, los anhelos literarios. Así pues, esta señorita resulta, debo insistir, un estereotipo de la forma de ser de ciertas mujeres de aquella época, pero más aún de las caraqueñas de un contexto social específico.

Asimismo, deben destacarse en esta novela de aprendizaje los entresijos asociados al cumplimiento de una vocación literaria. La narradora detalla su entrada al mundo de las letras de una manera casi accidental y hasta jocosa, pero sin abandonar el sentido profundo de lo que esto significa: hacerse escritora en un medio por lo general refractario a esta actividad, más aún cuando es ejercida por una mujer.

Hay otros elementos interesantes; el más ostensible: el uso del lenguaje. Lerner maneja una compleja tesitura expresiva donde abundan las frases axiomáticas que cortan el ritmo de la dicción sin ralentizar las acciones, lo cual obliga al lector a detenerse para reflexionar sobre lo que se le cuenta o, mejor todavía, sobre el país representado.

Como se sabe, Elisa Lerner es una de las primeras escritoras venezolanas que incorpora enseres y materiales sígnicos de la cultura pop como base temática de sus crónicas. En esta novela esa estrategia resulta, por igual, sobresaliente. Y es que, tratándose de los aspectos simbólicos que rigen el imaginario del país, es difícil abstraer el peso que la cultura popular tiene entre nosotros. En los años que sirven de anclaje para las peripecias de esta simpática señorita el cine, la música, los comentarios de la prensa diaria y hasta los valores literarios tienen peso importante en su estructuración mental. Por analogía, son los mismos ideologemas del contexto, cristalizaciones, en fin, de rasgos identitarios.

Por otra parte, La señorita que amaba por teléfono tiene a Caracas como un personaje más de la trama. La novela evidencia los cambios físicos de la ciudad en un amplio arco temporal. En virtud de que los espacios nos construyen también como sujetos, la protagonista forja su personalidad en la medida en que se producen modificaciones en su ambiente. Esto imprime cierto dejo de nostalgia a la obra y aproxima el texto a ciertos territorios muy frecuentados por Lerner: la crónica.

De modo pues que la pieza deviene testimonio de un personaje, de una ciudad y de un país. Al mismo tiempo La señorita… es una novela que cuestiona el papel de la mujer en una comunidad marcada por idealizaciones masculinas y por torpes creencias sociales un tanto primitivas y, sin duda, provincianas. Una apasionante y apasionada travesía por la memoria.

Carlos Sandoval

16 de diciembre de 2017

Fuente: El Nacional






La señorita que amaba por teléfono FILMEMORIAL DE ELISA LERNER

por Alicia Freilich



Elisa Lerner. Foto Beatriz González




La obra de esta importante pensadora venezolana, contenida en crónicas, dramaturgia, ensayos, novela y cotidiana prosa oral, se sustenta en recuerdos que se tornan presente y futuro.

Quizá, esta recién publicada La señorita que amaba por teléfono (Fundavag Ediciones, Caracas, 2016) es su más directa, memoriosa y memorable autoficción en lo referido al cine que marca su vida y la de al menos dos generaciones. Porque al fondo de su secuencia revivida como ensueño personal están auténticos y ficticios episodios de un país con trasfondo histórico dictatorial de casi cien años, donde la voz crítica era íntima, secreta, confesada desde leves frases, medias palabras o metáforas, en cautelosos y súbitos silencios, recuento infinito de logros y derrotas proyectados en la adicción a películas de moda, con sus odios y amores de celuloide. Una sociedad que resolvía su mudez pública en el confesionario casero de los antiguos teléfonos. Es el tema de casi toda su prosa onírica tan original.

Este libro fílmico debe leerse casi en penumbras pues el foco luminoso emana de sus propias páginas que son sucesivas pantallas de imagen verbal. Elisa Lerner se convierte así en guionista, productora y camarógrafa de una cinta literaria para restaurar en tenues blanco, negro y color cepia bastante gris, a la Caracas aldeana que a veces huyó, encarnada en Teresa de la Parra y en algún trágico actor capaz de lograr escenas en Hollywood. Y también al contrario, a la ciudad parroquiana luego petrolizada que albergó sin reservas al sabio, artista o perseguido en su lar europeo, latinoamericano y cualquier lugar persecutorio, en urgencia por hallar cálido, amistoso refugio. Por paradoja, en sus casas coloniales, calles pueblerinas, habitantes pobres pero honrados y su élite de familias mantuanas, su radio elemental, dos salas de teatro, un hotel Majestic de breve existencia y en especial desde sus cines centrales y de barrio, en pleno primitivo gomecismo y luego en su fachada moderna perezjimenista, la capital fundó en su base, una urbe paralela cosmopolita capaz de absorber hasta la médula el sentido de otredad libre, un intercambio de exilios mentales que alivió la soledad opresiva ordenada por el entorno.

Todo esto y más allá de personajes y tramas autobiográficos o inventados, está en el fino sarcasmo reflexivo que recorre todo el texto, como remedo de una larga cuita telefónica, conversa prohibida por los rifles y la hipócrita moralina social.

Este filme para lectores detallistas, de perfecta escritura con su múltiple imaginario, puede explicar entonces por qué sumida en el tormento infernal del espionaje venecubano, con políticas mayormente fracasadas en todos los bandos, aún la nación venezolana puede irradiar contra la barbarie militarista, un sufrido pero muy heroico sector tan libertario y brillante como es el forjado por la creativa labor cultural opositora de nuestros días. Adentro y afuera.

Es porque su semilla resistente sigue milagrosamente sana y crece sin tregua en las claves de luz que desde un denso pasado entrega el arte memorioso, profundo, único de la Lerner.

Alicia Freilich

4 de marzo de 2017

Fuente: Ideas de Babel






Publicada por Fundavag Ediciones

Elisa Lerner presenta su segunda novela


Bautizada formalmente en marzo pasado en la Librería Kalathos del Centro Cultural los Galpones, y también en la Feria del Libro del Caribe (Filcar) realizada en la isla de Margarita, La señorita que amaba por teléfono está destinada, desde ya, a convertirse en un clásico de las letras contemporáneas nacionales

por Redacción NMI

Para nadie es un secreto que la de Elisa Lerner es una de las prosas de más altos quilates de la literatura venezolana, y más allá, como se comprueba en Así que pasen cien años, grueso tomo de más de 800 páginas que contiene todas las crónicas de la Lerner y que fue publicado el año pasado (ver NMI Nº 2011 enhttp://bit.ly/2q6DnP1 ). Es por ello que la aparición de su segunda novela no puede sino ser recibida con alegría, en un contexto que poco de esa emoción nos brinda últimamente. Y es una alegría que viene muy a propósito, pues esta novela rescata del olvido la memoria histórica del país.

Según palabras de Alberto Márquez, en la presentación de la novela en marzo pasado, “la tarea de Elisa, la que tal vez desde su primera juventud se le impuso, fue la de hacer memoria. No es poca cosa en un país al que siempre se ha caracterizado justo por lo contrario: desmemoriado, olvidadizo, de pasiones pasajeras y efímeras. Y esta íntima, casi obsesiva necesidad, proviene del temor fundamentado de que se vayan perdiendo, irremediablemente, los recuerdos del país, es decir, su memoria, es decir, su alma”.

Esta segunda novela de Elisa Lerner nos trae un espejo en el cual vernos como sociedad, con todos nuestros vicios y virtudes, que tanto nos cuesta reconocer. Por eso sus personajes suelen tener vidas truncas, destinos errados, que se hacen llevaderos gracias a una prosa cincelada en piedra de tan sólida y permanente, la cual mezcla sin fisuras los diálogos teatrales, las reflexiones ensayísticas, el lenguaje de altos vuelos poéticos y la rica tesitura de la novela.

Bienvenida, pues, esta nueva novela de Elisa Lerner con la que ganamos todos como país. Y si no, recordemos sus propias palabras: “¿No es la literatura ese país distinto al que se acude cuando la soledad de la historia hace casi inexistente ese otro donde se nace?”.



Redacción NMI

12 de mayo de 2017

Fuente: Nuevo Mundo Israelita










Donde comprar la novela: 












SINOPSIS

El retorno de la gran narradora que nunca se ha ido, la escritora que es también cronista de los tiempos y dramaturga de la intimidad. 
Un estilo proverbial que ya escasea, unas frases largamente descantadas. 
Una observadora de la escena social con ojo único, tan penetrante como revelador. 
Una figura intelectual hermanada con los albores de la democracia que irrumpe en 1958. 
Los personajes de ahora y de siempre, que ha urdido con profunda sensibilidad, retratos andantes de lo que somos: nuestras aspiraciones, si, pero también nuestras derrotas. 
Esa capacidad para desgranar la cotidianidad, para ver lo que pocos ven. 
Nadie piensa que en el gesto anónimo se nos va la vida, las creencias, los juicios. 
Nos hacen falta los retratos familiares, las apetencias amorosas, las voluntades que se apagan. 
Nuestra épica mínima, que tanto dice de nosotros, opuesta a los grandes fastos que nos aplastan. 
Mas y mas subjetividad. Mas y mas introspección. 
Los demonios, antes de entrar en la escena pública, los vamos alimentando con nuestras propias desgracias. 
Pero también los sentimientos que nos ennoblecen como cultura. 
Una narradora que ha venido para descubrirnos lo que nosotros mismo nos ocultamos, ya sea por vergüenza, ignorancia o cobardía. 
Nuestro espejo podría ser el de una señorita que hablaba por teléfono.
Fuente: Amazon



Biografía de Elisa Lerner en: Out of the Wings

Algunos libros de Elisa Lerner en : Goodreads