¿Cómo no regresar a
las deliciosas páginas que narraban los encuentros furtivos entre
Oliveira y La Maga? ¿Cómo no recorrer los pasos por esa París de los
años 50? Una buena excusa para hacerlo son los 50 años de Rayuela, una
novela de atrevida originalidad escrita por Julio Cortázar. Viaje al
centro.
Este año se celebran cincuenta años de la
publicación de una obra que se ha constituido en un hito de la
literatura hispanoamericana. Quizá sólo Cien años de soledad ha tenido
tanta relevancia, reconocimiento e influencia como la que tuvo y sigue
teniendo Rayuela. ¿Qué hace tan importante a esta novela de Julio
Cortázar? ¿En qué radica su valor, tanto al momento de ser publicada, en
junio de 1963, como hoy, medio siglo más tarde?
Descifrar el misterio de
Rayuela es una de las disciplinas favoritas de los eruditos de la
literatura. No hay carrera de literatura donde no se ofrezca un
seminario dedicado analizar a profundidad la novela del célebre
argentino. Hay miles de páginas de críticos, escritores, semiólogos y
expertos que alegan haber descifrado las claves y sentidos del libro. Al
ser catalogada, desde su publicación, como una novela abierta, ha
quedado la puerta de par en par para proponer innumerables lecturas y
análisis.
Sin embargo, como decía el gran músico norteamericano Aaron
Copland en referencia a la música clásica: La música no hay que
entenderla, basta con disfrutarla. Lo mismo vale para Rayuela: no es
necesario ser un lector avanzadísimo o matricularse seis meses en un
seminario para sacarle el gusto a esa fascinante historia entre Oliveira
y La Maga.
Sin embargo, hay claves que sirven para entender su encanto, o
razones que la convierten en una novela fundamental en la literatura
hispanoamericana. Aquí cinco de ellas.
1. Es Original. Cortázar escribe
Rayuela en plena madurez, en torno a su 45 años, y luego de haber
escrito tres novelas (de las cuales sólo publica una, Los Premios,
mientras que las otras dos, bastante flojas, serán publicadas
póstumamente), y varios libros de cuentos muy exitosos y de excelente
factura, como Bestiario, Final de Juego, Las armas secretas; un
poema épico, Los Reyes, y otro libro inclasificable, Historias de
cronopios y famas. Rayuela es una novela fundamental por cuanto rompe
con la obra anterior suya y, aún más, con la literatura escrita hasta
entonces, no sólo en Latinoamérica sino en Europa y Norteamérica en el
Siglo XX. Sólo se han encontrado paralelos e influencias en la novela
Tristam Shandy, publicada en 1767 del inglés Laurence Sterne.
La
novela de Cortázar es original por cuanto tiene una estructura paralela
que se entrecruza la una con la otra. Hay dos secciones, una titulada
Del lado de allá, con 56 capítulos que se dejan leer de manera
secuencial, y otro, De otros lados, subtitulado Capítulos
prescindibles, que van hasta el 155, la mayoría de ellos muy cortos, a
veces de un sólo párrafo con un par de líneas de extensión. Por supuesto
ningún lector atento omite esta segunda parte, a pesar de la
inquietante sugerencia del autor, puesto que allí está la clave de mucho
de lo que sucede en la primera; además allí abundan reflexiones sobre
literatura, artes y cultura que forman parte integral de la novela,
además de citas y recortes tomadas de la prensa a manera de libro de
recortes.
En su atrevida originalidad, Cortázar, invita al lector a leer
la novela de varias formas: Saltando, como en la rayuela infantil, entre
una parte y la otra, según las indicaciones que se dan al final de cada
capítulo o leyendo las partes por separado o prescindiendo totalmente
de la segunda parte o incluso, descuadernando el libro, intercalando
cada capítulo en el orden sugerido y volviéndolo a armar para leerla
linealmente según la sugerencia del autor. Una lectura desestructurada
como esa se le ocurre a Cortázar en 1963, cuando la novela que se
escribía en el mundo en ese entonces seguía siendo muy formal y
convencional. Esa forma es tan insólita y creativa, que después de esa
fecha ya ningún autor serio se atreverá a proponer algo parecido pues
cualquier remedo resultaría un fracaso absoluto.
2. Se deja leer. A pesar
de sus 635 páginas, Rayuela no se puede considerar un mamotreto: es
una novela que se lee de manera vertiginosa y con absoluto deleite para
el lector. Los diálogos están llenos de humor, de ironía, de sarcasmo,
de toma y dame entre los personajes, en un lenguaje coloquial y sin
elaboraciones encumbradas, pero sin caer en simplezas. El juego de
saltar de un capítulo a otro, que da el título a la novela, es sólo el
comienzo del aspecto lúdico que atraviesa las páginas de la novela. Los
personajes están dispuestos a tomarse la vida como les viene, sin
mayores pretensiones: para ellos lo importante es el diálogo, la música,
el aquí y el ahora. Hay un pasaje, de los más celebres de la novela,
llamado el capítulo del tablón, en el que las dos parejas de
protagonistas: Oliveira y La Maga, Traveler y Talita, que son vecinos en
edificios enfrentados, tienden un tablón sobre el vacío, de ventana a
ventana, para cruzar de un apartamento al otro. La escena es absurda,
divertida y a la vez de gran profundidad, siempre apuntando a lo literal
de la escena y, a la vez, a todo lo simbólico detrás del tablón que une
las dos viviendas.
3. Es erótica. El pasaje más citado de Rayuela, y a
la vez el más erótico es el capítulo 68. Está escrito en un idioma que
Cortázar inventa y denomina gíglico, lengua que no se requiere aprender
formalmente para entenderla a la perfección, sólo basta una pizca de
imaginación. Aquí podemos apreciar el capítulo en su totalidad:
"Apenas
él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en
hidromurias, en salvajes ambonios, en sústalos exasperantes. Cada vez
que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado
quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo
poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando,
reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al
que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo
era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los
hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfelunios.
Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los
extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa
convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio,
los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé!
¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía balparamar,
perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo
se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas
gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de
las gunfias."
4. Es musical. Los personajes de Rayuela, que conforman el
llamado Club de la Serpiente en París, oyen todo el tiempo discos de
jazz, blues y bepop, en especial a Charlie Parker, pero también a Louis
Armstrong, Dizzy Gillespie, Bessie Smith, Fats Waller, Oscar Peterson,
Thelonius Monk, Kenny Clarke, entre otros.Incluso en eso, Cortázar
rompe con la tradición latinoamericana al poner en primer plano una
música no local como protagonista de su novela. El jazz con su
informalidad, su espontaneidad y sus formas improvisadas son el
trasfondo sobre el cual la misma novela está construida. La novela, al
igual que el jazz, se despliega frente al lector de forma espontánea por
vericuetos sorpresivos.
5. Es trascendente. Rayuela también tiene su
faceta profunda, la que más fascinación genera en los críticos. Hay una
búsqueda personal, en espiral, hacia el centro del sí-mismo de Horacio
Oliveira y Manolo Traveler. El uno desde París y el otro desde Buenos
Aires. Ambos llevan sus vidas a través de los laberintos de las dos
ciudades que constituyen el eje Europa-Sur América, en un afanoso e
incansable viaje hacia lo que llaman el centro. Pero también es la
fusión de los opuestos entre París y Buenos Aires, el cosmopolitismo de
la primera y la calurosa pesadez del Buenos Aires de los años cincuenta.
Fusión a la vez entre el racionalismo cartesiano occidental y el
conocimiento intuitivo de Oriente, entre el desorden de Oliveira y la
perfección de La Maga, su amante uruguaya en París. Rayuela es
confluencia de oposiciones entre Traveler, el amigo de juventud de
Oliveira y su compañera Talita. París es una metáfora dice Oliveira, a
la que jamás se llega a conocer totalmente. Oliveira trata de llegar al
centro de París a través del conocimiento de la clochard, la mendiga
típica de las calles parisinas, que representa el substrato más bajo de
la ciudad luz.
En el capítulo final de la primera parte, llega casi a
una comunión con Emanuelle, la clochard, fétida y borracha en una
aventura escabrosa a orillas del Sena.Oliveira es el perfecto metafísico
que se pasa la vida buscándose el centro de sí mismo. Es una indagación
desesperada donde Oliveira desea dejar caer todo lo que le rodea para
ver si así encuentra el verdadero centro, lo que él llama, eje, razón
de ser, el ombligo. Pero esta búsqueda le lleva a caer en la
incomunicación total y pensar que sus peligros son solo metafísicos, los
mismos que le llevarán a la locura. Oliveira gira en torno al espiral,
vive buscando cuál es la entrada y no la encuentra. En sus sueños
imagina que está en todas partes, que posee el don de la ubicuidad. Pero
termina resignándose y admite que le va a doler el resto de su vida no
poder hacerse una idea de qué es el centro, o sea no llegar jamás a su
propio yo o sí-mismo. Oliveira busca escaparse de su soledad con lo
opuesto que es el gregarismo, lo que llama la gran ilusión de la
compañía ajena, solo para darse cuenta que esa soledad es peor aún. Es
el hombre solo en la sala de los espejos. El lamento último es saberse
solo, conocerse al borde de la otredad y no poder franquearla, porque
para hacerlo se necesita la mano desde afuera, desde lo otro para que se
la tienda, pero esta no existe.
Al final de la novela, cuando Oliveira
intenta suicidarse en el manicomio, dice, al ver abajo de la ventana una
rayuela pintada en el cemento, que si se tira es probable que caiga en
el cielo, o sea en el centro o eje principal de la rayuela.Al igual a
cómo dicen los gardelianos, que Carlitos cada día canta mejor, Rayuela
no solo admite múltiples relecturas sino también continúa invitando al
lector que no la conoce, a que se le acerque, sin elevadas pretensiones
de disección literaria, para dejarse descubrir en su maravillosa
originalidad y su frescura a pesar de estar entrando en su segunda.
Philip Potdevin
Especial para Gaceta
Junio 11, 2013
Fuente: El País.com.co