"...Toda alegría es contagiosa y desarma los sentimientos de odio..." Irène Nèmirovsky (Kiev,1903-Auschwitz,1942)





 

Entre dos credos, Irène Nèmirovsky (1903-1942).  Mujeres de la Historia, 10 de marzo de 2014

 







Irène Némirovsky fue una mujer de origen judío que renunció a su credo para sobrevivir en la Francia de Vichy durante la Segunda Guerra Mundial. Una escritora de gran talento, admirada por sus contemporáneos que dejó una de las primeras historias sobre la ocupación alemana de la historia. Una historia que no llegaría a terminar jamás, pues, a pesar de haberse convertido al cristianismo, sus raíces judías la situaron en el punto de mira de los nazis. Su vida terminaría como la de millones de judíos de Europa en el campo de exterminio de Auswicht. Fue una de sus hijas quien un día descubrió las palabras escritas por su madre que terminaron publicándose bajo el nombre de Suite francesa. Las leyes antisemitas impidieron que pudiera concluir su obra.




Una niña alejada de su madre


Irène Némirovsky nacía el 11 de febrero de 1903 en Kiev, Ucrania. Su padre era un banquero judío llamado Léon Némirovsky. Su madre fue una mujer hedonista y narcisista demasiado preocupada por su propia hermosura y por detener el paso del tiempo en su cuerpo. Irène reflejaría en alguno de sus relatos de manera indirecta el odio y rechazo que sintió siempre por aquella mujer que no dudaba en esconderla en los actos públicos o vestirla con atuendos de niña pequeña para que nadie pudiera deducir su propia edad. 

Irène creció en San Petersburgo donde fue educada por una institutriz francesa de la que asumió esta lengua como si fuera su lengua natal. Además del francés, Irène aprendió inglés, polaco, ruso, vasco, yiddish y finés, idioma con el que se toparía en la primera huida de su vida.







Huida de la Rusia revolucionaria


En 1918 la familia Némirovsky huyó de Rusia al estallar la revolución y se refugió durante un tiempo en Finlandia. En 1919 llegaban a Francia, país que se convertiría en su patria de adopción. Allí, Irène, que tenía entonces dieciséis años, pudo reemprender sus estudios que terminó en la universidad de la Sorbona donde se licenció en Letras en 1926. 

Ese mismo año Irène contrajo matrimonio con un banquero llamado Michel Epstein. De aquel matrimonio nacerían dos niñas, Denise y Èlisabeth.



Irène, Denise y Èlisabeth


Aquellos fueron unos años tranquilos para la pareja, un tiempo en el que Irène se dedicó con gran entusiasmo a escribir. Su primera novela se publicó en 1929, titulada "David Golder". Temerosa de que su texto fuera rechazado, Irène lo envió de manera anónima a la editorial Grasset. Uno de los miembros de la editorial quedó tan impresionado por la calidad de la novela que no paró hasta encontrar a su autor real, llegando a poner un anuncio en un periódico. Al descubrir que era una mujer quien había escrito una novela de tan alta calidad, la sorpresa fue doble. Empezaba entonces una carrera literaria exitosa para Irène. Sin embargo, no todo fue un camino de rosas. A pesar de llevar tiempo viviendo en Francia y de haberse convertido al catolicismo en 1939, le fue derogada la nacionalidad francesa por sus orígenes judíos.







El final de un sueño


La situación empeoró con la instauración del Gobierno pro nazi de Vichy que en 1940 promulgó una serie de leyes antisemitas. Mientras su marido tuvo que abandonar su trabajo en el banco, ella sufrió un veto definitivo a sus obras, que no pudieron seguirse publicando.

Viendo que la situación estaba lejos de mejorar, la pareja se unió a sus hijas en Issy-l'Évêque donde se habían refugiado junto a su niñera. Allí permanecieron poco más de dos años, tiempo en el que Irène continuó escribiendo a pesar de saber que ya no podría publicar.

El sueño de una familia como la de Irène, que simplemente deseaba tener una existencia tranquila, se truncó definitivamente el 13 de julio de 1942 cuando Irène fue detenida y trasladada al campo de Pithiviers. De nada le sirvió a ella ni a su marido haber renegado de su fe. Poco después fue deportada a Auschwitz donde falleció de tifus el 17 de agosto de 1942. Pocos meses más tarde, su marido seguiría sus pasos y sería asesinado en la cámara de gas del mismo campo de exterminio.



Suite francesa


Denise y Èlisabeth permanecieron escondidas al amparo de su niñera quien las ayudó a huir del país. En su difícil periplo, las pequeñas que tenía entonces trece y siete años respectivamente, arrastraron consigo lo único que les quedaba de sus padres, un baúl repleto de recuerdos. Entre aquellos recuerdos, las pequeñas encontraron años después escritos inéditos de su madre que decidieron donar al Instituto de la Edición Contemporánea. Antes quisieron hacer una copia para quedársela. Al repasar el contenido, Denise y Èlisabeth descubrieron que las palabras de su madre eran el relato de la Francia ocupada, posiblemente la primera novela de ficción en la que se aludía a aquel tiempo. 

Los textos de Irène fueron finalmente publicados bajo el título "Suite Francesa". Irène quería que su obra fuera como una suite, compuesta por cinco partes, de las que sólo pudo terminar dos. Suite Francesa, a pesar de estar inacabada, se ha publicado en varias ocasiones y supone un relato excepcional, no sólo por su contenido, sino por la historia del mismo



 Su obra
Suite francesa
David Golder
Nieve en otoño
El vino de la soledad
El baile
El maestro de almas









NÉMIROVSKY INAGOTABLE

 

La leyenda de Irène Némirovsky, la escritora de origen judío, crece. Su pueblo y su país de acogida le dieron la espalda. Murió en Auschwitz (Polonia). Tuvo un éxito precoz, luego el olvido y una recuperación póstuma con su obra "Suite francesa". Ahora se edita "Los perros y los lobos", su última novela publicada en vida, y se prepara una exposición y una película.

El salón de la casa de Denise Epstein, en la novena planta de un edificio moderno en un barrio popular de Toulouse, es una especie de santuario dedicado a su madre, Irène Némirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942).
 Como en todo santuario, hay flores frescas, un ramo de margaritas amarillas, frente al particular altar laico dedicado a la deidad doméstica: una estantería repleta de ediciones de sus obras en todos los idiomas, y un montón de fotografías suyas prendidas de las paredes. Némirovsky en los años veinte, con un sombrerito calado hasta las cejas; con su marido, el banquero Michel Epstein, y con sus hijas, Denise, la mayor, y Èlisabeth, siete años y medio más pequeña, muerta de cáncer en 1996.
 



Irène, Denise y Èlisabeth



Denise, 81 años, es la única superviviente de una familia destrozada por el delirio nazi (a la deportación a Auschwitz de Irène le siguió la de su marido, muerto en las cámaras de gas el mismo año), por el dolor y la enfermedad. "Esta es la foto que prefiero, la última que nos hicimos juntos", dice, señalando una imagen de la pareja con las dos hijas, todos sonrientes, tomada el verano de 1939, en Hendaya, donde solían ir todos los años.



Irène, Michel, Denise y Èlisabeth




Denise Epstein, pelo corto, camisa marrón, pantalones negros, y un aire jovial que desarma, ha sido documentalista y ha creado su propia familia (tiene dos hijos, una hija, Irène, y varios nietos), pero el motor fundamental de su vida ha sido siempre su madre. Es decir, recuperar los fragmentos de su vida, reconstruir una memoria coherente de la mujer y de la escritora que tanto admiraba, y de la que fue separada bruscamente la mañana del 13 de julio de 1942. Esta dedicación casi obsesiva explica que guardara durante décadas el manuscrito de la última obra de su madre. La inacabada "Suite francesa", publicada por ediciones Denoël en 2004.


Una obra escrita, como dijo la autora, "en la lava ardiente". Una historia en tiempo real de la guerra y sus efectos en una comunidad burguesa europea. Némirovsky retrata con certera crueldad la reacción del pueblo francés a la ocupación alemana. Obsesionados por la comida y los objetos mientras el mundo se derrumba a su alrededor. El aplauso póstumo fue general. Desde entonces, la vida de Epstein gira todavía un poco más alrededor de la de su madre, convertida en una autora superventas, traducida a 35 idiomas.

Denise enciende un cigarrillo rubio y busca en las estanterías la primera edición de "Los perros y los lobos". "Aquí está. Mire. Es uno de los libros que prefiero de mamá. Me gustan más los que hablan de gente un poco bohemia que los que reflejan a la burguesía francesa". "Los perros y los lobos", que publica ahora la editorial Salamandra -y La Magrana en catalán-, es, como casi siempre en las novelas de Némirovsky, un agudo retrato social. La obra, que rezuma desencanto, relata la historia de Ada, Ben y Harry, judíos los tres, parientes lejanos, y situados en los extremos de la escala social. Los sentimientos que alimenta Ada hacia Harry superarán el tiempo y las barreras sociales hasta unirles en un amor que va más allá de la experiencia individual, porque ambos se reconocen en la memoria común de un pueblo arrinconado, rechazado y, por ese motivo, dividido entre los perros fieles y los lobos salvajes.

Los personajes de "Los perros y los lobos" son, casi exclusivamente, judíos procedentes de la Europa del Este, e instalados en París, como la propia familia de la autora. La visión de Némirovsky no es amable. "Pero sé que es verdad", escribirá en una nota al hilo de la publicación de la obra, en 1940. Eran años difíciles, pero Némirovsky no podía imaginar que estaba a un paso del final de su vida humana y artística. Porque a su deportación y su muerte en agosto de 1942, en el campo de concentración en Polonia, le seguiría un largo, profundo silencio editorial.

"Cuando nos lanzamos a publicar "Suite francesa", era una autora completamente olvidada", reconoce Olivier Rubinstein, su redescubridor, y responsable actual de la editorial Denoël, en su amplio despacho de la sede parisiense, que se asoma a un patio interior lleno de árboles florecidos. "Había sido una escritora precoz, una especie de Françoise Sagan de su época, que publicó su primer libro en una revista literaria en 1926, con 23 años, y conquistó la celebridad absoluta a los 29 años con su novela "David Golder". Cierto que dos de sus libros más célebres, este último y "El baile", editados por Grasset, todavía se vendían, pero los derechos de autor que recibían las hijas de la autora eran de unos pocos cientos de euros.

Rubinstein conocía a Némirovsky y leyó el texto con interés, pero sin la menor sospecha de que tenía en sus manos uno de los mayores éxitos editoriales de Denoël. "Suite francesa" fue un superventas total, no solo en Francia, o en España, donde conquistó el Premio de los Libreros de Madrid, y tuvo una excepcional acogida. La edición en lengua inglesa superó el millón de ejemplares de ventas y sirvió, como dice Rubinstein, para descubrir "no solo una obra excepcional sino a una autora muy importante". Una autora que todavía no ha terminado de cosechar triunfos. El año próximo se iniciará el rodaje de una superproducción cinematográfica de "Suite francesa", y existe el proyecto de inaugurar en Madrid una gran exposición sobre la peripecia humana de la escritora, que se clausuró en París en marzo pasado. La muestra procedía de Nueva York, donde bajo el lema "Mujeres de letras. Irène Némirovsky y Suite francesa", presentaba la historia de la escritora, que ya había conmovido a la opinión pública estadounidense cuando se divulgaron los detalles del descubrimiento de su novela póstuma. Allí estaba su manuscrito, un cuaderno de papel cebolla emborronado con una letra diminuta de un azul especial; allí estaba el pequeño baúl (28,5 centímetros de alto, por 49 centímetros de ancho y 42 centímetros de profundidad), donde permaneció guardado junto a cartas, fotografías, pequeños recuerdos familiares, hasta los años noventa, cuando sus hijas se decidieron a depositarlo en un archivo público, no sin antes mecanografiarlo y reservarse cada una una copia. Y allí estaban las imágenes de Némirovsky. 




La escritora Irène Némirovsky, en Urrugne (Francia) en los años treinta. / Foto de Denise Epstein



Fotografías de una adolescencia triste, de una juventud loca, vivida en el lujoso ambiente de los rusos blancos en el exilio. Irène, rodeada de rostros con la mirada esquiva que les identifica como descendientes de una estirpe de víctimas de pogromos, persecuciones, deportaciones. "Deportación es una palabra tan rusa", exclama Denise Epstein. Pero hábiles también para reconstruir fortunas y ganarse un sitio en las sociedades de adopción.

Los Némirovsky, huidos de la revolución bolchevique, se instalarían en París en 1919, después de una etapa en Finlandia y un breve paso por Suecia. París era el centro del mundo y la jovencísima Irène, educada en francés por su institutriz, encontrará allí, finalmente, su lugar en el mundo. Y su patria, en el idioma francés, como ha dicho su biógrafo, Olivier Philipponnat.

La patria francesa, esa a la que siempre aspiró, la rechazó brutalmente, pero también su pueblo, la comunidad intelectual judía, ha tenido dificultades para aceptar su visión políticamente incorrecta de lo hebreo. Némirovsky, alabada como una autora excepcional, dueña de un estilo que mezcla elementos clásicos a lo Balzac, o a lo Tolstói, y elementos de una sorprendente modernidad por su visión mordaz del mundo, no representa el prototipo de la judía perfecta a ojos del Museo de la Historia del Judaísmo, de París, que rechazó la exposición. Será, finalmente, el Memorial del Holocausto, con sede también en la capital francesa, el que acoja la muestra. Y los mismos que aplaudieron "Suite francesa" retomaron con furia la controversia sobre el antisemitismo de la autora.

"La polémica no arranca de esa obra, sino de los caracteres judíos que traza en otras obras, por ejemplo en "David Golder" [historia de un ambicioso banquero hebreo], que dan vida a clichés antisemitas, que fueron ya polémicos en su época, y volvieron a serlo después, en América e Inglaterra, cuando se publica "Suite francesa", dice el responsable de Denoël. Se refiere a descripciones físicas de judíos, en las que Némirovsky abusa de "narices ganchudas", "piel aceitunada", cuerpos delgados y maltrechos. También abundan las referencias a la violenta ambición de los judíos, a la tenacidad para alcanzar las metas propuestas. "Yo creo que escribía así porque veía así el medio burgués judío que conocía bien". 





Anna y Léon Némirovsky (padres de Irène) y el amante de la primera (a su derecha), en Niza. / Foto de Denise Epstein




Lo mismo que a su madre, a la que detestaba. Se servía de ese conocimiento tan profundo de los ambientes judíos para criticarlos. Un poco como François Mauriac se sirve de su dominio de la sociedad católica de Burdeos para atacarla de forma acerba. Pero lo vemos así ahora que conocemos la Shoah. En los años treinta era distinto. Leerlo ahora, con todo lo que sabemos, es evidente que no nos produce una sensación agradable".
Myriam Anissimov, autora del prólogo de las ediciones francesa y española de "Suite francesa", la persona que puso en contacto al editor con Denise Epstein, no se ha mordido la lengua a la hora de denunciar el antisemitismo de Némirovsky. La acusa, incluso, de odiarse a sí misma, probablemente en tanto que judía. Denise Epstein se indigna cuando se saca el tema. "Mi madre jamás ocultó que fuera judía. Si se convirtió al catolicismo al final fue porque creía que eso la salvaría a ella y a nosotras. Por eso nos bautizó. Es difícil comprender el miedo que sentíamos. Pero ese miedo me ha llevado a mí a bautizar a mis propios hijos en los años cincuenta", recuerda.

Los Epstein-Némirovsky se convirtieron al catolicismo en 1939. Un gesto de autoprotección que no dio frutos en una Francia ocupada por los alemanes, indiferente y egoísta. Muchos de los editores, escritores, artistas e intelectuales del momento se rindieron al enemigo. Algunos saludaron en los nuevos amos a los verdaderos salvadores de Europa frente a bolcheviques y judíos. Fue el caso de Robert Brasillach, al que Némirovsky frecuentó en los años treinta, y el de Louis Ferdinand Céline, uno de los autores franceses más traducidos del siglo XX, después de Marcel Proust.

La editorial Denoël será precisamente la que publique en esas fechas algunas de las obras más polémicas y antisemitas del escritor. ¿No es curioso que dos de los autores más destacados del catálogo de Denoël, ambos galardonados con el prestigioso Premio Renaudot (Némirovsky a título póstumo), sean el antisemita y polémico Céline y la judía muerta en Auschwitz?

"No tiene nada de especial", explica Rubinstein. "La editorial ha cambiado de dirección. El fundador, Robert Denoël, era un belga muy próximo a la extrema derecha, y fue asesinado en la zona de Los Inválidos, nada más terminar la guerra. Pero además de editar a Céline publicó obras de autores de la talla de Nathalie Sarraute y Tristán Tzara. Es cierto que durante la guerra fue muy colaboracionista, como tantos editores franceses. "Después de todo, la resistencia fue cosa de unas pocas decenas de miles de personas". 
El caso de Sarraute, uno de los nombres destacados del nouveau roman, nacida en Rusia, judía como Némirovsky y afincada en París, ofrece un amargo contraste con el de la escritora de Kiev. Sarraute, nacida Natacha Tcherniak, en Ivanovo, cerca de Moscú, en 1900, escapó a las deportaciones viviendo escondida bajo nombre falso, y en 1944 regresó sana y salva a su piso de París.

Némirovsky también se refugió con su marido y sus dos hijas en un pueblecito, Ivry-L'évêque, pero, víctima probablemente de una delación, fue detenida allí por los gendarmes, el 13 de julio de 1942. Del campo de Pithiviers fue conducida a Auschwitz, cuatro días después, en el convoy número 6. Nunca regresó. Aparentemente murió de tifus un mes después, pero Rubinstein no lo cree. "Después de la guerra, cuando la gente pedía un certificado de fallecimiento, decían que todos los prisioneros habían muerto de tifus, cuando, evidentemente, habían sido gaseados, porque está claro que los prisioneros que no podían trabajar eran eliminados de inmediato. Desde luego no hay testigos. En todo caso la diferencia es pequeña". Para el editor está claro que todo lo que hizo la propia Némirovsky, publicar sus obras en revistas antisemitas como "Gringoire" o "Candide", codearse con escritores próximos a la derecha, reclamar sin éxito la nacionalidad francesa en 1939, pedir ayuda a amigos y editores aun a riesgo de humillarse, no son sino conjugaciones de un mismo y comprensible verbo: sobrevivir.

Cierto que algunos autores franceses de la época se unieron al partido comunista, como Louis Aragon, o combatieron personalmente contra el nazi-fascismo, como André Malraux. Pero muchos otros se refugiaron como pudieron bajo el ala alemana, decididos como Némirovsky a sobrevivir. Desgraciadamente, ella no lo consiguió. Mientras su odiada madre, Anna, vivía regiamente en Niza, disfrazada de refugiada letona, mientras Nathalie Sarraute huía, como tantos otros judíos instalados en Francia, Némirovsky se empeñaba en permanecer en una "patria" esquiva cuando no decididamente traidora.

"Hemos tenido etapas de mucha cólera mi hermana y yo", reconoce Denise Epstein con la mirada perdida. "¿Por qué no huyó? ¿Es que quería escribir a toda costa "Suite francesa"? Quizás, el hecho de haber vivido ya un exilio le hizo más reacia a volver a partir. Quizás el abandono brutal que sufrió le causó una fatiga, un agotamiento, una falta de esperanza en relación con los seres humanos, que pudo quitarle las ganas de huir. Además, creo que debía haber problemas financieros. Tenían las cuentas bloqueadas, solo le pagaba un editor, Albin Michel. Pero es cierto que el pueblo donde nos refugiamos estaba cerca de Lyon, podríamos haber llegado a Suiza fácilmente".

¿Quería Irène Némirovsky experimentar hasta el final con la guerra y la ocupación, esa "lava ardiente" de la que habla en una de sus últimas cartas? Consciente de que solo las situaciones extremas permiten conocer al ser humano, ¿quiso apurar hasta el final ese cáliz? ¿Quiso escribir su "Guerra y paz" sobre la materia viva de una guerra que todavía no había mostrado su peor rostro? "Suite francesa" estaba proyectada como una obra en cinco partes. Solo han sobrevivido "Tempestad en junio" y "Dolce", las dos primeras. "Cautividad", la tercera, fue apenas esbozada. Pero en las notas sobre ella, Irène se refiere a los campos de concentración, casi como una certeza. Ya sabía que no podría acabarla.

Fuente: El Pais









SUITE FRANCESA – Irène Némirovsky
Publicado por ©Caesar 


La autora de “Suite Francesa”, Irene Nemirovsky, escritora rusa de origen judío que se afinca en Francia tras la Revolución Bolchevique, concibió su obra como un retrato de la sociedad francesa de su tiempo ante unos acontecimientos convulsos que está viviendo o acaba de vivir, como son la humillante derrota frente a Alemania en 1940 y la posterior ocupación de su territorio por parte del III Reich. Esta obra es como un mensaje de aquellos años, que un náufrago introduce en una botella y llega a nosotros intacto, sin contaminar por revisionismos interesados o memorias históricas a la medida.

Desde luego, la visión de Nemirovsky, , es toda una carga de profundidad contra el mito de la “Resistencia Heroica al Invasor”, que ha marcado la historiografía francesa hasta hace bien poco. El país que aparece en las dos partes de esta novela inacabada es temeroso, egoísta, e insolidario, con sentimientos de desorientación y humillación. Sin embargo, pese a su resentimiento hacia Alemania por las guerras de 1870 y 1914, no tiene más remedio que acoger a los “boches” y convivir con ellos, como única garantía de un cierto orden.
La escritora no enfoca estos hechos desde el punto de vista de generales o grandes estadistas ni narra grandes batallas entre ejércitos formidables mandados por brillantes estrategas, sino que se centra en la “intrahistoria”, en la vida cotidiana de una gran fauna personajes de todas las clases sociales, desde campesinos a grandes banqueros, pasando por una familia acomodada, un abnegado matrimonio de clase media, burgueses de provincias, intelectuales elitistas… La novelista les hace pasar situaciones de crisis, como la huida de París de varios de ellos, presos del pánico, en “Tempestad en junio”, sin caer en tópicos costumbristas o de clase.
Cada uno de los personajes de esta novela es un amasijo de sentimientos y lealtades a veces contradictorios, que Nemirovsky sabe describir con indudable maestría y una fuerte sensibilidad. Al hablar de los soldados y oficiales alemanes que ocupan el pueblo de Bussy en “Dolce“, la segunda parte de la novela, no cede ante el maniqueísmo fácil de pintarles como unos seres despiadados dispuestos a saquear, violar y asesinar sino que refleja unos militares con rasgos humanos, que añoran la vida, la familia y la profesión que tenían antes de la guerra y que se preocupan por ser educados con sus vecinos y, en la medida de lo posible, por caerles bien, pese a que las órdenes del alto mando les obliguen a requisar sus caballos o parte de sus cosechas.
Mención aparte merece la historia del manuscrito de esta obra, cuyas peripecias merecerían por sí solas una novela o una película. Irene Nemirovsky fue escribiendo este libro en un cuaderno de notas y en una letra minúscula, para ahorrar papel, durante el tiempo que estuvo residiendo en Issy-l’Évêque, un pueblecito del centro de Francia, ocupado por un destacamento de la Wehrmacht.
Al ser detenida y enviada a Auschwitz en 1942, el manuscrito pasa a manos de su marido, que sería detenido y deportado por las autoridades nazis meses después. Nunca se volvió a saber nada más de ellos.
Sus dos hijas, gracias al valor de su niñera, pudieron huir a tiempo y refugiarse en un internado católico y, a punto de ser descubiertas, en una bodega. Con ellas viajaba, inseparable, el famoso cuaderno. Durante mucho tiempo, la hija de la autora, Denise Epstein, no se atrevió a abrirlo, ya que le traía recuerdos muy dolorosos.
Muchos años después, junto a su hermana Èlisabeth, decidió donarlo al Instituto para la Memoria de la Edición Contemporánea, no sin antes mecanografiarlo, para conservar los recuerdos de su madre. Poco a poco, al ir descifrando las palabras con la ayuda de una gran lupa, empezó a aparecer ante sus ojos no un diario íntimo, como ella esperaba, sino ante un retrato violento, lúcido y realista de la Francia y de los franceses de los primeros años de la Segunda Guerra Mundial.




Fuente: Hislibris








  




















Irène Némirovsky: el mirador, memorias soñadas
Novela de Élisabeth Gille







 






Èlisabeth Gille:


Èlisabeth Gille, la autora de esta impresionante biografía, tenía cinco años cuando su madre, la novelista rusa Irène Némirovsky, fue deportada a Auschwitz. Así pues, este libro es, además de un espléndido documento histórico, un ajuste de cuentas con el pasado, un descenso a los infiernos de la memoria para rescatar lo que queda de una vida brutalmente mutilada. Con talento y precisión, Gille describe la infancia de Irène Némirovsky en un medio burgués y judío de la ciudad de Kíev, la Revolución rusa y, más adelante, el cómodo exilio de los ricos en el París de Joséphine Baker y Maurice Chevalier. Allí, Irène se convertirá en una joven novelista que saboreará el éxito y la popularidad y verá cómo, además de venderse y ser aplaudidos por la crítica, alguno de sus libros es llevado al cine. Pero la locura de la Segunda Guerra Mundial destruye el sueño de Némirovsky y convierte a la famosa escritora en una víctima más de la barbarie: éxodo, deportación y muerte, dejando tras de sí dos hijas. Cincuenta años más tarde, una de ellas, Èlisabeth Gille, decide contar la historia de su madre y hacerle justicia escribiendo una biografía personal que la crítica ha calificado de «hermosa, emocionante, luminosa y minuciosamente documentada».



La niña acaba de nacer en un bonito piso de París. Imaginamos la cuna rodeada de hadas sonrientes: su madre, una escritora célebre, su hermana, el acabado retrato de la niña feliz, con su vestidito de bordado inglés y sus bucles rubios, de todo lo cual ella será el compendio, y después las criadas, nodriza, ama de llaves, camarera, cocinera…; por no hablar, además, del príncipe encantador, el padre, con su traje claro, los ojos tiernos, en la mano la copa de champán. Una adivinanza: ¿dónde está la bruja?, ¿bajo los rasgos de quién se oculta?…


(CAPÍTULO 1)
Siempre he encontrado violento el olor de los tilos que, sin embargo, en la literatura es suave y se sube a la cabeza en la dulzura de los atardeceres de las postrimerías del verano. Un olor que embriaga hasta la náusea, el olor que emanan las plazas de los pueblos en donde, por la noche, los jóvenes dan vueltas bajo la mirada adormecida de los viejos, sentados en los bancos, las manos enlazadas sobre el bastón. Un olor tranquilo de provincias entontecido por el bochorno del día…






 Traducción: ©Roser Berdagué
  Editorial: Circe
* Traducción: Roser Berdagué
* Editorial: Circe


(MARZO DE 1937)

La niña acaba de nacer en un bonito piso de París. Imaginamos la cuna rodeada de hadas sonrientes: su madre, una escritora célebre, su hermana, el acabado retrato de la niña feliz, con su vestidito de bordado inglés y sus bucles rubios, de todo lo cual ella será el compendio, y después las criadas, nodriza, ama de llaves, camarera, cocinera…; por no hablar, además, del príncipe encantador, el padre, con su traje claro, los ojos tiernos, en la mano la copa de champán. Una adivinanza: ¿dónde está la bruja?, ¿bajo los rasgos de quién se oculta?…

(CAPÍTULO 1)
Siempre he encontrado violento el olor de los tilos que, sin embargo, en la literatura es suave y se sube a la cabeza en la dulzura de los atardeceres de las postrimerías del verano. Un olor que embriaga hasta la náusea, el olor que emanan las plazas de los pueblos en donde, por la noche, los jóvenes dan vueltas bajo la mirada adormecida de los viejos, sentados en los bancos, las manos enlazadas sobre el bastón. Un olor tranquilo de provincias entontecido por el bochorno del día…
* Traducción: Roser Berdagué
* Editorial: Circe
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* Traducción: Roser Berdagué
* Editorial: Circe