Paul Auster: “En verdad, no se me ocurre nada bueno en el hecho de envejecer” / entrevista Revista Ñ, Clarín, 30 de septiembre 2012





¿Encontraría a Paul Auster? La entrevista había sido pactada para un viernes de septiembre, a las 4, en un café de Park Slope, Brooklyn, cercano a la casa del autor de La trilogía de Nueva York . Pero como en toda cita a ciegas, el enigma no se devela hasta que el otro pone el cuerpo. El suyo está aquí, ahora: altísimo, prefiere el patio “para poder fumar”, a pesar de los 35° con que nos lacra el sol y de los niños que corretean entre las mesas y apuran milkshakes , recién salidos de la escuela (“no se preocupe, las madres deberían estar aquí para salvarnos en 38 segundos”). Auster viste colores demasiado oscuros para el verano que le hace transpirar –literalmente– hasta el mentón. Mide su tiempo en copas y cigarritos holandeses: dos de sauvignon blanc y humo en cantidades industriales nos tomará hablar de , que mañana llega a las librerías argentinas y que reúne por primera vez, en edición bilingüe, los poemas que escribió en los años 70 (29 de ellos inéditos), cuando el éxito jugaba con él a las escondidas y malvivía como traductor en París, después de haber sido marinero en un barco petrolero. Mucho antes de ganar el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2006, por novelas como Leviatán o La música del azar . “La idea fue de mi editora”, se sincera hoy, una veintena de libros y tres guiones de cine después (Cigarros, entre ellos), convertido en uno de los autores estadounidenses más prestigiosos y leídos en América latina, Francia y España, al ser consultado por un género que no practica desde 1979. Amable, no renunciará sin embargo a los anteojos negros durante los 85 minutos de conversación, que inicia con la convicción de conservar de aquel joven poeta “música en la prosa” y ciertas obsesiones: “La idea de que el mundo está en mi cabeza, en mi cuerpo; pienso aún en la duplicidad de estar vivo. Porque todo está en la mente, el mundo es nuestra idea, pero al mismo tiempo estamos en él”.

 

–Me decía recién que ya no puede escribir poesía. ¿Le duele?

–No. Lo hice con enorme pasión durante 10 o 12 años; son buenos poemas, tienen gran fuerza emocional y me alegra que vuelvan a publicarlos. Pero siento que otra persona los escribió. De algún modo me arrinconé con la poesía. Sentía que me repetía, no podía más. Trataba de limitar los elementos. Quería que fueran a lo esencial: poemas como puños. Con el tiempo se abrieron, ganaron aire, se hicieron más narrativos y luego de Espacios blancos , de 1979, volví a la ficción, que había practicado entre los 19 y los 23 años. En los poemas, había una elección constante por no escribir sobre lo contemporáneo –autos, televisión, cosas– de manera explícita.

–¿Y cuáles eran sus temas?

–La posibilidad de comunicación, las dificultades que tiene el lenguaje para expresar el mundo y el pensamiento con precisión, uno y los otros. Todos los poemas se refieren a relaciones humanas. En los primeros hay un subtexto político, una suerte de oposición a las cosas tal como están. Todo eso está también en mis novelas.

–En ellas, el azar es una constante. ¿Por qué lo fascina tanto?

–Es parte de la vida y creo que la mayoría no lo reconoce. Me han pasado tantas cosas extrañas... Piense que durante un picnic un compañero murió fulminado por un rayo a un metro de distancia. Teníamos 14 años. Esto inauguró en mí una nueva manera de ver el mundo: cualquier cosa puede ocurrir en cualquier momento. Y allí estaba la prueba viviente, en la terrible muerte de ese chico. Lo conté en El cuaderno rojo , un libro de relatos verdaderos. Eso debe incluirse en la ficción porque el mundo funciona de ese modo. Yo lo llamo “mecánica de la realidad”. No busco ninguna interpretación mística; simplemente es así y no implica que no podamos hacer planes o tener metas. Pero a veces los desvíos no son menos interesantes.

La amistad también es central en sus libros. Recuerdo “La noche del oráculo”, por ejemplo

– El amor es la gran pasión, pero la amistad es fundamental. No tener amigos sería atroz. Me interesa lo oculto de la amistad, especialmente entre varones. Las mujeres tienden a confiarse más abiertamente; los hombres, a no hablar de sus sentimientos. Tengo amigos a los que conozco desde hace 40 años, los quiero muchísimo y nunca hemos hablado de nada significativo. Hablamos de deportes o comida; incluso con escritores, nunca hablamos de escritura.

–¿Por qué cree que sucede eso?

–Porque hay algo en los hombres que está cerrado. Y sin embargo, en el silencio de esas amistades hay un vínculo que se siente. Admiro la forma en que mi amigo se maneja en el mundo: es una buena persona, un buen artista o un buen médico y en cierto modo creo que descubrió cómo vivir mejor que yo, por eso lo admiro. En la verdadera amistad al otro le pasa lo mismo conmigo. Si supiera que asaltó un banco, me sentiría shockeado porque traicionó todo lo que he sabido de él durante años; por otro lado, si me enterara de que tiene una amante joven, estaría sorprendido pero no en shock porque los amigos no se cuentan todo. Al menos no los varones. Es una zona de ambigüedad aceptada.

–Este año publicó “Diario de invierno”, memorias en las que la edad es protagonista. ¿Qué es lo mejor y lo peor de envejecer?

–¿Lo mejor? En verdad, no se me ocurre nada bueno en el hecho de envejecer.

–¿La experiencia no cuenta?

–Realmente no. Sigo cometiendo los mismos errores. Escribir es tan difícil como siempre. Siento las mismas ansiedades. La vejez no ha producido sabiduría significativa. Puedo ser más tolerante, quizá, con las debilidades y los defectos de otros. Pero es un logro pequeño y las desventajas son obvias: el cuerpo no es fuerte como antes y estamos cada vez más cerca del final. ¿Pero qué puedo hacer?

–¿La idea lo asusta?

–A veces sí, otras me es indiferente. Estoy lleno de contradicciones, como la mayoría. Un día estoy listo para irme y al siguiente, no quiero. Una vez el actor francés Jean-Louis Trintignant me dijo algo en lo que sigo pensando: “Me siento más joven hoy a los 74 que cuando tenía 57”. ¿Qué quiere decir? Quizá, que el hombre le teme más a la muerte a los 50 que después. No lo entiendo, aunque una parte de mí sí lo haga. 

–En “La invención de la soledad” narró su experiencia como hijo. ¿Cómo cree que marcó su escritura su propia paternidad?

–Influyó mucho en mi deseo de volver a escribir cuentos. Al tener hijos el solipsismo de la juventud acaba, ya no se vive sólo para uno. Somos parte del enorme ciclo humano y eso no se siente en los huesos hasta tener hijos. El propio lugar en el cambio perpetuo del tiempo. Y el tiempo es lo más importante que tiene la narración. Todas las historias evolucionan en el tiempo. Esa conciencia tuvo un efecto muy grande en mí.

–¿Qué sabe hoy del oficio que ni siquiera imaginaba cuando escribía estos poemas?

–Que la poesía es difícil y cuesta mucho entenderla. A mediados de los 70 me obsesionaba la idea del muro, que retomo en muchos poemas; algo que releyendo Bartleby, el escribiente , de Melville, creo poder rastrear hasta allí. Lo leí cuando tenía 15 años por primera vez. Es una de las obras más grandes que se han escrito. Un cuento sumamente fuerte y divertido. Oscuro, profundo y absolutamente misterioso. Y Bartleby está mirando una pared todo el tiempo. En la oficina, cuando se niega a trabajar y repite “preferiría no hacerlo” y hasta en la cárcel, cuando mira la pared como si fuera todo: la pared es la muerte, es lo que bloquea a la humanidad y no la deja realizarse. Por entonces escribí también unas 700 páginas de ficción, que abandoné una tras otra y que luego fueron la base de mis primeras novelas: La ciudad de cristal , El palacio de la Luna y El país de las últimas cosas . Así que cuando volví a escribir ficción retomé cosas que había escrito 10 o 15 años antes. Me preguntaba: ¿Por qué no tuve confianza para terminarlas?

–¿Qué se responde hoy?

–Que mis ambiciones eran mayores que mis capacidades. Era un joven alocado y la cabeza me estallaba con estas cosas, pasaba la mayor parte de mi tiempo escribiendo. 

–Suena al poema que le dedicó a su padre:“Decir no más/ que la verdad: los hombres mueren, el mundo falla,/ las palabras/ carecen de sentido. Y por tanto, pedir tan sólo/
 palabras”. Todo un programa literario.

–Es cierto. Y también fue uno de los últimos poemas que escribí.


© Entrevista realizada por: No encontramos el nombre del/de la periodista
30 septiembre 2012
 Fuente: Clarìn



Algunas Poesías de Paul Auster





Efigies


Sendas de eucaliptos: un resto del pálido cielo
temblando en mi garganta. A través del zumbido
lastre del verano
la cizaña que acalla
incluso tu paso.
*
Los innúmeros fantasmas de luz.
Y lo que fue pérdida: memoria
de lo que nunca ha sido. Las colinas. Las imposibles
colinas
perdidas en el brillo de la memoria.
Como si todo aún
esperara  a nacer. Inmortal en el ojo,
allí donde el ojo
se abre
al ruido del calor: una avispa, un cardo oscilando en las púas
de alambre.
*
Nevada. Y en la veta
más profunda de la blancura: memoria
que añade tus pasos
a lo ya perdido.
Sin fin
yo hubiera caminado contigo.
*
Alba. La inmensa luz
aluvial. El carillón de nubes
al amanecer. Y los botes
amarrados en la niebla del muelle
son invisibles. Y si están ahí
son invisibles.




Fragilidad del alba...

Fragilidad del alba: en el límite
de tu lámpara oscurecida: aire
sin palabras: flor de ceniza, corola
plegada. Desde el más pequeño
de tus soles, retienes
la escaldadura: vaina
de luz aplacada. Tu palma
en barbecho: su semilla
entrando en la mudez. Más allá de esta hora, el ojo
te enseñará. El ojo aprenderá
a desear.

 



Fragmento desde el frío

Porque nos volvemos ciegos
en el día que nace con nosotros,
y porque hemos visto a nuestro aliento
nublar
el espejo del aire,
el ojo del aire no se abrirá
sino en la palabra
hecha renuncia: el invierno
habrá sido un lugar
de madurez.
Nosotros, convertidos en los muertos
de otra vida que la nuestra.



Inmune al gris suplicante...

Inmune
al gris suplicante
de la niebla, fue el odio
-el odio, pronunciado mañana
y tarde en el alero-
quien te mantuvo cerca. Sabíamos
que sólo la ebriedad
había hecho al sol
arrastrarse por las persianas.
Sabíamos que un vacío
aún más profundo
era construido por gaviotas
que barrían sus propios gritos. Sabíamos que
sabían
que el aterrizaje era espejismo.
Y que esperaba
desde la hora primera en que
yo había venido a ti. Mi piel,
estremeciéndose bajo la luz.
La luz, hecha añicos a mi tacto.


Lapsario

Esta tierra abierta en pedazos.
El relinchar de ramas
en la arboleda.
La noche mural, fundiéndose
con el mediodía.

Te hablo
de la palabra que se enfanga en el olor
de lo inmediato.
Te hablo del fruto
que extraje a empellones
con la pala.
Te hablo del habla.

Los colores
del humus: hundidos en la grieta,
casi humanos. La bendición
prismática del día: divisible
por el aliento. Senderos de estornino,
surcos de serpiente,
semillas. Las rápidas espadas
de fuego. Lo que arde
es desterrado.
Se va contigo.
Es tuyo.

Un hombre
sale de la voz
que se convirtió en mí.
Se ha desvanecido.
Se ha comido
la palabra madura
que te mató y
te mató.

Se ha encontrado a sí mismo,
erguido en el lugar
donde el ojo se mantiene
con más terrible firmeza.


©Paul Auster


Versión de Jordi Doce
De "Despariciones" Pre-textos 1996

 
 Fuente: A media Voz