Cinco Autógrafos: Jorge Luis Borges, por Susy Dembo, Caracas 2012


Borges fotografiado por Sara Facio





     Llegamos a Buenos Aires ese junio de 1977.

     Al bajar del avión vimos que nos rodeaban tanques de guerra. Era lo que 
estaba sucediendo en esos momentos terribles en Argentina. Se sentía algo extraño, 
sin duda. En el ambiente se notaba cierto nerviosismo que se podía leer en los rostros 
de la gente que, muy confusa, deambulaba esa mañana en el aeropuerto entre brumas 
y silencios,  ahogados en llanto.


     Mi abuela materna en el año 1941 viajó a Buenos Aires para ser tratada de un 
grave cáncer. Está enterrada en La Tablada. Mi deseo era ir a ese cementerio antes 
de llegar a la ciudad, pero el chofer del taxi me dijo que ya habíamos pasado el sitio, 
y que debía ir cuando me fuera de Buenos Aires. El camino en coche desde el 
aeropuerto hasta la ciudad me mantuvo distraída, con muchos deseos de conocerla 
bien. Y de visitar lo más que pudiera, ya que el viaje era corto, de cuatro días, y había 
que aprovechar cada minuto.

     El Gran Hotel Plaza estaba en reparaciones, pero aun así alquilaban las 
mejores habitaciones. Hotel precioso, que a pesar de estar casi totalmente envuelto 
en pesados cortinajes que cuidaban las joyerías y platerías  de cualquier daño, se 
sentía que era un alberge de rango superior, de un pasado magnífico. Nos dieron 
una habitación elegante. Me asomé a la ventana. Kioscos de libros color verde 
rodeaban las calles y avenidas, grandes, largas, muy europeas de Buenos Aires. 
Cada kiosco parecía un paraíso para el lector.

     Éramos turistas por primera vez en la bella tierra de San Martín. Nuestros pasos 
se dirigieron a La Boca, muy melancólica, especialmente ese día del aniversario de 
la muerte de Carlos Gardel. Caminamos por calles llenas de tango y milongas de 
arrabal. Se veían muchachos jugando con una pálida pelota de fútbol. Algunos 
hombres con voz ronca anunciaban mercancía, creo recordar que también sugerían 
sitios para comer y escuchar música.
     
Fuimos a ver las maravillosas obras del artista Quinquela Martín, que se conectaban 
con el misterioso riachuelo y su plácido ritmo. Visitamos también a otros artistas 
que habían expuesto sus obras en Venezuela. Recorrimos sus talleres, una 
experiencia muy interesante. Fuimos ese día al Teatro Colón y dimos un 
fantástico recorrido en su interior. Cenamos en el célebre restaurante de carne 
La Estancia, muy especial, excelente, bello lugar muy típico.

     Al día siguiente, miércoles, fui a mis kioscos de libros verdes para comprar las 
obras completas de Jorge Luis Borges. El guía me dijo que esperara a ver otras cosas, 
ya que los libros eran muy pesados para llevarlos conmigo todo el día. Nos llevó a 
visitar el famoso lugar de tangos Caño 14, en donde la maravillosa Virginia Luque iba 
a dar un concierto. Virginia fue la protagonista de la película “La Balandra Isabel 
llegó esta tarde”, del escritor Guillermo Meneses, con actores de la talla de 
Tomas Henríquez, Juana Sujo, Arturo de Córdoba y la mismísima y exótica 
Virginia Luque, quien al ver llegar al grupo de Venezuela, entonó el Alma Llanera 
como bienvenida. Eso nos dio una gran alegría, y pasamos la tarde entre
tangos especiales cantados por Virginia con su pasión característica.

     Visitamos la calle Lavalle, donde para mi sorpresa había muchísimos cines 
con películas de moda y actuales. Moderna Buenos Aires, con teatros repletos de 
gente, la Recoleta señorial, Palermo espectacular. Pero para mí la Calle Florida, 
como dice la canción, fue mi preferida, con esas tiendas con trajes de cuero, 
lanas calentitas y provocadoras. Y un poco mas allá la calle de los peleteros, que 
visité con los amigos del grupo. Los bares de gran elegancia, y el mate lleno de 
misterios interiores con su sabor seco y un poco amargo. 

     Como todos los miércoles y al mismo tiempo que esos intensos tangos y 
milongas sonaban y vibraban, Jorge Luis Borges ofrecía una conferencia. La de esa 
tarde era sobre sueños. ¡Cómo me hubiera gustado escucharlo! Pero el tiempo y
 lo pesado del libro que aun no había comprado, conspiraban contra mi ferviente 
deseo. Además, el grupo deseaba ir al Viejo Almacén, con bailarines y cantantes a 
media luz. Todo fuera de serie, inolvidable para mi, como lo fue la visita a San Telmo. 
Su bella plaza en esos momentos estaba llena de obras de arte muy importantes, 
antiguos y modernos candelabros, viejas máquinas de escribir, de coser y 
muchos Samovares. Me cautivó uno en especial que ahora adorna mi casa, lo 
conservo con mucha alegría.

      También adquirí viejas tarjetas, ancestrales, escritas con palabras en clave, llenas 
de adornos y flores hechas a mano con seda y satén y frases de amor que se enviaban 
los argentinos en tiempos pasados. Preciosos recuerdos de un romántico ayer. 


 Borges fotografiado por Sara Facio



      Un toque del destino hizo que mi esposo escogiera un restaurante llamado 
Floridita, era lo que llaman en Buenos Aires un “boliche”. Ya cerca del atardecer 
entramos al sitio. Él salió rápidamente a comprar los libros, pero los kioscos los 
cerraban a las 6 y llegó tarde.

     Al entrar al Floridita, sitio con el encanto de un hogar, gratamente familiar, 
acogedor, llegó el mesonero –mozo en Argentina- con el menú, y le pedimos nuestra 
cena mientras yo comentaba a mi pareja lo triste que estaba, pues no pude ni comprar 
los libros ni escuchar a Jorge Luis Borges; al día siguiente regresaría a casa 
desilusionada sin mis dos tesoros, en especial aquellos libros que me darían 
el conocimiento que requería para conocer mejor al gran escritor argentino.

     Fijé mi mirada en la pequeña puerta del “boliche”, y observé que una pareja bajaba 
las escaleritas del local, ¡eran nada más y nada menos que Jorge Luis Borges y 
María Kodama! Traté de explicarle a mi esposo, que estaba de espaldas a la puerta, 
la historia  de aquellos dos personajes tan importantes para mí. Le dije que María 
Kodama era su compañera de entonces; supe años más tarde que se había casado con ella.

      No me atrevía a voltearme para ver a Borges mas de cerca. También tuve la 
enorme tentación de hablarle pero no lo hice. Cuando pedimos la cuenta, gran sorpresa, 
el mesonero, quien nos había observado y escuchado las conversaciones, me dijo: 
 
     -- Señora, yo la escuché cuando hablaba con su esposo sobre su desilusión de 
no haber comprado las obras completas del maestro, y su decepción de no haber 
podido asistir a su conferencia sobre sueños. ¡El maestro Borges quiere 
conocerla!  Señora, por favor no se vaya aun. Borges la espera.

Y entonces dulces mariposas volaron y entraron en mi cuerpo, en mi estómago, 
me arrastraban hacia él, laberínticamente. Con la cabeza llena de Ficciones, de libros 
de Arena, de Alephs y sueños, me entregué a la magia de la sincronicidad, y llegué 
con paso de luna a la mesa de al lado, donde la bella María Kodama y Jorge Luis 
Borges cenaban al igual que nosotros.

      Con una sonrisa misteriosa y de complicidad el mesonero me dijo:

     --Siéntese por favor-- y agregó --el maestro viene mucho por aquí.

      Y siguió diciendo lo increíble: --señora, cuando le conté todo lo que usted dijo, 
el maestro me pidió que la invitara a sentarse con él. 

     Halagada y sorprendida por el simpático gesto del mozo, entre velones rojos me 
senté al lado de Jorge Luis Borges.  Él bajó ligeramente su rostro y me preguntó:
 --¿de qué país viene usted?

      Le respondí: -- Maestro, vengo de Venezuela. Sorprendida sentí su súbita 
emoción cuando dijo: -- oh!, Rómulo Gallegos y las pampas venezolanas.  

     --Maestro, son los llanos venezolanos. Y él contestó riéndose: 
-- no, las ¡pampas venezolanas!

     Fue entonces cuando con su memoria de coloso intelectual y escritor, me relató 
creo que más de una página entera de Doña Bárbara. ¡Se sabía de memoria la gran 
novela venezolana! Yo ya no podía despegar mi cuerpo de la silla donde me 
encontraba. En ese momento quería su autógrafo y escuchar la conferencia sobre 
los sueños. Borges me dijo que si yo quería el miércoles siguiente iba a dar 
otra conferencia sobre sueños.

     Con cierta pesadumbre le conté de mi apresurado viaje, y entonces señaló:
 --algún día iré a Venezuela y nos veremos allí. Nos veremos e iremos juntos, los tres, 
a unos toros coleados--- Sorprendida aun más quedé de su interés por el deporte 
llanero.  Silenciosamente nos despedimos.

     Pasaron varios años, y un día leí en un periódico de Caracas que, en algún lugar 
de Venezuela, Borges había asistido a unos toros coleados con un grupo de 
intelectuales, escritores y artistas.

     Allí terminó mi sueño de volverlo a ver. Compré sus libros y ellos me 
acompañan cuando sueño con las “pampas venezolanas y argentinas”, como él 
gustaba llamarlas.
    
Y al escuchar hablar de Buenos Aires, esa bella ciudad, siempre tendré para mí 
el recuerdo de aquel boliche con Jorge Luis Borges una fría noche de junio 
rememorando a Rómulo Gallegos.



Caracas, 2012



Buenos Aires
 poema de Jorge Luis Borges

Y la ciudad ahora es como un plano

De mis humillaciones y fracasos;
Desde esta puerta he visto los ocasos
Y ante este mármol he aguardado en vano.

Aquí el incierto ayer y el hoy distinto

Me han deparado los comunes casos
De toda suerte humana, aquí mis pasos
Urden su incalculable laberinto.

Aquí la tarde cenicienta espera

El fruto que le debe la mañana;
Aquí mi sombra en la no menos vana

Sombra final se perderá, ligera.

No nos une el amor sino el espanto;
Será por eso que la quiero tanto.