María Esther Gilio: El arte de preguntar /entrevista de Alejandro Margulis








"Soy una mezcla rarísima. Soy Géminis: una persona superrealista, con los pies sobre la tierra, y también soy distraída y pierdo cosas. Eso me da muchos problemas en la vida. Como cuando perdí las llaves del departamento que me prestaron cuando me tuve que venir huyendo a la Argentina".

Así se presentó María Esther Gilio, periodista uruguaya, abogada de formación, cuyos reportajes retrataron a la mayoría de los escritores en los años del pos-boom de la literatura latinoamericana (desde las páginas de la legendaria revista Crisis y de La Opinión).

Las recopilaciones en formato libro de solamente algunas de sus más famosas entrevistas (entre otros, Protagonistas y sobrevivientes; Personas y personajes; EmerGentes o el más actual de conversaciones con su amado Juan Carlos Onetti) circulan, casi secretas, por lo general agotadas, entre las nuevas generaciones de periodistas -quien esto firma incluido- que incursionan en el complejo arte del reportaje deseando imitarla o, cuando menos, ser reconocidos como sus discípulos. En 1970 fue premiada por la Casa de las Américas.

Uruguaya de nacimiento, redactora actual del periódico Brecha, y colaboradora permanente del suplemento cultural de El país, ambos de Montevideo, María Esther Gilio trajinó y sigue trajinando redacciones como el que más. Clarín, Argumento político, El periodista, El expreso, Página 12, La Maga fueron y son algunas de las publicaciones que jerarquizaron sus páginas publicando sus inimitables notas.

En 1972 vino a radicarse a Buenos Aires, donde estuvo hasta 1977. Ese año se mudó a Brasil, donde vivió hasta el 79 remodelando casas en Buzios; desde 1980 a 1987 vivió otra vez en la Argentina.

Hace siete se estableció nuevamente en Montevideo.

Durante su breve estadía en Buenos Aires elogió la frescura de los paraísos, le enseñó a cebar mate, a reparar una hamaca paraguaya y a construir un quincho de caña brava al periodista que le hacía la entrevista. Lo que sigue a continuación es una apretada síntesis de las varias horas de conversación que María Esther Gilio mantuvo con la Revista, de paso por Buenos Aires Hablar con ella fue volver a conectarse con lo más primario y feliz que tiene esta vocación: la ingenua esperanza de poder transformar el mundo, con el viejo, socrático método de las preguntas y las respuestas.

-No es que yo diga: quiero transmitir una ideología. Es algo que no tengo consciente. Digo: esto es así. Lo siento así. Lo ví así. Ayudar a que otros vean, si puedo...

-¿Qué vean qué, María Esther?

-Que vean todo. Conductas. Las conductas que son positivas. Las negativas.

-¿La injusticia?

-¡La injusticia! Todo lo que es injusticia. Exactamente... -empezó a decir sin dejar de caminar de un lado para otro, pero se interrumpió para manotear el mate a medio hacer que una mano torpe preparaba delante de ella-. Así no, nunca jamás. Se tapa la bombilla. Primero se pone la yerba, después se pone agua tibia... ¡y después se pone la bombilla, brutus!

-Ya veo, el auténtico mate uruguayo.

-Tú agarrás la yerba. Metés la mano y le hacés así para el costado. Y ahí en ese pocito le echás agua tibia. Cuando está bien hinchado le seguís echando un poco más de agua caliente y al final recién le ponés la bombilla.

-¿No necesita un poco de agua fría?

-Mejor tibia que agua helada. Y si ponés, dejás siempre una montañita seca, que los argentinos no hacen. Los argentinos hacen como polenta. Bueno, los porteños. Si una mujer te hace así con el mate, en Uruguay la matan. La pueden matar.

-No, eso es mentira.

-¡Es la literatura! Mejor hablemos de periodismo.

-¿Cómo sabés cuándo terminó la charla de precalentamiento y cuando empieza el reportaje?

-Yo sé cuando yo lo empiezo -dijo después de pensarlo un instante-. ¿Cuántas veces vos hacés un juego de ablande largo, largo, largo? A ver cómo está... -dijo y probó el menjunje que tenía enfrente; puso cara de qué remedio-. Bueh, no importa... ¿Tú no sos matero?

-No.

-Ahhhhh. Yo soy muy matera. Tomo mate todo el día. Sobre todo cuando trabajo.

-¿Lo tomás con...?

-Con cualquiera. Con el basurero también. ¿Empezamos? No pierdas más tiempo... Hice el otro día una entrevista muy linda con Abelardo Castillo...

-Difícil entrevistar a semejante entrevistadora. ¿Mostrás las tuyas a los interesados antes de publicarlas?

-¡¡Nunca!! Antes muerta. Me suicido. Nunca. No hay que mostrarlas nunca. Resisto hasta el final. A menos que sea un tipo muy importante y la única de publicarla fuera mostrarla...





-¿Onetti se enamoró de vos?

-¿De mí? -dijo sorprendida-. Un poquito.

-¿Vos de él?

-Noo; bueno, en algún momento sí. Cuando yo lo conocí, a los 43, 44 años, era un tipo alto, con una cara medio misteriosa, de actor francés...

-¿Fuiste tupamara vos, María Esther?

-Fui simpatizante. Mi adolescencia transcurrió en esa época en que pensábamos que todo lo que hacíamos era fundamental; pensábamos que se podía cambiar el mundo. Nunca hice nada de tipo violento. Pero fui abogada de presos políticos, escribí sobre torturas...

-Te voy a preguntar algunas cosas como si no te conociera.

-Preguntame -dijo y se hizo la graciosa:- Soy lesbiana, por ejemplo.

-¡No! ¡Es imposible! Doy fe...

-¡Cómo doy fe! -dijo y estallamos en una carcajada compartida-. "Una señora se acostó con su nieto". Bueno, dale Alejandrito.

-En tu casa pusieron una bomba en 1972.

-Sí, en enero o en febrero. Después se supo que la había puesto un tipo de la policía: un pan de selinita en la puerta de mi casa, a las tres menos diez de la mañana.

-¿Recordás cómo fue?

-Ay, sí. Espantoso -dijo y se le fue la alegría.- Mi hija mayor estaba en casa; la menor, no sé, estaría en lo de la abuela. Yo ya me había separado. Tenía la casa en un lugar solitario, bajo, frente al mar...

-¿Lo has contado muchas veces esto?

-No. Ceo que debe ser la primera vez, públicamente. Había estado comiendo en casa un periodista holandés. Se había ido a la una, una y cuarto; después me contó un amigo que cuando este se enteró que la bomba la habían puesto a las tres se quería morir. Claro, él no sabía que esas bombas en general no las ponían para matar. Las ponían para asustar, para que la gente se fuera. Me rompieron todos los vidrios de la casa. Por esas cosas de los seguros en Uruguay, la compañía no quiso cubrir el costo. ¡Pero escribí una carta tan dramática que lo pagaron!

-¿Llegaste esa noche y viste la casa rota?

-No, yo estaba durmiendo en mi cuarto; mi hija en el suyo. Eran las tres de la mañana. Y de repente se cayeron las ventanas dobles y todos los vidrios. Se vinieron todas abajo hechas polvo.

-¿Te despertó el ruido?

-¡Pero! Es impresionante una bomba, cómo no te va a despertar. Mi hija de 14 años llegó gateando del cuarto de al lado diciendo: nos ametrallan. Todo el barrio se juntó. Todo el barrio. Y yo estaba, me quedé como muy excitada. Me acuerdo una vecina que me dijo: Llore, María Esther, llore, porque yo estaba como dura, no podía ni llorar ni nada. Nunca me olvido. Llore, María Esther, llore. Me agarró del brazo.

-¿Lloraste?

-No me acuerdo si lloré. Sé que llamé a la policía y que llegó a las seis de la mañana. Llamé a mi ex marido y llegó enseguida. A muchos les pusieron bombas en Uruguay, no quiero ser la dueña de la bomba.

-¿Nunca lo escribiste?

-No, nunca. ¿Sabés que no es algo que me inspire nada? No sé porqué...

-Como protección probablemente.

-Pero vos sabés que a mí no me impresiona tanto ese episodio.

-Bueno, mujer, te cambiaste de país por ese episodio.

-Yo creo que me hubiera cambiado igual. Estaban pasando muchas cosas. Había otro abogado, Olivero, sentado en la Facultad de Economía, y todos lo rodeaban y dijo: yo qué hago, qué hago, tengo que entregarme. Entonces yo dije: Pero cómo te vas a entregar, Olivera. Sabés que no hay el menor respeto por nadie. Qué vas a hacer. ¿Y, me dice, qué querés, que ande como los gauchos de Artigas, atravesando las provincias de Corrientes y Entre Ríos? Yo le hago acordar y dice que no se acuerda de eso.

-¿Se entregó?

-Se entregó y lo tuvieron preso; no sé si lo torturaron. Al que yo conocía más, que era Artusio, sí: le mandaban a la mujer la ropa con sangre.

-Ah, mierda. ¿Tuviste alguna explicación oficial: señora, le pedimos disculpas...?

-Ah, no, no, no. Es como te dijeran: señor, le pido disculpas pero ahora lo voy a matar -dijo y rió sarcásticamente.- Me fui, primero a Paris, pensando que me iba por seis meses, y después acá. Y los seis meses se transformaron en catorce años.

-¿A quién recurriste acá?

-Vine a casa de amigos. Un tiempo en casa de Homero Alsina... Ah, no, estuve... en casa de Elías Bluth, que era abogado de IBM para América latina y ahora es funcionario. Tenía un departamento fantástico en Belgrano, a donde me fui a vivir cuando volví de Paris.

-¿Hasta ese momento habías sido una simple abogada?

-Yo trabajaba como abogada. Hice servicio laboral primero, después derecho de familia y después, cuando aparecieron los tupamaros, un poco porque quería hacer notas periodísticas sobre los que habían caído, me metí en la cárcel y ahí me nombraron su abogada ellos mismos.






-¿Tuviste una carrera de abogacía normal?

-No, en tiempo normal no porque me recibí con una hija de siete años.

-¿Por qué te pusiste a estudiar derecho?

-¡Ah, si yo supiera por qué! Una de las cosas que influyó fue una película francesa, que no me acuerdo el nombre, en la que había una mujer con un birrete y una gran capa negra que defendía inocentes. En mi vida, después encontré inocentes y no tanto...

-Y te hiciste especialista en entrevistarlos: chicos de la calle, niñas prostitutas, marginales... ¿No eras buena abogada?

-No. Era mediocre. Porque no me apasionaba -dijo e inhaló una bocanada de aire del "aparatito del asma", que lleva con ella a todas partes:- Si no lo tengo me viene el ataque de asma... -dijo y después hablamos un buen rato sobre la abogacía, los hijos, los esposos, la familia y otras instituciones menos domésticas, como el imperialismo norteamericano.

-¿Leíste a Noam Chomsky?

-¿Cómo si leí? ¡Lo entrevisté! Y ese fue el tema. Lo entrevisté porque quería aclarar eso personalmente. Hablarlo con alguien que fuera americano, que quisiera a los Estados Unidos y que tuviera la inteligencia y la capacidad de explicar cómo era la relación de ellos con Latinoamérica.

-¿Te convenció?

-¡De qué! ¡Si estaba de acuerdo conmigo!

-¿Cómo fue tu llegada al periodismo?

-Como yo era abogada, cuando cayeron presos los primeros tupamaros fui con mi carnet y entré a la cárcel para que me contaran las torturas que habían sufrido. Hasta entonces yo hacía notas de pintura para Marcha, pero de vez en cuando; así publiqué seis entrevistas sobre los presos torturados. En realidad, pensándolo un poco, fueron mucho menos duras que las que vinieron después.

-Pero después seguiste trabajando de periodista en la Argentina.

-Yo tenía que ganarme la vida. Hice periodismo porque era lo que tenía más a mano. Y lo que más placer me da. A mí el periodismo siempre me apasionó. Yo hago un viaje, y si no hago alguna entrevista, no puedo disfrutar. En parte es horrible, porque es como una adicción.

-Hablame más de esa adicción.

-Lo primero es el material para escribir. No puedo imaginarme escribiendo algo que no tenga una relación directa con la realidad. A veces me dicen: por qué no escribís cuentos o novelas...

-¿Nunca inventaste ficciones?

-Un cuento, una vez. Una pavada. Era un tipo que vuelve a la casa y le empieza a contar a la mujer porqué llega tarde. Creo que lo habían secuestrado o una cosa así... Cuando yo leo a un escritor de los que a mí me gustan me dice cosas fantásticas, importantísimas para mí, para mi vida. Yo no tengo nada tan importante para decir.

-¿No inventás al escribir un reportaje? No puedo creer que recuerdes todo literalmente.

-Bueno, uso grabador. Pero el punto es otro. De pronto, en medio de una masa de palabras y de frases, hay algo muy gracioso, que quedó chiquitito con cuatro palabras y que vos podrías ni verlo, pero tal vez yo tengo sensibilidad para eso: en medio de un largo relato, descubrir una frase que es fantástica. Tiro a la basura todo el resto y dejo esa frase como respuesta. Y puede quedar muy gracioso o muy dramático.

-¿Y si esa frase no es la que sintetiza todo el párrafo?

-Bueno, no va a ser tan maravillosa. Es maravillosa justamente sintetiza pero... ¿en qué estábamos que me perdí?

-Estábamos en tu vocación...

-Ah, el periodismo es un amor para toda la vida. A veces pienso que si alguna vez ya no puedo entrevistar, si pierdo la memoria, me vuelvo loca, me tiro por el balc... No, por el balcón no me tiro porque es el peor suicidio que existe.

-Aparte vivís en un segundo piso; no te matás.

-Y aparte no me mato -rió-. No, no. Escribir es maravilloso, preguntar, pensar lo que vas a preguntar...





-¿Un periodista es un escritor?

-¡Pero claaaro que es un escritor! A mí casi me gustan más las cosas periodísticas de García Márquez que las novelas.

-¿Por qué casi, si son mucho mejores?

-Bueno, eso no me atrevería a decirlo. Vos sos un joven insolente. Pero Historia del secuestro, Relato de un naufrago... son maravillosos: cuando ese tipo llega a la playa me puse a llorar.

-Ocultó durante años que lo había escrito él.

-¡Pero por favor! ¡Es maravilloso! Sólo son comparables a El Coronel, esas pequeñas cosas...

-El ha dicho que sólo se limitó a ordenar gramaticalmente el relato.

-Eso es mentira. Es el escritor el que lo hace. Mentira no. El que agarró ese material y construyó eso que está ahí, eso es un escritor. Y si ese chico le contó eso en un orden parecido al que él contó, en el sentido de ir graduando los episodios, los pensamientos, ese tipo se tiene que dedicar a escribir, que no creo que sea el caso.

-Es el trabajo del escritor.

-Claro. Yo hay entrevistas que las deshago todas, las desarmo totalmente porque son in-trans-mi-si-bles. Yo escribo para un lector medio, con cierta cultura, como es el La Nación o el de Brecha. A ese lector con cierta formación, cuando tú le transmites una entrevista con alguien demasiado complicado, primero tenés que sacar su pensamiento, y después escribir.

-¿Defenderías a un torturador?

-Jamás. Me daría tal asco y tal odio que no podría.

-¿Le harías un reportaje?

-Por supuesto.



©Alejandro Margulis 
©Foto: Daniel Pessah 
La Nación Revista
Domingo 5 de enero de 1997


María Esther Gilio en este blog:




Nota del 27 de agosto de 2011: María Esther Gilio falleció. " Sus restos están siendo velados en la empresa Martinelli. Gillio nació en Montevideo en 1928, era abogada y periodista, reconocida por sus entrevistas en el ámbito de la cultura. "Perdemos una compañera fundamental", dijo a Montevideo Portal el periodista Samuel Blixen.
En conversación con Montevideo Portal el periodista Samuel Blixen recordó su alegría, su solidaridad y su habilidad periodística: "Era una mujer magnífica, solidaria, siempre echando para adelante con un ánimo genial y esa forma de ser la llevó a tener actitudes de solidaridad de otro tipo. Ella fue defensora de presos políticos como abogada, sus crónicas y sus entrevistas-que empezaron en el semanario Marcha- siempre tuvieron esa cualidad de rescatar la voz del que está más excluido y siempre lo hizo con una humildad muy grande, daba la sensación de que ella partía de una ignorancia -que era falsa- y creo que al entrevistado lo ganaba porque iba a descubrir cosas y en ese trabajo de descubrir y asombrarse, lograba que la gente hablara con naturalidad y tranquilidad".
Blixen recordó una entrevista realizada a Isabel Sarli: "Siempre tenía una perspicacia para entrevistar personajes que uno en principio decía ¿qué pueden tener? En la década de los sesenta ella percibió que podía ser motivo de una entrevista interesante Isabel Sarli, cuando todo el mundo pensaba que era una actriz mediocre que estaba haciendo ese tipo de películas que en aquel entonces nos escandalizaban. Y le hace una entrevista maravillosa, que salió en Marcha".
El periodista también recordó su ayuda como abogada a militantes presos a fines de la década del sesenta: "Como abogada se dedicó a la defensa de los compañeros presos, ya sea presos políticos, o los militantes sindicales que estaban presos por medidas prontas de seguridad, lo que fue una de las razones por la que los militares se ensañaron con ella y tuvo que irse al exilio. Creo que los compañeros de Brecha perdemos una compañera fundamental, que va a ser insustituibles, como Carlos María Gutiérrez, Carlitos Núñez y otros tanto, que nos quedan como maestros, como referencia para trabajar y eso es lo que vamos a extrañar de María Esther".  Montevideo COMM (http://www.montevideo.com.uy/notnoticias_146941_1.html )


   




Maria Esther Gilio (Montevideo, 1928) es abogada, escritora, biógrafa y periodista uruguaya de destacada actuación en diarios de Uruguay y Argentina, colaboró en publicaciones de Brasil, México, España, Francia, Italia, Chile y Venezuela.
Se recibió de abogado en 1957 y comenzó a trabajar como periodista en 1966, en el Semanario Marcha, añadiéndose luego Brecha, Revista Plural, Tiempo Argentino, Crisis, La Opinión, El País, La Nación, Clarín.
Realizó valiosas entrevistas a relevantes figuras de la cultura rioplatense e internacional como Jorge Luis Borges, Aníbal Troilo, Juan Carlos Onetti, Mario Vargas Llosa, Gonzalo Fonseca, José Saramago, Mario Benedetti, China Zorrilla, Adolfo Bioy Casares, José Donoso, Fernando Vallejo, Noam Chomsky, Abelardo Castillo,etc.
Estuvo exilada en Argentina entre 1972-1977 y 1980-87 y en Brasil entre 1977-79..
Sus entrevistas formaron parte de la biografía de Onetti: Construcción de la noche: La vida de Juan Carlos Onetti (Buenos Aires: Planeta, 1993)
En 1993 se publicó Conversaciones con Maria Esther Giglio, y en el 2008 integra la nómina de Diálogos con la cultura uruguaya (ed. El País).