Cuento y poemas de Gladys Lopreto



CREACIÓN

Dios tomó las arenas del desierto, que volaban como llovizna fina al menor soplo del viento, y con manos expertas y un poco de agua y fuego modeló un cuerpo de singular belleza: no podría haber sido de otro modo, se trataba de la concreción de su propia esencia abstracta. El generoso pecho divino, invisible, sus muslos robustos, también invisibles, sus ojos que lo veían todo pero a los que nadie veía, pudieron ser recorridos con la vista, contemplados, deseados, en cada trayecto de piel, en cada prominencia, en cada hueco del cuerpo de arcilla. Cuando finalmente le sopló la vida, el hombre abrió los ojos y no vio a nadie, pues envuelto ya en túnicas de aire transparente, Dios se alejaba rápido hacia las alturas.

Hasta allí le llegó la melodía de un lamento: sonaba tan dulce como Salicio en la Égloga Primera, a veces grave como Quasimodo: Ognuno sta solo nel suol dela terra, traffito da un rayo di sole…, no importaba en qué lengua —a Dios no lo afectaba la diáspora babélica—, que comprendió que era su estatua viviente, el hombre. Y temió que se disgregara en la arena primigenia, ya que sabía que la expresión lírica es tan bella como insostenible y que despierta la atracción de los abismos. Entonces, como además de escultor y biólogo también en aquella época era maternal, Dios dijo:

—No es bueno que el hombre esté solo.

Allí fue cuando creó la mujer. Para ello no necesitó repetir el procedimiento: ya tenía medio camino hecho, la arcilla preparada, por lo cual no se entretuvo soñando a medida que mezclaba la tierra y el agua y luego la sobaba con energía y la acercaba al fuego, gozando con las llamas juguetonas, como cuando había hecho al hombre sino que, ya se sabe, tomó un pedazo de masa previamente convertida en carne o en hueso vivo. Todo fue más rápido, tal vez debido a las urgencias masculinas, y quizás por eso Dios la quiso menos y hasta le tomó un poco de fastidio a la nueva criatura: los antiguos, aquellos que tuvieron algún encuentro del tercer tipo en esas épocas, así nos lo dan a entender. No estaba bien eso de querer a un hijo más que al otro, pero bueno, de todos modos es comprensible, es humano; además eran sólo sus criaturas, al fin y al cabo ajenas, extrañas, porque los amigos, los verdaderos compañeros de parrandas y aventuras estaban en otro lado; así que los dejó que se miraran el uno a la otra intensamente y decidió bajar el telón ahí mismo. Lo demás ocurriría entre bambalinas. O en cualquier otro lugar. Como alguien lo dijo alguna vez, en el lugar de lo sagrado.

Al tiempo, un nuevo lamento. Era triste, era bello, tal vez algo elemental, no le recordaba a ningún autor conocido. Tenía olor a sangre y a negrura, a cavernas y a salitre. No podría continuar en su placidez divina mientras lo oyera, por lo cual decidió volver al mundo, oculto entre sus mantos invisibles. Y descubrió a la mujer, sola. Él la había inventado para que el varón no estuviera solo, y en cambio era ella quien ahora lo estaba. Vaya a saber por qué: ingratitud, olvido, la guerra, el marketing… Ese no había sido su proyecto, algo le había fallado, algo había escapado a sus previsiones. Entonces se dijo para sí, mascullando, como por decir algo:

—No es bueno que la mujer esté sola.

Pero ya la Biblia estaba escrita y no se le podría agregar un párrafo más o escribir entre líneas —lo cual invalidaría el resto—; además mucha agua había corrido y había mucha gente que sabía muchas cosas, profesionales de todo tipo; era difícil armar una explicación ignorando bibliografía autorizada y prestigiada por la comunidad científica, y tampoco por la vía de los hechos se podía hacer nada; quedaba lejos la época de los panes y los peces, así que decidió regresar, tal vez para siempre, a sus solares. Antes, se hizo visible por un brevísimo instante en que permitió que ella lo conociera, la miró fijo a los ojos y le dijo, cuidando que su entonación no trasuntara ninguna ideología:

—No es mi problema.

© Gladys Lopreto


Elegía 
No me duele tu muerte
me duele tu no-vida

me alegro al recordar que a veces sonreías
erguido entre los vahos del aire familiar
reposando los ojos sobre las hojas verdes
las ramas silenciosas
los trazos que perfilaron el hijo

o navegabas horas en tu mundo de música
volviendo en las maderas al país de tu infancia

te dormiste en el sueño
sin saber que tus dedos nunca harían el camino
concreto del teclado
ni que yo te daría un lugar en mis versos
y amaríamos una calle de árboles que se abrazan

sin bailar con los dedos en la fina cintura
ni rozar la cabeza de un chiquilín travieso
sin levantar el arma para afirmar la tierra
de los pueblos en lucha

alguna vez lloraste los afectos perdidos
la vida incomprensible
la derrota del justo
pero aún creías

yo me quedé despierta
para saber de tu ida con los sueños intactos

©Gladys Lopreto




Botero
Cada tanto amanezco en la laguna.
De este lado hay tormenta, se sacuden las ramas y parecen quebrarse,
el agua suspendida esfuma los contornos y me interno en la niebla
que se enreda entre juncos y arbustos de la orilla.

Sé que en algún momento asomará el botero.
Va y viene transportando en su bote vacío
-de pie, embozado, pálido, casi no tiene rostro,
nada pregunta, sabe que es cruzar su destino
y ahoga las palabras en sordo chapoteo.

A mitad de su viaje
en la fría quietud me tenderá los remos.
No debo conmoverme o quedaré prendida,
condenada a virar de una a la otra orilla.

Apenas sienta el choque de la quilla en la costa
saltaré donde hay luz y arena transparente.
©Gladys Lopreto




Con Amor
Hoy, como dice la Esquivel,
hice la comida con amor.
También con gas y con aceite
y con otros elementos,
por eso puedo decir
que traje las compras con amor,
que pagué las boletas con amor,
que lavé los platos de anoche
con amor,
que barrí las migas del piso
con amor,
que lavé los pañuelos
y los colgué
y luego los doblé
todo con amor,
y corregí -perdón: leí, evalué- los trabajos
de los chicos
con amor,
y busqué un fragmento musical
para ilustrar la clase
con amor,
y atendí al sifonero
con amor,
y preparé la mesa
con amor,
y levanté la mesa
con amor,
y a mi amigo un café
con amor,
y después me fui a la cama
con dolor
de espaldas. 

© Gladys Lopreto



La mujer de la baldosa
 De noche señora
sobremesa y tertulia
ocio y espirales placenteras
un libro una revista
o reposo abandónico de huesos y razones
mientras en la pantalla se completa una historia redonda y ejemplar.

Por la mañana
la espera la baldosa
allí los pies bien firmes
en el breve perímetro
a sus espaldas alguien
apunta: no moverse
las manos aletean por aquí por allá vencejos bajo el agua
los platos los vasos de la noche anterior
el noble acero
el cajón de los cubiertos
las tazas del desayuno
y como afuera hace frío también los pañuelos y las medias
y después la cuchilla
la tabla de picar

y los ojos miran lo próximo lo inmediato
junto al brillo cuadriculado
mientras escucha la radio y tararea los jingles
y cada tanto recuerda
que Sor Juana aprendía Física al freír de los huevos
y la Monja Gitana hacía dulces con las toronjas en Cristo

(aunque es difícil cuando a las once hay que ir a la panadería)

Pero la olla está humeando
y la mesada lustrosa
el que apuntaba se ha ido

ya se puede saltar de la baldosa hacia el mundo.
©Gladys Lopreto



El Abrazo
 Me abrazaste una tarde,
abarcaste mi cuerpo
con tu cuerpo de campo, manos de carpintero.
Vibró mi vieja piel en las líneas del tiempo
y hasta las ramas bajas descendieron las aves
custodiando el momento.

Fue también mi abrazarte rodeándote de aromas
y de oscuros silencios,
no tenías olor y te impregné del mío
a resinas del bosque, a líquenes y flores
pero ya estaba escrita
tu partida.

Algo se me quebró cuando te fuiste
algunas ramas altas
y lloraron mis hojas
afinadas y duras.

Para mi eternidad fue muy breve tu abrazo.

Te alejaste impregnado de mi humor y mi aliento.

Yo me quedo mirando
por encima del bosque
los caminos que vienen desde el lejano norte
y pienso en tu regreso.

©Gladys Lopreto

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