Joan Baez: "Under the bombs" - "Bajo el bombardeo", Hanoi, Vietnam, 1972 / Conference - conferencia (english-español), Stanford Memorial Church, January 12 - Enero 1973 / "Where are you now, my son?" - "¿Dónde estás ahora, hijo mío? (lyric-letra) / introducción de viviana marcela iriart

   








Conferencia de Joan Baez en la Universidad de Stanford sobre su visita humanitaria a Hanoi, Vietnam del Norte, en las navidades de diciembre de 1972, durante el peor bombardeo con B-52 de la historia de la guerra,  publicada por el  Instituto para el Estudio de la No Violencia (Institute for the study of nonviolence), organismo de derechos humanos fundado por Joan Baez en Palo Alto. Original en inglés y traducción al español. 

Este texto me fue enviado por la madre de Joan Baez a Argentina en 1975, cuando lo solicité por correo,  junto con una amorosa carta manuscrita. La carta la escribí en español porque no sabía inglés. Eso no fue inconveniente. La madre de Joan me respondió en inglés: había entendido todo lo que le decía. Joan Baez quería comunicar al mundo lo que había visto y su madre era su aliada. No tuve que pagar ni las estampillas de correo para recibir el folleto. Así era, así es, Joan Baez. 

30 de junio de 2010 




Carta de la madre de Joan / Letter of Joan Baez´s mother
 





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Edición Digital: Escritoras Unidas & Cía. Editoras, octubre 2017


















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BAJO EL BOMBARDEO

 



La famosa cantante folklórica y pacifista Joan Báez dio una charla en la Iglesia Memorial de Stanford  de Palo Alto (California, Estados Unidos) el 12 de enero de 1973, hablando de su estadía de dos semanas en Hanoi. Viajó en compañía del Brigadier General retirado Telford Taylor, el Rev. Michael Allen y Barry Romo de VVAW con el propósito de entregar más de 600 cartas dirigidas a prisioneros de guerra estadounidenses. La comitiva llegó a Vietnam del Norte el 17 de diciembre. El viaje, que fue auspiciado por el Comité de Enlace, fue interrumpido el segundo día a raíz del bombardeo más intenso que se había registrado en toda la guerra.

Aquí transcribimos parte de la charla dada en Stanford; la cinta magnetofónica original y el registro de las preguntas y respuestas que siguieron luego pueden pedirse al Institute.







BAJO EL BOMBARDEO
Hanoi, diciembre de 1972



Esta última Navidad me hicieron un regalo. Fue el regalo más bello que recibí alguna vez en mi vida, con la excepción de mi hijo. El regalo consistió en la posibilidad de compartir con el pueblo vietnamita una pequeña parte de las agonías que les venimos proporcionando durante los últimos ocho años.

Durante los once días de bombardeo navideño pude gozar del efecto del 60% de nuestros impuestos, que se canalizan hacia un eufemismo conocido con el  nombre de “Defense Departmen” (Ministerio de Defensa). Pude obtener una nueva perspectiva sobre el significado de aquel nombre.

Durante los once días que experimenté la vida en Hanoi, las cosas que sentí y vi, pensé y olí me resultaron atroces, aterrorizantes y me partían el alma; me resultaron imposibles de asimilar entonces, y aún hoy sigo sin poder asimilarlas la mayor parte del día y la mayor parte de mis horas de sueño.

Este regalo me ha hecho testigo de esta guerra, y desde ese lugar quiero contarles algunas de las cosas que vi y sentí.

Cuando llegamos a Hanoi se nos llevó  a cada uno por separado, a fin de que pudiéramos obtener la mayor información posible. Mantuve una conversación muy interesante con un hombre llamado Quat, el líder del grupo. Le dije que yo era pacifista y que de ninguna manera había viajado a su país a decirle lo que tenía que hacer; por el contrario, había viajado para averiguar, desde su punto de vista, lo que nosotros, los estadounidenses, debíamos hacer mejor. Quat se mostró muy respetuoso durante toda mi estadía en Hanoi en relación a mis opiniones e ideas; nunca me llevó a mí, ni al grupo, a ver un bombardero B-52 derribado para no correr el riesgo de herir nuestro orgullo.

La segunda noche en Hanoi estábamos en una habitación del hotel, mirando una película sobre gases tóxicos, de los que el Defense Department estadounidense afirma que no son tóxicos. Veíamos cómo unos monos echaban espuma por la boca y morían al cabo de doce segundos, y cómo pasaba lo mismo con gatos, cuando de repente escuchamos un ruido. Fue un sonido que me transportó de vuelta al cuarto grado de la escuela primaria, un sonido que ordenaba: “Métete debajo del escrito”. Sin embargo, esta vez no había escritorio, y no estaba en cuarto grado: era real. (NdT: Se refiere a la sirena que avisa del bombardeo aéreo. Cuando ella asistía a la escuela primaria aprendió, junto con sus compañeras y compañeros, a saltar y esconderse debajo del escritorio de la sala al sonar la alarma.

Según su costumbre, los vietnamitas nos dijeron: “Ay, disculpen, es un ataque”. 

Dije: “¿Disculpar A QUIEN por el ataque?”


"Si es un caza Phantom vuela por debajo del radar, así que no hay posibilidad de que suene la alarma, de modo que lo que te despierta es el estruendo de las bombas"




Se apagaron todas las luces y los vietnamitas inmediatamente sacaron sus linternas, que son como un órgano más de  su cuerpo. Todo aquel que puede se compra una, porque están preparados en todo momento para los ataques aéreos. Se nos condujo a través del edificio, y por detrás de él, a un patiecito donde nos reunimos todos a la luz de la luna, hablando y esperando. Cuando sentimos a los aviones y el bombardeo, nos fuimos todos al refugio. Me temblaban las rodillas terriblemente. Sentí un fuerte deseo de ir al baño a defecar, un deseo que me acompañó los siguientes cuatro días mientras nos encontrábamos en los refugios.

Fue muy intenso el bombardeo la primera vez y yo  estaba sentada al lado de un marinero cubano, de apellido Monti, que pasaba unas vacaciones en Hanoi debido a que su barco no podía salir del puerto a causa de las minas que habían sido colocadas. Era un tipo de lo más gracioso y esto le había pasado un millón de veces, así que me explicó todas las cosas que había que hacer. Hay que sentarse alejada de la pared del refugio, porque si viene una onda expansiva muy fuerte te puede aplastar el tórax. Hay que bostezar constantemente para “destapar” los oídos, porque es como subir a un avión. Si no lo haces y cae una bomba cerca, tus oídos pueden sangrar. Así que estábamos sentadas en el refugio, inclinándonos hacia delante, charlando viva y nerviosamente, bostezando para destapar nuestros oídos. Y de verdad, yo no podía lograr que mis piernas dejaran de temblar.

Al final llegó el aviso del fin del bombardeo. Cada uno dura 1 o 2 horas, y lo pasamos conociéndonos en aquella primera hora. De nuevo salimos a la luz de la luna, todos preguntándonos: “¿Qué pasó, caramba, qué pasó?”. Preguntas, preguntas y más preguntas, porque no sabes nada allá abajo. Y entonces de regreso a la pieza a dormir un poco, pero esta vez con una vela al lado de la cama. Y media hora después otro ataque. A lo mejor esta vez las bombas caen antes de que la sirena suene. Si es un caza Phantom vuela por debajo del radar, así que no hay posibilidad de que suene la alarma, de modo que lo que te despierta es el estruendo de las bombas. Estalla cerca, despiertas de golpe y te enredas en la cortina contra mosquitos. Soñaba con morirme miserablemente enredada en aquella cortina, sin poder llegar a la escalera y bajar al refugio. 

Al cabo de la primera noche, durante la cual se dieron, creo, 5 o 6 ataques, aprendí a caminar hacia el refugio en lugar de correr, y eso me pareció una gran conquista. También descubrí que si cantaba dejaban de temblar mis piernas, y por eso cantaba casi todo el tiempo en el refugio, porque queda muy mal que a una le tiemblen las piernas.

Fuimos a ver a los pilotos derribados, derribados esa misma noche, y fue algo un poco tétrico. Mis sentimientos resultaron algo mezclados. Por un lado daba impresión cómo estos hombres, en estado de crisis nerviosa, y probablemente heridos por la caída, algunos vendados, tenían que caminar por una habitación llena de gente, con muchas luces brillantes apuntando sus rostros. Tenía la impresión de que si me acercaba a alguno de ellos y agitaba mi mano en su cara no respondería, debido a su estado de conmoción. Cada uno pasaba frente a un micrófono y decía su nombre, número, quizá comentaba algo y después salía. Gente grande y alta al lado de los vietnamitas que los dirigían.

Y entonces pensé que, por otro lado: “Dios mío, después de todas las bombas que lanzaron anoche, esto es una victoria para esta gente, estos seis hombres significan una victoria”. Y no pude entender por qué no los habían descuartizado; en cambio, los trataban bien y toda la ceremonia fue extrañamente decente a pesar del malestar.

Entonces comenzamos con la rutina de ir a ver el daño que habían ocasionado las bombas. Y como era la primera vez, todo fue manejado muy cuidadosamente: vimos la mayor parte de la destrucción desde la otra margen del río. Era como si nos introdujeran de a poco en la realidad. Fuimos 18 horas después del bombardeo, de modo que la peor parte ya había pasado y la Cruz Roja se había llevado a la mayor parte de los heridos.

Pasó una chica en bicicleta o, mejor dicho, pasó ella llevando a la bicicleta. Todo el mundo usa  bicicleta y después de un bombardeo no se puede andar en ella porque la tierra queda destrozada y hecha un revuelto de adoquines y barro. Siempre hay agua dentro de los cráteres, que llegan a tener aproximadamente 4,50 metros de profundidad. Así que la gente estaba abarrotada deslizándose en este caos, muchos en estado de conmoción. Si algún familiar ha muerto, se lleva una faja de luto, un trapo blanco alrededor de la cabeza. Nos rodeaba un grupo de chicos, riéndose y corriendo como si no hubiera pasado nada, llevando sin embargo el trapo blanco.

Una mujer pasó al lado de nuestro auto llevando su bicicleta y dijo algo. Meneó la cabeza al intérprete y le pregunté qué pasaba.

-                           - Bueno, quería saber si los estadounidenses venían a echar un vistazo a la paz de Nixon.

Le dije: “Dígale que sí”.  No había forma de comunicarle la responsabilidad que sentía, y cómo yo hubiera querido que Nixon fuera el único malo pero yo me sentía también muy responsable por lo que pasaba. 
  

Fuimos a ver al famoso Hospital Bach Mai, o mejor dicho, lo que quedaba del Hospital Bach Mai. Por primera vez en mi vida vi cadáveres de gente muerta en la guerra. Por lo general intentaban cubrirlos antes de que llegáramos, para no impresionarnos, a menos que una quisiera sacar una foto y entonces los destapaban. Destaparon a uno y era una mujer anciana, una enferma del hospital que no pudo llegar a tiempo al refugio.

Era una situación extraña estar allí  con el director del hospital, semi-histérico, mostrándonos  el lugar. Era un hospital de mil camas, con algo así como un laboratorio de investigación, con varios departamentos. Nos llevó más de una hora recorrer todo, imaginarán lo difícil que era, con los cráteres y los edificios derrumbados, resbalándonos y deslizándonos por el suelo.

Yo abandoné a la mitad del recorrido porque estaba sufriendo una especie de conmoción, supongo, y pensé que si seguía y me desmayaba no iba a ayudar a nadie, de modo que decidí sentarme e intentar absorber lo que había visto. Recuerdo nítidamente a la gente acarreando los heridos, gente con la cabeza vendada, con las caras y cuerpos ensangrentados.

Preguntamos: “¿A dónde van?”   Porque los  otros hospitales también habían sido bombardeados.

Y nos dijeron: “Primero van a los centros de la Cruz Roja, que se establecen inmediatamente, y cuando éstos se llenan, a casas privadas”. La gente cuida a los heridos, los alberga y nada más.

Una de las escenas más trágicas que vi en el hospital fue el de gente trabajando con una grúa, intentando levantar una inmensa mole de hormigón cubierta de ladrillos y cascotes, que tapaba un refugio donde había, según lo que pudimos averiguar, entre 20 y 25  personas. Cuando abandonamos Hanoi no habían podido removerla, y la gente se murió.

Nos empezamos a acostumbrar al ritmo de los bombardeos. Solían ocurrir por la noche, de 4 a 5, hasta 9 o 10 ataques, lo que significa que estás en vela toda la noche. Y algunas veces es más fácil pasar la noche entera en el refugio, llevas una frazada y duermes mejor que cuando andas corriendo subiendo y bajando escaleras.

Al día siguiente, aproximadamente a las 5:30 de la mañana, suena música por un altoparlante. Y la gente vuelve a las cosas de todos los días, de vuelta al trabajo, pero mayormente de vuelta al cuidado de los heridos y al entierro de los muertos y la evacuación de la ciudad. Al tercer día de los bombardeos, el 80% de la población se había mudado a los arrabales o completamente fuera de la ciudad.

Intentamos no ser una carga para el Comité. Todos luchaban por mudar a sus familiares de aquí para allá, para llevarlos a un lugar seguro, y les dijimos: “No hay problema por nosotros. Nos arreglaremos solos. ¿Está bien si simplemente damos un paseo?” No les parecía bien porque no sabíamos dónde estaban todos los refugios, aunque les aseguramos que nos limitaríamos a las calles con refugios públicos, el tipo que hay cada 3 o 4,5 metros, donde caben dos personas.

Algunos días me sentía bien. Es difícil saber cómo se portará el barómetro del miedo y la ansiedad. Algunos días, a lo mejor después de una noche de bombardeo furioso, cuando parecía todo muy cercano y creía que seguramente moriríamos, me levantaba por la mañana, me lavaba el cabello, me ponía ropa limpia, un poco de colonia para sentirme más fresca, salía a caminar y me sentía bastante bien. O, por una razón u otra, estaba totalmente aterrorizada y no quería salir del hotel, no quería ir a ningún lado porque estaba angustiada esperando el próximo ataque.

Ver a la gente de la ciudad trabajando bajo los bombardeos es realmente fantástico. Barry y yo paseamos un día por un parque público que tenía un lago y nos rodeó un grupo de niños pequeños. Entonces saqué mi grabador y cuando juntamos unos 10 chicos grabábamos todo lo que decían. Después le hacíamos escuchar sus voces y ellos se reían profundamente.

Decían: “Nixon, Nixon, ja, ja, ja, ja”. ¡Ríanse, ríanse, qué gracia! Y “Johnson” y “Kissinger”. Estas tres palabras sabían. Bueno, me parecía un poco macabro el sentido de humor de estos niños, aunque por lo menos reían. Se entusiasmaban cada vez más y les grababa la risa y al escucharla se reían aún más fuerte y enseguida se reunieron 20, 30, 40 o 50 niños a nuestro alrededor. Fue realmente divertido.

Fui al Distrito Kham Tiem, un barrio residencial lleno de casas apretadas, juntas, y pude ver lo que eran 2 kilómetros y medio de bombardeo saturado. Vi unas personas histéricas, aunque los vietnamitas suelen sobrellevar su dolor calladamente, sus lágrimas y sus agonías. Pero había una mujer que no podía contenerse y golpeaba  el suelo con sus puños y lloraba, lloraba. Y su esposo trataba de llevársela diciendo algo como: “Vamos, vamos”.

No lo pude soportar, y entonces fui y la abracé, y ella dejó de lado su orgullo por un momento, probablemente porque no vio que yo era extranjera, y me tomó de la mano y la apretó fuertemente. Otra chica le tomó la otra mano y ambas lloraron unos segundos. Nadie habló: me levanté, me fui, y todos nos separamos.

Unos metros más adelante encontré a un anciano caminando encima de los cascotes que ya describí, barro, ladrillos, resbalándose. Ni pude verle la cara de lo delgado que era, y pensé que si se caía no podría amortiguar el golpe con sus manos. Entonces extendí mi mano, tomé la suya y él se paró, me miró, nos miramos a los ojos durante unos 10 segundos y  sus ojos se llenaron de lágrimas, y los míos también por supuesto, después él meneó la cabeza, la agachó y dijo: “Dankeschon” (NdT: “Gracias” en alemán).

Allí me encontraba yo, una mujer estadounidense que se sentía responsable por esa destrucción, aunque para él yo no significaba la solidaridad. Yo representaba a la gente de los Estados Unidos que, tal vez creía él, no dejarían a Nixon seguir matando y destrozando… Esto debió ser lo que él vio en mí para poder decirme “Gracias”.

Vi a una anciana y al principio me pareció que entonaba una canción de victoria, algunas veces una casa es arrasada sin que muera ningún familiar y hay un gran regocijo. Me parecía que cantaba algo alegre mientras alzaba un ladrillo y lo volvía a poner en el suelo, levantaba un cascote y hacía lo mismo. Había zapatos y pedazos de carne a su alrededor y aunque todo era muy macabro, pensé que su familia había sobrevivido en medio de ese horror. Entonces le vi la cara, la misma cara que hemos visto un millón de veces en los afiches que muestran la cara de agonía  de las víctimas de la guerra, una agonía imposible de explicar o describir. Un intérprete vietnamita traducía para la prensa francesa y dijo:

-        Ahora ella dice: “¿Dónde estás ahora, hijo mío, dónde estás ahora?”

Lo repetía una y otra vez. Me descompuse y entonces Barry me llevó de vuelta al auto.

El Pastor siguió caminando, pasando algunos cráteres. El horror era interminable, un lugar infinito lleno de destrucción. El Comisario de Crímenes de Guerra estaba parado allí dando informaciones y números, y en aquel momento había 257 muertos y 250 heridos. El Pastor rodeó un gran cráter y se encontró con el francés. Se miraron y voltearon la cara al suelo al mismo tiempo. Vieron entonces una familia de cuatro personas, todos muertos, abrazados. El Pastor no pudo comer por 48 horas seguidas.

En este momento quiero decir algo acerca de la belleza de esta gente. El hecho de que, a menos de que estuvieran en estado de conmoción o en lágrimas, siempre sonreían naturalmente o nos sonreían devolviendo las sonrisas nuestras.

Así que las impresiones del viaje recién se están asentando en mí ahora, recién empiezo a asimilarlas.

Sigo siendo pacifista. Todavía no le tengo nada de confianza al estado nacional. No tengo fe alguna en los armamentos. Un francés de la prensa comunista se enojó conmigo a causa de mi pacifismo, aunque nos caímos muy simpáticos el uno al otro. Nos sentábamos y discutíamos con un fondo de bombardeo y cañones antiaéreos. Él decía: “Y, ¿qué te parece ahora, Joan? ¿No te gusta el sonido que hacen los cañones antiaéreos?”. Y yo le respondía: “La verdad que sí, me gusta tanto como a ti. Cuando el fuego vuelve de la tierra al aire, me siento mucho más segura que cuando se nos viene directamente a la cabeza”.

El entonces me dijo: “Ah, ¡ja ja! ¿Y no te gusta ver cómo revienta el avión en el aire?”.

Y le dije: “Sí, me gusta muchísimo si veo que el piloto ya pudo salir del avión en paracaídas. Porque francamente, veo en cada piloto a un futuro miembro de la organización de Veteranos de la Guerra en Vietnam en Contra de la Guerra. Y como ser humano, no puedo regocijarme ante su muerte”. 

Bueno, esto terminó por enfurecer al francés comunista que tenía ganas de “guardarse la máquina de escribir y agarrar el fusil”. Y después, cuando nos encontramos en el distrito destrozado de Kham Tiem, pisando escombros, cuerpos deshechos y pedazos de carne, se volvió hacia mí y dijo: “Bueno, Joan, ahora, ¿qué te parece eso del fusil?”.

Yo lo miré y pensé: “Eres un bobo”. Lo que decía en realidad era: ¿”No te dan ganas ahora, no tienes suficiente rabia como para querer traer más misiles superficie-aire desde Rusia, no estás enfurecida cómo para agarrar un fusil y ponerte a matar estadounidenses?”.  Y todo lo que yo podía ver en torno mío era la destrucción que ha resultado de la inclinación del ser humano hacia la violencia durante los últimos 6.000 años. Nunca ninguna escena me hizo ver la realidad de esto más que el panorama que vi aquel día. 

Nuestra discusión no acabó nunca. Estoy segura de que no pude convertirlo al pacifismo, de la misma manera que él no pudo convertirme en amante de los fusiles.



Y todo lo que yo podía ver en torno mío era la destrucción que ha resultado de la inclinación del ser humano hacia la violencia durante los últimos 6.000 años”



Hay algo más que quiero contarles a todos ustedes, la mayoría de los cuales, imagino,  ha luchado para poner fin a la guerra en Vietnam. Se trata de un pequeño diario que sale todas las mañanas en Vietnam del Norte, impreso en papel muy pobre y escrito en un inglés medio regular. Da cuenta de todos los actos de protesta notables o grandes que se han llevado a cabo en el mundo. El diario contó del  árbol de Navidad roto que se le envió a la familia Nixon, con los adornos y lucecitas destrozados. Cuenta de todas las marchas que se realizan en este país y en otros países del mundo.

Y quiero decirles que el pueblo de Vietnam está esperando que nosotros cumplamos con la tarea que nos toca. No sé cómo comunicarles esto. El regalo que he intentado compartir con ustedes implica mucha responsabilidad para todos nosotros. No podemos sentarnos y hablar de cómo se parece Nixon a Hitler porque no puede existir un Hitler sin un pueblo que lo apoye 

Esta analogía resulta horriblemente clara después de las últimas elecciones. Y significa lo siguiente: si sobrevivimos y los libros de historia cuentan algún día lo que sucedió en esta época, será solamente porque nos hemos rehusado a ser Nazis. Porque si seguimos adelante sin importarnos lo que sucede y nos convertimos en Nazis, simplemente porque acatamos pasivamente las infames ordenes de un gobierno corrupto, no tenemos ninguna posibilidad de sobrevivir. Si como estadounidenses, y como ciudadanos de todos los países del mundo, aprendemos a arriesgar nuestras vidas y decirle “No” a la corrupción y a la guerra, creo que podremos tener un futuro.

Todo esto se hace más visible cuando estás en un refugio diciéndote: “Bueno, ¿qué pasará entonces si a Nixon le agarra otra rabieta y se enoja muchísimo porque le están derribando demasiados aviones?”. Todos sabemos que circulan muchos rumores acerca de la posibilidad de una guerra nuclear. Y no hay impedimentos para usar armas nucleares, a menos que tú y yo nos comprometamos seriamente, arriesgando nuestras vidas y nuestros trabajos y dejemos de apoyar esta guerra.

Significa que tú y yo tenemos que ser serios y dejar de pagar nuestros impuestos; no nos podemos quejar de los bombarderos B-52 y estar pagándolos al mismo tiempo. El no pagar los impuestos tiene que dejar de ser una acción simbólica y convertirse en una realidad porque es necesaria. Tiene que haber, y habrá, más hombres como el Capitán Hecks que se negarán a pilotear y bombardear.

¡Tenemos que empezar a entender que debemos tomar decisiones y arriesgarnos! Tú puedes elegir una vida cómoda, una que puede o no ser una media-vida, un cuarto de una vida o apenas un poco de vida. O  puedes elegir una vida de sacrificios y grandes riesgos, pero solamente si tú y yo elegimos la vida arriesgada tendremos algún valor para la gente a la que estamos matando por todo el mundo hoy.

Por eso te pido que te sumes a la vanguardia de la lucha contra la guerra, contra la mentalidad de la edad de piedra de la pasividad, el miedo y la violencia, y que vivas una vida en la que por los menos tú mismo puedas elegir los riegos que vas a correr…

Somos verdaderamente los hermanos de nuestros hermanos y las hermanas de nuestras hermanas.

Ahora, armados con la verdad, el amor, la compasión, la inteligencia e imaginación, demostrémoslo. Gracias.


©Joan Báez

12 de Enero de 1973
Iglesia Memorial de Stanford
Palo Alto, California, Estados Unidos


Publicado por Institute for the Study of Non-Violence (Instituto para el Estudio de la No-Violencia), Box 1001, Palo Alto, California, 94302, U.S.A.







¿Dónde estás ahora, hijo mío?

Letra y música Joan Baez 


Caminamos sobre el campo de batalla que siempre me hace llorar
He conocido tan poca gente en mi tiempo que no tenga miedo de morir
Pero amanece sangrando con la gente aquí y los cielos de la mañana son rojos
Como las cargas de las bicicletas de las muchachas que llevan flores para los muertos.


Una anciana recoge cosas a lo largo de los cráteres y los escombros
Un pedazo de tela, un zapato destrozado, una vida llena de problemas
Un canto sollozante sale de su garganta y atraviesa el aire de la mañana.
Su único hijo anoche fue enterrado bajo ella.

Ellos dicen que la guerra acabó
¿Dónde estás ahora, hijo mío?


Un anciano con paso inestable y antigua barba blanca
Doblado hacia el suelo con los brazos extendidos vacilante en su difícil situación
Tomé su mano para ayudarlo, él se paró y no se volteó para mirarme
Pero sonrió y lloró  y se inclinó y murmuró suavemente, “Danke shoen”
(NdT: “Gracias” en alemán)

Los niños al borde de la carretera de los pueblos y ciudades
Están de pie alrededor nuestro riendo como si fuéramos payasos gigantes
Las bandas de luto  les dicen a quién perdieron por culpa del mensajero fantasma de anoche  (NdT: fantasma = phantom)
Y dicen las únicas palabras que saben en inglés, “Johnson, Nixon, Kissinger”

Ahora que la guerra  se está ganando
¿Dónde estás ahora, hijo mío?


La sirena da un rápido aviso a las personas que viven en la ciudad
Lleven sus criaturas y sus mantas a los refugios antiaéreos
A veces cantamos y reímos y pintamos cuadros brillantes en la pared
Y me pregunto si moriremos bien y si nos gustará a pesar de todo.


Desafiantes personas sin cascos se sientan en la acera y miran
La estela brillante en el cielo y los aviones explotando en el aire
Pero en las aldeas no hay advertencia antes de una explosión
Eso significa que una criatura dormida nunca llegará a la puerta


Desde distantes cabinas en el cielo donde ningún hombre escucha el sonido
De la muerte de sus propias bombas en la tierra, seis pilotos fueron derribados
Al día siguiente seis descomunales hombres vendados fueron deslumbrados por una sala de periodistas. Sally mantiene la fe, la esperanza de que la guerra termine pronto


En un campo de prisioneros destruido donde no había nadie al mando,
Meneando la cabeza, qué ironía, pensamos que la paz estaba a la mano
El cura leyó una oración de Navidad y los hombres se arrodillaron en el suelo
Luego  tímidamente me pidieron que cantara "They Drove Old Dixie Down"

La tuya era el arma justa
¿Dónde estás ahora, hijo mío?


Nos reunimos en el lobby celebrando la Nochebuena
Los franceses, los polacos, los indios, cubanos y vietnamitas
El pequeño árbol de nuestro anfitrión tenía dulces y salmos familiares
Pero la más sagrada de las oraciones de Navidad fue destrozada por las bombas


Así que de nuevo al refugio, donde dos mujeres encantadoras de rosa
Y con un esplendor y una fiereza y una suavidad que nos dejó
En silencio escuchando cómo sus voces se elevaban con alegría
Para eclipsar cada bomba que cayó esa noche en Hanoi 
Con valentía tenemos sol
Pero, ¿dónde estás ahora, hijo mío?


Oh gente de los refugios que regalo me han dado
Sonreírme  y  tranquilamente dejarme compartir su agonía
Y sólo puedo inclinarme en absoluta humildad y pedirles
Perdón y perdón por las cosas que les hemos hecho pasar

La cultura del piyama negro que nosotros tratamos de matar con agujeros de perdigones
Y filas  de diminutos ataúdes que  hemos pagado con nuestras almas
Han construido  un espíritu pocas visto en mujeres y en hombres
Y la flor blanca de Bac Mai seguramente florecerá una vez más

He escuchado que la guerra acabó,
Entonces, ¿dónde estás ahora, hijo mío?

Joan Baez
Copyright © 1973 Chandos Music


Joan Baez: Website / Facebook


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