POR LOS LADOS DE KAVAFIS, por Luis Sedgwick Báez, Caracas, diciembre 2009






            “… que tus versos sean escritos
                        de modo que encierren,
                        tú me entiendes,
                        un poco de nuestra vida”.

                        Konstantin Kavafis
                        Alejandría 1863-1933.




Como todo en Egipto es difícil llegar a un sitio por primera vez. Primero la lengua, pocos hablan la que nosotros hablamos, las calles cambian de nombre y escritas en nomenclatura autóctona , los lugareños a veces desconocen del sitio y los números árabes son distintos a los que estamos acostumbrados. Crecí con la noción  que nuestros números eran arábigos, “no”, me replican, “”para nosotros son  números indios, de la India”. Después de mucho deambular con la ayuda de gestos y la buena disposición  de la gente llegué, por fin, a  4 Sharia Sharm el-Sheik, (antes calle Lepsius)  en Al-Iskendariyya, o  Alejandría .

“Abren a las 9.a.m.”, me señaló con movimiento de las manos el encargado de limpieza del edificio. Se equivocó, abrían a las 10. El apartamento en un segundo piso donde vivió  Konstantin Kavafis , es ahora un apéndice cultural de la embajada de Grecia y desde 1992 se convirtió en el Museo Kavafis. Un libro de visitas da nota que muy pocos lo frecuentan: el día anterior había un solo visitante, dos días antes un grupo de 14 personas. Incluso el talón de entrada es insignificante.

La zona no reviste interés, un taller de automóviles aquí, un abasto más allá, una casa de antigüedades, y a unas  cuadras una calle transitada y abarrotada de quincallas, fue, hace más de 7 décadas un barrio habitado por la comunidad griega, de prósperos empresarios. Como todo en Alejandría la arquitectura denota un deterioro marcado. Cuando llegó Nasser al poder en 1956 y su subsiguiente populismo, la mayoría de la comunidad pudiente y los inversionistas extranjeros abandonaron Egipto.

 Al abrir los postigos la penetrante luz del mediterráneo ilumina los cuartos y uno observa la iglesia ortodoxa griega, San Saba, y un hospital enfrente. “Dónde podré vivir mejor?”, dice Kavafis, “debajo mío se encuentra una casa de mala reputación que satisface las necesidades de la carne, allá está la iglesia donde se perdonan los pecados y más allá está el hospital donde moriré”. Todo permanece igual menos el burdel en el primer piso. La mayoría de los muebles fueron vendidos después de su muerte, el apartamento se convirtió en una pensión  (El Amir)  y después de muchas tratativas de compra pasó a manos del gobierno griego. Con la ayuda de los amigos se logró reconstituir su apartamento y la atmósfera donde vivió Kafavis  los últimos 25 años de su vida.

En las vitrinas se observan varios de sus libros traducidos a varios idiomas, una genealogía de su familia ( de origen griego) que él mismo elaboró y que se remonta a 1773, un pasaporte que data de 1932 y en el renglón que  indica “ocupación” Kavafis puso “poeta”. Sobre las paredes fotos de él y de su familia. En otra vitrina su máscara de muerto.

Los reveses de la vida hicieron que la familia perdiera con los años su fortuna y el poeta debió trabajar como  burócrata en el Ministerio de Obras Públicas por 30 años. Gustaba de reunir a sus amigos en la penumbra- como su vida y su poesía, de introspección y sugerencias- con poca electricidad y usando velas la mayor parte. Kavafis fue introducido al mundo anglosajón por las traducciones de E.M. Forster  y  asomando como una figura constante en “Balthazar”, uno de los libros que componen el “Cuarteto de Alejandría” de Lawrence Durrell. Alejandría, en la época de Kavafis,  era el centro del comercio y un aire cosmopolita y decadente impregnaba su cotidianeidad en una suerte de “capital de memorias” que arrastraba  grandes civilizaciones como la griega y la egipcia.

Kavafis sufría  de  cáncer en la laringe, lo operaron y perdió el habla. Dicen que su último gesto fue diseñar en un papel un círculo como para indicar la culminación de una etapa. Murió el mismo día de su cumpleaños. Pocos saben de él en su ciudad natal pero al lado de la imponente nueva Biblioteca frente a la Corniche y al mar Mediterráneo le erigieron un pequeño busto y no muy lejos se encuentra su tumba, en Chatby, el cementerio griego ortodoxo. Su notoriedad como poeta fue póstuma y hoy es considerado uno de los grandes poetas del siglo XX. “Esperando a los bárbaros” e “Itaca” son sus poemas más notorios y citados.

Más esfuerzo fue localizar, en el otro lado de la ciudad , a la Villa Ambron, donde Durrell escribió su “Cuarteto de Alejandría”. Entre la estación de trenes y un estadio,   llegué sin aliento a  Sharia Maamoun pero no encontré el nº 19. Al apostarme frente a una gran casona destartalada, prácticamente en ruinas, con la maleza y los escombros que la adornaban por dentro, supuse que era el sitio que buscaba. Unos señores sentados en la acera conversaban animadamente en unas poltronas de plástico bajo la frondosa arboleda y logré, gracias a que uno de ellos chapuceaba el italiano , que me indicara si se trataba de la Villa en cuestión, me contestó afirmativamente y me conminó a que si quería fotografiarla saltara la verja.“Gracias, pero nunca cargo cámara”, le contesté. En la esquina doblo a la derecha sobre Sharia Nabil al-Wakad y entro a una elegante confitería para saborear un helado de granada.


© 2009 Luis Sedgwick Báez

Venezolano. Crítico de cine. Miembro de FIPRESCI ( Federación Internacional de Críticos de Cine). Autor de las novelas: "Un cierto mar de leva" y "El enigma de Federico", ambas editadas en Venezuela y de la obra de teatro "Afuera".
Ha publicado numerosos artículos sobre cine, viajes y literatura en diversas publicaciones de Venezuela y el mundo.