El título
de esta conversa —irresoluta como el teatro y la poesía— corresponde a la
primera obra teatral de Elisa Lerner, publicada en la revista Sardio No. 7 en
abril de 1960 y estrenada ese mismo año en el marco de la inauguración del
teatro La Quimera con un elenco integrado por Carmina Morón, Carlos Franchi y
Guillermo Montiel. Esa inicial e iniciática pieza de Lerner —Premio Nacional de
Literatura— abrió un arco del que formarían parte otros cinco exitosos
montajes: El país odontológico (1966), La envidia o la añoranza de los
mesoneros (1974), La mujer del periódico de la tarde (1976), En el vasto
silencio de Manhattan (1963-1964) y la muy aplaudida Vida con mamá (1975). Hoy
esas piezas, con prólogo de Rodolfo Izaguirre, pueden volverse a leer en un mismo
volumen, que será presentado en los próximos días gracias a Angria Ediciones.
Se trata de un libro caleidoscópico que nos lleva a la Venezuela de varios
tiempos, pero sobre todo al tiempo teatral de una de las escritores más
exquisitas de la actual literatura venezolana.
Un apartamento. Un salón. Muebles de madera. Simples. Muy simples. No hay
libros, ni artificios de escritor. Una terraza. Dos sillas. Mucho sol. La
conversación se inicia allí. Pero la calle se espesa, sus ruidos hieren. Vamos
entonces a la cocina, también muy diáfana, sin reveses. La mesa es pequeña,
apenas cabe el grabador y un vaso de agua. El Ávila es una pared avasallante.
Los ruidos de la calle nos acechan, pero desde una distancia amortajada.
Seguimos conversando. Vamos del teatro a la vida. Van y vienen nombres,
instantes de la literatura venezolana, cadencias de una vida actuada a sorbos.
Antes de la despedida pido ver su habitación de escritora. Lerner la muestra
sin recelo. Se disculpa ante el imperceptible desorden. Es la habitación de una
Virginia Woolf complacida. Una habitación propia. Con una computadora enorme y
enigmática, muchos libros, cuadros y unas postales de Colette pegadas en la
pared. Esa sí es Elisa Lerner, digo. Aunque también es la del salón sobrio y la
cocina despejada. La misma de las crónicas, los relatos y las seis obras de
teatro que se reeditan por justicia y sed de quienes la admiramos.
ESCENA 1
GOLDBERG: Un nuevo libro. Todo su teatro reunido. ¿Cómo se ve desde ahí?
LERNER: Más que verme a mí misma, es como ver una parte de la biografía teatral
del país. He escrito con coherencia quizá en el tiempo, pero no con una
fidelidad continua de años. Me he dado cuenta de que me acompañaban sobresaltos
vitales en los momentos en que escribía teatro, que han sido resultados de alguna
pasión, algún dolor, alguna época. Correspondían a momentos tersos personales,
que pude haberlos tenido hacia otros géneros.
GOLDBERG: ¿Y por qué el teatro?
LERNER: El teatro se ha dado como cuando una mujer cuenta de sus pasiones
amorosas. Yo podría hablar de flirts largos o breves. Y pude reunir las obras
que he escrito gracias al empeño de unas jóvenes mujeres maravillosas, Verónica
y Angelina Jaffé, de Angria Ediciones.
GOLDBERG: ¿Corrigió antes de entregar de nuevo estas obras a la imprenta?
LERNER: En realidad no. Todas las piezas están tal cual salieron en su momento.
Quizá de Vida con Mamá eliminé una pequeña línea que hablaba del Código Civil.
Son las mismas piezas.
GOLDBERG: ¿Respeto hacia sí misma?
LERNER: Una vez me dijo Emir Rodríguez Monegal que el lenguaje de la escritura
corresponde al momento en que se hizo. El error de la gente es creer que
siempre somos los mismos. Las personas estamos montadas en diversos caballos de
un tíovivo que es la vida. La que escribió esas piezas era una mujer muy joven.
Y yo fui cambiando. Y la de hoy, la que echó una ojeada a esas piezas para
publicarlas es completamente distinta.
GOLDBERG: ¿Distinta?
LERNER: Tan distinta soy que no he vuelto a escribir teatro.
GOLDBERG: ¿Volverá el teatro a su comarca escritural?
LERNER: El teatro puede ir y volver. Pero en mi caso quizá no vuelva. Quizá me
he quedado con lo que fue mi primera y para muchos oculta vocación: la
narrativa. Escribí un libro muy joven, que llamé La ciudad del lucro y de
evidente ironía hacia la gente interesada en los negocios y no en la ética.
Pero ese libro se quedó allí.
GOLDBERG: ¿El teatro lo arropó?
LERNER: El teatro se me dio, no sé porqué. Creo que en un momento dado en
Venezuela las mejores sensibilidades estaban volcadas hacia el teatro. Había
una gran ebullición del género. Yo venía del Liceo Fermín Toro, donde desde los
doce años hablé con Alberto de Paz y Mateo, un republicano español, encantador
y simpático. Claro, yo nunca entré en el teatro experimental: para actriz no sirvo
y no sabía entonces lo que era ser dramaturgo. Ni se me ocurría. Yo pensaba que
iba a ser periodista. Luego, pasó que admiraba mucho a Ida Gramcko como
periodista y poeta. Y la vi que empezó a escribir teatro. A Elizabeth Shön
también la admiraba muchísimo y ella me leyó su pieza Intervalo. Creo que sin
darme cuenta empecé a escribir teatro.
GOLDBERG: ¿Cómo?
LERNER: Mi primera pieza fue accidental. Estaba buscando un trabajo con la idea
de que todos mis amigos estaban en el gobierno. Claro, yo no sabía de normas,
vengo de la inmigración. Pensaba que eran mis amigos y que eso bastaba para que
me dieran un trabajo como abogada. Por eso me puse a leer el periódico de pe a
pa a ver si aprendía más del país. De ahí salió esa primera pieza, que pensé
que sería una sátira. Se la mostré a los muchachos de Sardio y me dijeron que
eso era teatro, que la querían publicar. La pieza se llevó a escena y hasta
gustó.
GOLDBERG: ¿Fue violento el encuentro entre la escritura íntima, la de la
habitación propia, y el mundo convulso y multitudinario del teatro?
LERNER: Yo creo que no escribí más teatro por eso. Después de Vida con mamá me
empezaron a hacer muchas entrevistas. Fue un gran éxito crítico, cosa que no
sucede aquí con el teatro. Sin darme cuenta me convertí en un personaje. Y eso
está muy reñido conmigo misma, que nunca he dejado de ser una buena hija de
mamá que escribe en su cuarto. Una amiga de adolescencia lo llamaba el cuarto
proustiano de Elisa.
GOLDBERG: Pero, ¿fue violento ese encuentro entre la escritura y las tablas?
LERNER: Ah… No eso no. Es que nunca vi sino unos ensayos de La Bella de
Inteligencia que hizo Guillermo Montiel. Después me fui a Estados Unidos. No vi
las otras piezas. Y el montaje por antonomasia, el primogénito —el de Antonio
Constante en 1975— de Vida con mamá respondía mucho a mis sueños de escritora
de teatro.
GOLDBERG: ¿Entonces giró el timón?
LERNER: Eso fue inconsciente. Fue buscar otras voces. El escritor encuentra
cierta felicidad, o la vida se le hace más sustentable, a través de ese espejo
opaco que sólo se limpia con la propia escritura, con la cuartilla. Por eso me
fui a la crónica, al relato. Pero el proceso de uno es muy interno, lento, no
se muestra sino mucho tiempo después.
GOLDBERG: ¿Qué dejo el teatro en la narrativa que vino después?
LERNER: No dejó nada.
GOLDBERG: ¿Nada?
LERNER: Uno siempre tiene que estar empezando. Uno no acumula puntos como un
deportista. No acumula horas de vuelo. Uno se vuelve, tal vez, un nadador de
más brazadas, la pluma se vuelve ligeramente más atlética en la tinta de la
vida. Lo que tengo es oficio, muchas heridas de tinta.
GOLDBERG: ¿Y los diálogos, el manejo del espacio en el relato? ¿Eso no es
teatro?
LERNER: Todos saben que he sido bastante solitaria, por eso mis personajes de
ficción tienen soliloquios, no sé si oyen mucho a los demás. Pero la vida es
así. Todos andamos muy apresurados. En el fondo mis personajes son todos muy
desolados.
ESCENA 2
GOLDBERG: Leer teatro, ¿no es fastidioso?
LERNER: En mi adolescencia leí mucho teatro. Uno leía a Camus, a Oscar Wilde,
Tennessee Wiliams y algo de Ibsen. Cuando uno es muy joven leer teatro puede
ser un acto muy vital. Fui una de las primeras en leer Esperando a Godot de
Samuel Beckett. Hoy para mí leer teatro es como leer álgebra.
GOLDBERG: ¿Se leía teatro en grupo?
LERNER: ¡Claro! Recuerdo que nos reunimos una vez para hacer una puesta en
escena de La cantante calva en una traducción de Rodolfo Izaguirre y Gonzalo
Castellanos. Actuamos Perán Erminy, Gonzalo Castellanos, Elenita Feil y yo. Eso
fue apoteósico. La gente me vino a saludar, a decirme que era como una Greta
Garbo. Creo que Esperando a Godot y La cantante calva nos hizo más soportable
esa cosa tan terrible que fue para nosotros la dictadura de Marcos Pérez
Jiménez.
GOLDBERG: ¿Será que la premura cotidiana nos quitó la paciencia para leer
teatro?
LERNER: También pasa que yo tengo que racionar mucho la luz de mis ojos.
Además, las editoriales no tienen la efusión de publicar teatro. O será que no
hay grandes autores de teatro. Todo lo dicta el estilo editorial del momento.
Hoy a España no le interesa publicar dramaturgia porque allá lo que hay es
teatro clásico. Cuando venían grandes ediciones en los años cincuenta, venían
de Buenos Aires, porque en Argentina siempre hubo un gran teatro. Yo lo vi.
Estuve allá. Había euforia de teatro. El teatro era una vida.
GOLDBERG: ¿Y en Venezuela?
LERNER:
Espérate… Te decía que como en Argentina si había una gran teatro se traían
grandes traducciones. Entonces estábamos plenos de libros de teatro. Esa
pérdida ha sido uno de los dramas del siglo XX, porque el teatro es una de las
grandes pasiones de la inteligencia. A veces es más apasionante leer teatro que
verlo. Pienso que quizá he dejado de leer teatro porque muchas de las personas
cercanas que me impulsaban ya no están.
GOLDBERG: ¿Y en Venezuela?
LERNER: En Venezuela ha habido otro drama. En un país caótico como el nuestro,
la gente tiende a obedecer a la mayoría que tiene más a mano. Este ha sido un
país de narradores y de poetas, en el que yo he sido poco clasificable. Además,
el teatro lo han considerado como no literatura. Es verdad que entre los
escritores de teatro hay personas que tienen el oficio y son muy respetables,
pero no necesariamente son dominadores de un lenguaje literario. Creo que eso
influyó en Juan Liscano para que en su Panorama de la Literatura Venezolana
expurgara a los autores de teatro.
GOLDBERG: ¿Pero quién dice que el teatro no es literatura?
LERNER: Es que nuestra tradición ha impedido la literatura teatral. Aquí hay
personas con mucho talento en la poesía que bien pudieron haber escrito teatro.
GOLDBERG: Su teatro tiene imágenes, instantes poéticos…
LERNER: No soy quien para decirlo, pero mi teatro se acerca más al lenguaje de
un poeta que al de un dramaturgo propiamente. De todas maneras, no soy poeta.
GOLDBERG: Pero hoy los géneros están abolidos.
LERNER: Eso ha costado mucho y precisamente la promiscuidad de los géneros en
los últimos años me ha facilitado las cosas. Por eso puedo decir que soy, simplemente,
escritora. Lo que dice Vargas Llosa, una escribidora. Una mujer amante de las
letras. Soy como Drácula, en lugar de tragar sangre me trago toda la tinta de
la que soy capaz.
GOLDBERG: ¿Ha escrito poesía?
LERNER: Escribí dos poemas a los catorce años, uno a los dieciséis —que salió
en El Heraldo— y dos a los dieciocho. Nunca más. La poesía no se me da. La
poesía es un don. Aquí todo el mundo quiere ser poeta. Lo que si es verdad es
que me doy cuenta de que cada vez me interesa más leer poesía.
ESCENA 3
GOLDBERG: ¿Podemos hablar de ese libro de narrativa que está escribiendo ahora?
LERNER: Es un libro que sale después de muchos fracasos… Pero es mejor no
hablar porque lo que se habla no se escribe.
GOLDBERG: Aunque dice haber clausurado la etapa del teatro, ¿sigue esperando
montajes, relecturas, revisiones, una nueva crítica?
LERNER: Me gustaría mucho que en Venezuela se montara La mujer del periódico de
la tarde.
GOLDBERG: En el prólogo del libro de teatro, el crítico y compañero generacional
suyo, Rodolfo Izaguirre, dice que siendo usted adolescente gustaba «de mirar
hacia el Sur porque allí encontraba un lujoso resplandor que entonces le era
difícil vislumbrar en ninguna otra región del espíritu literario, ya que era en
la zona austral del continente donde reinaban la imagen y la palabra de las
hermanas Silvina y Victoria Ocampo, y la revista Sur, en Buenos Aires, se
erigía como emblema del pensar denso y del escribir con elegancia». ¿Está
cómoda con esa visión?
LERNER: Sí, porque es cierto. Aunque nunca lo había visto así. Yo compraba
siempre la revista Sur de Victoria Ocampo. De muy joven leía a Jorge Luis
Borges. De niña me compraban Billiken y veía las películas argentinas. La
verdad es que Argentina fue una gran pasión para mi generación.
GOLDBERG: ¿Y lo judío….?
LERNER: Yo tengo una cosa que es muy judía y es la necesidad de escribir. Para
no interrumpirnos en el mundo. Para no quedarnos desolados. ¿Qué es el
escritor? Pues alguien que no quiere ser expulsado, que necesita a los lectores.
Eso me viene, sin querer, de un inconsciente de educación sentimental judía. Lo
demás son sofismas de las edición, de lo que no me preocupo. Uno es madre de
todos sus hijos y de todos sus libros. No puedo hacer diferencia entre mis
libros, lo único es que uno se parece más a lo que está escribiendo ahorita. Lo
demás son pasiones locas, producto de noches locas.
GOLDBERG: ¿No hay un único y verdadero libro, como en el amor?
LERNER: Eso no lo puedo decir yo. Pienso que mi pieza más importante es Vida
con mamá, pero de pronto a alguien le gusta más otra.
GOLDBERG: ¿Se ha colado ese mundo judío en el teatro?
LERNER: No, en el teatro no. Quizá la ironía de mis personajes es judía. Y el
humor.
GOLDBERG: ¿El humor?
LERNER: El humor es una distancia, con una crítica y una sonrisa. Es una manera
más bien sonriente de asomarse a algo que no se conoce del todo o que se puede
tener.
GOLDBERG: ¿Y el cine?
LERNER: Ah… Antes iba mucho al cine
GOLDBERG: Escribía sobre cine.
LERNER: Durante años mi trabajo en la revista Imagen fue escribir crónicas
sobre cine, que por cierto no están reunidas en libro. Y en todo lo que yo
escribo está siempre el cine. Una de las primeras cosas que hizo mi familia fue
llevarme al cine, tendría cinco o seis años. Recuerdo unas escenas de María
Estuardo. Mi mamá me mostraba las actrices, los actores, los productores, los
directores judíos. ¿Qué me quería decir con eso? Que los judíos no eran sólo
aquellos que yo veía detrás de los mostradores de las tiendas del centro y que
hablaban el alemán de preguerra con ella. Me quería decir que los judíos
estaban en el mundo y hacían cine. No me explicó más nada. Yo entendí que tenía
una familia allí. No teníamos a nadie en Caracas y mi familia los domingos
fueron entonces los personajes del cine. Esos eran mis amores. Y a ellos tenía
que llegar. ¿Cómo? A través de la escritura…Y hay otra cosa que me dijo mi
mamá: tú nunca verás a un judío en un acto de violencia. No me tuvo que
explicar por qué éramos la gente del libro. A través del cultivo de la
inteligencia se evita aparecer en hechos de sangre. Eso entendí. Por eso nos
perturban tanto los gobiernos que traen violencia: nos producen un dolor que
está más allá de la ración que a cada uno nos toca.
Caracas
25 de Agosto de 2007
Publicado en Nuevo Mundo Israelita, 2004.